La Comisión Permanebte de la Conferencia Episcopal Española se ha reunido en Madrid, en la sede de la Conferencia Episcopal Española (CEE), los días 24 y 25 de septiembre. El secretario general y portavoz, Mons. Luis Argüello, , ha informado, el jueves 26 de septiembre de 2019, en rueda de prensa sobre los trabajos que se han desarrollado durante estos dos días.
La Comisión Permanente ha realizado los siguientes nombramientos:
· D. Rafael Vázquez Jiménez, sacerdote de la diócesis de Málaga, como director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales.
El nombramiento se ha hecho público tras la reunión de la Comisión Permanente en la sede de la Conferencia Episcopal Española (CEE), en la que ha participado el Obispo de Málaga, celebrada los días 24 y 25 de septiembre.
Rafael Vázquez Jiménez nació el 4 de abril de 1978 en Marbella (Málaga) y fue ordenado sacerdote el 11 de septiembre de 2004. Es doctor en Teología Dogmática por la Universidad Gregoriana de Roma, profesor del CSET San Pablo en Málaga, párroco de la iglesia de San José de Fuengirola (Málaga), delegado episcopal de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso desde 2015, miembro del Patronato de la Fundación Lux Mundi y director de la revista "Pastoral Ecuménica" desde 2017.
En declaraciones a diocesismalaga.es, afirma acoger esta nueva tarea que la Conferencia Episcopal Española le encomienda «con profundo agradecimiento por la confianza depositada en mí, con alegría por el reconocimiento a la labor de la Diócesis de Málaga en este campo, y con un gran deseo de servir a la Iglesia trabajando por la unidad visible entre las Iglesias, así como tendiendo puentes de diálogo y de paz entre los creyentes de las distintas religiones en España. Nuestra sociedad está necesitada de gestos de concordia, de fraternidad y de comunión. Que el Señor me asista y me fortalezca para prestar este servicio con humildad y paciencia.»
¿Qué es la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales?
Promover la reconstrucción de la unidad entre todos los cristianos (UR 1) así como su relación con las religiones no cristianas (NA 1) desde el respeto a la libertad religiosa como derecho fundado en la dignidad misma de la persona humana (DH 2) son los objetivos que persigue el Secretariado de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales.
La Iglesia católica reafirma, pues, su voluntad de establecer unas relaciones fraternas entre todos los cristianos fundándose en el bautismo recibido, y entre todos los creyentes con quienes nos une un mismo origen y destino. Las relaciones interconfesionales abarcan el conocimiento o contacto inicial, y también el trato mutuo, manifestado en el diálogo, en la colaboración, en la formación objetiva de la verdad y en la oración común principalmente.
Terminada la celebración del Concilio Vaticano II, y en aplicación del Decreto sobre el Ecumenismo y de las Declaraciones sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas y sobre la libertad religiosa, se crea el 16 de julio de 1966 el Secretariado Nacional de Ecumenismo, que en 1975 se transformará en la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, ampliando así sus competencias y elevando su rango.
Para llevar a cabo esta tarea de diálogo con las Iglesias no católicas y con las Religiones y Grupos no cristianos en nuestro país, está la coordinación del Secretariado de Relaciones Interconfesionales, de la Conferencia Episcopal Española. En cada diócesis española, el Obispo diocesano es el principal promotor del diálogo ecuménico e interreligioso, que suele encomendar a un delegado suyo para facilitarle la tarea pastoral; en otros sectores de la pastoral eclesial puede existir un responsable para estas dos tareas señaladas.
El Secretariado de Relaciones Interconfesionales lo integran dos departamentos: para la unidad de los cristianos y para el diálogo interreligioso. Está al servicio de todas y cada una de las diócesis católicas de España, así como de todas y cada una de las organizaciones eclesiales no católicas que quieran cultivar en espíritu fraterno un verdadero diálogo.
Departamentos:
Departamento para la Unidad de los Cristianos
Jesucristo, después de su muerte y resurrección, encomendó a sus Apóstoles: id al mundo entero, anunciad el evangelio, bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñad lo que os he mandado (Mt 28,19-20; Mc 16,15). Esta tarea la comenzaron a cumplir los Apóstoles después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés. Desde entonces, poco a poco van surgiendo pequeños grupos que aceptan el evangelio anunciado, se bautizan y empiezan a vivir al estilo de Jesucristo: así nacen las primeras comunidades cristianas llamadas «iglesias».
Las primeras iglesias fueron organizadas por los Apóstoles: el evangelio anunciado y vivido, la eucaristía celebrada y recibida, y el pastor ordenado al servicio de la comunidad eran y son los signos visibles de lo que Cristo hizo en su vida. De aquellas primeras iglesias sobresale la de Roma, gracias a la predicación evangélica y al testimonio martirial de san Pedro y san Pablo. La iglesia de Roma, junto con todas las demás iglesias, forman la Iglesia católica, como el primero de los Apóstoles, san Pedro, y el resto de los Apóstoles constituyen el Colegio apostólico: de esta forma, el obispo de Roma, el Papa, es el sucesor de san Pedro, y cada obispo en su iglesia o diócesis será el sucesor de los Apóstoles.
Sin embargo, la comunión entre las iglesias y entre sus pastores no siempre ha sido fácil: dificultades de organización, las distintas mentalidades y culturas, las situaciones políticas, las interpretaciones equivocadas de la fe cristiana y, sobre todo, las infidelidades en la vida de muchos cristianos dieron origen a varias divisiones: algunas iglesias y sus pastores dejaban de vivir en comunión con la iglesia de Roma y su obispo, y a veces con toda la Iglesia católica en su conjunto.
Así, surgen ya en el siglo V divisiones motivadas por la formulación de la fe (las antiguas iglesias orientales), en el siglo XI por motivos fundamentalmente disciplinares (las iglesias ortodoxas), y a partir del siglo XVI por una inadecuada reforma de la Iglesia católica (las comunidades eclesiales nacidas o derivadas de la Reforma). Pero también han existido intentos por superar las divisiones y lograr la unidad en la Iglesia única de Jesucristo.
Los cristianos sentimos con dolor el vernos divididos y todos tenemos parte de culpa, quizá no por crear divisiones sino por acostumbrarnos a seguir así y culpar a los otros de ser los equivocados. No tenemos derecho a estar divididos. Todos tenemos que preguntarnos: ¿esta situación la quiere Jesucristo? ¿vamos a seguir así, anunciando el evangelio y celebrando la eucaristía cada uno por su lado? ¿qué puedo hacer para que la Iglesia sea más fiel a Jesucristo?
La Iglesia católica en su totalidad está empeñada en trabajar por lograr la unidad. Esta tarea es difícil y precisa mucha paciencia: necesitamos rezar juntos por esta finalidad, necesitamos conocer el ecumenismo o conjunto de esfuerzos que hay que realizar, hace falta formación para aprender de la historia pasada y saber caminar hacia la unidad, y sobre todo se necesita mucho amor, para perdonarnos, para acercarnos, para tratarnos y querernos como hermanos.
Sin embargo, no todos los cristianos ni todos los católicos comparten el ecumenismo: unos piensan que están en la verdad y no hay motivo para dialogar; otros se imaginan que el ecumenismo significaría dar a conocer una situación vergonzosa, incluso no faltan quienes piensan que esta situación es poco menos que imposible y es preferible dejar las cosas como están. Lo cierto es que los cristianos ecuménicamente formados trabajan y viven por la unidad sin caer en ningún género de indiferentismo ni fundamentalismo. No hay que tener miedo a la verdad ni a la historia.
Uno de los problemas con que los cristianos españoles tropezamos es saber que nuestra sociedad no favorece la unidad. Precisamente porque estamos inmersos en una sociedad plural, también en materia religiosa, se suele considerar como un logro social el disponer de un abanico de ofertas eclesiales, justificando así la situación actual de división cristiana. Por otra parte, vivimos en una sociedad con múltiples signos de paganismo e increencia, lo que favorece también o un integrismo o un desentendimiento. De esta forma la sociedad sigue contemplando un cristianismo dividido y sin garra, restando eficacia al anuncio del Evangelio, al testimonio de los cristianos y a la credibilidad de la Iglesia.
Las relaciones ecuménicas en nuestro país son muy peculiares. Los cristianos no católicos son numéricamente desproporcionados a los católicos. La realidad ecuménica en España es todavía reciente, aunque hay ciertamente una evolución muy positiva. No obstante, las relaciones pueden y tienen que ser mejores: habrá que dejar prejuicios de épocas pasadas y tópicos que no se corresponden con la historia, se necesita la consulta y la escucha de las otras Iglesias y urge la creación de un foro de diálogo intereclesial, como puede ser la creación del Consejo de Iglesias Cristianas en España, similar al que ya existe en otros países europeos.
En correspondencia con el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y en contacto con otros organismos europeos también promotores de la unidad cristiana (Consejo Ecuménico de las Iglesias o CEI, y la Conferencia de Iglesias Europeas o KEK), este Departamento para la Unidad de los Cristianos quiere mantener relaciones con las Iglesias de Oriente (Ortodoxia, y por extensión los católicos de cualquier tradición oriental) y con las Iglesias y Comunidades eclesiales de Occidente (Protestantismo y Anglicanismo), presentes en España.
Su principal objetivo es alcanzar la unidad cristiana. Tenemos ya unos valores comunes que nos unen y nos identifican como cristianos: la fe en el Dios trinitario revelado por Cristo, el bautismo que nos incorpora a su Iglesia, la palabra de Dios escrita que ilumina nuestro caminar, la vida cristiana celebrada en comunidad. Pero no podemos ignorar las deficiencias existentes entre las distintas Iglesias: la interpretación de la palabra de Dios transmitida, la plena celebración sacramental, el ministerio ordenado y el ejercicio de la autoridad en la Iglesia.
Departamento para el Diálogo Interreligioso
Todo ser humano esencial y fundamentalmente es religioso: siempre ha querido acercarse a Dios y conocer sus designios y proyectos, pero existencialmente el hombre ha podido percibir que Dios es siempre un misterio inabarcable a la par que fascinante, y que las religiones todas son caminos de acceso. Sin embargo, en el cristianismo Dios es el que se acerca al hombre en la persona divina y humana de Jesucristo, imagen del Dios invisible (Col 1,15). Así, el cristiano percibe desde el comienzo hasta el fin de su vida la dignidad de sentirse creado por Dios y llamado a una vida sobrenatural, pero su vida no se fundamenta en unas prácticas sino que se concreta en la adhesión a la persona de Jesucristo.
Por su encarnación hace dos mil años, Jesucristo entró en el mundo de los hombres y convivió en el espacio geográfico que hoy es la tierra de Israel. Con todos trató, a todos amó, por todos murió y resucitó. En el evangelio se pone de manifiesto que no excluyó ni a la mujer cananea (Mt 15, 22.28) ni al centurión romano (Mt 8,5.10) cuando se acercaban a él en demanda de salud; al contrario, alabó la buena disposición y la fe en su palabra, sin tener en cuenta la pertenencia judía o la condición romana. Por su vida y por su muerte redentoras, todos los hombres son beneficiarios de su designio salvador, que es universal.
La Iglesia católica continúa la misión de Jesucristo, acercándose a todo hombre en actitud samaritana y acercando a todos los hombres a Jesucristo mediante el anuncio o propuesta del evangelio. Confiesa los destellos de verdad, bondad y belleza que están presentes en todas las religiones, pero proclama que Dios es la auténtica Verdad, Bondad y Belleza que llega al hombre gracias a Jesucristo.
Esta firme convicción no siempre se ha realizado en la Iglesia católica de forma coherente: creyendo en la certeza de su mensaje, sus fieles han sido excluyentes para con sus hermanos cuando no compartían la fe cristiana, y de forma análoga los creyentes de otras religiones veían en los cristianos a los enemigos que había que combatir. Así surgieron conquistas y reconquistas, cruzadas y guerras «santas», holocaustos y martirios. La Iglesia católica recuerda a sus hijos que todas las religiones tienen algunos elementos comunes compatibles con el evangelio y que han de conducir a la solidaridad humana y fraterna entre los hombres. Esto significa que hay que abandonar las actitudes hostiles que han podido darse entre cristianos y no cristianos a lo largo de la historia.
El judaísmo, el cristianismo y el islam son las tres grandes religiones monoteístas que profesan su fe en el Dios único: sus respectivas Escrituras (la Torá o la Ley para los judíos, el Evangelio para los cristianos y el Corán para los musulmanes) se fundamentan en Dios; el mensaje que proclaman tiene una misión universal (Dt 7,7-8; Mt 28,19; Corán 6,19) que ha de realizar el judío (observando las normas y preceptos), el cristiano (anunciando el evangelio) y el musulmán (recitando la revelación coránica). Junto a las tres religiones monoteístas existen otras (los sistemas religiosos asiáticos del budismo o del hinduismo, y las religiones africanas y americanas que carecen de revelación escrita). La actitud de la Iglesia católica hacia todas las religiones es de sincero respeto y pide a los cristianos diálogo y colaboración con otros creyentes (NA 2), porque todos tienen igual dignidad de donde brotan los mismos derechos.
Esta pluralidad de religiones, que muchas son anteriores a Jesucristo, han de llevar a los católicos a reconocer un pluralismo religioso en que se aprenda a convivir y a trabajar en muchos campos comunes. Así se logrará erradicar de nuestro mundo la discriminación o antisemitismo por motivos étnico-religiosos, el fanatismo o el sectarismo, e indirectamente los conflictos religiosos que frecuentemente asoman y son una amenaza para la paz.
Para llevar a cabo esta difícil tarea, la Iglesia católica no deja su empeño de diálogo y colaboración con todos los hombres de nuestro tiempo, y especialmente con los creyentes de otras religiones, sin excluir a los movimientos religiosos o sectas. El diálogo interreligioso, a diferencia del diálogo ecuménico que persigue como meta la unidad de los cristianos, es un medio de acercamiento de los creyentes, quienes tratan desde el convencimiento de sus propias creencias y sin persuadir al interlocutor a cambiar de idea o creencia religiosa, de enriquecerse con los valores existentes en otras religiones, y de estimularse en una colaboración conjunta sobre temas que afectan a toda la humanidad. El diálogo interreligioso no es una táctica para alcanzar una única religión, ni trata de defender o confrontar apologéticamente un determinado credo. Si no existe el diálogo interreligioso, no tardará en aparecer el fundamentalismo, que es la mayor negación de la libertad religiosa.
Para la Iglesia católica el diálogo interreligioso es, además, una forma de evangelizar, es decir, de proponer el mensaje evangélico, aunque la evangelización no se identifica con el diálogo interreligioso, ni éste es una alternativa a aquélla. No obstante ambos conceptos, diálogo y anuncio, han de ser compaginados y relacionados estrechamente.
¿En qué campos las religiones han de dialogar y colaborar? Cada una deberá conocer su aportación a la paz del mundo, su proyecto sobre la vida y la familia, el respeto a las comunidades minoritarias, la dignidad de la persona humana y su expresión en los derechos humanos, de modo especial el de la libertad religiosa y su ejercicio, el conocimiento reciproco e intercambio de informaciones: todo esto supone un serio examen, provocando el diálogo interreligioso un diálogo intrarreligioso.
En nuestro país el diálogo interreligioso aún no se ha iniciado. Nuestra larga historia ha estado marcada por guerras, prejuicios, ignorancia y hasta discriminación e intransigencia. Todavía estamos necesitados cristianos y no cristianos de pasar de la tolerancia al reconocimiento de unos valores existentes en toda religión.
Sería de desear que, al igual que la Iglesia católica tiene voluntad decidida de estar a la escucha y en permanente actitud de diálogo, todas las religiones y grupos religiosos secundaran estos mismos deseos: esto se lograría mediante un comité entre las tres religiones monoteístas, que en España ya han alcanzado «notorio arraigo» para dialogar con el Estado, pero carecen de cauce idóneo para dialogar entre si.
Entre las religiones existentes en España cabe citar:
el judaísmo;
el islamismo;
otras religiones.
FUENTES
https://www.diocesismalaga.es
https://conferenciaepiscopal.es