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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 26 de julio de 2021

DESCUBRIR LA PRESENCIA DE DIOS EN LAS VÍCTIMAS

"Pablo descubrió la presencia y la llamada de Dios en las víctimas, en los crucificados de la historia"


por Xabier Pikaza

CLAVES:
  • "Su teología es una teología biográfica, una confesión de vida, en la línea de lo que hará después san Agustín (en sus Confesiones) o Santa Teresa (en el Libro de su vida)"
  • "Esta seguro de sí mismo, de su religión, de su judaísmo…Por eso quería que todos los judíos fueran como él, que el judaísmo de la ley nacional triunfara y se impusiera sobre el mundo… y por eso perseguía a los cristianos"
  • "La misión en Arabia, tierra de «los que habitan en tiendas», pudo tener el sentido de vuelta al desierto, como quisieron algunas tradiciones proféticas de Israel (cf. Os 2, 14)"
  • "Ir a Jerusalén significa volver a las raíces, no sólo del judaísmo, sino del movimiento central de Jesús, con el que Pablo quiero ponerse en contacto"

CONVERSIÓN - VOCACIÓN DE PABLO

Más que “conversión” fue una llamada, y así lo empieza diciendo Pablo en su carta a los gálatas, donde no les enseña una teoría sobre los dogmas de la fe o sobre doctrinas de tipo teológico, sino que les cuenta su vida. Su teología es, según eso, una teología biográfica, un confesión de vida, en la línea de lo que hará después san Agustín (en sus Confesiones) o Santa Teresa (en el Libro de su vida). Así empieza diciendo Pablo, en la carta a los gálatas, tras una breve introducción:

Quiero que sepáis, hermanos, que mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de humanos..., sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo... Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre... quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie a los gentiles… (cf. Gal 1, 11-15).

Había perseguido a los cristianos «helenistas» de Damasco, la ciudad donde vivía y trabajaba. Les perseguía porque rechazaba su misión. su forma de entender el judaísmo. Dos eran los problemas que a su juicio planteaba el cristianismo:

(a) Un problema era la Cruz, es decir, el tema de los crucificados, expulsados, condenados de la humanidad. Le parecía vergonzoso que Dios se manifestara a través de un hombre condenado a morir en una cruz. A su juicio, para ser Mesías de Dios, Jesús tenía que haber triunfado. Dios no se revela a través de unos vencidos como Jesús.

(b) Otro problema es la universalidad. Si los hombres se salvan por la cruz de Jesús, sin necesidad de una ley nacional como la judía, el judaísmo pierde su sentido. Lo que Pablo había querido era, en el fondo, el triunfo nacional del judaísmo. Jesús, en cambio, destruye el judaísmo.

Estos dos temas (el rechazo la ley judía y la apertura universal a todos los pueblos) eran para Pablo una fuente de “dolor”; él no podía aceptar que los judíos entendieran así su “tradición”, renunciando a su “nacionalismo religioso”, a causa de un tal Jesús crucificado.

1. Un judío radical, un celoso

Pablo fue un “nacionalista”, un celota, un celoso. No quería que la “ley de Dios” (la identidad judía) dejara de ser propia de un pequeño grupo. En otras palabras, no podía aceptar un “judaísmo para todos”, como el que querían los cristianos, apelando para ello a Jesús, un crucificado. El quería seguir siendo judío, manteniendo así la “nobleza”, la ventaja, del judaísmo frente a los paganos pecadores… En otras palabras, él quería que los paganos estuvieran “sometidos” a la verdad del judaísmo.

Por eso se opuso a los cristianos de Damasco, que no querían “convertir” a los paganos, para hacerles judíos, sino anunciar y promover la comunión entre judíos y paganos por medio de Jesús, sin imposición de unos sobre otro. Por eso les “persiguió” como traidores al ideal y camino superior del judaísmo.

Ya conocéis mi conducta anterior en el judaísmo, cómo perseguía con fuerza a la iglesia de Dios y la asolaba. Y aventajaba en el judaísmo a muchos de los contemporáneos de mi pueblo, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles... no consulté con nadie... sino que fui a Arabia y volví de nuevo a Damasco (Gal 1, 13-17).

No se hallaba angustiado, ni tenía mala conciencia, sino todo lo contrario. Pablo se sentía orgulloso de ser judío… y por eso pensó que tenía que perseguir a los cristianos que, a su juicio, ponían en riesgo la identidad del judaísmo. Les persiguió conforme a las normas del judaísmo, queriendo expulsarles de las sinagogas judías de Damasco, condenándoles a un tipo de castigos físicos (de latigazos). No parece que tuviera poder de condenar a nadie a muerte. Sea como fuere, Pablo fue un perseguidor, alguien que quería cambiar a los demás a la fuerza. Pensaba que tenía la razón, y quería obligar a los demás a que pensaran como él, como “los buenos judíos”, en un plano que él llama de “carne”, es decir, de identidad social:

Yo podría confiar en la carne (es decir, en las ventajas del judaísmo…). Si alguno cree que tiene razón para confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprensible» (Flp 3, 4-6).

Esta seguro de sí mismo, de su religión, de su judaísmo…Por eso quería que todos los judíos fueran como él, que el judaísmo de la ley nacional triunfara y se impusiera sobre el mundo… y por eso perseguía a los cristianos, que iban en contra de su seguridad, y lo hacía según ley. Pero un día descubrió que su seguridad no era buena se fundaba en un principio falso, de orgullo, de sentimiento de superioridad. Descubrió que su seguridad y su ley eran falsas, no tenían fundamento en Dios, descubrió que la verdad de Dios se manifiesta en un perseguido, en Jesús crucificado.

2. Primera sorpresa: Dios está en los perseguidos

Así lo aprendió, así lo “vio”, precisamente en las “víctimas” a las que quería imponer su verdad superior. Pablo pensaba que él tenía razón; pero el Dios de Jesús le mostró que la razón está en los perseguidos. Descubrió así que la verdad no está en los triunfadores, en los que imponen su ley, sino en los que sufren, en los perseguidos. Se lo dijo el mismo Jesús, por dentro, en una experiencia de “llamada”, de transformación interior. No le “convirtieron” los grandes misioneros, ni Pedro, ni Santiago…, sino Jesús crucificado:

Mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de humanos..., sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo... Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre... quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie entre los gentiles… (Gal 1, 11-17).

Pablo sabía quién era Jesús y por eso había perseguido a sus seguidores. Lógicamente, tras la «conversión», no tiene que ponerse a estudiar, para conocer por libros las aportaciones de Jesús, pues él ya las conocía y sabía en el fondo la manera en que debía responder. En ese contexto se sitúan los tres años de lo que podemos llamar su misión árabe.

Pero cuando Dios… quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles no consulté con nadie (con carne, ni sangre), ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco. Luego, después de tres años, subí a Jerusalén (Gal 1, 17).

Aquí se dice que, en principio, no tuvo que consultar con nadie (ni con los apóstoles o enviados anteriores, ni con representantes de la Iglesia Jerusalén), sino que fue (salió: apêlthon) por sí mismo hacia Arabia. Pablo descubrió así que el mismo Dios de Israel (¡Dios único!), a cuyo servicio él se hallaba (y por cuya causa perseguía a los cristianos), le había encargado una tarea especial, haciéndole mensajero y testigo de su Hijo entre las gentes.

Ésta ha sido, a los ojos de Pablo, la revelación fundamental, la causa de su «cambio», una visión/comprensión nueva de Dios, cuyas consecuencias él irá desarrollando a lo largo de su vida. En esa revelación ha descubierto que el mismo Cristo crucificado, a quien él había interpretado como fuente de vergüenza y deshonor para Israel, es el «Hijo» del Dios de Israel, Señor universal (unir Gal 2,17 con Hch 9, 5). De esa forma puede afirmar que ha recibido una llamada y tarea directa de Dios, no por intermedio de alguna iglesia (ni de Pedro, ni de Santiago). Por eso reivindica su independencia.

Pablo descubrió así la presencia y la llamada de Dios en las víctimas, en los crucificados de la historia, en los perseguidos. Esa certeza iluminó su vida, y sintió que era necesario que la dijera, que lo dijera. Eso había que proclamarlo, rápidamente, para que el mundo cambiara, para que el Dios de Jesús pudiera conocerse y aceptarse en el mundo entero.

3. Segunda sorpresa: Empezando por Arabia

Esa misma llamada de Dios fue el principio de su “misión”: «Dios me reveló a su Hijo, a fin de que lo anunciara entre los gentiles» (Gal 1, 16). Y así empezó Pablo, como he dicho. No fue a Jerusalén para preguntar y ponerse a las órdenes de otros. Dios le había llamado, y así respondió con su “corazón” a la llamada de Dios, como he dicho ya:

No consulté con nadie (con carne, ni sangre), ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco. Luego, después de tres años, subí a Jerusalén (Gal 1, 17).

Arabia estaba allí mismo, casi a las puertas de Damasco, hacia el oriente, un mundo inmenso de tribus, de pequeños reinos, en parte vasallos de Roma, en parte independientes, de Petra a la Meca, de Palmira hacia Babilonia. Miradas las cosas desde nuestro punto de vista occidental, resulta sorprendente que Pablo no iniciara su misión hacia el oeste: Grecia, Roma, España, sino que empezó el oriente, anunciando la llegada de Dios a los gentiles de la zona.

¿Por qué? No sabemos, pero Pablo lo dice con todo aplomo: «Fui a Arabia y volví a Damasco». No conocemos el tiempo de esa misión (parece que son tres años), ni el lugar geográfico estricto de Arabia (¿el reino de los nabateos, hacia Petra y el Monte Sinaí? ¿la zona más orienta, hacia Palmira?). De allí, del oriente árabe habían venido los judíos antiguos, y de más allá, de la tierra de los persas, hindúes y chinos se decía que tenían que venir las grandes tribus y naciones, para descubrir al Dios. Ése es el camino que recorrió Pablo por tres años, un camino que hoy, todavía (año 2021) no ha culminado.

No sabemos la lengua en que Pablo realizó esa misión, aunque pudo ser en el griego de los helenistas (bien conocido en el entorno de Damasco), pero también en el arameo común de la zona o incluso algún dialecto árabe, que Pablo podría conocer por su vida en Damasco y su entorno, como curtidor/fabricante de tiendas (cf. Hch 18, 3), oficio vinculado a los beduinos y caravaneros de oriente (nómadas), más que a las ciudades helenistas propiamente dichas.

Esa misión en Arabia, tierra de «los que habitan en tiendas», pudo tener el sentido de vuelta al desierto, como quisieron algunas tradiciones proféticas de Israel (cf. Os 2, 14). En el fondo de esa vuelta pudo darse también una esperanza apocalíptica, vinculada a tradiciones que encontramos igualmente en Juan Bautista y en el mismo Jesús, cuando empezaron su búsqueda de Dios al otro lado del Jordán. De todas formas, Pablo pudo realizar esa misión en las ciudades del reino de los comerciantes nabateos que él debía conocer, por ser ciudadano de Damasco y fabricante de tiendas.

Estos tres primeros años de la misión cristiana de Pablo, relacionados con su presencia en Arabia y en Damasco, resultan fundamentales para conocer su vida posterior (y la historia de los primeros cristianos), pero no sabemos nada de ellos, sino sólo conjeturas. Es probable que actuara como delegado de la iglesia de Damasco, lugar de mucha importancia en las tradiciones judías de aquel tiempo.

Parece haber existido un grupo esenio que relacionaba la trasformación escatológica de Israel con la ciudad/zona de Damasco, tomada en sentido geográfico o simbólico, como pone de relieve el CD (Código de Damasco) que ya se conocía por copias medievales, pero que ha sido encontrado entre lo Rollos de Qumrán. Más aún, desarrollando ese simbolismo, algunos investigados han supuesto que, en algún sentido, el Qumrán de los esenios y el Damasco de la conversión de Pablo podrían identificarse (cf. S. Sabugal, Conversión de san Pablo, Herder, Barcelona 1975. Cf. F. Vouga, Yo, Pablo. Las confesiones del Apóstol, Sal Terrae, Santander 2006)

En esa línea, la permanencia en Arabia (en el entorno de Damasco) podría tener un sentido de esperanza final: Pablo estaría preparando la venida de Jesús, precisamente allí, para recibir a Jesús y volver con él a Jerusalén, donde tendría que instaurarse el Reino. Significativamente, Mateo 2 (relato de los magos de oriente que suben a Jerusalén buscando al Rey de los judíos) parece estar evocando una tradición de este tipo: Hay un Reino distinto que llega del Oriente. De todas formas, no podemos ofrecer más precisiones.

4. Primer fracaso. El fin de la misión árabe, huida de Damasco

No sabemos lo que Pablo decía estrictamente en su misión, ni la forma en que anunciaba la venida del Cristo a los judíos, ni el modo en que se dirigía a los gentiles nabateos (¿árabes? ¿helenistas?), diciéndoles que el Cristo judío era Señor y Salvador universal. Lo único que podemos afirmar es que su misión resultó problemática, pues llegó a perturbar la estabilidad y el orden de la “ciudad nabatea” de Damasco, que era por entonces (como es hoy, año 2021) la puerta del desierto, el principio del camino árabe, de manera que intervinieron las autoridades y tuvo que huir, seguramente sin posibilidad de retorno. En este contexto se pueden evocar los «peligros en el desierto» (cf. 2 Cor 11, 26), entre los que destaca esta primera gran huida:

Si es preciso gloriarse, yo me gloriaré de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador del rey Aretas, guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui descolgado del muro por una ventana en una canasta, y escapé de sus manos (2 Cor 11, 30-33).

Este acontecimiento marca el final de su misión árabe de Pablo, en Damasco y su entorno. Pablo lo cuenta como formando parte de su «debilidad», es decir, de sus fracasos… La huida por el muro forma parte de la “leyenda histórica de Pablo”, y así lo ha contado también el libro de los Hechos 9, 24: Le bajaron por un muro, le hicieron escapar de noche… Hay algo muy especial en este recuerdo que, por otra parte, se distingue un poco de la forma de actuar posterior Pablo, que ha solido permanecer en los lugares misión, a pesar de sus dificultades. Sea como fuere, en este momento, Pablo optó por escapar.

Esta huida forma parte de las “calamidades” que Pablo cuenta, hacia el final de su misión en occidente (hacia el 55 dC), defendiéndose ante sus acusadores de Corinto, reconociendo su debilidad y sus fracasos, entre ellos esta huida que tuvo lugar hacia el año 35 d.C. Es como si le doliera el haber escapado así, con nocturnidad, de la ciudad que quería apresarle… Fue una huida triste, pero recibió al final un sentido glorioso, pues contribuyó a su misión.

El reino de los árabes/nabateos (integrado modo en el Imperio de Roma, igual que otros reinos del entorno) tenía una gran importancia para las relaciones de Roma con Oriente. No parece que la administración del rey Aretas (a quien conocemos por sus desavenencias con Herodes Antipas) tuviera especial interés en perseguir directamente a los cristianos. Pero debió hacerlo porque Pablo se había convertido en un foco de oposición entre los diversos tipos de judíos y gentiles de la ciudad y de su entorno, quizá porque estaba preparando una “peregrinación” de árabes (orientales) hacia la ciudad de Jesús, con dones mesiánicos, acompañando a Jesús que debía manifestarse allí (en Damasco) como Mesías universal, marchando desde allí a Jerusalén.

En este contexto debemos recordar que Pablo, siendo buen helenista (hombre del imperio romano, como sigue mostrando todo el resto de su vida), se hallaba también vinculado a Damasco y al mundo «árabe», pues era un oriental (aunque hubiera nacido en Tarso de Cilicia, como destaca Hechos 9, 11; 21, 39; 22, 3, quizá para tapar sus conexiones con Arabia). En esa línea, él pudo concebir esta misión en Arabia como una recuperación de las tradiciones originales de Israel, a partir de Oriente, desde la zona semita (árabe/aramea) de Damasco, vinculada a las historias más antiguas de Israel (los patriarcas habían sido arameos, de oriente vendrían los reyes con dones para el Mesías en Mateo 2).

Por todo esto, se puede hablar de una primera misión «semita» de Pablo, más centrada en el mundo oriental, una misión que él realizó después de haber conocido a Jesús (a través de los helenistas de Damasco), pero antes de conocer a Pedro y al resto de la iglesia de Jerusalén, como él mismo ha señalado enfáticamente. Este Pablo que viene del desierto se parece a Juan Bautista y a Jesús, que también han venido del desierto, retomando quizá tradiciones proféticas, que aludían al nuevo Israel que nace del desierto (Oseas).

5. Nuevo comienzo, el camino de Jerusalén

Tres años duró esa primera misión propia de Pablo en Damasco y Arabia, en el mundo oriental, quizá preparando la venida del Jesús pascual a Jerusalén desde Oriente, para iniciar allí el Reino de Dios. Pero esa misión acabó para siempre, quizá por la persecución que hemos citado (tuvo que huir de Damasco), quizá porque el mismo Pablo tuvo un cambio en su forma de entender el evangelio.

Pasados tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas y estuve con él quince días. Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Santiago, el hermano del Señor. Por lo que se refiere a las cosas que os escribo, he aquí que os lo digo delante de Dios, que no miento (Gal 1, 18-20)

Ha proclamado el camino de Jesús por tres años, sin necesidad de contactar con los cristianos de Jerusalén, apoyándose sólo en la comunidad cristiana de Damasco, donde fue aceptado por la Iglesia y bautizado, como supone Hech 9, 1-19. Sólo ahora, pasados tres años, cuando debe terminar (dejar) su misión de Oriente, en el territorio de los nabateos/árabes, se apresura a conversar con Pedro. Es muy posible que quiera transformar su estilo y tarea misionera y por eso viene a Jerusalén, realizando un gesto esencial, que marca un punto de inflexión importante en su trayectoria misionera.

Ir a Jerusalén significa volver a las raíces, no sólo del judaísmo, sino del movimiento central de Jesús, con el que Pablo quiero ponerse en contacto. Pero el hecho de ir a Jerusalén «sin Jesús» (es decir, sin que Jesús haya vuelto a instaurar su Reino) puede suponer un cambio en la forma de entender la misión cristiana. Quizá podamos decir que Pablo fue a Jerusalén sin Jesús porque la «parusía» no había llegado y porque se abría un tiempo para la Iglesia. Esa “subida” de Pablo a Jerusalén abre grandes problemas.

1. No va a Galilea, sino a Jerusalén. Más cerca de Damasco queda Galilea, lugar donde se ha desarrollado la vida de Jesús y su primera misión, un entorno donde (como hemos visto en cap. 8), sigue habiendo testigos del mensaje y proyecto de Jesús. Años más tarde, el evangelio de Marcos pedirá a los discípulos y a Pedro que vuelvan a Galilea, para retomar el camino de Jesus (Mc 16, 7-8). Pues bien, Pablo no va y se detiene en Galilea, aunque ha podido pasar muy cerca de lo los lugares de Jesús (si ha tomado el «camino del mar»), sino a Jerusalén, donde se encuentra a su juicio la raíz del cristianismo.

2. Tampoco busca a Magdalena y a las otras mujeres. Ciertamente, Pablo dará después gran importancia a las mujeres, con las que colabora (como seguiremos viendo). Pero en este momento de su venida a Jerusalén parece que ellas no cuentan. No ha buscado a Magdalena (o al menos no se dice), ni a las otras mujeres del principio de la iglesia (cf.Mc 16, 1-8), ni se ha referido a ellas cuando describe el origen de la iglesia (cf. 1 Cor 15, 3-9). Es como si al principio de la Iglesia sólo le importara Pedro (y Santiago), como punto de partida del movimiento cristiano.

3. Se ha relacionado de manera específica con Pedro. No va de aprendiz, ni para conocer a un Jesús a quien antes no conocía, sino como alguien con larga experiencia de Cristo y de su misión, para compulsarla con Cefas (=Pedro, Piedra), a quien mira, sin duda, como referencia importante de la iglesia. No va para ponerse bajo su autoridad, ni para que le «ordenen», en el sentido posterior de la palabra (que le hagan presbítero u obispo), sino para dialogar, «conversar» (historêsai), es decir, para compulsar su visión de la Iglesia con la visión y camino de Pedro, a quien considera como referencia fundamental en su camino de evangelio, una vez que la misión de Arabia parece haber terminado. Va probablemente para iniciar una nueva etapa, una vez que ha terminado la anterior, de Oriente.

4. En un segundo lugar, como en forma concesiva, Pablo dice que vio Santiago, el Hermano del Señor. Su referencia fundamental ha sido Pedro y parece que no necesitaba más, para seguir avanzando en su tarea. Y, sin embargo, añade que vio a Santiago, lo que significa que ha querido conocer los aspectos genealógicos de Jesús, sus vinculaciones familiares o, quizá, de un modo más preciso, los elementos básicos de la comunidad que Santiago está empezando a construir en Jerusalén (a los cinco años de la muerte de Jesús, su hermano).


Xabier Pikaza Ibarrondo 
Nació en Orozko (1941), Vizcaya. doctor en teología y filosofía, es uno de los más reconocidos teólogos españoles del momento.
Cursó estudios de teología en Salamanca (doctorado en 1965) y de filosofía en Roma (doctorado en 1972). Se especializó en filología bíblica en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Amplió sus estudios en las universidades de Bonn y Hamburgo, en Alemania. Obtuvo el Doctorado en Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (1965) y un Doctorado en Filosofía en la Universidad de Santo Tomás en Roma (1972). Ha desempeñado funciones docentes en diferentes universidades europeas y americanas.
De 1975 a 2003 ha sido profesor numerario de la Universidad Pontificia de Salamanca, donde, con ciertas interrupciones, ha enseñado temas de exégesis bíblica y filosofía de la religión, y tuvo a su cargo la enseñanza de la Fenomenología de la Religión. En 2003 dejó este puesto debido a las diferencias doctrinales y se retiró a la vida privada con su esposa, continuando con la investigación y escribir libros y dar conferencias en España y América.
Ha publicado diversos libros sobre temas bíblicos y teológicos. Entre otros: "Sistema, libertad, Iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento" (Madrid, 2001); "Pan, casa y palabra. La iglesia en Marcos" (Salamanca, 1998); "El Apocalipsis". Guías de Lectura del Nuevo Testamento (Estella, 1999); "Fiesta del pan, fiesta del vino" (Estella, 1999) y "La nueva figura de Jesús" (Estella, 2003). Sobre temas de diálogo religioso y de teodicea ha publicado algunas obras como "Hombre y mujer en las religiones" (Estella, 1996). En PPC ha publicado "El Señor de los ejércitos. Historia y teología de la guerra" (1997) y "El desafío ecológico" (2004).
Renunció también a la vida religiosa como religioso de la Orden de La Merced y presbítero de la Iglesia Católica por tensiones con la jerarquía de la Iglesia Católica y por la persecución realizada por la jerarquía contra su obra y su docencia. Contrajo matrimonio con María Isabel Pérez Chaves. A partir de aquí continua su labor como investigador y escritor, y ha publicado más de treinta obras en los campos de la Teología, Ética e Historia de la Religión.
Las principales editoriales religiosas cuentan con él en su lista de autores. Ha impartido numerosos seminarios y dictado conferencias sobre temas religiosos en España y América.

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