Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

domingo, 15 de agosto de 2021

LA VIRGEN DE AGOSTO

15 de Agosto Fiesta de la Dormición y Asunción de la Virgen María

"Virgen del Tránsito". Barroco Cuzqueño. S. XVII.

(Representa la figura de la dormición de la Virgen María, Asunta al Cielo durante su Tránsito de abandonar la Tierra para ascender al Cielo. La Virgen reposa sobre un lecho de rosas y apoya su cabeza sobre almohadones. Viste Manto bordado y cruza sus manos sobre el pecho. Cubre su cabeza con una especie de cota de malla y porta corona con pedrería. Sus pies calzan sandalias. Al fondo unos jarrones llenos de rosas. En la composición se observa un sincretismo de elementos cristianos occidentales con otros netamente índigenas aportados por la cultura cuzqueña del Perú español del S. XVII como los rasgos indianos del rostro de la Virgen, el uso de sandalias y el fuerte colorido del bordado del manto, almohadas y flores del lienzo. La figura presenta un marcado porte hirático visible en la rigidez del plegado del manto con lineas rectas y composición triangular presentando a la vez un marcado sentimiento devocional y piadoso que conmueve al fiel a la oración y al respeto ante la dormición de la Virgen siguiendo los postulados impuestos en el Concilio de Trento. Marco de madera dorada con policromía)

El 15 de agosto se celebra una fiesta compartida por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa.

En todo el orbe cristiano la imagen de María (la Madre de Dios católicos y ortodoxos) se asocia en forma irrepetible y divina al redentor del género humano, Jesucristo. Por un lado se trata de la relación establecida con el vínculo del inmaculado amor materno, y, por el otro, del amor del Hijo de Dios quien hace resucitar a la que lo dio a luz. Son expresión de este amor infinito y total los desvelos que la Virgen María prodiga al género cristiano como tierna ”tutora de quienes confían en cada obra buena”. En las oraciones del mundo cristiano la Virgen María es más brillante que el Sol, está a una altitud mayor que los cielos, es alegría y consuelo para los sufrientes y carentes de derechos. Por esto, el día de su Dormición y Asunción al cielo, quince de agosto, es considerado como la festividad cristiana más importante dedicada a la Santísima Virgen María, en las tradiciones ortodoxa y católica

La dormición de la Theotokos

por Bartolomé I, 
patriarca ecuménico de Constantinopla

La Iglesia ortodoxa venera intensamente a la Madre de Dios –esto es Theotokos (la Madre de Dios), o Panaghia (la Toda Santa), como preferimos nosotros referirnos a ella– exaltándola no como una piadosa excepción, sino justamente como un ejemplo concreto del modo cristiano de entregarse y responder a la vocación de ser discípulos de Cristo. María es extraordinaria solo en su virtud ordinariamente humana, que estamos llamados a respetar e imitar como devotos cristianos. Se conmemora su muerte el 15 de agosto, una de las doce Grandes fiestas del calendario ortodoxo.

A la hora de comprender la “sagrada alianza” o misterio de María, al que «nadie puede acercarse con manos inexpertas», la teología ortodoxa mira a la Escritura pero sobre todo a la Tradición, especialmente a la liturgia y a la iconografía. Al respecto, los cristianos ortodoxos vinculan a María ante todo a su papel en la divina encarnación como Madre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, mientras que al mismo tiempo la vinculan a una larga serie de seres humanos –y no divinos– que implica la continuidad de la historia sagrada llevando hasta el nacimiento del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, hace dos mil años. Aislar a María de este linaje preparatorio o “económico” la separa de nuestra realidad y la pone al margen respecto a nuestra salvación. También María necesita la salvación –como todos los seres humanos; aunque ha sido considerada “sin pecados personales”, sin embargo, permanece sometida a la esclavitud del pecado original. Aun siendo ella «más venerable que los querubines, e incomparablemente más gloriosa que los serafines», lo que vale para nosotros vale también para María. Aunque ha sido «bendita entre todas las mujeres», encarna la única cosa necesaria entre todos los seres humanos, esto es: entregarse a la Palabra de Dios y abandonarse a su voluntad.

Así, cuando los cristianos ortodoxos están en la iglesia y miran para arriba hacia el Pantokrator («aquel que lo contiene todo»), es decir, Cristo, que domina sus cabezas durante todo el culto, se encuentran directamente frente a la Platytera («aquella que es más espaciosa que todo»), es decir, la Madre de Dios, que está inmediatamente frente a ellos, justamente en el amplio ábside que une el altar con el cielo. Desde el momento que, al dar nacimiento a Dios Verbo y «concibiendo al inconcebible» en su seno, ella fue capaz de contener al incontenible y de hacer describible a aquel que no puede ser circunscrito.

Sabemos por la Escritura que cuando Nuestro Señor estaba clavado en la cruz, vio a su madre y a su discípulo Juan y se volvió hacia la Virgen María diciendo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y hacia Juan diciendo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 25-27). Desde aquel momento, el apóstol y evangelista del Amor cuidó de la Theotokos en su casa. Además de la referencia de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 14), que confirma que la Virgen María estaba con los apóstoles del Señor en la fiesta de Pentecostés, la Tradición de la Iglesia sostiene que la Theotokos se quedó en la casa de Juan en Jerusalén, donde continuó su ministerio con palabras y obras.

La tradición iconográfica y litúrgica de la Iglesia también profesa que en el momento de su muerte, los discípulos estaban esparcidos por el mundo anunciando el Evangelio, pero volvieron a Jerusalén para rendir honor a la Theotokos. A excepción de Tomás, todos los demás –incluido el apóstol Pablo– estuvieron entorno a su lecho de muerte. Cuando murió, Jesucristo bajó para llevar su alma al cielo. Después de su muerte, el cuerpo de la Theotokos fue llevado en procesión hasta una tumba cerca del Jardín del Getsemaní; cuando tres días después llegó el apóstol Tomás y quiso ver su cuerpo, la tumba estaba vacía. La asunción corpórea de la Theotokos fue confirmada por el mensaje del ángel y por su aparición a los apóstoles, todas estas cosas reflejan los acontecimientos relativos a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo.

El icono y la liturgia de la fiesta de la muerte y sepultura de María trazan claramente un servicio fúnebre, subrayando al mismo tiempo las enseñanzas fundamentales respecto a la resurrección del cuerpo de María. La muerte de María es como una fiesta que afirma nuestra fe y esperanza en la vida eterna. Los cristianos ortodoxos se refieren a este acontecimiento festivo come a la “Dormición” (Koimisis, o “el dormirse”) de la Theotokos, más que a su “Asunción” (o “traslación” física) al cielo. Porque subrayar que María es humana, que murió y fue enterrada como los demás seres humanos, nos da la seguridad de que –aunque «ni el sepulcro ni la muerte pudieron retener a la Theotokos, nuestra inquebrantable esperanza y siempre vigilante protección» (del kontakion del día)– María está en realidad mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos; no nos ha abandonado. Como subraya el apolytikion para la Fiesta: «En el parto conservaste la virginidad y en la Dormición no descuidaste al mundo, oh Madre de Dios; porque te trasladaste a la vida por ser la madre de la vida. Por tus intercesiones, salva de la muerte nuestras almas».

Para los cristianos ortodoxos, María no es solo la que fue “elegida”. Ella simboliza sobre todo la opción que cada uno de nosotros ha de tomar como respuesta a la divina iniciativa por la encarnación (es decir, por el nacimiento de Cristo en nuestros corazones) y por la transformación (es decir, por la conversión de nuestros corazones del mal al bien). Como dijo san Simeón el Nuevo Teólogo en el siglo X, estamos todos invitados a convertirnos en Christotokoi (generadores de Cristo) y Theotokoi (generadores de Dios).

Que mediante sus intercesiones podamos todos ser como María la Theotokos.


Vida de María : Dormición y Asunción de la Virgen

José Antonio Loarte,
sacerdote católico romano

Como recordaba el Papa, el cielo tiene un corazón: el de la Virgen María, que fue llevada en cuerpo y alma junto a su Hijo para siempre.

Los últimos años de María sobre la tierra —los que transcurrieron desde Pentecostés a la Asunción—, han permanecido envueltos en una neblina tan espesa que casi no es posible entreverlos con la mirada, y mucho menos penetrarlos. La Escritura calla, y la Tradición nos hace llegar solamente ecos lejanos e inciertos. Su existencia transcurrió callada y laboriosa: como fuente escondida que da aroma a las flores y frescura a los frutos. Hortus conclusus, fons signatus (Ct 4, 12), le llama la liturgia con palabras de la Sagrada Escritura: huerto cerrado, fuente sellada. Y también: manantial de aguas vivas, arroyos que bajan del Líbano (Ibid ., 15). Como cuando estaba junto a Jesús, pasó inadvertida, velando por la Iglesia en sus comienzos.

Es cosa clara que vivió, sin duda alguna, junto a San Juan, pues había sido confiada a sus cuidados filiales. Y San Juan, en los años que siguieron a Pentecostés, moró habitualmente en Jerusalén; allí lo hallamos constantemente al lado de San Pedro. En la época del viaje de San Pablo, en vísperas del Concilio de Jerusalén, hacia el año 50 (cfr. Hch , 15, 1-34), el discípulo amado figura entre las columnas de la Iglesia (Gal 2, 9). Si María estaba aún a su lado, debería rondar los 70 años, como afirman algunas tradiciones: la edad en que la Sagrada Escritura cifra la madurez de la vida humana (cfr. Sal 89, 10).

Pero el puesto de María estaba en el Cielo, donde su Hijo la esperaba. Y así, un día que permanece desconocido para nosotros, Jesús se la llevó consigo a la gloria celestial. Al declarar el dogma de la Asunción de María, en 1950, el Papa Pío XII no quiso dirimir si la Virgen murió y resucitó enseguida, o si marchó directamente al cielo sin pasar por el trance de la muerte. Hoy día, como en los primeros siglos de la Iglesia, la mayor parte de los teólogos piensan que también Ella murió, pero —al igual que Cristo— su muerte no fue un tributo al pecado —¡era la Inmaculada!—, sino para asemejarse más completamente a Jesús. Y así, desde el siglo VI, comenzó a celebrarse en Oriente la fiesta de la Dormición de la Virgen: un modo de expresar que se trató de un tránsito más parecido al sueño que a la muerte. Dejó esta tierra —como afirman algunos santos— en un transporte de amor.

Los escritos de los Padres y escritores sagrados, sobre todo a partir de los siglos IV y V, refieren detalles sobre la Dormición y la Asunción de la Virgen basados en algunos relatos que se remontan al siglo II. Según estas tradiciones, cuando María estaba a punto de abandonar este mundo, todos los Apóstoles —excepto Santiago el Mayor, que había sufrido martirio, y Tomás, que se hallaba en la India— se congregaron en Jerusalén para acompañarla en sus últimos momentos. Y una tarde serena y blanca cerraron sus ojos y depositaron su cuerpo en un sepulcro. A los pocos días, cuando Tomás, llegado con retraso, insistió en ver el cuerpo de la Virgen, encontraron la tumba vacía, mientras se escuchaban cantos celestiales.

Al margen de los elementos de verdad contenidos en estas narraciones, lo que es absolutamente cierto es que la Virgen María, por un privilegio especial de Dios Omnipotente, no experimentó la corrupción: su cuerpo, glorificado por la Santísima Trinidad, fue unido al alma, y María fue asunta al cielo, donde reina viva y gloriosa, junto a Jesús, para glorificar a Dios e interceder por nosotros. Así lo definió el Papa Pío XII como dogma de fe.

A pesar del silencio de la Escritura, un pasaje del Apocalipsis deja entrever ese final glorioso de Nuestra Señora. Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas (Ap 12, 1). El Magisterio ve en esta escena, no sólo una descripción del triunfo final de la Iglesia, sino también una afirmación de la victoria de María (tipo y figura de la Iglesia) sobre la muerte. Parece como si el discípulo que había cuidado de la Virgen hasta su marcha al cielo, hubiera querido dejar constancia —de una manera delicada y silenciosa— de este hecho histórico y salvífico que el pueblo cristiano, inspirado por el Espíritu Santo, reconoció y veneró desde los primeros siglos.

Y nosotros, impulsados por la liturgia en la Misa de la vigilia de esta fiesta, aclamamos a Nuestra Señora con estas palabras: gloriosa dicta sunt de te, Maria, quæ hodie exaltata es super choros angelorum: bienaventurada eres, María, porque hoy fuiste elevada sobre los coros de los ángeles y, juntamente con Cristo, has alcanzado el triunfo eterno.

FUENTES:
https://bnr.bg/
http://www.30giorni.it/
https://opusdei.org/


AGENDA – PRÓXIMOS ACTOS

22 - 31 agosto 2021
Peregrinea 2021
CAMINO LEBANIEGO

23 agosto 2021 – 18’00 horas
Conversatorio Grupo Gimpel
ON LINE

29 agosto 2021
Jornada de Oración por los cristianos mártires y perseguidos
ARGENTINA

4 septiembre 2021
Ciclo de diálogo interreligioso e intergeneracional para la cohesión social en Europa
ON LINE

11 septiembre 2021
Ciclo de diálogo interreligioso e intergeneracional para la cohesión social en Europa
ON LINE

18 septiembre 2021
Ciclo de diálogo interreligioso e intergeneracional para la cohesión social en Europa
ON LINE

25 septiembre 2021
Ciclo de diálogo interreligioso e intergeneracional para la cohesión social en Europa
ON LINE

22 octubre 2021 - 9'30 horas
Inicio curso Diploma "Ut unun sint"
ROMA (Italia)

24 - 26 noviembre 2021
XIX Simposio Teología Histórica: "Ut unun sint"
VALENCIA






No hay comentarios:

Publicar un comentario