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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 31 de octubre de 2022

MARTÍN LUTERO EN EL DÍA DE LA REFORMA

Martín Lutero: La Reforma protestante

Martín Lutero. Retrato de Cranach el Viejo (1521)

por Tomás Fernández y Elena Tamaro

Con el nombre de Reforma es designado el movimiento religioso iniciado por Martín Lutero que daría lugar al protestantismo. La división religiosa del continente a que llevaría la Reforma se inició en 1520, cuando el monje alemán Martín Lutero fue excomulgado por el papa León X  por su feroz crítica de la política religiosa de los papas, convertidos en mercaderes de paraísos y de salvación a buen precio; tres años antes, el propio Lutero había colgado su diatriba (las famosas noventa y cinco tesis) en las puertas de la iglesia de Wittenberg. Este suceso aparentemente banal fue el desencadenante de un largo proceso de ruptura. Pocos meses después, en la Dieta de Worms (1521), la negativa de Lutero a retractarse ante el emperador Carlos V,  convertido en defensor de la ortodoxia católica, supuso también su proscripción política del Imperio. Los intereses de algunos príncipes alemanes por frenar el ascenso del absolutismo de los Habsburgo y su deseo creciente de hacerse con las tierras de los monasterios hicieron el resto.

Erasmo de Rotterdam
Entre 1521 y 1525, la Reforma viviría sus momentos heroicos, de abierta oposición a Roma y a sus símbolos. El mensaje de emancipación pasó a ser interpretado libremente, desbordando con creces el marco originario de las doctrinas luteranas. Ejemplo extremo de ello es la guerra de los campesinos liderados por Thomas Müntzer (1491-1525). De hecho, el final de este conflicto, que se saldó con la ejecución de los rebeldes, marca un punto de inflexión en la reforma luterana. A partir de este momento se observará una orientación más conservadora: en materia religiosa, frenando las innovaciones y libres interpretaciones de algunos discípulos; en materia social, predicando la sumisión a las autoridades establecidas (como en el caso de las propias revoluciones campesinas, condenadas enérgicamente por Lutero); en materia eclesiástica, prestando una mayor atención a los aspectos organizativos de la nueva iglesia. Finalmente, en este período se produjo la ruptura total de Lutero con humanistas como Erasmo de Rotterdam, a causa de las diferencias doctrinales en el tema de la predestinación.

Ultrico Zwinglio
A partir de 1527 la reforma luterana se extendió, conviviendo con otras versiones de la doctrina reformada como las de Ultrico Zwinglio  en Zurich o Martín Bucero (1491-1551) en Estrasburgo. Zwinglio, artífice de la Reforma en la ciudad suiza, era hijo de campesinos, clérigo humanista, admirador de Platón  y conocedor de Erasmo. Zwinglio inició un proceso de renovación personal que le llevó a adoptar unas posiciones doctrinales cercanas a las de Lutero. Siendo predicador en Zurich, luchó a partir de 1521 para que su ciudad y los cantones confederados se sumaran a sus ideas, cosa que logró en 1523: la misa en latín quedó suprimida, se retiraron las imágenes de las iglesias y se secularizaron los conventos.

Basilea, por otro lado, era en estos años un centro humanista de singular importancia. Juan Ecolampadio  (1482-1531) predicó allí las doctrinas zwinglianas desde 1523, y cuatro años más tarde la ciudad se incorporó a la Reforma. El triunfo de la Reforma en Estrasburgo a partir de 1529 se debió a Capiton (1478-1521) y, sobre todo, a Martín Bucero. La Reforma en su versión zwingliana se difundió ampliamente por las ciudades de Suiza y el sur de Alemania, mientras que las del norte se mantuvieron fieles al primitivo mensaje luterano. Uno y otro modelo presentaban diferencias teológicas y litúrgicas importantes, siendo quizás la fundamental la relativa a la eucaristía. Zwinglio negaba la presencia real de Cristo en ella, convirtiendo el sacramento en una simple ceremonia simbólica; se abría así una fisura en el seno de las doctrinas reformadas.

Carlos V

Los intentos de frenar la relativa tolerancia seguida por Carlos V tras la primera Dieta de Espira (1526) fueron contestados por los príncipes alemanes reunidos de nuevo en aquella ciudad en 1529. Príncipes y ciudades reformadas protestaron (de ahí que desde entonces se les conociera como "protestantes") contra la voluntad imperial de volver a la situación de 1520. Los intentos de llegar a un entendimiento en la Dieta de Augsburgo de 1530 fracasaron, dando paso al enfrentamiento armado.

La lucha contra los príncipes alemanes reformados, unidos en la Liga de Esmalcalda (1531) por Federico de Hesse, tuvo altibajos debido a las ayudas que aquellos recibían de potencias como Francia o Inglaterra, adversarias de la hegemonía política que los Habsburgo trataban de imponer sobre Europa. A pesar de la victoria de Carlos V en Mühlberg (1547), los ejércitos de Mauricio de Sajonia (1521-1553) derrotaron a los imperiales en Innsbruck (1552). Esta derrota, además de la abdicación del emperador en favor de su hermano Fernando I de Habsburgo  y de su hijo Felipe II,  que se haría efectiva entre 1555 y 1556, precipitó la llamada paz de Augsburgo (1555), que significaba la renuncia a la unidad religiosa en Alemania y el fin de los ideales de una sola cristiandad defendidos por Carlos V.

En la década de 1550 la fisura religiosa había quedado definida, aunque no de forma concluyente. España, Italia, gran parte del sur de Alemania, Austria, Bohemia, Polonia y Lituania seguían siendo católicas, aunque las cuatro últimas hubiesen aceptado la presencia de minorías calvinistas. Gran parte del norte de Alemania era luterana, al igual que Dinamarca y Suecia. Los cantones suizos eran en parte católicos, pero Ginebra aparecía como centro del calvinismo. Inglaterra, al cabo de muchas vacilaciones, se convirtió en un país protestante con una iglesia estatal de signo calvinista. Rusia conservó su fe ortodoxa. Surgieron nuevas sectas, como los anabaptistas, que discrepaban tanto de la religión católica como de la protestante, y que, por su oposición a todo principio de autoridad, serían perseguidos por una y otra. La respuesta católica, auspiciada por el emperador Carlos V, fue la convocatoria por el papa Paulo III del Concilio de Trento (1545-1563).

La ruptura terminaría generando confusión y violencia. En Francia, la conversión al calvinismo de determinados sectores sociales en la década de 1560 añadió un matiz ideológico a la rivalidad existente entre los grandes magnates territoriales (los Guisa, los Condé, los Borbones) en una época de debilidad del gobierno central. Durante las guerras civiles que desgarraron el país intermitentemente entre 1562 y 1593, Francia corrió serio peligro de fragmentación confesional. También en los Países Bajos, a partir de la década de 1560, los intereses religiosos se confundieron con los políticos. Se inició así una rebelión que se prolongaría a lo largo de ochenta años.

Causas y efectos de la Reforma

Las causas profundas del malestar religioso tenían sus raíces en el propio desarrollo histórico del Renacimiento europeo. La crisis política de la iglesia bajomedieval y el Cisma de Occidente (1378-1417) originaron un vacío espiritual y la creciente mercantilización de las prácticas religiosas. Numerosos humanistas denunciaron el bajo nivel moral del clero, su escasa preparación, la primacía de los intereses terrenales sobre los espirituales y, en especial, la venta de indulgencias, con las que se conseguía una rebaja de las penas del purgatorio.

Los anhelos de regeneración de las costumbres religiosas y la búsqueda de una vida espiritual más intensa y personal fueron abriéndose paso en círculos de religiosos y laicos como el de los Hermanos de la Vida Común, un grupo próximo a lo que se llamó la devotio moderna. Numerosos en los Países Bajos y Renania, e influyentes gracias a sus escuelas (Erasmo y Lutero asistieron a ellas) y a sus libros -sobre todo la Imitación de Cristo (1418), atribuida a Tomás de Kempis, (1380-1471)-, no desafiaban la ortodoxia abiertamente, sino que manifestaban sus críticas de forma implícita, prescindiendo de muchos ritos y preceptos que consideraban superfluos y defendiendo una piedad subjetiva y ascética basada en la lectura personal y directa de la Biblia. La crítica textual propugnada por los humanistas vino en su ayuda, demostrando que, aparte del bautismo y la eucaristía, presentes en los Evangelios, el posterior edificio de los sacramentos (confirmación, matrimonio, confesión, penitencia, extremaunción, ordenación) era artificial y estaba llamado a desmoronarse, y con él la necesidad de una casta sacerdotal que lo mantuviese en pie: la jerarquía eclesiástica entera, desde el papa hasta el último franciscano, se hacía innecesaria.

A nivel político, allí donde la Reforma triunfó tuvo lugar un proceso de consolidación del poder establecido. La ruptura con el papado liberó a los gobernantes de su dependencia respecto a una institución que proclamaba la superioridad de su poder espiritual sobre cualquier otro poder terrenal. Además, la supresión de las antiguas instituciones eclesiásticas y la secularización de sus bienes, junto al principio luterano que atribuía al poder político la organización de sus propias iglesias, favoreció una ampliación del ámbito de competencias del poder civil: el pastor se convertía así en funcionario del príncipe. La tesis del sacerdocio universal no implicó la desaparición del ministerio pastoral, sino la profesionalización de los líderes eclesiásticos a partir de una completa redefinición de su estatus social y de sus funciones. La labor fundamental del pastor era ahora la predicación de la doctrina, y el sermón se convirtió en pieza clave de una misa cuya liturgia se simplificaba y enriquecía a la vez con nuevos elementos como los cánticos, empleándose las lenguas vulgares como vehículo de comunicación.

La Reforma también tuvo importantes repercusiones sociales. Las doctrinas reformadas, al hacer hincapié en la salvación individual, estructuraron las prácticas piadosas en torno al culto doméstico. Las familias se integraban en parroquias en las que el pastor ejercía una "clericatura atenuada", una tarea de disciplina y control. La primera práctica colectiva era el culto dominical. La confesión privada al oído fue sustituida por una confesión pública leída por el pastor, quien también ofrecía una absolución general. La eucaristía se celebraba cuatro veces al año. Los ritos asociados a la existencia del feligrés (bautismo, matrimonio y funerales) perdieron toda su carga simbólica.

La teología luterana

El término Reforma, por su suavidad, puede inducir a confusión: la Reforma no fue una transición ni una serie de cambios programados, sino una verdadera revolución religiosa con aspectos y efectos políticos; la Reforma rompió la unidad de la Iglesia de Occidente, produjo nuevas formas eclesiásticas e inauguró una nueva época en la historia de la espiritualidad cristiana. Sin embargo, la palabra Reforma corresponde a la idea que tuvieron sus promotores de no ser los fundadores de una nueva religión, sino de restaurar, en un tiempo en el que ya estaban presentes todos los gérmenes de la edad moderna, el cristianismo primitivo. Si bien es la resultante de tendencias, aspiraciones e impaciencias ampliamente difundidas en Europa a principios del siglo XVI, la Reforma recibe un sello inconfundible por efecto de la personalidad de Lutero.

La formación de Lutero explica algunas de sus actitudes posteriores. Hijo de un minero, estudió con los Hermanos de la Vida en Común en un ambiente espiritual exigente. Destinado a ser jurista por voluntad paterna, decidió no obstante ingresar en la rigurosa orden de los Eremitas de San Agustín (1505). Su brillante carrera religiosa y universitaria en Wittenberg oculta, según el historiador Lucien Febvre, una profunda inquietud personal: "Lo que le importa a Lutero de 1505 a 1515 no es la reforma de la Iglesia. Es Lutero, el alma de Lutero, la salvación de Lutero. Sólo eso." Tras largas reflexiones, la solución teológica la encontró en las Epístolas de San Pablo:  la justificación por la fe.

La justificación por la fe es la base del pensamiento de Lutero, que rechaza la idea de que las obras puedan coadyuvar a que el hombre alcance la salvación. Lo que hace revolucionario el pensamiento luterano es la radicalidad de su formulación y la coherencia de su desarrollo, que conduce a una negación sistemática, en nombre de Dios, de las enseñanzas católicas fundamentales y de la propia Iglesia como institución. En efecto, si sólo la fe justifica, resulta innecesario todo ministerio sacerdotal, con poderes exclusivos para administrar los sacramentos, que haga de intermediario entre Dios y los hombres. Lutero sólo aceptaba como verdaderamente instituidos por Jesucristo  los sacramentos del bautismo y la eucaristía. La revelación estaba contenida únicamente en la Biblia, y todo cristiano iluminado por el Espíritu Santo era capaz de interpretarla libremente. Esta idea, que rechazaba expresamente la tradición de la Iglesia, ocasionó la publicación de numerosas Biblias sin comentarios ni acotaciones. Las doctrinas reformadas se sintetizaron en el lema Sola fide, sola gratia, sola scriptura (Sólo fe, gracia y Escrituras).

Lutero resume en sí el conflicto de la cultura eclesiástica en el bajo Medioevo. Ningún contacto directo, al principio, con el Humanismo; pero su formación filosófica y teológica se perfecciona con la "vía moderna" de Guillermo de Ockham: una filosofía crítica, no sin analogías con la kantiana, en la que la unidad de fe y razón queda destruida y la especulación metafísica se suspende. Dios se envuelve en un misterio abismal, del cual sale revelándose solamente en la medida en que quiere hacerlo, en la revelación histórica. Dios, que está más allá de todo concepto de bien o de mal, impone no obstante al hombre una disciplina; siguiéndola con su mejor voluntad, el hombre puede y debe legítimamente presumir que le es grato.

El esfuerzo para hacerse grato a este Dios insondable, llevado a cabo con una indudable seriedad y un vivo sentimiento de lo absoluto, conduce a Lutero a la paradójica conclusión de que el hombre no puede jamás estimarse positivamente digno de la gracia, y que su único mérito ante Dios consiste en reconocerse radicalmente pecador, acusándose sin merced ante Dios y haciendo suyo su veredicto condenatorio. A una tal acusación incondicionada de sí mismo, Dios contesta con una no menos incondicionada absolución. Estos pensamientos reciben en Lutero una influencia de apoyo por parte de la mística germánica, aunque no asimila (por sus premisas críticas occamistas) su fondo especulativo neoplatónico. El deseo de poner en claro su "teología de la cruz" como una doctrina de absoluta penitencia interior con respecto a la práctica penitencial de la Iglesia (indulgencias) conduce a Lutero a la proclamación de las noventa y cinco tesis (1517) y a la revolución religiosa.

La espiritualidad de la Reforma refleja las exigencias complejas y a veces antitéticas de la experiencia luterana. Por una parte la concepción intimista de la penitencia, y en general de la vida religiosa, pone al hombre directamente en relación con Dios, y al desvalorizar intrínsecamente las obras meritorias, es natural que la Iglesia, como dispensadora de la gracia, quede privada de motivación y sea abandonada; por otra parte, la actitud crítica, antirracionalista y anatomista que caracterizó a Lutero se contrapone al intelectualismo y a la confianza en la persona que aportó el Humanismo.

La Iglesia, como custodia de la revelación, como garantizadora sacramental de la gracia, es indispensable en su espiritualidad, y Lutero la reconstruye después haberla negado; pero la reconstruye como un puro cuerpo espiritual, abandonando sus aspectos jurídicos y administrativos a la autoridad de los príncipes alemanes, los cuales, en el pensamiento de Lutero, administran la Iglesia, no en cuanto son el Estado, sino en cuanto que ellos son también "miembros preeminentes" de la Iglesia, investidos, por su posición, de especiales responsabilidades.

La misma complejidad llena de antítesis se encuentra en toda la concepción luterana de la vida. Si Lutero abandona el estado monástico (no voluntariamente, a decir verdad, sino forzado por las circunstancias) y si lo combate como la quintaesencia de las "obras meritorias", con una polémica violenta hasta la injusticia, no por ello reivindica Lutero la posibilidad de un gozoso vivir humano. Todo el mundo para Lutero yace en el mal, y el pecado se insinúa en todas partes, desde la forma sutil de la vanidad y del amor a sí mismo hasta en las expresiones de moralidad más elevadas.

Por otra parte, precisamente porque el mundo es malo, y en ningún modo es posible crear en él una isla de perfección, el mundo es aceptado como es: como un campo de batalla, de ejercitación moral, como una cruz a veces, cumpliendo con fidelidad los deberes (relativos y siempre discutibles desde el punto de vista de lo absoluto) de los que se compone la vida humana, y que, cumplidos con religiosa conciencia, como deberes dictados por Dios al hombre en su particular situación concreta, asumen un valor de "vocación".

La vida se desenvuelve así en dos líneas paralelas: la vida de la fe, en su interioridad y pureza, y la vida del mundo, con su relatividad pecaminosa. El hombre cristiano, en su concreción, pertenece a la una y a la otra, sacando de su fe una exigencia superior, un motivo de control, y al mismo tiempo de desvío de la realidad problemática en que vive; en esta realidad halla las condiciones concretas para el ejercicio, ascético en el fondo y quizá doliente, de su fe. Pero la vida vivida en la fe no impide al mundo ser "mundo", insuperable pecaminosidad, y la fidelidad cristiana en el servicio del mundo no puede jamás asentarse en la cuenta favorable al hombre en el balance eterno: la única razón de subsistencia del hombre ante Dios es siempre su inmerecido y gratuito perdón.

En esta polaridad y ambivalencia está la característica profunda de la espiritualidad luterana. Es por otra parte difícil que ésta se mantenga íntegramente en la tensión y el equilibrio de su afirmación y negación. Y así, hay a menudo, ya en Lutero mismo y más en el luteranismo, una alternancia de estados de ánimo: unas veces de completa negación del mundo (del que se busca refugio en la interioridad de una vida espiritual autosuficiente y sin necesaria relación con la vida concreta,) y otras veces de afirmación integral de la vida en su autonomía relativa, que en un tiempo más próximo a nosotros, a causa de la reducción del cristianismo al plano de una religiosidad sin pecado original y sin redención trágica, se resolverá simplemente en el optimismo de la presencia interna de lo divino en el devenir del mundo.

Esta resolución, cuya paternidad (sea gloriosa o deplorable) Lutero no puede declinar en las concepciones del mundo moderno, está en todo caso más allá de las intenciones del reformador. De todos modos hay que reconocer a Lutero el mérito de haber planteado el problema de la ética con todo su rigor, aclarando la diferencia que hay entre lo moral, lo útil y lo jurídico. El bien no es la adecuación al contenido de una "ley", y no es tampoco lo ventajoso para mí o para mi prójimo; más allá de todo legalismo y de todo interés, el bien es la obediencia incondicional a una voluntad absoluta. La transcripción lógica de la experiencia luterana será la moral kantiana. Reduciendo a la razón legisladora del hombre la insondable voluntad del Dios de Lutero (que por otra parte se revela como una libre voluntad de amor para sus criaturas, poniéndose así como forma y contenido del deber), Kant  empobrece sin embargo en cierta manera la ética luterana de la obediencia a Dios solo.

El anabaptismo

La Reforma luterana se encuentra, desde su aparición, en antítesis y en competencia con un movimiento popular de insurrección religiosa, social y política: el anabaptismo. La hostilidad hacia este movimiento de Lutero (quien tuvo su parte de responsabilidad moral en su sangrienta represión por obra de los príncipes alemanes) no es debida solamente a motivos contingentes. El anabaptismo no comprometía solamente la Reforma ante el juicio de los príncipes, de los que la Reforma tenía necesidad, sino que sobre todo expresaba una espiritualidad diversa, en la que revivían los motivos dominantes de las herejías medievales: la aspiración a la renovación de la sociedad, la espera del reino de Dios del año mil, la inspiración como suprema instancia religiosa y como contraseña de la madurez de los tiempos.

Con su voluntad de instaurar un orden cristiano, según el modelo del Sermón de la Montaña, el anabaptismo debía desconocer profundamente, a juicio de Lutero, la insuperable pecaminosidad del mundo y la diferencia irreductible entre el plano de la fe y el de la vida concreta. La voluntad del anabaptismo de purificar la Iglesia, transformándola en una comunidad de adultos bautizados después de una profesión de fe personal, no concordaba con la profunda y compleja concepción eclesiástica de Lutero, según el cual la Iglesia, en su profunda esencia, no es "visible" (sólo Dios discierne los que son justificados por él mismo), mientras que la organización visible de la Iglesia queda siempre sujeta a lo problemático de las cosas de este mundo.

También el carácter insurreccional del movimiento contradecía no solamente el temperamento conservador de Lutero, sino su profunda persuasión de que los males de este mundo han de ser soportados como una cruz y transfigurados en factores de vida interior. En fin, la apelación al Espíritu Santo, que aparecía, incluso en su realidad concreta, expuesto a todos los riesgos del subjetivismo, no se compaginaba con el apego a la Biblia que Lutero había heredado de su formación occamista, y que correspondía profundamente a las exigencias de su conciencia suspicaz ante todas las voces interiores y los impulsos incontrolables, en que fácilmente podían enmascararse las insidias del diablo. El espiritualismo de los anabaptistas presenta en cambio mayores afinidades con la religiosidad humanista que reconocía en Erasmo su más autorizado representante, y que por otra parte era opuesta a toda actitud revolucionaria. Hacia ésta, como hacia el anabaptismo, Lutero puso, con su famosa polémica contra el libre albedrío, un límite infranqueable.

El calvinismo

La Reforma llega a su completa expresión sociológica y eclesiástica y a su sistematización doctrinal coherente con el calvinismo. El espíritu lógico y jurídico latino de Juan Calvino  (1509-1564); el hecho de que la Reforma calvinista se desarrolló en un ambiente ciudadano y republicano como el de Ginebra, y que en otras zonas (Francia, Países Bajos) se encontrara ampliamente empeñada en las guerras de religión; y el mayor radicalismo de esta Reforma, que no se limitó a corregir el edificio de la Iglesia medieval, como había hecho Lutero, sino que quiso fundarlo de nuevo sobre el modelo de la Iglesia primitiva (aspiración común con el anabaptismo), explican la diversa fisonomía del calvinismo.

La Iglesia calvinista, incluso allí donde está en relaciones de íntima colaboración con el estado, como en Ginebra, es una Iglesia que se gobierna por sí misma, por medio de sus consejos de pastores y de "ancianos" (consistorios, sínodos), creando de este modo en sus fieles el gusto y la capacidad del autogobierno. Su ética está determinada por el desarrollo que asume en la doctrina calvinista la idea de la predestinación. Esta doctrina, que parece que habría de conducir a un fatalismo pasivo, quitando al hombre todo motivo de obrar, se trueca en cambio en el Calvinismo en un enérgico impulso a la acción.

Los que están persuadidos de ser elegidos de Dios e instrumento de sus planes piensan cumplir en sus acciones su eterna voluntad, y recíprocamente encuentran en el éxito de sus acciones una comprobación de su elección. Las obras, eliminadas por Lutero como obras "meritorias", reingresan en la ética reformada como "signos" de la salvación cumplida. El dualismo del mundo y del Reino de Dios, que no es substancialmente menos completo para Calvino que para Lutero, no conduce en este caso a una tolerancia pasiva, sino a una enérgica actividad dirigida a someter el mundo a la voluntad de Dios, y a obligarle a reconocer su gloria.

La motivación de esta actividad en el mundo, por otra parte, está desprovista de todo motivo utópico: el mundo no es substancialmente mejorado por la actividad de los elegidos, y sigue siendo el mundo del pecado, provisional, transitorio, caduco. El calvinismo no espera una instauración milenarista del Reino de Dios (como el anabaptismo), y su visión de la vida perfecta se proyecta decididamente en el más allá (como en el luteranismo y en el catolicismo); pero igual que el catolicismo, y más que el luteranismo, se interesa por el problema de una sistematización de la ciudad terrena que tienda favorablemente a los fines del Reino de Dios.

La ética calvinista se traduce en la vida económica (estimulada por la supresión de la prohibición medieval del préstamo a interés) en un activismo al mismo tiempo libre y austero, que considera la vida como un combate, el lucro como un deber, el éxito como una sanción divina, el lujo como un pecado y la severidad del tipo de vida como un título de nobleza (puritanismo). Esta concepción de la vida, en los siglos XVII y XVIII, especialmente en suelo anglosajón, se cruza con otras influencias de origen humanista y anabaptista, que por una parte conducen a una atenuación de la doctrina de la predestinación (arminianismo) y por otra a una valoración más favorable de la capacidad del hombre natural (jusnaturalismo), e inclinan la autonomía de los elegidos calvinistas en el sentido de la declaración de los derechos del hombre y de la libertad de conciencia.

El devenir de la Reforma

Nacida de exigencias religiosas, la Reforma se entrecruza, en su difusión, con los intereses políticos y las pasiones nacionales y raciales, polarizando en los Estados germánicos el estado de ánimo impaciente por la influencia, a veces financieramente gravosa, de la curia romana, y sacando provecho de la secularización de los bienes eclesiásticos confiscados por los príncipes, en gran parte en provecho propio. Tal interferencia de motivos determina diversamente la configuración de la Reforma y de la Iglesia en los estados protestantes, y su conexión más o menos estrecha con las autoridades civiles.

Una posición aparte ocupa la Iglesia anglicana, brotada de un acto de gobierno regio al que debe también su fisonomía particular: católica en el rito y en la jerarquía, calvinista en la doctrina y en la moral. Pero la historia de la Reforma en Inglaterra no se identifica con la de la Iglesia anglicana, sino que más bien es la historia de la controversia del anglicanismo con las Iglesias "independientes", de más acentuado carácter calvinista. En Francia, la historia de la Reforma se inserta en la de las luchas de la nobleza provincial contra el creciente absolutismo monárquico. De esta situación de minoría combatida y perseguida se deriva la teoría calvinista del derecho a la resistencia, por parte de los "magistrados inferiores" y de los estados generales, al arbitrio del soberano. En Italia la Reforma se redujo a un movimiento de "élites" intelectuales, más o menos íntimamente unido al humanismo. A este origen cultural deben los reformadores italianos su peculiar fisonomía, que les confiere una posición intermedia entre Renacimiento y Reforma, y los convierte en precursores (incomprendidos y combatidos hasta por los protestantes de su tiempo) de la Ilustración del siglo XVIII (socinianismo).

La época de la Reforma comprende esencialmente los siglos XVI y XVII. En el XVIII afloran en la sensibilidad europea nuevas tendencias, que aunque sigan buscando su inspiración en la fe y en la piedad de la Reforma, señalan al mismo tiempo hacia nuevos problemas y nuevas orientaciones. El predominio de la Biblia en la Reforma quedará sometido a la crítica de la razón y de la historia; el dogma cristiano se resolverá en la "religión natural" (Ilustración); la esfera del sentimiento, relegada a un segundo plano por el objetivismo teológico, eclesiástico y sacramental de la ortodoxia protestante, recobrará la conciencia de su autonomía, contraponiéndose al racionalismo (Pietismo, Metodismo, Romanticismo). El protestantismo vivirá en adelante de su controversia con el mundo moderno, al cual sigue proporcionando importantes temas de meditación espiritual.

FUENTE:
Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Martín Lutero. La Reforma». 
En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. 
Disponible en


AGENDA – PRÓXIMOS ACTOS


5 - 13 noviembre 2022

Semana de las Religiones
Plataforma de encuentro entre miembros de diferentes comunidades religiosas
SUIZA
MUNDIAL

8 noviembre 2022 - 18'00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: Desmond Tutu in memoriam por Nigel Thomas
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE 

15 noviembre 2022 - 18'00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: El martirio de la Iglesia rusa por Andrej Kordochkin
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE 

21 - 27 noviembre 2022

X Jornadas de desierto
El papa Francisco y Carlos de Foucauld en la Fratelli Tutti
Inscripciones: foucauld.horeb@gamil.com
Organiza: Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
ON LINE

22 noviembre 2022 - 18'00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: El cristianismo ucraniano en España por Andrés Martínez
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE 

23 noviembre 2022 - 20'00 horas

Oración Ecuménica de Adviento
Salón Club Parroquial Cristo Rey
Plaza de España, 2
SABIÑÁNIGO (Huesca)

26 noviembre 2022 - 18'00 horas

Reunión de Oración por la Unidad
Parroquia de la asunción, Franklin 2173 (Flores) a la altura de Av. Gaona 2700
BUENOS AIRES (Argentina)

29 noviembre 2022 - 18'00 horas

Curso de Formación bíblico-ecuménica, "Una caravana de Hermanos"
Tema: Conversaciones de Malinas 1922 - 2022 por Pedro Langa OSA
Centro Ecuménico "Julián García Hernando", c/ José Arcones Gil, 37 - 2º
MADRID
ON LINE 





domingo, 30 de octubre de 2022

CONCILIO VATICANO II Y ECUMENISMO

El Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II


por Joaquim González-Llanos

CLAVE:
  • «Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos del sacrosanto Concilio ecuménico Vaticano II» Con estas palabras da comienzo el Decreto Unitatis redintegratio. Y se puede decir que, efectivamente, el Concilio supone un gran impulso, una nueva manera de ver todo el esfuerzo desarrollado en las diferentes confesiones cristianas orientado a la reconciliación de la cristiandad dividida, que es en lo que consiste propiamente el ecumenismo.

Dirá más tarde Juan Pablo II que «con el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica» 1

La misión de la Iglesia

Si nos preguntamos sobre el porqué de este progreso doctrinal, la respuesta está en un mejor entenderse la propia Iglesia, que fue uno de los fines del Concilio Vaticano II. En efecto, la misión de la Iglesia se encamina a la instauración escatológica del reino de Dios. Y lo hace dirigiéndose a los no cristianos −la «missio ad gentes»−, llevando la buena noticia a las naciones: es el anuncio del Evangelio en «tierras de misión». La misión de la Iglesia se dirige también, como es lógico, a sus propios hijos, a los que quiere conducir a una íntima unión con Dios a través de la predicación, de la catequesis y de los sacramentos. Es la tarea pastoral de la Iglesia.

«Pero hay un tercer aspecto de la misión, profundamente unido al anterior. Porque cuando la Iglesia contempla su propia realidad, advierte que, en esta una y única Iglesia, ya desde los comienzos, surgieron escisiones, que el Apóstol condenó severamente; y que ahora, como fruto de ulteriores cismas, 'comunidades no pequeñas se separaron de la plena comunión de la Iglesia Católica, a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte´ (UR 3). Respecto de todas esas personas, 'que se honran con el nombre de cristianos, y a los que los hijos de la Iglesia Católica, con razón, reconocen como hermanos´ (UR 3), la Iglesia tiene una responsabilidad ante Dios que se enraíza en la misión recibida de Cristo. El ecumenismo es el ejercicio de esa responsabilidad y consiste en «promover la unitatis redintegratio de todos los cristianos» (UR 1). Este tercer aspecto de la misión única, que llamaremos tarea «ecuménica» de la Iglesia no es sino la forma que toma la misión pastoral de la Iglesia como consecuencia de la realidad histórica de las divisiones y los cismas» 2

Historia del movimiento ecuménico

Este interés de la Iglesia por restañar las heridas producidas por las divisiones y los cismas está presente en todos los tiempos, desde su fundación. Pero cobra un auge particular en el siglo XX, con la eclosión del movimiento ecuménico. En palabras del Concilio, «se entiende por movimiento ecuménico las actividades y obras nacidas u ordenadas a favorecer la unidad de los cristianos, de acuerdo con las diversas necesidades de la Iglesia y las posibilidades de los tiempos» (UR 1). Sus orígenes están en el campo protestante.

En el siglo XIX tiene lugar una gran expansión misionera. Dan comienzo las misiones protestantes, no con el apoyo de sus Iglesias sino por obra de personas particulares y de sociedades misioneras. En seguida se hace evidente el desconcierto por parte de los conversos ante la división de las distintas confesiones. Se hace ver la necesidad de predicar un solo Evangelio y de instaurar una sola fe.

En el siglo XX se institucionaliza el ecumenismo de cuño protestante con la constitución en el año 1948 en Amsterdam del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Dos antecesores del Consejo fueron las asociaciones Faith and order (1920) y Life and Work (1925). Las bases del Consejo son confesar a Cristo como Dios y Salvador, la gloria del solo Díos, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pretende facilitar la acción común entre las Iglesias y las ayudas a la evangelización.

La reacción católica ante este movimiento fue al principio de reserva. Aunque durante su pontificado León XIII manifestó una gran preocupación por la unidad de los cristianos, se vio que el movimiento ecuménico tal como estaba orientado planteaba problemas para los católicos. Entre otros, las experiencias negativas de la “Asociación para promover la Unidad de los cristianos”, la idea difundida de las «three Branches» (católica romana, anglicana y ortodoxa) en que estaría hoy «conformada» la Iglesia de Jesucristo, y la misma idea del «diálogo» ecuménico, en perspectiva distinta a la habitual de la «controversia». De hecho Pío XI, en la encíclica Mortalium animos de 1928, prohibía la participación en reuniones ecuménicas.

El problema preocupaba, pero los medios para resolverlo no se veían adecuados. Aún así, hay que decir que en campo católico no se era indiferente ante el problema de la unidad. En la etapa anterior al Concilio, hay autores sensibles a esta problemática, como Congar, Le Guillou, Thils, y poco antes, el card. Mercier.

La llegada al papado de un hombre que tuvo que moverse en ambientes cristianos no católicos, como es el caso de Juan XXIII, supone un cambio de orientación, y ya en el primer anuncio de la reunión conciliar, el 25.I.1959, señalaba como uno de sus fines el de la restauración visible entre todos los cristianos. Veamos las enseñanzas del Concilio.

El ecumenismo y el Concilio Vaticano II

El estatuto teológico de las Iglesias y comunidades cristianas separadas de Roma se iluminan con la célebre expresión «subsistit in» de Lumen gentium 8, así como la doctrina conciliar sobre la comunión «plena», y «no plena o imperfecta».

El Decreto Unitatis redintegratio por su parte, aborda directamente el ecumenismo, consta de un Proemio y tres capítulos, en los que trata de los principios católicos del ecumenismo (cap. I); de la práctica del ecumenismo (cap. II), y de las características del diálogo con las Iglesias de Oriente y con las Comunidades surgidas de la Reforma (cap. III).

Hay que tener en cuenta que, aunque ambos documentos fueron promulgados el mismo día, presupone la doctrina conciliar sobre la Iglesia, expuesta en la Constitución dogmática Lumen gentium. Aquí nos fijaremos en el capítulo primero del Decreto que es el que contiene los principios teológico dogmáticos.

Comienza el Proemio recordando que «única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo» (UR 1). Esta división contradice la voluntad de Cristo; es un escándalo para el mundo y daña a la causa de la predicación del Evangelio. Reconoce que el llamado movimiento «ecuménico» está impulsado por el Espíritu Santo.

Añade que el deseo de unidad no se da solo individualmente sino en esa relación entre las Iglesias y comunidades cristianas en cuanto tales. Eso es lo propio del ecumenismo.

El Capítulo I expone los principios católicos del ecumenismo. Es significativo el cambio de texto. Antes se decía «principios del ecumenismo católico», como si hubiera varios ecumenismos. En realidad se trata de un único movimiento hacia la unidad, impulsado por el Espíritu Santo. Los «principios» se centran en la comprensión católica de los elementos de unidad existentes en la Iglesia: la unidad y unicidad de la Iglesia (UR 2); la situación de los hermanos separados (UR 3); el Ecumenismo en esta perspectiva (UR 4).

Hay un designio divino de unidad. Y Dios mismo ha dado a la Iglesia los principios de unidad: principios invisibles de unidad (el Espíritu Santo enviado por Cristo, une a Cristo y, por El, al Padre); y también principios visibles (la Jerarquía y el Papado, es el punto de discrepancia fundamental con las otras confesiones).

El Colegio de los Doce es el depositario de la misión apostólica; de entre ellos eligió a Pedro, al que Jesús confía un ministerio particular. La Iglesia tiende a la comunión del pueblo de Dios en la unidad: «en la confesión de una sola fe, en la celebración común del culto divino y en la concordia fraterna de la familia de Dios» (UR 2).

La situación de los otros cristianos

La flaqueza de los hombres ha contrariado el designio divino «a veces con la culpa de los hombres de una y otra parte» (UR 3). A pesar de estas rupturas, la Iglesia es una. No se ha disgregado en varias partes. El Decreto tenía en cuenta, como hemos comentado, Lumen gentium n. 8: La Iglesia de Jesucristo «establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, si bien fuera de su estructura se encuentran muchos elementos de santidad y verdad, que como bienes propios de la Iglesia de Cristo, impelen hacia la unidad católica».

Fuera del marco visible de la Iglesia Católica Romana hay elementos de santidad y verdad, que el Decreto llama elementa Ecclesiae. Fundamentan la gradualidad de la comunión plena o menos plena e imperfecta, y permiten hablar de verdadera comunión entre los cristianos.

«Hay muchos que honran la Sagrada Escritura como norma de fe y de vida, muestran un sincero celo religioso, creen con amor en Dios Padre todopoderoso y en Cristo, Hijo de Dios Salvador; están sellados con el bautismo, por el que se unen a Cristo, y además aceptan y reciben otros sacramentos en sus propias Iglesias o comunidades eclesiásticas. Muchos de entre ellos poseen el episcopado, celebran la sagrada Eucaristía y fomentan la piedad hacia la Virgen Madre de Dios» (UR 15).

Los que ahora nacen en esas Iglesias y comunidades (cfr. UR 3): 
1. No tienen culpa de la separación pasada; 
2. La fe y el bautismo les incorpora a Cristo y, por tanto, a la Iglesia, aunque esta comunión no sea plena por razones diversas; 
3. Son auténticos cristianos, amados por la Iglesia y reconocidos como hermanos.

El papel que tienen las comunidades cristianas en la salvación está descrito con estas palabras: «El Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica» UR 3). Se puede decir que esas comunidades son copartícipes de la única y misma economía salvífica. Los elementa Ecclesiae pertenecen a la economía de la Salvación.

También previene el Decreto de un fácil irenismo que desconociera lo que todavía separa: «Sin embargo, los hermanos separados de nosotros, ya individualmente, ya sus Comunidades e Iglesias, no disfrutan de aquella unidad que Jesucristo quiso dar a todos aquellos que regeneró y convivificó para un solo cuerpo y una vida nueva, que la Sagrada Escritura y la venerable Tradición de la Iglesia confiesan. Porque únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, auxilio general de la salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación» (UR 3).

El Ecumenismo a la luz de estos principios

El movimiento ecuménico primariamente se dirige más a las comunidades que a los individuos. Se participa de él desde la identidad confesional respectiva. De todas maneras conlleva algunas exigencias a nivel personal. El Decreto señala algunas cuando se refiere, por ejemplo, a «los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad a la condición de los hermanos separados, y que, por lo mismo, hacen más difíciles las relaciones mutuas con ellos» (UR 4)

Todos pueden tener protagonismo en la acción ecuménica, principalmente por la oración, pidiendo al Señor la unidad de todos los cristianos. El Decreto habla de un cierto ecumenismo «interior», y se refiere a la libertad, tanto en las formas de la vida espiritual como a la disciplina y diversidad de ritos litúrgicos, incluso en la elaboración teológica de la verdad revelada, manifestando así la auténtica catolicidad (cfr. UR 4).

También se alude al “diálogo de peritos». Se trata de que cada uno explique con mayor profundidad la doctrina de su Comunión y que presente con claridad sus características. El sentido y finalidad de ese diálogo viene descrito así: «Por medio de este diálogo, todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada Comunión; además, consiguen también las Comuniones una mayor colaboración en aquellas obligaciones que en pro del bien común exige toda conciencia cristiana, y, en cuanto es posible, se reúnen en la oración unánime» (UR 4).

A continuación el Concilio aborda el «apostolado de las conversiones» y dice: “la obra de preparación y reconciliación personal de quienes desean la plena comunión católica es por su naturaleza distinta de la obra ecuménica; si bien no existe entre ellas oposición alguna, pues ambas proceden del admirable plan de Dios» (UR 4). De esta manera sale al paso de los que ven mal las conversiones individuales al catolicismo, por pensar que son contrarias a la obra ecuménica. A la vez, aclara que el ecumenismo no es «una nueva táctica para conseguir conversiones con mayor facilidad». Cabe que ambas tareas se den conjuntamente. Una, el ecumenismo mira a las comunidades separadas en cuanto comunidades, la otra, el apostolado de las conversiones, mira al hombre individual.

«En definitiva, el Decreto invita a mirar a los demás cristianos no tanto y sólo bajo la perspectiva de «no-católicos» (lo cual es cierto, pero es la media verdad), sino partiendo de la consideración fundamental de «cristiano». No tanto y sólo bajo el prisma teológico, pastoral y espiritual de aquello que «no son», sino de lo que «son», sin desconocer lo que todavía separa. Los principios expuestos en el Decreto (...) quieren provocar este espíritu de comprensión y benevolencia fraterna como condición de posibilidad para alcanzar la unidad anhelada» 3


NOTAS:
  1. Juan Pablo II, enc. Ut unum sint, 25.V.1995, n. 3. Con esta encíclica el Santo Padre desarrolla el decreto conciliar y lo orienta a la praxis. Resalta que en el propio Concilio hubo gestos tan significativos como el levantamiento de las excomuniones del pasado, la creación de un organismo especial dedicado al ecumenismo, y las opiniones de las demás comunidades cristianas que participaron con observadores. Cfr. José Ramón Villar, Eclesiología y Ecumenismo, Eunsa, Pamplona 1999, pp. 201-222 (cap. VII: «El decreto conciliar sobre ecumenismo y la encíclica Ut unum sint»).
  2. Pedro Rodríguez, Iglesia y Ecumenismo, Rialp, Madrid 1979, pp. 12-13.
  3. José Ramón Villar, o.c. p. 222.

AUTOR:
Joaquim González-Llanos
Doctor en Teología



FUENTES:
temesdavui.org.
https://www.almudi.org/
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sábado, 29 de octubre de 2022

NECESIDAD. PRINCIPIOS. DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

El diálogo interreligioso: Necesidad y principios


por Hilal Guler

Muchos seres humanos han comenzado a reconocer otro papel de la religión, como un poderoso medio para lograr la paz y la reconciliación Desgraciadamente la historia ha sido testigo de muchos actos violentos llevados a cabo en nombre de la religión. Sin embargo, muchos seres humanos han comenzado a reconocer otro papel de la religión, como un poderoso medio para lograr la paz y la reconciliación. Consecuentemente, el número de estudios sobre el «diálogo interreligioso» está creciendo de manera prometedora.

El diálogo interreligioso ha sido un tema muy controvertido y ha habido muchas discusiones al respecto: sobre su necesidad, su justificación y sus logros (Kurucan, 2006). Estas cuestiones han puesto de manifiesto que las personas no son conscientes del verdadero significado del diálogo interreligioso.

Perelman y Olbrechts-Tyteca (1969) explican el diálogo de la siguiente manera: «...no se supone que es un debate... sino más bien una pregunta a través de la cual los interlocutores buscan sinceramente y sin prejuicios la mejor solución a un controvertido problema»(1969, pág. 37). Con relación a esta descripción, Gülen (2000) describe el diálogo interreligioso como «...buscar para darse cuenta de la unicidad de la religión, de la unidad básica y de la universalidad de la creencia. La religión abarca todas las creencias y razas bajo la fraternidad, y exalta el amor, el respeto, la tolerancia, el perdón, la misericordia, los derechos humanos, la paz, la fraternidad y la libertad a través de sus Profetas» (Editorial La Fuente, septiembre de 2005). Estas descripciones nos llevan a otra pregunta: ¿Cuán útil y beneficioso puede ser el diálogo interreligioso para la solución de problemas?

El diálogo interreligioso no pretende cambiar las ideas de la gente acerca de sus religiones o creencias, sino que trata de encontrar un terreno común entre las religiones, centrarse en las comunidades y, a través del énfasis en la armonía y la paz, quiere encontrar soluciones a muchos de nuestros problemas comunes. De hecho, una de las razones para el diálogo interreligioso es «proporcionar un ambiente de libertad» (Kurucan, 2006, pág.17).

Otro autor importante del diálogo interreligioso fue Seyyed Hossein Nasr, profesor de estudios islámicos en la Universidad George Washington. Cuando visitó El Vaticano en 1977 como miembro de una delegación, Nasr destacó cinco áreas que el Cristianismo y el Islam pueden trabajar juntos para hacer un mundo mejor. Estas cinco áreas son «los peligros de la tecnocracia moderna y la destrucción ecológica, las crisis energéticas, los problemas de la juventud y la decadencia de la moral y de la fe» (Kot, 2009). Además, el reverendo Allman afirma: «La capacidad de discutir nuestras diferencias religiosas y culturales es algo más que una mera "actividad extra-curricular", es una habilidad vital para los participantes en la democracia, en especial en una sociedad democrática como la nuestra, llena de gente con profundas y complejas diferencias» (The Network, 1999).

Estas declaraciones muestran la importancia del diálogo interreligioso para la mejora de la humanidad y de la buena voluntad de las sociedades. Pinto (2003) resalta el papel del diálogo interreligioso en la sociedad actual como «...un hecho inevitable de nuestro ser-con-otras-religiones».

En relación con esto, Swidler et al. (2007) afirma que «En el pasado, en la era de la divergencia, podíamos vivir aislados unos de otros, pudiéndonos ignorar mutuamente. Ahora, en la edad de la convergencia, estamos obligados a vivir en un mismo mundo. Vivimos en un mundo cada vez más globalizado».

Hoy en día, las causas más comunes que promueven el conflicto entre religiones o entre personas de diferentes religiones tienen que ver con la falta de entendimiento entre las ideas o creencias del otro (Baum 2011). Los encuentros de diálogo interreligioso, los debates y conferencias, ayudan a superar estos conceptos erróneos y la falta de familiaridad desaparece. El resultado de estos diálogos puede ser grandioso. Como afirma Smock, «...cuando dos o más religiones se unen para explorar o promover la posibilidad de la paz, los efectos pueden ser especialmente potentes» (VIII).

Los beneficios del diálogo interreligioso son evidentes, pero no es un trabajo fácil. Una vez más, Smock (2002) pone de relieve que «el diálogo interreligioso es una tarea difícil y a menudo dolorosa» (VIII). Hay algunos requisitos previos para que el diálogo interreligioso tenga éxito. Swidler (2003) los clasifica como: « 1) Estar abiertos a aprender de otros. 2) El conocimiento de la propia tradición. 3) Un compañero de diálogo de disposición similar y bien informado acerca de la otra tradición» (pág. 12).

La importancia de cada requisito previo se explicará detalladamente a continuación.

Ingredientes para que un encuentro de diálogo interreligioso tenga éxito

1) El componente más importante del diálogo interreligioso es recordar el verdadero sentido del diálogo. Es una discusión de doble sentido que requiere respeto y comprensión. Este componente puede parecer muy sencillo de comprender, pero es muy fácil de olvidar. Swidler (2007) afirma que: «Si se mantiene este objetivo básico y se actúa con imaginación, la creatividad, continuarán el diálogo fructífero y una transformación creciente de la vida de cada participante y la de sus comunidades» (pág. 19). Así que, para obtener los mejores resultados en cada diálogo interreligioso, no debe olvidarse el verdadero sentido del diálogo. El diálogo ha de explicarse como «…una cuestión en la que los interlocutores buscan sinceramente y sin prejuicios la mejor solución a un problema controvertido» (Perelman y Olbrechts- Tyteca, 1969, pág. 37).

2) En estas reuniones, los participantes deben ser conscientes del hecho de que todos los miembros son de diferentes orígenes religiosos y culturales, por lo que el diálogo interreligioso se basa en la comprensión y el respeto mutuo. En el diálogo interreligioso, ninguno de los participantes debe tratar de desacreditar o cuestionar el sistema de creencias del resto.

3) Smock (2002) escribe que para determinar el éxito de un diálogo se ha de indicar el objeto de la reunión de manera clara y la elección de los participantes. El propósito de la reunión debe ser decidido por los participantes antes de las reuniones, quedando claro y detallado.

4) Al describir cómo iniciar el diálogo, Bohme et al. (1991) afirman que la interrupción es una parte importante del diálogo. Escuchar a los demás participantes es una fase obligatoria del proceso. Durante estas reuniones, todos los participantes deben estar libres de prejuicios y abiertos a la comprensión y al reconocimiento de nuevas perspectivas. Los encuentros de diálogo interreligioso son una buena manera de aprender acerca de las diferentes religiones y de los diferentes pensamientos.

5) No se debe olvidar que, en estos encuentros, nos reunimos como personas, no como sistemas de creencias, y que nos proporcionan una oportunidad increíble para aprender, discutir y entender a otras religiones. «... El diálogo entre las religiones y las tradiciones del mundo debería conducir a un conocimiento y a una mejor comprensión recíproca y al intercambio de los valores mutuos como un enriquecimiento de la propia fe y de la fe de los demás» (Cosijns y Braybrooke, 2008, 55-56). Sin embargo, un problema o error cometido en estos encuentros no debe ser utilizado para generalizar acerca de un sistema concreto de creencias. Kurucan (2006) afirma que cuando hablamos de diálogo interreligioso, «Nos referimos al diálogo entre las personas de diferentes religiones» (17). Así que las gentes, en estas reuniones, no deben ser vistas como categorías, ni como únicos representantes de sus religiones, sino que deben ser vistas como personas individuales, con sus virtudes y sus defectos, lo mismo que todos nosotros.

6) El diálogo interreligioso tiene como objetivo encontrar soluciones a los problemas del mundo y de las demás personas, centrándose en las similitudes entre los sistemas de creencias y no en las diferencias ni en cuestiones controvertidas.

7) Smock (2002) afirma que un solo encuentro de diálogo interreligioso no puede ser muy útil, por lo que deben haber algunas sesiones de seguimiento para poder advertir los beneficios de tales encuentros.

8) Además, es una buena oportunidad para aprender acerca de las prácticas religiosas de los demás participantes, ver las diferencias entre sus respectivas comprensiones, y tener mucho cuidado con estas diferencias durante el proceso de diálogo. Crowley (2006) afirma que la determinación de la estasis —de las partes en las que las ideas de los participantes difieren— es una parte importante de la discusión pública. En el diálogo interreligioso, es importante ser conscientes de la estasis, a fin de no ofender a los demás participantes.

9) No hay exclusivas ni sincretismo. Abu-Nimer et al. (2007) afirman que, en los diálogos interreligiosos, ninguna religión debe ser excluida. Esto sería una gran desventaja para el éxito del diálogo interreligioso. Abu-Nimer et al. (2007) también destacan que tratar de sincronizar todas las religiones en una sola puede ser tan peligroso como excluyente. Como se dijo anteriormente, es muy importante aceptar todas las religiones y a las personas religiosas dentro de su propio sistema de creencias.

10) El diálogo sólo puede plantearse en términos de igualdad. Si un grupo religioso ve a otro grupo inferior o incluso superior, el diálogo no podrá establecerse, pues ello no permite el intercambio ni el entendimiento entre los grupos, que es el objetivo principal de cualquier diálogo interreligioso.

El diálogo interreligioso es un asunto importante en el mundo globalizado. Personas de diferentes religiones conviven en este mundo interconectado enfrentándose actualmente a una gran cantidad de problemas. Estos grupos interreligiosos son cruciales para un mundo en el que «todos los días, casi 16.000 niños mueren por causas relacionadas con el hambre. Eso significa un niño cada cinco segundos» (www.bread.org). El papel del diálogo interreligioso en la solución de estos problemas no puede ser subestimado. Smock (2002) señala que «mientras que la religión pueda y deba contribuir a resolver los conflictos violentos, puede ser un poderoso factor en lucha por la paz y la reconciliación». (pág. VIII).


REFERENCIAS:
  • Abu-Nimer, M. & Khoury, A. & Welty, E. 2007. Unity in diversity: Interfaith dialogue in the Middle East. Washington, DC: United States Institute of Peace.
  • Bohm, D. & Factor, D. & Garrett, P. 1991. Dialogue: A Proposal. Extraído de http://www.david-bohm.net/dialogue/dialogue_proposal.html
  • Cosijns L.F. & Braybrooke , M. 2008. Dialogue among the faith communities. Lanham, MA: Hamilton Books.
  • Crowley, S. 2006. Toward a civil discourse: Rhetoric and Fundamentalism. Pittsburg, PA: University of Pittsburg Press
  • Gulen, M.F. 2005. La Necesidad de un Diálogo Interconfesional: Una perspectiva musulmana., Editorial La Fuente.
  • Kot, Z. 2009. «Muslim-Christian relations: The traditionalist interfaith dialogue» (Tesina inédita de maestría) George Washington University, Washington, DC.
  • Kurucan, A. 2006. Nicin Diyalog: Diyalogun temelleri. Uskudar, Istanbul: Isik Yayinlari
  • Perelman C.H. & Olbrechts- Tyteca, L. 1969. The new rhetoric: A treatise on argumentation. Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press.
  • Pinto, H. 2003. Faucault, Christianity and interfaith dialogue. New York, NY: Routledge Publications
  • Smock, D. R. 2002. Interfaith Dialogue and Peacebuilding. Washington, DC: United States Institute of Peace.
  • Swidler, L. & Duran, K. & Firestone, R. 2007. Trialogue: Jews, Christians and Muslims in Dialogue. New London, CT: Twenty-Third Publications.

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