La otra pandemia
por Emili M. Boïls
Estamos mal. Muy mal. Desabridamente mal. Socialmente.
E igual o peor, eclesiásticamente. No en balde, pues el clero y los obispos provienen de ese pueblo, culto o ignorante, que nos pastorea a todos. ¿En verdad, nos pastorea?
La Santa Iglesia sigue intacta: pura, eterna, inmaculada.
Pero no puedo decir lo mismo de la Institución eclesiástica. Una misma sola cosa, dicen, pero si eso es así, deberemos solicitar los servicios de nuevos psicólogos, o, mejor aún, psiquiatras, para conjuntar, pactar, unir, lo que en nuestro interior nos acecha, e incluso invade, contagiándolo todo: una esquizofrenia galopante o histriónicamente fija.
Y no vale decir que la situación eclesiástica está mal, porque el mundo, la sociedad, está mal, dormida y guerrera contra nosotros. Hasta eso hemos invertido: en lugar de llevar a Dios, a la Iglesia, el Evangelio, al mundo, ha sido éste el que se ha llevado toda maldad, toda inhumanidad, toda ignorancia, incultura y banalidad a la Iglesia. “Una Iglesia pagana, mundana”. Francisco.
¿Tendremos todavía la osadía de seguir acusando a los otros, a las locuras del mundo, de lo que nos pasa a nosotros? ¿Cuándo giraremos el dedo acusador hacia nuestro pecho y hacia nuestra cabeza para reconocer lo que nos hace inauténticos, falsos, superficiales, ignorantes y moralistas ajenos? El invento del curato es, antes que nada, una machada. Se mire por donde se mire. Desde el principio del cristianismo, la testosterona privó por encima de la bondad, la sencillez y la ternura, virtudes y cualidades que no frecuentan entre varones probos, dictadores e impositivos de sus propias taras, miedos, represiones y desprecios de cuantos no respondieran a su pastoral y ¿magisterio?
Tenemos que rescatar lo que quede del Evangelio, debajo de los montones de escombros que lo cubren, asfixian y lo alteran. “¿Qué hemos hecho de verdad del Evangelio?” ¿Hacia dónde lo hemos desviado, desvirtuado, y llevado a nuestra cancha, vulgarizándolo hasta casi no reconocerlo muchas veces?
Lo cierto es que no puedes ni nombrarlo ante las gentes porque casi con unanimidad, saltan, protestan, se enfurruñan cuando les diriges la más mínima alusión de su existencia.
El folclore está bien, es esencia del pueblo en muchos aspectos, tradiciones y rememoraciones, pero el Evangelio no es la escuela del folclore, ni mucho menos, su alias, su otro yo, el equivalente accesible a las verdades que muestra. En muchísimas homilías, se aluden a mil aspectos del devocionismo-folclórico y no se suelen citar ni lo mínimo evangélico.
Una fuerte predicación-imposición de curas dominantes, prepotentes y peseteros, ha dado como resultado el desprecio, el abandono y el rechazo a cualquier manifestación religiosa. Desde el Concilio Vaticano II, se dejó de ir enseñando al pueblo, siquiera fuera la cultura católica, en qué consistía el ayuno cuaresmal, cuándo se daba agua bendita a recoger por los fieles el sábado de gloria (ahora, “santo”); que en “el encuentro” de la mañana del Domingo de Resurrección, no era el mismo Jesús de la pérdida y encuentro en el Templo, a los 12 años, predicando, que el Jesús hecho y derecho resucitado, con llagas y todo, esa primaveral procesión; que la Virgen no lleva dos coronas (¿?) en la cabeza, al narrar una locutora la procesión de su pueblo, confundiendo la aureola posterior como una corona real, (y, al oírlo, yo me preguntaba dónde llevaba las dos coronas, ¿una encima de la otra o colgando detrás en la espalda?). Y otras barbaridades de lesa ignorancia que fomentan los fieles, y permiten sean difundidas por lo curas ociosos, que solo quieren vivir bien, en paz, y que consienten hasta la aberración lo que mangonean e imponen las subalternas y subalternos que merodean las iglesias.
La cosa es grave, grave, grave. Y urgente. No volver a las manidas romerías, supersticiones y tics de magia con que nos obsequian, imponen y coaccionan muchos beatos y beatas que quieren demostrar que saben más que nadie lo que hay que hacer, incluido el cura que calla y arrastra las capas pluviales con desgana, falta de estilo y de compostura, porque no seguir el rollo milagrero, emociona, y de tan mal gusto como exponen, provocarían escándalo en los cuatro fieles y medio que acuden año tras año para fardar y lucir traje nuevo, peinetas nuevas, y zapatos de tacón de aguja, también nuevos.
Ya no nos sirven las consabidas palmaditas a la espalda, o las “dos palabritas” con las que quieren acallarnos y tragar las insulsas y vanas explicaciones que nos dan.
La Institución Eclesiástica necesita un buen revolcón escriturístico, ir corriendo a la UCI de la conversión, bajar de sus volátiles pedestales donde ellos mismos se han instalado, y llegar hasta la médula del Evangelio, si es que saben, pueden o quieren, para darse cuenta que el Evangelio necesita urgentemente una vuelta total del calcetín hacia lo eclesial, y olvidar definitivamente, arrasadoramente, lo eclesiástico, el tinglado o modus vivendi de vivir a cuenta del prójimo, sin lujos ni trenes de vida nada jesuítica, de Jesús, no de jesuita.
Fundar la Iglesia de nuevo. Pedir perdón, verdaderamente arrepentidos, de haber predicado sus conveniencias y acomodos, en lugar de la fuerza, la Verdad y la contundencia de Jesús. Sólo así nos creerán y tal vez vuelvan a casa. Ya salimos de la eterna edad de la niñez y la adolescencia en que nos tenían atrapados, sin autonomía propia, como lelos, como perpetuos lerdos, porque los únicos que sabían mover el cotarro erais vosotros, la dictadura destonsurada que ocultabais por vergüenza. Ahora estamos ya en la edad adulta, la edad de reclamar responsabilidades, y reclamaciones de lo que hicisteis con nosotros…
Hno. Emili M. Boïls, ermitaño, escritor y poeta.
Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
PUBLICADO EN:
REVISTA HOREB EKUMENE
ISSN 2605 - 3691 - Julio y Agosto 2020- Año III - No 22
Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
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