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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

viernes, 2 de abril de 2021

VIERNES SANTO: CAMINO DEL CALVARIO

CAMINO DEL CALVARIO

por Carmen Herrero

«Vosotros, todos los que pasáis por el camino,
mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta»
(Lm 1,12).

Estas palabras, del libro de las Lamentaciones, bien las podemos aplicar a la Madre Dolorosa, la Madre del Redentor del mundo: Jesús.

CAMINO DEL CALVARIO: JESUS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

En el camino hacia el Calvario Jesús se encuentra con María, su madre, y María se encuentra con Jesús, su hijo amado, su predilecto, salido de sus entrañas. El intercambio de miradas es intenso, profundo, lleno de amor y de ternura; desde el silencio amante y compasivo de una madre. La mirada es el lenguaje más profundo e íntimo entre las personas que se quieren. En este encuentro no se pronuncia palabra, la sola palabra es la mutua mirada que expresan el dolor intenso y profundo que hijo y madre viven. El dolor de la madre por su hijo inocente ajusticiado, conducido al suplicio de la muerte, sin causa alguna, es profundo, indecible. El inocente, es condenado por los culpables, y la madre, conocedora de la mentira que traman, asume desde la fe y el abandono el designo de Dios. La profecía de Simeón se ha cumplido: “una espada traspasará tu alma” (Lc 2,35). Pero María, mujer de fe y de esperanza, acepta este momento, desde la certeza de que la muerte de su hijo no es el final del camino. ¿Cómo va a morir el que es la Vida? No, ¡esto es un absurdo! ¡Poderoso como es Dios, él vendrá en su ayuda!

«No temas María, Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32). Estas palabras que el ángel Gabriel dijo a María, las hace suya, sin llegar a comprenderlas, cree contra toda esperanza. Y desde esa seguridad y confianza que da la fe, María, con su tierna y penetrante mirada, infunde en su hijo, ánimo, fortaleza y confianza en el Padre que es quien sostiene su vida y dirige la historia de la salvación. María confía y adora el plan del Padre, aunque humanamente no lo comprenda y sea para ella la espada de dos filos que le traspasa lo más íntimo de ella misma: dolor inmenso, sangrante. “Una espada atravesara tu corazón” (Lc 2,35). En medio de la profunda soledad de la Pasión de Jesús, María ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura desde su fidelidad incondicional y su amor de madre. Madre e hijo están íntimamente unidos, y nada podrá impedirles de llevar a cabo la voluntad del Padre. María dijo en el momento de la encarnación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) y Jesús: “Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 40,8; Hb 10,7). Madre e hijo serán files a la palabra pronunciada, al compromiso adquirido.

Si el corazón de María está traspasado por la lanza del dolor, no es menos el dolor que atraviesa el corazón del Hijo, al ver a su madre tan afligida y sumergida en tan profundo dolor. El verdadero amor hace propio el dolor del ser amado. Este es el caso de Jesús y María: cada uno hace suyo el dolor del otro. Madre e hijo se funden en un mismo hágase tu voluntad, ofrecido al Padre por la salvación del género humano. María al decir “Heme aquí” en la Anunciación, asumió con todo lo que implicaba ese “hágase”, la historia de su propio hijo, haciéndola propia. María, como madre que es, sufre profundamente, y quiere abraza y llevar la cruz con su divino Condenado en el camino hacia el calvario. Pero no solamente abraza a Jesús, sino que, en su inmenso corazón de Madre, también abraza a los hombres y mujeres de todos los tiempos en la situación concreta que nos toca vivir. Sintámonos mirados con amor y acompañados por María, nuestra Madre, en el camino del calvario que cada uno nos toca vivir y, a su ejemplo, seamos files al plan de Dios, a ese “hágase tu voluntad.”

La Iglesia llama a María: “corredentora con Cristo”, porque, de alguna manera, ella también murió en la cruz con su Hijo. No de una muerte cruenta; pero sí de una muerte mística. María, recorrió el camino del calvario y estuvo al pie de la cruz acompañando a su hijo amado, haciendo suya la pasión y muerte del hijo, salido de sus entrañas. La pasión del hijo es la pasión de la madre. Y la muerte del hijo es la muerte de la madre.

Señor, Jesús, como María tu madre, también nosotros queremos acompañarte, ofrecerte nuestro consuelo y nuestro tierno y dulce amor, estando a tu lado en este camino en el que el dolor te desfigura y el peso de la cruz te lleva a caer tres veces en el camino hacia el calvario.

Contigo, María, también queremos acompañar a tantos hermanos y hermanas que el dolor los tiene hundidos, desfigurados, sin poder levantarse ni mirar al horizonte; sin encontrar una mirada que les infunda fortaleza y ánimo para seguir caminando. Para ellos te pedimos la fe y la esperanza, y una madre buena que les mire con amor y les acompañe en su sufrimiento.

Y a Ti, María, Madre del Hágase, Madre del Amén al Padre, te pedimos intercedas por toda la humanidad para que, a tu ejemplo, nos abandonemos con fe y confianza a los planes de Dios; aunque no los comprendamos, y nos sean difíciles de cumplir. También te pedimos que consueles a tantas madres como sufren las “pasión” de sus hijos, y ayúdales a llevar la cruz con amor, cogidas de tu mano, a tu lado en el camino del calvario que es el suyo, manifestado de muy diversas maneras.

María, Madre de Jesús, Madre de la Iglesia, Madre de la humanidad y Madre de cada uno de nosotros; bajo tu gran amor maternal nos cobijamos y contigo creemos en la resurrección de Jesús, tu hijo amado. La muerte no es el final del camino, ella anuncia la resurrección y la vida: la Pascua.

Sor Carmen Herrero
Fraternidad Monástica de Jerusalén





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