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miércoles, 1 de abril de 2020

CREEMOS EN DIOS

El Rev. Dr. Olav Fykse Tveit ha sido secretario general del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) durante más de diez años. A partir del 1 de abril de 2020, el Rev. Dr. Olav Fykse Tveit asumirá su nueva función como obispo primado de la Iglesia de Noruega.
 Foto: Albin Hillert/CMI
Ante el desafío actual, es el momento de decir que “creemos en Dios”, afirma Tveit


Tras más de diez años a la cabeza del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), el Rev. Dr. Olav Fykse Tveit afirma que es el momento de creer en Dios, “nuestro pastor”, especialmente en estos tiempos en que nos enfrentamos a la crisis mundial de la COVID-19.

Al finalizar su mandato como secretario general de la mayor agrupación mundial de iglesias anglicanas, ortodoxas y protestantes, Tveit asumirá oficialmente a partir del 1 de abril su nuevo cargo de obispo primado de la Iglesia de Noruega, una iglesia de tradición luterana.

Tveit fue entrevistado por Noticias del CMI y la agencia de noticias italiana NEV de la Federación de Iglesias Protestantes de Italia, el país que hasta ahora más ha sufrido a causa del nuevo coronavirus, con aproximadamente 93 000 casos positivos y más de 10 000 fallecidos.

El trabajo para el que fue elegido, liderar el CMI en tiempos difíciles, ha sido, según sus palabras, un “privilegio” y una “bendición”, y se va sintiéndose optimista con respecto al movimiento ecuménico.

“Es muy importante que las iglesias puedan decir al unísono estamos caminando, orando y trabajando juntas”, dice.

En la entrevista, Tveit habla de “entender lo mucho que significa nuestra fe cristiana para quienes viven circunstancias muy difíciles, o conflictos, o en la pobreza, pero también para las personas con vidas como la mía, confrontadas cada día al reto de vivir dondequiera que estemos”.

Asimismo, habló de la importancia de la fe, “ya que en estos tiempos tememos ver algo que no hemos visto hasta ahora. Tenemos miedo del virus. Tenemos miedo de la pandemia. Tenemos miedo de las repercusiones que tendrá en muchas personas de todo el mundo, ricas y pobres”.

Más temor por quienes menos tienen

Este miedo concierne sobre todo a quienes ya se encuentran en situaciones menos privilegiadas y disponen de menos recursos, menos acceso a agua potable, jabón, servicios sanitarios y también menos apoyo financiero.

“Tenemos miedo de que llegue el día en que esta pandemia afecte la vida diaria de muchísimas personas en todo el mundo, convirtiéndose incluso en una cuestión de vida o muerte”, dice el dirigente del CMI, observando que no es el momento de “hablar a la ligera y de manera superficial”, tampoco en cuanto atañe a nuestra fe.

“Pero es el momento de decir que creemos en Dios, que es nuestro pastor, el Dios que nos muestra su favor a través de Jesucristo, que vino a nosotros y dijo: ‘Yo soy el buen pastor. Conozco a las mías, y las mías me conocen’”.

Tveit observa: “Para mí, ha sido muy importante saber que oramos juntos y que oramos

unos por otros, así como saber que algunos también están orando en particular por mi ministerio, por mis tareas, por mí y por mi familia”.

También señala que esta vida es la vida que nos ha sido dada a través de la crucifixión de Jesucristo y su resurrección.

“La vida para el mundo a la que también estamos llamados y que podemos compartir. Creo que también ha habido un retorno a lo esencial, a la base del mandato del CMI, a los fundamentos de nuestra fe, y también a los fundamentos de nuestras necesidades humanas como una sola Creación, una sola humanidad”, indica Tveit.

Entrevista completa realizada al Rev. Dr. Olav Fykse Tveit, secretario general del CMI:

Entrevista del CMI 
realizada en colaboración con la agencia de noticias italiana NEV de la Federación de Iglesias Protestantes de Italia.

Está a punto de iniciar una nueva etapa tras más de diez años como secretario general del Consejo Mundial de Iglesias. ¿Nos puede decir cómo se siente?

Tengo el privilegio de poder decir que el ejercicio de mi función ha sido una bendición. Ha sido una etapa muy intensa de mi vida porque respondía a un llamado a servir a toda la familia cristiana y, en particular, a las iglesias miembros del Consejo Mundial de Iglesias. Pero más allá del servicio, nuestra labor como comunidad de iglesias en este mundo abarca lo que podemos hacer juntos por la humanidad, que es una sola, por la paz, la justicia y la reconciliación, por todas las personas que necesitan la voz cristiana para ser honestas, pero también para ser una voz de esperanza.

¿Puede evaluar el período en que ha estado a la cabeza del CMI?

Creo que se puede decir que ha sido un período en el que hemos puesto de relieve que somos un movimiento ecuménico único, una sola comunidad de iglesias miembros del Consejo Mundial de Iglesias. Somos una sola comunidad que sirve de diversas maneras, pero también desde perspectivas diferentes. Servimos al mismo Consejo, con el mismo objetivo de ejercer aquí un ministerio para las iglesias en aras de la unidad, y de dar un testimonio común en el mundo.

¿Cómo ha salido el CMI de este período?

Mi opinión personal es que durante estos diez años nos hemos enfrentado a muchos desafíos. Algunos de ellos estaban relacionados con la sostenibilidad del CMI, si era necesario, si gozaba de la confianza de las iglesias y de nuestros asociados en el mundo. Y creo que hemos salido de esta etapa con una mayor claridad por lo que se refiere a nuestro mandato, con nuevas maneras de trabajar y de relacionarnos unos con otros, con un sentido de responsabilidad mutua, pero también con respecto al llamado que se nos ha hecho. Me doy cuenta de que en realidad existe una mayor necesidad del CMI de lo que creíamos hace algunos años. Estamos en un mundo en peligro, en un mundo dividido en muchos aspectos. Un mundo en el que también vemos que la religión se usa como fuerza divisoria.

¿Cómo se puede contrarrestar este mal uso de la religión?

Es muy importante que las iglesias puedan decir al unísono estamos caminando, orando y trabajando juntas. Como hicimos cuando el papa Francisco visitó el Consejo Mundial de Iglesias con motivo de nuestro 70o aniversario. Para mí, fue un símbolo del movimiento ecuménico único, de atravesar un período de dificultades, que algunos incluso calificarían de ‘invierno ecuménico’, para adentrarnos en una primavera de nuevas oportunidades, nuevas posibilidades y un nuevo enfoque centrado en servir al Dios de vida, que está aquí para crear vida, para protegerla, para estar a su servicio, y que nos llama a hacer lo mismo en todas partes y conjuntamente. Esta vida es la vida que nos ha sido dada a través de la crucifixión de Jesucristo y su resurrección. Esta es la vida para el mundo a la que también estamos llamados y que podemos compartir juntos.

¿Cómo hacen las iglesias para trabajar juntas?

Creo que también ha habido un retorno a lo esencial, a la base del mandato del CMI, a los fundamentos de nuestra fe y también a los fundamentos de nuestras necesidades humanas como una sola Creación, una sola humanidad. No obstante, constatamos que en algunas familias de iglesias, hay muchas dificultades, algunas de ellas relativas a cuestiones morales y éticas. Pero vemos que mucho más allá de las iglesias miembros del CMI hay una nueva disposición a decir: demos testimonio juntas, demos testimonio de una manera creíble y hagámoslo con nuestras propias palabras, pero hagámoslo juntas.

¿Puede funcionar?

En este sentido, soy optimista con respecto al movimiento ecuménico en estos momentos, tanto porque hemos atravesado algunas dificultados como porque estamos encontrando nuevas maneras de avanzar. También creo que hemos sido capaces de ver que debemos hacerlo, como discípulos de Jesucristo, compartiendo nuestra fe en lo que hacemos juntos.

¿Y qué decir de la colaboración entre el movimiento ecuménico y otras religiones?

El diálogo interreligioso también ha ganado en claridad durante este período en el sentido de que el testimonio cristiano implica establecer relaciones, cuidar del otro y también establecer vínculos para que la comunidad local, nacional e internacional pueda convivir como una sola familia con creyentes de diversas religiones. Esto se ha hecho patente en algunas de las iniciativas emprendidas, por ejemplo, en Nigeria, junto con nuestros asociados musulmanes a escala internacional y nacional para encontrar una manera de escuchar a los heridos, pero también para infundir esperanza juntos, por ejemplo, mediante el centro establecido conjuntamente en Kaduna.

¿Para qué sirve este tipo de diálogo?

Pienso que nos daremos cuenta de que el diálogo interreligioso, en particular el que persigue la justicia y la paz con un claro mandato, es muy necesario. Cuando se logra, es muy apreciado. Y es muy posible que en los próximos años sea una prioridad importante.

¿Qué necesitan las iglesias para participar en un trabajo como este?

Según lo que he observado, esta labor requiere apoyo. Necesitamos recursos para hacer este trabajo. Necesitamos asociados que disponen de medios, que pueden aportar recursos a nuestros programas y proyectos. Necesitamos recursos humanos, personal capacitado y cualificado. Necesitamos jóvenes que participen a fin de formar a la próxima generación del movimiento ecuménico. Pero para hacer este tipo de trabajo, también necesitamos apoyo espiritual.

¿Puede precisar qué tipo de apoyo espiritual se necesita?

Para mí, ha sido muy importante saber que oramos juntos y que oramos unos por otros, así como saber que algunos también están orando en particular por mi ministerio, por mis tareas, por mí y por mi familia. Esto me quedó muy claro cuando empecé. Y a lo largo de estos diez años ha sido evidente que este apoyo da fuerza y motivación al otro para hacer frente a las dificultades. Saber que no estamos solos y que nos apoyamos en la oración, siguiendo el llamado de Dios.

¿Se requieren otros elementos en este tipo de búsqueda?

Estas son las palabras de acompañamiento y apoyo que me gustaría dejar a todos aquellos que continúan en las muchas funciones del Consejo Mundial de Iglesias y de nuestras organizaciones asociadas: sean valientes, encuentren maneras de expresar que estamos de verdad unidos en esto y en hacerlo juntos, y que no estamos aquí por nuestro propio bien, para encontrar qué hay para mí y para nosotros, sino que hemos emprendido este camino para encontrar qué hay para los demás, para la esperanza, y, por lo tanto, para servir a nuestro prójimo y a nuestras comunidades.

¿Es este el único acompañamiento que un secretario general necesita?

Creo que también es el momento, por supuesto, de decir gracias a Dios; gracias por su llamado, pero también por su manera de apoyarnos y alentarnos, dándonos siempre nuevas oportunidades y formas de ver signos de esperanza, y de ser capaces de compartirlos.

¿Puede explicar un poco más sus sentimientos personales sobre el hecho de dirigir el CMI?

Desde mi punto de vista, como pastor, he constatado que ser secretario general también es, en realidad, una tarea pastoral, cuidar de mis colegas, cuidar lo que hacemos y lo que decimos, orar juntos, teniendo en cuenta nuestra manera de actuar como verdaderos testigos de Cristo. Pero también ha sido una experiencia para mí como pastor, en el sentido de que ha fortalecido mi fe y mi forma de comprender cuán importante es que la Iglesia sea una, que de hecho la Iglesia es una en Cristo. La Iglesia es una comunidad en la que compartimos, fortaleciendo nuestra fe, y durante estos años mi propia fe se ha fortalecido. Ello se ha producido entendiendo lo mucho que significa nuestra fe cristiana para quienes viven circunstancias muy difíciles, o conflictos, o en la pobreza, pero también para las personas con vidas como la mía, confrontadas cada día al reto de vivir dondequiera que estemos. La fe realmente aporta una dimensión de esperanza y una expresión de amor. Se convierte en una manera de abordar la vida que nos hace salir de nosotros mismos, pero que al mismo tiempo nos afirma, en el mejor sentido, como seres amados por Dios, siendo por lo tanto un llamado a amarnos unos a otros.

¿Cómo puede relacionarse esto con la situación en la que nos encontramos actualmente?

Hay que tener presente la Creación de Dios, nuestro Señor, y, sobre todo, el amor verdadero de Dios. Esto es muy importante, ya que en estos tiempos tememos ver algo que no hemos visto hasta ahora. Tenemos miedo del virus. Tenemos miedo de la pandemia. Tenemos miedo de las repercusiones que tendrá en muchas personas de todo el mundo, ricas y pobres, pero sobre todo en quienes ya se encuentran en situaciones menos privilegiadas y disponen de menos recursos, menos acceso a agua potable, jabón, servicios sanitarios y también menos apoyo financiero.

Tenemos miedo de que llegue el día en que esta pandemia afecte la vida diaria de muchísimas personas en todo el mundo, convirtiéndose incluso en una cuestión de vida o muerte. Por consiguiente, no deberíamos hablar a la ligera y de manera superficial, tampoco en cuanto atañe a nuestra fe.

¿Cómo podemos enfrentarnos a este miedo?

Es el momento de decir que creemos en Dios, que es nuestro pastor, el Dios que nos muestra su favor a través de Jesucristo, que vino a nosotros y dijo: “Yo soy el buen pastor. Conozco a las mías, y las mías me conocen”, especialmente ahora que estamos llamados a hacer frente a esta crisis que va más allá de lo conocido. Debemos recordar, como en otras épocas, que la promesa de Dios es la misma: “Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

¿Y cómo se enfrentará a esta situación en su nuevo trabajo?

Esto también formará parte de mi tarea como nuevo obispo de mi iglesia en Noruega y como obispo primado, e implicará ser fiel al llamado que se me ha hecho, compartiendo el mensaje fundamental o la fe a través de lo que decimos, lo que hacemos, lo que oramos. Pero también radicará en la manera cómo nos infundamos esperanza y nos alentemos unos a otros y en un sentimiento de pertenencia mutua que podamos realmente ayudarnos a atravesar los valles de la muerte. Esperemos que esta situación nos permita encontrar a todos nuevas maneras de servir a los más, compartiendo de una manera más equitativa, y construir sociedades justas a escala local, nacional e internacional. Esto es servir verdaderamente a toda la humanidad, amar la Creación de Dios. Y creer que Dios está con nosotros.

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