Os he dado ejemplo
Juan 13, 1-7
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando el Diablo había sugerido a Judas Iscariote que lo entregara, sabiendo que todo lo había puesto el Padre en sus manos, que había salido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Después echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba ceñida. Llegó, pues, a Simón Pedro, el cual le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?» Jesús respondió: «Lo que yo hago no lo entiendes ahora, más tarde lo entenderás». (Juan 13, 1-7)
En el pasaje del lavatorio de pies, Juan retoma así un concepto básico de la tradición religiosa del Antiguo Testamento, así como del mundo de las religiones en general.
Para que un ser humano pueda situarse ante Dios, estar en comunión con Dios, debe ser puro. Por ello, las religiones han creado sistemas de “purificación” que se estipula permiten a los seres humanos estar con Dios.
Sin embargo, Jesús cambia de manera fundamental este concepto de pureza. En Mateo 5, 8 Jesús dice: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios”. Porque la pureza de Jesús no tiene nada que ver con los actos rituales. Tiene que ver con el corazón y con lo que dejamos entrar en nuestro corazón.
Y surge entonces la pregunta: ¿cómo nos volvemos limpios de corazón? ¿Significa que reemplacemos el acto ritual de purificación por la moralidad? ¿Debemos ver el mensaje de Jesús simplemente como una enseñanza moral?
Al comienzo del Evangelio de Juan, Juan nos dice que Jesús es la palabra de Dios que se ha hecho carne. A través de Jesús entendemos el amor y la compasión de Dios hacia nosotros. Este amor no es solo hacia ciertos aspectos de nuestra existencia humana, sino que incluye nuestro ser físico y espiritual. Jesús es el sí de Dios a todo lo que existe.
En Juan 15, 3 Jesús dice: “Vosotros ya estáis limpios por la Palabra que os he dicho”. Es la Palabra de Dios la que entra en nosotros y transforma nuestro pensamiento y nuestra voluntad, en resumen nuestro “corazón”. De este modo abre nuestro corazón, que se convierte así en un corazón que ve. ¿Estamos listos para recibir la palabra de Jesús en nuestra vida? ¿Estamos listos para creer en esta buena noticia?
Sigue siendo misterioso que a veces nos resulte difícil dejarnos amar. A veces no nos sentimos dignos. No podemos aceptar las palabras que nos ofrecen curación. Esto se ve en el lavatorio de los pies. Lavar los pies es un acto muy íntimo. En la Biblia, los pies eran vistos como la parte más vulnerable del cuerpo. No siempre es fácil revelar donde somos vulnerables, donde nos culpamos y nos acusamos a nosotros mismos. Creemos que podemos manejar todo solos. Pero si mantenemos nuestra debilidad y nuestra culpa en algún lugar oculto dentro de nosotros, nos envenenarán desde dentro.
Y por ello, porque somos débiles y porque a veces es difícil para nosotros tener fe en Dios, Jesús nos invita a que le mostremos nuestros pies sucios, a que le hablemos sobre nuestras dificultades. Y nos invita a lavarnos los pies los unos a los otros. Para ayudarnos unos a otros.
Hacer lo que hizo Jesús, lavarnos los pies los unos a los otros, no debe verse como una orden moral. Es más bien la consecuencia de la dinámica interna que proviene del don que Dios nos ha dado. Es este don de fe y de amor lo que transforma nuestro ser. Pablo expresa esto cuando dice en Gálatas 2, 20: “Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.
Hacemos el bien a los demás no porque tengamos que hacerlo, sino porque eso es lo que somos. ¡Dejar que la palabra de Cristo se fortalezca en nosotros puede llevarnos muy lejos! En Juan 14, 12, Jesús dice: “Quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores”.
Sin embargo, también es cierto que solo si acogemos la palabra sanadora siempre nueva de Jesús, y dejamos que nuestros pies sean lavados por Jesús una y otra vez, aprenderemos a hacer con Él, por los demás, lo que Él ha hecho por nosotros.
¿Qué significa para mí ponerme al servicio de los demás?
¿Qué podría expresar el gesto de Jesús acerca de Dios?
Comunidad de Taizé
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