Hacia una lectura cristiana de la pandemia y de la pos-pandemia
por Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, M.G.
Lo haremos mediante una lista de verbos que nos irán revelando el sentido y las consecuencias de esta pandemia para la Iglesia y para la humanidad.
El Covid-19 marcó un antes y un después. Ingresamos al S. XXI con una serie de desafíos que están marcando un cambio de época. Estamos viviendo un nuevo período de la humanidad señalado como el flagelo de la inseguridad y la violencia que lo produce. Ese fenómeno que emerge como el gran signo de los tiempos y que atraviesa todos los ámbitos de la sociedad global. La iniquidad afecta las condiciones de vida de todos y todas, generando nuevas formas de violencia.
Es el fin de una civilización pensada por piratas y operada por asesinos y saqueadores. Y no ha sido necesario un Cromwell o un Napoleón para que nos enteráramos. Ha bastado un zombi microscópico para que las caretas se cayeran y el carnaval desnudase sus miserias. El virus ha revelado cuán enfermos estábamos de podredumbre, de desigualdad, de planetaria inviabilidad. El coronavirus ha puesto de “rodillas” a un mundo “lleno de soberbia”. La soberbia de aquellos que creen en el poder de las armas, de los ejércitos, del progreso material, de la industria, que en un instante “se paraliza por el virus”, por causas invisibles, por cosas impredecibles.
Aquí no hay selección natural que valga ni choque de culturas, ni conflictos de religiones, ni violencias étnicas, sino globalización capitalista criminal: habrá que cambiar el orden asesino del mundo. Una banda internacional de especuladores, sin alma ni corazón ha creado un mundo de desigualdad, de miseria y de horror. Es necesario poner fin a ese reinado criminal. Nos debemos unir todos contra el virus del Neoliberalismo.
Otro signo de los tiempos es la vulnerabilidad de nuestro mundo globalizado. Donde se encuentran profundos síntomas de un mundo deshumanizado y vaciado de solidaridad global. Hay muchas miradas indiferentes de personas cuya cotidianidad se ha convertido en una pequeña burbuja autorreferencial que no permite ver más allá de los propios problemas. En este cambio de época, se pone en juego, una vez más nuestra capacidad de repensar y discernir lo verdaderamente humano, aquello que nos da razón de ser y existir en este mundo; más allá de lo inmediato y coyuntural de nuestros quehaceres.
La actual pandemia no puede ser discernida sino al interno de esta realidad global quebrada. Ella ha puesto al descubierto muchas de las implicaciones de vivir en un mundo globalizado e interdependiente. Es la primera pandemia global que ha afectado a todo el planeta. Ahora nos toca aprender a vivir en relaciones horizontales que inicien a nuevas sendas de humanización, comprendiendo que no tenemos relaciones sino somos relación. Somos y nos hacemos en las relaciones en las que vivamos cotidianamente. Es ahí donde se confronta y debate nuestra propia humanidad.
1. Repensar nuestro modo de habitar la Casa Común.
Se ha trazado una línea entre el antes y el después: ese cruce definirá el futuro.
La pandemia actual del coronavirus representa una oportunidad única para que repensemos nuestro modo de habitar la Casa Común, la forma como producimos, consumimos y nos relacionamos con la naturaleza. Ha llegado la hora de cuestionar las virtudes del orden capitalista, la competición, el individualismo, la indiferencia frente a la miseria de millones de personas, la reducción del Estado y la exaltación del lema de Wallstreet: Greed is Good (la avaricia es buena). Todo esto ha puesto en jaque ahora. Aquel ya no puede continuar.
Naomi Klein, nos ha dicho: “El coronavirus es el perfecto desastre para el capitalismo del desastre”. La pandemia ha producido el colapso del mercado de valores (bolsas), el corazón de este sistema especulativo, individualista y anti-vida, como lo llama el Papa Francisco.
Los desmantelamientos que sin duda alguna, provocará el coronavirus puede ser la ocasión para hacer una gran transformación. Pero también como ya ha ocurrido otras veces, puede ser una ocasión perdida e intentar reconstruir lo más posible el sistema de vida que el coronavirus ha destrozado.
2. Cambiar.
Vamos a describir los cambios que sería lógico que se produjeran si se aprovecha las posibilidades abiertas:
+ La gran crisis sanitaria creada por la pandemia, además de las muertes que pueda producir, es evidente que provocará una gran catástrofe económica: paro masivo, hundimiento de empresas, caída de las bolsas, miseria de muchísimas familias y de países enteros.
+ La pandemia nos ha mostrado que es preciso pasar de una economía de competición feroz a una economía solidaria. Nos ha mostrado también que es preciso decidirnos más claramente por un empleo más intensivo de la informática en todos los ámbitos de trabajo, la fabricación, la robotización, el trabajo desde casa.
+ Consecuencia de la pandemia también es la necesidad de una reorganización política. Nos ha mostrado lo dañino que es la organización mundial en nacionalidades. Hay que transitar de una nacionalismo egoísta y competitivo a una organización de las regiones y las culturas en interdependencia y solidaridad. Frente a la grave enfermedad las naciones han dado un penoso espectáculo de egoísmo y cortedad de miras, sin llegar a advertir que sin un país no es capaz de dominar la pandemia, lo que logran los demás será inútil. Todos los países, razas y culturas se convierten en interdependientes y necesarios de solidaridad frente a la enfermedad.
+ También las iglesias y religiones deberán repensarse. Todo lo que sea pensar que se tiene la verdad frente a otros muchos que no la tienen, rompe la solidaridad. Un orden mundial solidario no puede aceptar que unas tradiciones estén sobre otras, o que una pretenda ser el lugar al que todas las otras deben llegar. También hay que pasar de la competición a la solidaridad.
+ Todas las organizaciones humanas tienen que resultar más globales porque la informática y las comunicaciones nos han convertido en una humanidad global. La organización en naciones nos empuja al egoísmo colectivo y la competitividad.
+ La situación que estamos viviendo, mundial y de una excepcionalidad extraordinaria, ha puesto de relieve que sólo una potente ciencia es capaz de solventar estos gravísimos problemas. De esta terrible crisis, la ciencia y la tecnología ha salido revalorizada.
+ La investigación biomédica se está realizando estas semanas con gran intensidad pero hay que cambiar la perspectiva y la organización. Se está exigiendo una investigación entre las grandes compañías y los países. Sería una catástrofe continuar el paradigma cultural anterior: que esa investigación, imprescindible a la humanidad entera, se convirtiera en una competición dura para ver quién consigue una vacuna o una solución a la epidemia, que se pueda patentar y convertir en fuente de una gran riqueza, aunque sea a costa de que el resultado no esté al alcance económico de gran parte de la humanidad.
Habría que encontrar una solución a la cuestión de las patentes, que no impida la solidaridad y equidad entre los grupos investigadores. El coronavirus ha remarcado eficazmente nuestra condición animal. Somos animales, estamos expuestos a las epidemias como todos los demás animales. De nada sirven nuestras creencias espirituales, ni antropologías que no partan de la consideración de que somos un animal como los demás, aunque peculiar por nuestra competencia lingüística.
La informática imparable, y la robotización nos tiene que llevar a un plateo del trabajo humano diferente del que regía las sociedades industriales: el trabajo humano ha de ser de creación de conocimientos de todo tipo y en continuo desarrollo y vuelto a los servicios, a las necesidades humanas como la salud, el cuidado de ancianos a todos los niveles y de forma continuada extendida a todos los estratos de la sociedad.
3. Interrumpir.
La definición más corta de religión es interrupción. Palabra tomada por J. B. Metz (1928-2019) de Sören Kierkegaard (1813-1855) y ahora el mundo está experimentando la interrupción sin fronteras y en todas las capas sociales,porque coronavirus no conoce límites. La Covid-19 es una pandemia, una amenaza global. El mundo está paralizado, tiene miedo. Este es un hecho inusual. Para muchos ecologistas la Tierra, el organismo vivo Gaia, nos está guiando a profundos cambios estructurales. No podemos continuar como estamos, no sobrevivimos. Todas las señales de alarma de la Tierra están en rojo.
El coronavirus también se ha convertido en una cuestión religiosa, espiritual a la que debemos responder. Dolor, pena, duda, ira. Como creyente hay que soportar que algo así sea posible incluso como parte de la creación de Dios. Tenemos un deber religioso de interpretar el momento presente no solo buscar soportarlo o escapar de él.
Ser Iglesia en tiempos de pandemia. La Iglesia católica ante la pandemia está llamada a encaminarse a sí misma. Hay quien ve en el coronavirus un castigo de Dios, pero es solo una imagen confusa de Dios. Fue una interrupción para cristianos (cuaresma-pascua), judíos (pascua) y musulmanes (Ramadán). Por lo que en estos días de coronavirus significa interrupción. El mundo se ha detenido en silencio.
4. Crecer. Crecer en Dios de otro modo.
El problema no es la existencia o no de Dios, sino su toma de posición y el ejercicio de su poder frente al mal actuante en el mundo, frente a la deshumanización que generamos los seres humanos mediante guerras, estimular genocidios y fabricar virus que atentan contra todo ser viviente.
Creer en Dios en este momento, significa creer también en su silencio, en su vulnerabilidad compartida, en que podemos estar creyendo y pidiendo a una imagen inexistente que no corresponde a la realidad de Dios. Y, sin embargo, esta es la imagen en la que hemos sido formados y a la que nos hemos acostumbrado. No se le encuentra solamente en el canto, la lectura o en la oración apalabrada. También está en la lucha, en la resequedad y la aridez. Este es el momento propicio para descubrirlo en el silencio del corazón, en los gestos de consolación en las miradas dispersas, en el llanto doliente. En medio, a pesar de esta pandemia, podemos aún decidir crecer en humanidad. Lo cierto es que el mundo ya no será igual.
De la mano de San Ignacio de Loyola los invitamos a este momento contemplativo, para acoger desde el corazón lo que estamos viviendo como humanidad.
En este primer momento, los invito a dedicar una mirada reposada a nuestro mundo dolido, en estos tiempos confusos. Esta mirada ha de ser de aliento, portadora de esperanza. Hoy proponemos una mirada al mundo desde Dios.
Estos son los tiempos convulsos. Como sociedad y civilización no estábamos dispuestos a parar, a bajar del burro. Por eso es muy aguda la sensación de que no llevamos el control, de esta caída libre, perdidos.
Mucho vuelven ahora los ojos hacia Dios. Pero Dios siempre, y en este momento también, nos contempla como humanidad y nos ve como una sola humanidad sin divisiones ni de razón ni de clase, ni de origen. Hoy más que nunca las fronteras se han hecho añicos. Ya no podemos hablar en singular: yo y los míos, lo mío, los nuestros. Dios nos mira como comunidad, como fraternidad, como una gran y única familia humana.
Dios se fija de manera especial y con gran ternura en los pequeños, en los excluidos, en los vulnerables. Aquellos que nunca llegarán a imaginar que existen unas máquinas que se llaman respiradores; aquellos que no tienen un hogar donde poder confinarse; los inmigrantes sin papeles que viven sin poder tener ni agua potable para lavarse las manos; la familia que ha perdido el trabajo, todas y cada una de las víctimas de este virus, especialmente. Las que mueren solas; los trabajadores y trabajadoras sanitarias que cada día libran una batalla para salvar vidas, … Dios se fija en ellos. Dios nos mira perplejo y con gran ternura. Nos contempla y se conmueve hasta las entrañas.
Dios se hace nosotros. Dios autor de la vida, el creador -que nos sostiene y alienta- mira al mundo con profundo amor, con un corazón conmocionado -quizá algo indignado por tanta injusticia- y toma partido. Actúa. Se desplaza hacia nosotros y se hace nosotros.
Pero no desde arriba, ni desde la autoridad, ni la fuerza, ni el gran poder. Viene a nuestro encuentro desde abajo, discretamente asumiendo el último lugar. Dios habita en lo cotidiano y en lo pequeño y en todas las personas que hoy aseguran lo cotidiano: los transportistas, los temporeros en los campos, las enfermeras en los hospitales, los camilleros en las ambulancias… tantas personas anónimas que permiten que la vida continúe. Dios está activo presente en este momento. Quizá de forma discreta, silenciosa, pero con la misma fuerza con la que Jesús proclamó a voz en grito: “Te alabo, Padre Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos”.
Son tiempos privilegiados para reflexionar sobre el sentido de la vida, el porqué del mal, el porqué de la enfermedad, cómo queremos vivir en sociedad, cuáles son las verdaderas prioridades, … pero conviene hacerlo no desde la angustia, tampoco desde el miedo.
Nosotros respondemos con un sí. Dios viniendo hacia nosotros y nosotros como humanidad sufriente respondemos con un sí tembloroso.
La fragilidad compartida que ahora experimentamos nos ha dejado desarmados, desnudos, a la intemperie. Paradójicamente, quizá este despojo nos ha permitido estar más abiertos, más disponibles. Hoy, quizá más que otras veces, nos podríamos aventurar a decir humildemente con Pedro Arrupe (misionero jesuita en Japón): “tan cerca de nosotros no había estado el Señor acaso nunca, ya que nunca habíamos estado tan inseguros”.
Quizá hay muchas actividades en las que hasta hace poco andábamos distraídos que ahora nos damos cuenta que de hecho no necesitamos. Tanta prisa, tanta obsesión por la imagen, tanta influecer, tanto desplazamiento, tanto consumo, tanto acumular, … Podemos y debemos pues volver a lo esencial.
Tuvo que venir un pequeño virus para desenmascarar el engaño en el que vivíamos y retornarnos a nuestra naturaleza comunitaria. Llegó como la bala de un cañón que tumbó a San Ignacio de Loyola dejándole postrado una larga temporada. Una convalecencia fructífera de la que él salió renovado. Una convalecencia de la que nosotros también podríamos salir renovados.
5. Construir.
Recibamos pues la debilidad y la vulnerabilidad compartida, soñemos y construyamos juntos una nueva humanidad desde este nuevo lugar, el último lugar. El lugar en el que se encuentran el sí definitivo de Dios y otro sí tembloroso pero decisivo.
6. Seguir adelante.
La vida no siempre es justa, la vida no siempre tiene sentido. Y en la vida, evidentemente, no todo saldrá bien. Y todo ello no es incompatible con decir que la vida es un don. Cada día puede ser una maravilla, incluso recluidos en casa, pero no hay necesidad de negar el horror. La aventura de asumir el sinsentido, la injusticia y la desgracia y, aún así, seguir adelante.
Jesús nos anima entonces a asumir la desgracia, simbolizada por la carga de la cruz, y acompañarlo. No para exaltar el sufrimiento, sino para decir sí a la vida tal y como es.
No todo irá bien, pero podemos encontrarle un sentido al confinamiento. Valorar aquello que teníamos y ya no; agradecer lo que conservamos; sentirnos parte de un todo solidario que ayuda a allanar la curva; aprender a vivir de otro modo; descubrir que hay vida más allá de la obsesión por la productividad.
7. Gestar un cambio de paradigma.
La pandemia del coronavirus ha tocado la fibra más profunda del orden social contemporáneo. De pronto nos dimos cuenta de que se puede vivir de otra manera, aunque hayamos tomado nota obligados por las circunstancias. Percibimos que no sólo la economía puede globalizarse, sino también un virus (la globalización del virus) y advertimos, de hecho, que existe otro modo de vivir, otro modo de entender la existencia. De golpe el aire se volvió más limpio, el agua más transparente. Como dijo el Papa Francisco el 27 de Marzo pasado en el momento extraordinario de oración en tiempos de pandemia: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles…, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
Después de pandemia del coronavirus ya no será igual en nuestro mundo. Ya no lo es. Se nos invita con apremio (urge), a una conversión humana, social y ecológica sin precedentes. Se nos invita a GESTAR UN CAMBIO DE PARADIGMA sociocultural en el que todos y todas estamos llamados a ser protagonistas.
Después de la pandemia los economistas no podrán seguir sosteniendo con seriedad que el único camino viable es el capitalismo financiero; los políticos no podrán repetir las viejas prácticas de corrupción y estafa moral a la sociedad; los teólogos deberán revisar sus métodos y no encorsetarse en tecnicismos; la pastoral no podrá seguir sobreviviendo de la inercia de otros tiempos y de otros siglos. Se me objetará: ni la economía, ni la política, ni la teología, ni la pastoral son responsables de la pandemia. Me dirán: no es necesario revisar nada porque esto se nos cayó como una desgracia, nos sorprendió sin que ninguna de estas causas actuara. Es posible. Pero la pandemia ha mostrado que existe otro modo de hacer economía, de hacer política, de hacer teología, de hacer pastoral.
Nuestras prácticas pastorales han cambiado porque estas deben adecuarse a las necesidades concretas de las personas. La necesidad de llevar consuelo a las personas obligó a definir, en la práctica y sobre lamarcha, el concepto de participación en la liturgia.
Si pensamos que cuando pase la pandemia volveremos a la normalidad de nuestras prácticas, sería una desilusión, porque significaría que no aprendimos nada de lo vivido. Estamos ante un gran desafío histórico que requiere un salto audaz de libertad. Es un momento de elección, el tiempo de elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no es.
Exige recrear las formas en que somos Iglesia y encarnarnos el Evangelio. Esto se dice fácil pero la verdad estamos ante una cuestión donde no existen recetas pre-determinadas. Al estar ante circunstancias inéditas en nuestra historia, estamos a responder con fidelidad creativa y audacia pastoral.
¿Qué aporta la teología? La teología puede desenmascarar las representaciones idolátricas de Dios y profundizar en la humanización de lo humano.
El Dios de Jesucristo no se deja encasillar en esquemas ni cristalizar en instituciones. Es la vieja tentación de pensar que Dios se agota en una cultura. Porque el cristianismo no es una serie de conceptos o de definiciones sobre Dios o un conjunto de normas a seguir, sino la adhesión por la fe a la persona de Jesucristo, quien nos ha revelado el Padre. Inspira un comportamiento, si no traducimos a Jesucristo en nuestras vidas. Veremos que nos estamos discerniendo adecuadamente. Este será el antídoto contra la tentación de generar una representación idolátrica-ideológica de Dios.
8. Reconstruir.
Esta pandemia nos invita a reconstruir la globalización y construir una civilización de la pobreza. Pues la anterior globalización ha sido una aldea global para beneficio de unos pocos, construir puentes para el dinero y muros para las personas que creó individualismos, nacionalismos y xenofobias. La “civilización de la pobreza” es la civilización de la sobriedad compartida. Estamos convencidos de que nuestro mundo no tiene otra salida.
El abandono de la naturaleza quedó al descubierto durante la pandemia del Covid-19. Seguir descuidándola es la mayor de las irresponsabilidades.
Lo importante no es tanto que superemos esta crisis sino que se produzca un cambio que haga que las cosas nunca vuelvan a ser como antes. De lo contrario, si regresamos a aquello que nos condujo a una pandemia, continuaremos el riesgo de padecer otra nueva.
9. Cooperar.
Cooperar entre toda la humanidad para lograr sobrevivir porque de la conducta de cada uno depende del destino de todos. Nos recuerda que somos interdependientes. Ojalá que esta crisis global nos sirva para aprender a decir “nos” en vez de decir “yo”. Quizás ahora podemos entender mejor las palabras de Martín Buber: “cada uno de nosotros hemos sido un nosotros antes de ser un yo”. Estamos llamados a remar juntos, a sacar lo mejor de nosotros mismos. A buscar nuevas formas de colaboración, generosidad y conciencia de otros.
Merece la pena proyectar el futuro con optimismo. Es hora de pasar del yo al nosotros aplicando una visión global.
Debemos mirar esta situación con esperanza, con una nueva actitud, que tengamos una manera de estar que dé nuevas posibilidades desde la creatividad pastoral.
Este tiempo nos ofrece opciones de mirar adelante y reorganizarse. Aprovechemos el momento para analizar las posibilidades de mejora bajo una mirada esperanzadora.
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Marco Antonio de la Rosa Ruiz Esparza, M.G. Licenciado en Teología por la Universidad Intercontinental (UIC). Máster en Mística y Ciencias Humanas por la Universidad Católica de Ávila. Ha publicado diversos artículos en revistas de Budismo, Filosofía, Teología y Misionología en México (VOCES), España (A Parte Rei, Lindaraja, Nueva Época-Zendo Digital) y Roma (SEDOS). Hasta hace poco acompañó grupos de meditación oriental método del P. Anthony De Mello, S.J. en varias parroquias de la diócesis de Sendai (Japón). Practicante de Meditación Zen por más de veinte años con maestros de las escuelas Rinzai y Sötö, su último maestro fue el P. Klaus Riesenhuber, S. J. Ha estado viviendo como misionero de Guadalupe en Japón por 34 años. Al momento es párroco de tres iglesias de la Prefectura de Aomori, de la diócesis de Sendai.(Japón)
REVISTA HOREB EKUMENE
ISSN 2605 - 3691 - Julio y Agosto 2020- Año III - No 22
Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
Muchas gracias, es la mejor reflexión que he leído sobre estos tiempos de pandemia.
ResponderEliminar¡Qué interesante!
ResponderEliminarMuchas gracias por el artículo y su publicación
Nacho