Ecumenismo cristiano
por Manuel Mandianes
Tal vez cada uno de los sistemas teológicos, cada una de las Iglesias, hasta cada una de las sectas, centran su atención en un aspecto y otras lo centran en la parte oscura que deja la primera.
Si el hombre es, de forma inevitable, portador de desilusiones, de desdichas y de penas, mucho más lo serán las Iglesia, comunidades de hombres. A lo que hay que añadir que el mundo es una jungla de intereses dentro de la que habitan, están los cristianos miembros de las comunidades eclesiales.
Los cristianos, como todos los hombres, son cúmulos de experiencias de frágiles sentimientos. Dar la importancia que tienen a las palabras, pero sobre todo dar importancia al Evangelio a la experiencia de vida y al misterio. Uno de los elementos de la división tal vez sea el hecho de haber dado más importancia a las palabras que a la vida, sabiendo que la palabra es imprescindible para la predicación de la Buena Nueva.
Pero la palabra puede estar encallada, desmantelada, sin asidero inmediato, mezclando inquietudes personales que pueden tergiversar, desvirtuar los contenidos de la misma.
La vida no es un abrigo que se saca y pone como y cuando uno quiere, no se puede arrastrar el tiempo como una capa. Nadie puede olvidar el cambio como condición de todo existente y de todo lo que quiera y desee continuar vivo.
El ecumenismo o la identidad de doctrina será muy difícil, o debe de ser el objetivo inmediato del movimiento ecuménico, puede que llegue, pero tardará y no sé hasta qué punto puede ser posible ni deseable.
Tal vez la desaparición de alguna de las Iglesias llevaría consigo la destrucción de la riqueza de visiones e interpretaciones. Pese a que el paso del tiempo lo transforma todo, a las instituciones, y al individuo también, le cuesta mucho olvidarse de las cosas que fueron importantes, la tradición y las costumbres, y determinaron, durante algún tiempo, su conducta y su manera de ser, aunque, con el paso del tiempo, su función se haya modificado.
No se puede olvidar que las costumbres viejas constituyen en el ser humano como una segunda naturaleza muy difícil de cambiar y más aún de abandonar, no podemos comprender el presente sin tener presente el pasado.
El Cristo tuvo su dónde, estancia que contiene lo que toca la esencia del hombre, su proximidad y su patria, en donde el hombre se siente y mora consigo mismo; y su cuándo, momento del tiempo, agitado por lo que pasaba su alrededor, por las fiestas y los acontecimientos que conmovían a la familia y a la comunidad; atrapado en sus sueños y tocado por sus fracasos, por su identidad político-ideológica, por la historia.
Aquí toma sentido la infancia, paraíso del hombre, porque "no creáis que el destino sea más que lo denso de la infancia", escribió Rilke, cuando el hombre despierta a los acordes de la vida y se abre a las tonalidades del mundo.
Muchas veces las aspiraciones sembradas por la Buena Nueva han sido destruidas y devoradas por los inhumanos engranajes políticos, económicos y las estructuras filosóficas reinantes; muchas veces, los anhelos humanos se han visto masacrados por la corrupción y la ambición de unos cuantos.
Hasta ahora asomarse al ecumenismo era como asomarse a lo prohibido, al abismo, lo intocable. Muchos libros prohibidos durante años lo eran simplemente por situarse a favor del diálogo entre diferentes confesiones. Unas se veían a otras como herejías, espejos de lo diabólico.
Para dialogar, para estar a favor del ecumenismo hay que ver al otro como un diferente, otro yo con una visión diferente de la mía de la misma realidad; un yo diferente de yo mismo: la diferencia. Las Iglesias no pueden dejarse atrapar en la tendencia del mundo moderno de funcionar como máquinas sino como personas que se tratan y buscan juntas a pesar de las diferencias.
Al pueblo cristiano no interesan las diferencias como pueden haber interesado a inteligencias descomunales como las de los grandes reformadores y fundadores de las diferentes Iglesias. Y aún en su caso, muchas veces, las diferencias se deben más a los sistemas filosóficos, soporte de la versión del Evangelio, que a la inteligencia de la Buena Nueva.
Si Jesús interpretó muchas leyes de manera diferente a como las interpretaban los maestros de su tiempo y San Pedro diferente de como lo hacía San Pablo, los seguidores pueden y de hecho lo hacen, interpretar de manera diferente lo que dijo Jesús.
Los protagonistas de las conversaciones ecuménicas no deberán ser tratados como héroes que se enfrentan a lo desconocido, gestores de los miedos colectivos del que salen más o menos airosos sino hombres de buena voluntad que representan los deseos de las comunidades. Hay que reconfigurar y revisar la memoria para crecer todos juntos evangélicamente.
No existe ningún mecanismo en el cerebro que asegure a unos la verdad y a los otros la incertidumbre y aquí puede residir el don de la creatividad hasta para crear nuevas palabras que expresen una nueva situación.
Las diferentes palabras y conceptos teológicos que utiliza cada una de las iglesias no son algo vacío sino llenos de contenidos, y la imagen que cada Iglesia tiene de si misma es tal vez, casi seguro, mejor que de ninguna otra por lo que puede ser doloroso y difícil proceder a alteraciones allí en donde sean indispensables para una actuación conjunta.
Todos los sistemas, todas las interpretaciones, toda filosofía, tienen espacios vacíos. Para ello es importante e imprescindible ser conscientes y admitir las propias limitaciones y más aún las limitaciones de los propios sistemas de interpretación sin que cada uno deje de luchar por sus principios y menos que deje de defenderlos.
Admitir la diversidad de interpretaciones es tan natural como admitiré la biodiversidad y respetarla tan necesario como prevenir y luchar contra el cambio climático. Hoy los cambios ocurren a tala velocidad que se puede tener la impresión de que no importan a nadie.
Puesto que la veneración del mensaje de Cristo es consustancial a la naturaleza de todas las Iglesias cristianas, la unidad de acción, la caridad, debe de impeler a la unidad de acción para ser eficaces, aunque los caminos y medios sean diferentes. Mirar la realidad con los ojos de los otros y el abandono absoluto de la pretensión de sacar provecho personal o institucional sino de predicar a Cristo son principios básicos para que el ecumenismo evolucione. Se trata de un crecimiento interior, no de una expansión en el exterior.
El carácter y las singularidades de las diferentes Iglesias deben de ser considerados una riqueza como dentro de la Iglesia católica lo son los diferentes carismas encarnados por las diferentes órdenes religiosas. Tal vez la ola de ecumenismo no responda más que a la nostalgia de comunidad cristiana inicial.
Sea lo que fuere, lo importante es dejarse ganar por un ecumenismo profundo, de vida, de acción. El ecumenismo debe de ser una de las ideas vertebradoras del proyecto de las iglesias cristianas al que deben someterse, sin renunciar a las diferencias, las palabras y las formulaciones sabiendo de comprender no es realizar.
Las cosas pueden verse facilitadas por el hecho de que no se trata de la conversión a una nueva religión; en todo caso se trata de diferentes maneras de seguir el Evangelio y anunciar la Buena Nueva. No hay nada que ponga tanto en evidencia la inteligencia y la grandeza de un hombre como el hecho de incorporando a su mundo la verdad, las necesidades y la bondad de los demás que supone, muchas veces, volver a nacer, desaprender muchas cosas para volver a aprenderlas. Sólo sí el alma disfrutará de la libertad absoluta para dejarse ganar por Cristo, sólo así los creyentes podrán volver a ser "uno sólo".
Podemos permitirnos ser viejos para todo menos para dejar que el Evangelio se haga más grande cada día en nosotros, como la semilla pequeña que un día se hace árbol inmenso.
La realidad es mucho más amplia y compleja que cualquier método de análisis. Cada una de las Iglesias no deja de ser el reflejo de un sistema teológico, de una visión de la realidad evangélica. Pero el Evangelio, la Buena Nueva es mucho más rica que cada una de sus interpretaciones; tal vez variaciones de la misma realidad revelada.
El Evangelio, el Plan de salvación que es la encarnación y la vida de Jesús es un plan mucho más complejo que cada una de las visiones e ideas que los hombres se han hecho de él. El mundo está por encima ya de todos los bloques, de las civilizaciones, está sumido en la globalización tecnológica, y las Iglesias no pueden dejar de lado este momento. Es el momento oportuno, cada uno debe de buscar el lugar conveniente.
Cada Iglesia, cada responsable ha de aguzar el ingenio para estar en el lugar oportuno en el momento preciso y actuar con resolución.
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