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Su Toda Santidad el patriarca ecuménico Bartolomé, antiguo alumno del Instituto Ecuménico, acompañado de estudiantes en la capilla de Bossey durante las celebraciones del 70º aniversario del CMI el 17 de junio de 2018. |
Preparando a los pastores para el liderazgo ecuménico del siglo XXI
En 2018 celebramos el 70º aniversario del Consejo Mundial de Iglesias (CMI). Con el fin de crear un animado relato de primera mano de la comunidad ecuménica y de nuestro camino común, las iglesias miembros han aportado historias de las personas, los acontecimientos, los logros e incluso los fracasos que han acentuado nuestra búsqueda colectiva de la unidad cristiana.
El autor de esta historia es Melanio L. Aoanan, quinto presidente del Southern Christian College, Midsayap, Cotabato, (Filipinas) (2007-2010). Ahora es director de programa en la Maestría de Teología del Brokenshire College, en Davao City. También ha sido profesor en tres seminarios protestantes y en dos facultades de teología católicas en Filipinas.
Las opiniones y los puntos de vista expresados en este artículo son los del autor y no reflejan necesariamente las políticas del CMI.
La mezcla de ingenio, sentido del humor, humildad y capacidad de abrirse a nuevas ideas, combinada con el esfuerzo, son la fórmula infalible para ser un dirigente de iglesia exitoso y efectivo.
Permítanme destacar que cada creyente cristiano en el siglo XXI, ya sea anglicano o aliancista, bautista o metodista, católico romano o de la Iglesia Unida de Cristo en Filipinas, está llamado a promover la unidad de la iglesia. Por eso oró Cristo fervientemente. “Pero no ruego solamente por estos sino también por los que han de creer en mí por medio de la palabra de ellos; para que todos sean uno... para que el mundo crea...” (Juan 17:20-21).
Cada seguidor de Cristo debe mostrar cierto entusiasmo al defender la unidad visible de la iglesia. Ya sea individualmente, como creyentes, o como comunidad, es nuestra tarea colectiva defender la unidad de los cristianos. Todos debemos participar activamente en lo que yo llamo “la empresa ecuménica”.
Esa empresa ecuménica en que todos los cristianos deben participar exige la conversión a la voluntad de Cristo por la iglesia. El comienzo del siglo XXI fue un jubileo, no solo para la iglesia sino también para la comunidad humana en general. Y como tal, nosotros, que somos pastores y educadores teológicos, tenemos el deber de hacer realidad los designios de Dios en todos los aspectos de nuestra labor. Este es nuestro compromiso de contribuir de forma significativa a la realización del reino de Dios, que marca el comienzo de la transformación de la iglesia y de la sociedad, es decir, la realización del reino de Dios caracterizado por la paz, la justicia, la libertad y la vida abundante para todos.
Somos parte de la iglesia como comunidad del pueblo de Dios, llamado de las tinieblas a la luz admirable de Dios, para que anuncie los hechos maravillosos de Dios (1 Pedro 2:9).
¿Qué es el movimiento ecuménico?
Después de hacer hincapié en la vocación de promover una unidad cristiana visible, debemos proporcionar una primera definición del movimiento ecuménico. En primer lugar, el movimiento ecuménico no es tanto una organización, sino, más bien, un proceso. Hay dos fases en la comprensión de este proceso. En la primera fase, se entiende que el movimiento ecuménico es un esfuerzo eclesiástico organizado entre las iglesias protestantes, anglicanas y ortodoxas hacia la unidad de la iglesia. Ese esfuerzo organizado se manifestó institucionalmente con la formación del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en 1948.
No obstante, la segunda fase del proceso, que se inició con el Concilio Vaticano II (1962-1965), ha visto cada vez más a la Iglesia Católica Romana creer en el movimiento ecuménico e implicarse de forma activa en su labor. Se han logrado importantes puntos de convergencia entre las dos entidades eclesiásticas, tanto que la Iglesia Católica Romana podría convertirse en una iglesia miembro del CMI en un futuro cercano.
Sin embargo, cabe señalar que el movimiento ecuménico no debe equipararse con el CMI, incluso si incluye a la Iglesia Católica Romana en su membrecía, pues hay otras manifestaciones organizativas del movimiento ecuménico.
Dos obras pioneras sobre ecumenismo
En las décadas de 1950 y 1960, dos publicaciones dieron origen al estudio del ecumenismo. La primera obra fue “Christian Theology: An Ecumenical Approach” (Teología cristiana: un enfoque ecuménico), (publicada por primera vez en 1955, luego revisada y ampliada en 1958), escrita por Walter N. Horton. La otra fue “Ecumenics: The Science of the Church Universal” (Ecumenismo: la ciencia de la iglesia universal) de John A. Mackay, que fue publicada en 1964. Ambos libros se nutrieron del seno del movimiento ecuménico. Horton y Mackay fueron los pioneros que lideraron la vida intelectual, teológica y organizativa del movimiento ecuménico. Permítanme describir brevemente las importantes ideas ecuménicas que provienen de ellos.
La obra de Horton trata de las “siete doctrinas fundamentales” que son: el conocimiento de Dios; la naturaleza de Dios; Dios y el mundo; Dios y el humano; Cristo el Salvador; la iglesia y los medios de la gracia; y la esperanza cristiana. Como enfoque ecuménico de la teología, el libro examina los informes de las conferencias ecuménicas a fin de definir los acuerdos emergentes dentro del movimiento ecuménico. El libro proporciona aclaraciones sobre “la preocupación fundamental de adoptar un enfoque ecuménico de la teología”.
La preocupación fundamental de la teología ecuménica se ha desprendido gradualmente de las discusiones entre las iglesias cristianas, que buscan mutuamente hacer realidad “la otra oración” del Señor: “que todos sean uno” (Juan 17:21). Horton responde a la pregunta teológica fundamental que sustenta esta búsqueda de la unidad cristiana. Afirma que dicha búsqueda debe regirse por los siguientes principios: En primer lugar, debe tener un carácter misionero. En segundo lugar, su alcance debe ser verdaderamente mundial. En tercer lugar, debe combinar la unanimidad 'católica' con la libertad y la variedad 'protestantes'. La combinación de esos tres principios en uno ofrece una definición de la preocupación fundamental de la teología ecuménica.
Otro libro significativo y pionero sobre el movimiento ecuménico es el de John Mackay. Su obra aborda principalmente la doctrina de la iglesia o eclesiología. Se puede considerar que Mackay es el padre de la ciencia ecuménica porque empezó a sentar las bases de esta disciplina teológica en 1937, en el Seminario Teológico de Princeton. De hecho, en un festschrift realizado en su honor con ocasión de su jubilación, en 1959, Richard Shaull escribió: “Para [Mackay], el ecumenismo transforma el estudio de las misiones en los seminarios en una disciplina teológica. Una que llega para ocupar un lugar central en la educación teológica, porque evoca constantemente ante el seminario el llamado de la iglesia a la misión en el mundo y nos recuerda a todos que... 'la teología y los teólogos, y los seminarios teológicos deben, por lo tanto, ser misioneros''.
A través de ese libro, Mackay presentó sus experiencias personales únicas en el movimiento ecuménico y sus profundas reflexiones al respecto. Esa obra fue su primer intento de dar forma a una teología ecuménica centrada en la doctrina de la iglesia. Analiza detenida y exhaustivamente a la iglesia –su naturaleza y sus funciones– en el contexto de una comunidad misionera mundial. Él fue el primero en llamar nuestra atención sobre el renovado interés en la iglesia en nuestra era. Ese interés se hizo manifiesto en la Conferencia celebrada en Oxford en 1937 sobre la vida y el trabajo. Fue esta reunión la que popularizó el eslogan “Que la iglesia sea la iglesia”, y también recuperó el uso actual del término “ecuménico”.
El renovado interés en la iglesia –generado por una firme teología bíblica, la expansión sin parangón de la fe y el deseo de lograr la unidad entre los cristianos, en pro de su misión en el mundo– exige una disciplina teológica especial e independiente: el ecumenismo. Mackay describe el ecumenismo como el estudio de las “iglesias cristianas en el contexto del propósito de Dios declarado en la Biblia, y de la situación humana tal y como es hoy, con miras a desarrollar una estrategia cristiana digna del mandato de Jesucristo de hacer que todas las naciones le sean leales, y estén abiertas a los infinitos recursos que Dios pone a disposición de los seguidores de Cristo, a través del Espíritu Santo”.
Por lo tanto, el tema del ecumenismo es la iglesia universal–la iglesia como un hecho empírico y como una “realidad espiritual”. La iglesia como un hecho empírico alude a una estructura física, una congregación local, una tradición cristiana y una jerarquía eclesiástica. La iglesia como realidad espiritual alude a “una realidad de naturaleza corporativa y de dimensiones mundiales”. Es más, Mackay señala que hay tres requisitos que la iglesia debe cumplir para “ser verdaderamente” la iglesia.
Primero, es una comunidad de Cristo, es decir, “la comunidad de todos aquellos para quienes Jesucristo es el Señor”. En segundo lugar, es una comunidad mundial, es decir, “es mundial en su extensión geográfica y global en su inclusión de todos los humanos”. En tercer lugar, es una comunidad misionera. Eso significa que la iglesia “es vivir en las fronteras de la vida en cada sociedad y en cada época”. Eso es lo que se pide a todos los cristianos, “dar a conocer el Evangelio a todas las naciones y vivir el Evangelio en cada esfera y etapa de su vida terrenal”.
La Biblia como fuente de motivación en la educación de los líderes eclesiales
Un factor significativo en el surgimiento del movimiento ecuménico moderno es el énfasis en la erudición bíblica. Por lo tanto, como miembros de la corriente ecuménica del cristianismo en nuestro país, nuestra fuerza motriz en la búsqueda de una teología ecuménica vivificadora no es otra que la Biblia.
Nuestra reivindicación y nuestra lucha junto a nuestro pueblo es para toda la vida. A medida que nos implicamos en la lucha de los pueblos por la vida, sentimos el Espíritu fortalecedor de Dios, inspirador y reconfortante, que mantiene la fuerza interna de nuestras acciones para preservar y perseguir la justicia y la paz. Las personas que se oponen a las fuerzas y sistemas que intentan reducir su humanidad y la afirmación de sus derechos como seres humanos son constantes signos de la actividad redentora de Dios en el Espíritu.
Nuestra búsqueda de la vida es una búsqueda del reino de Dios concebido e inaugurado por Jesús. Creemos que nuestras luchas harán que el reino de Dios esté más cerca de hacerse realidad. En la lucha, mostrando solidaridad a nuestros hermanos y hermanas, tenemos una profunda y duradera sensación de satisfacción y aliento. Cuando nuestra participación en la lucha da sus frutos, sentimos alegría y satisfacción. Al identificarnos con los que sufren, entramos en el ciclo de la vida en que la cruz es el preludio de la resurrección, y la resurrección nos acerca más a la fuente de la vida, para que seamos capaces de cargar con la cruz cuando vuelva a suceder. De esta manera, podemos vislumbrar la nueva vida que está por venir, se nos da un anticipo del reino de Dios.
Afirmación final
Estoy convencido de que necesitamos tener una visión clara de la educación de los dirigentes de la iglesia, que sea relevante en el siglo XXI. Eso significa que, como comunidad de fe y aprendizaje, debemos relacionar nuestra labor teológica, nuestra articulación de la eclesiología y la praxis de nuestro ministerio con las expresiones culturales concretas que prevalecen en nuestra conciencia e imaginación locales. Sugiero que nuestro tema requiere que formulemos una visión de la educación teológica religiosa y ecuménica que sea apropiada para nuestro contexto del siglo XXI. Propongo que esa visión se esfuerce en lo siguientes aspectos. Primero debe luchar por la claridad de los fundamentos teológicos para la vida y el trabajo de la iglesia. En segundo lugar, debe luchar por la sensibilidad y la conciencia de las realidades que inciden profundamente en la vida de las personas, en la iglesia y la comunidad. En tercer lugar, debe esforzarse en identificar las necesidades esenciales y establecer prioridades. Por último, debe mantener encendido el espíritu de unidad y compañerismo entre quienes deben trabajar en solidaridad con las víctimas y los marginados de nuestra sociedad.
Formar a los pastores para el liderazgo ecuménico en el siglo XXI requiere analizar la discusión sobre el consenso ecuménico emergente en torno a cuestiones doctrinales y teológicas, y crear mayor conciencia sobre la emergente espiritualidad contextual.
Mientras, seguimos librando nuestra lucha, anunciamos con entusiasmo la plenitud del reino de Dios y fortalecemos nuestro compromiso a hacerlo realidad (“venga tu reino, como en el cielo, así también en la tierra”). No nos conformaremos con menos que el glorioso reinado de Dios. De acuerdo con la promesa Dios, esperamos nuevos cielos y una nueva tierra, donde habita la justicia.
FUENTE:
Consejo Mundial de Iglesias