TEXTO BÍBLICO COMENTADO
El ejemplo de Pablo : todo para todos (1 Corintios 9, 16-27)
San Pablo escribió: Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.
Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley - aun sin estarlo - para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo.
¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado. (1 Corintios 9, 16-27)
Las palabras de San Pablo son como fuego. Todo su ser está repleto y animado por el celo de anunciar el Evangelio. Para él es una necesidad, una alegre obligación. Sin vergüenza exclama : ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (v. 16). Habla así porque el Evangelio es la fuerza de Dios para la salvación de aquellos que creen (Romanos 1, 16). En primer lugar, él mismo ha sido poseído por esa fuerza, en cuerpo y alma. En su encuentro con Cristo Resucitado su vida se ha transformado y una nueva vida en comunión con él ha comenzado. Ahora quiere transmitir el amor de Dios manifestado en la persona de Jesús a aquellos que aún no lo conocen.
Con fuerza y elocuencia, el apóstol desvela el secreto de su ministerio de evangelización. Sin contradicción ni polémica, se identifica con cada uno y con todos, incluso aunque pertenezcan a categorías opuestas. Quiere ir más allá de las separaciones culturales y religiosas para tener acceso a todos, para « ganar » oyentes. El apóstol es verdaderamente libre y no se deja paralizar por opiniones comunes. Se trata de anunciar la Palabra de Vida a todos sin excepción, puesto que Cristo ha muerto y resucitado por todos.
Las imágenes del atleta y de la corona muestran cúanta disciplina, sacrificio y autocontrol se pide a aquellos que se comprometen en el trabajo de la evangelización. Como los atletas, los discípulos de Cristo necesitan entrenarse.
Pablo es un realista. Sabe que su mensaje no será acogido por todos. Pero esto no le desanima ni le impide atreverse a franquear las barreras aparentemente insalvables. Aunque ha trabajado mucho y también, en cierto sentido, ha triunfado en su ministerio, se guarda de todo orgullo. Es consciente de sus límites y de su debilidad. Pero a pesar de todo, Dios actúa. Pablo dirá más tarde que el tesoro del Evangelio lo llevamos en vasijas de barro (2 Corintios 4, 7). Es perfectamente consciente de que la fuerza viene de Dios, no de nosotros.
Pablo demuestra su celo por el anuncio del Evangelio, no para vanagloriarse, sino para exhortar por su ejemplo a los cristianos dispersos entre los pueblos de mayoría no creyente. Sigue el ejemplo de Jesús, su maestro. Durante su vida sobre la tierra, el mismo Jesús no excluyó a nadie y mostró el rostro de un Dios Padre de todos los hombres.
Hoy, como en tiempos de san Pablo, vivir el Evangelio y anunciarlo van a la par. En este mundo siempre marcado por las divisiones y las oposiciones, estamos llamados a anunciar a Cristo, que ha destruido la barrera de separación que supone el odio, la hostilidad (ver Efesios 4, 14).
Sin ponernos de parte de unos o de otros ¿tendremos la audacia de anunciar al Cristo de comunión? Todo comienza en nosotros mismos. La actitud de San Pablo nos inspira e interpela.
¿Con quién puedo compartir mi fe? ¿Dónde puedo dar testimonio? Si mi interlocutor no conoce a Cristo, ¿cuál será mi actitud?
¿Qué significa para San Pablo «entregar gratuitamente el Evangelio»? ¿Qué significa para nosotros hoy?
En mi entorno social y cultural, ¿cuáles son las barreras a superar para anunciar el Evangelio?
Comunidad de Taizé
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