La Gratitud al Padre: Eje de la vida cristiana
por Julia Crespo
“Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos.” (Mt 11,25)
Jesús, con estas palabras, nos deja uno de los gestos más hermosos de su vida interior: agradecer. La gratitud, en la enseñanza de Jesús, no es solo una virtud, sino la actitud fundamental que nutre la alegría y la serenidad del cristiano, permitiéndole reconocer el inmenso Amor de Dios.
La sencillez que abre el corazón es la condición previa a la gratitud. Jesús alaba al Padre porque ha revelado su sabiduría “a los sencillos y no a los sabios y entendidos”.
No da gracias por un éxito ni por una conquista, sino porque el amor de Dios se manifiesta en los corazones humildes, en los pequeños del Reino. La fe, por tanto, no nace del saber mucho, sino de dejarse amar. Solo quien se vacía de la autosuficiencia propia del ego y reconoce su fragilidad puede acoger el misterio del Amor.
Dios se manifiesta y elige la sencillez, siendo la vida de Jesús el ejemplo más claro. Jesús, es el rostro visible del Padre. Él nos revela que Dios no es un juez lejano, sino Alguien cercano, que ama, perdona y acompaña. En Jesús se hace visible la manera de ser de Dios: compasiva, misericordiosa, profundamente humana.
Cuando el creyente contempla a Jesús, aprende que todo procede del Padre: la vida, la esperanza, la capacidad de amar, incluso las pruebas que nos hacen crecer.
Vivir con gratitud es reconocer que nada nos pertenece, que todo es don. El corazón sencillo no calcula, no compara, no busca controlar. Vive en confianza, consciente de su pequeñez y de la grandeza del Padre. En cambio, la autosuficiencia — tan propia de nuestro tiempo— cierra el alma a la acción de Dios.
Cultivar la sencillez, supone pasar de la mente que quiere controlarlo todo y como eso no es posible se frustra y se angustia, al corazón que intuye y confía serenamente, lleno de paz.
Es aprender a mirar la vida con los ojos de quien se sabe criatura, hijo o hija amada, sostenida por una ternura que no exige, que no juzga, que simplemente abraza. Agradecer es mucho más que pronunciar una palabra amable. Es una actitud del alma, una manera de situarse ante la vida. Por eso decía Cicerón que “la gratitud no solo es la más grande de las virtudes, sino la madre de todas las demás”.
Cuando Jesús agradece, nos enseña el camino de la alegría serena, esa que no depende de las circunstancias externas sino del reconocimiento interior de que Dios es amor y que en su amor todo tiene sentido, incluso lo que no comprendemos.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”
En un mundo cargado de tensiones, prisas y miedos, las palabras de Jesús resuenan con una fuerza liberadora. Jesús, Faro y Oasis en medio de la oscuridad del desierto: nos indica el camino, nos reorienta, y renueva nuestras fuerzas en la aridez del mundo. Su seguimiento, aunque no es fácil, nos llena de la paz interior que nace de saberse en las manos del Padre. El yugo de Jesús es suave porque se lleva desde el amor. Su carga es ligera porque la comparte con nosotros.
Cada vez que nos acercamos a Él en la oración, en la Eucaristía, en el silencio del corazón, su Espíritu nos aligera, nos devuelve la serenidad, nos recuerda que no estamos solos. Como cristianos tenemos que aprender de Jesús, sencillo y humilde de corazón. La misma paciencia infinita que tuvo con Pedro y sus discípulos, sigue teniéndola ante nuestra torpeza y testarudez.
La sencillez y la humildad del corazón, a la que nos invita Jesús, son inseparables de la gratitud. Solo quien es humilde puede agradecer sinceramente, porque sabe que todo lo bueno viene de Otro. El cristiano, consciente del Amor incondicional del Padre, manifestado en Jesús, debe llevar una vida de sencillez y continuo agradecimiento, viviendo en todo momento en Sus manos. El Amor recibido exige una respuesta de entrega y de transmisión a los demás. Seguir a Jesús implica también, buscar una libertad que se desprende de evitar los yugos innecesarios (roles, falsas seguridades, dependencias, ruidos ambientales, intelectualidad excesiva) y que permite enfocarse en lo esencial y vital.
Esta libertad se alcanza en el silencio y la perseverancia en la búsqueda de Dios, confiando que Él escoge y guía a cada uno. El objetivo es alcanzar la plenitud interior liberándose de lo que limita.
Concluyendo: el cristiano debe vivir en clave de gratitud continua
La gratitud no es una virtud accesoria, sino la actitud fundamental del cristiano. De ella nacen la alegría, la confianza, la paz y la capacidad de amar. Quien agradece, se libera del miedo y de la exigencia; da sentido al dolor, evitando el sufrimiento sobreañadido, se abre a la sorpresa de Dios y se vuelve más humano. La gratitud cristiana es un acto de humildad, confianza y abandono en el Padre, que se traduce en una vida de sencillez y seguimiento de Jesús, fuente de alivio y paz ante las cargas y agobios del mundo. Agradecer al Padre es reconocer que su Amor nos sostiene incluso cuando la vida se vuelve frágil. Es volver a Jesús, nuestro descanso, y dejar que su humildad y su ternura modelen nuestro corazón. Que cada día, en la oración, en la acción y en el silencio, podamos repetir con Él: Te doy gracias, Padre, porque tu amor lo llena todo.
- Horeb Ekumene. Boletín de noticias y comunicaciones. Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld- Noviembre 2025 Nº386
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