Remembranzas de la «Ut unum sint» cinco lustros después
por Pedro Langa Aguilar
Se cumplen hoy (25 mayo 2020) cinco lustros de la encíclica «Ut unum sint», solemnidad de la Ascensión del Señor aquel 25 de mayo de 1995. Es la duodécima del largo pontificado de san Juan Pablo II y primera de un papa sobre el empeño ecuménico. Profética según Max Thurian, abre marcha con palabras del Señor Jesús en la última Cena, leitmotiv de la oración sacerdotal por la unidad de los discípulos.
Ilustraron contenido y significados ante los periodistas en la Sala de Prensa de la Santa Sede el martes 30 de mayo por la mañana, el cardenal Edward Idris Cassidy, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos, monseñor Pierre Duprey y el reverendo monseñor Eleuterio F. Fortino, respectivamente secretario y subsecretario del dicasterio. También compartió presencia Joaquín Navarro Valls, portavoz de la Santa Sede.
L’Osservatore Romano destacaba en su edición italiana en blanco y negro del miércoles 31 el momento de la firma: junto al Papa sentado y tirando de estilográfica, el cardenal Cassidy y el entonces arzobispo oficial de la Secretaría de Estado, monseñor Juan Bautista Re, hoy cardenal decano del Colegio Cardenalicio y obispo de Ostia.
La encíclica salió para impulsar los esfuerzos unionistas del Jubileo-2000, es cierto, pero también con el horizonte espacioso de una Iglesia del tercer milenio. Esfuerzo aquel, dicho sea de paso, del que ni el mismo autor se consideraba exento, y al que también se debían sumar los trabajadores de la unidad.
La primera parte repasa los grandes temas del decreto «Unitatis redintegratio» para completarlos y adaptarlos a la situación de entonces. Ante la división de los cristianos, contraria a la voluntad de Cristo, san Juan Pablo II propone la «ruta del ecumenismo», por él considerada como el camino de la Iglesia. Dios quiere la Iglesia y la unidad. De ahí la frase maestra del Papa:
«Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el significado de la oración de Cristo: “Ut unum sint” » (n.9).
Sale asimismo del documento que, en este ambicioso camino, prima la oración, sobre todo en común: cuando los hermanos que no están en perfecta comunión entre sí se reúnen para rezar, su oración es definida por el Vaticano II como alma de todo el movimiento ecuménico. La oración es «un medio sumamente eficaz para pedir la gracia de la unidad» y «expresión auténtica de los vínculos que siguen uniendo a los católicos con los hermanos separados » (UR 8).
Incluso cuando no se reza en sentido formal por la unidad de los cristianos, sino por otros motivos, v. gr., la paz, la oración se convierte por sí misma en expresión y confirmación de la unidad. «La oración en común de los cristianos invita a Cristo mismo a visitar la Comunidad de aquéllos que lo invocan: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Cuando los cristianos rezan juntos la meta de la unidad aparece más cercana» (nn.21-22).
El diálogo haciendo este camino ha pasado a ser también necesidad explícita para la Iglesia, ya sea el propiamente dicho, el del examen de conciencia, incluso el tendente a resolver divergencias entre cristianos.
Claro que las relaciones ecuménicas no miran sólo al conocimiento recíproco, la oración común y el diálogo, quia. También exigen la colaboración práctica, basada en la fe común, «epifanía del mismo Cristo».
San Juan Pablo II evoca en la segunda parte los progresos efectuados a partir del Vaticano II. Tras la «fraternidad reencontrada», no es cosa de insistir más en «hermanos separados», cuanto, sobre todo, en «otros bautizados», o más simplemente aún: en «otros cristianos».
Subraya el autor la importancia de las traducciones ecuménicas de la Biblia, claro, e invita entusiasta al aprecio de los bienes presentes en los otros cristianos. La progresión de la comunión es el fruto precioso de las relaciones entre cristianos y del diálogo teológico que llevan ellos entre sí. Esta búsqueda de la unidad mediante el diálogo teológico, lejos de acto facultativo, es «exigencia que deriva del ser mismo de la comunidad cristiana».
El Papa no se cansa de repetir que «¡la Iglesia debe respirar con sus dos pulmones!» (Oriente-Occidente); y le place recordar los motivos de que la Iglesia católica y la ortodoxa sean «Iglesias hermanas».
Prueba no menos interés por el diálogo con las otras Iglesias y comunidades eclesiales de Occidente en el marco de las consideraciones de Unitatis redintegratio. Como el Concilio deseaba, el diálogo se ha desarrollado entre Iglesias y con el Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI) gracias a un «grupo mixto de trabajo» y a la participación católica en la Comisión Fe y Constitución (FC).
Aborda, en fin, numerosas cuestiones controvertidas como el bautismo, la Eucaristía, el ministerio ordenado, la sacramentalidad y autoridad de la Iglesia, la sucesión apostólica, puntos todos donde ya se han encontrado inesperadas perspectivas de solución, pero donde se advierte igualmente la necesidad de ulteriores esclarecimientos.
San Juan Pablo II concede gran importancia a las relaciones eclesiales, en particular aquellas que él pudo afortunadamente fomentar durante sus visitas pastorales de matiz ecuménico, no pocas, como es el caso de las visitas al patriarca de Constantinopla, al Arzobispo de Canterbury, o a la sede del CEI en Ginebra.
La tercera y última parte es la más novedosa e importante. El ecumenismo aspira a restablecer la plena unidad visible de los bautizados, algo donde lo que se ha obtenido hasta la fecha no pasa de ser una etapa, bien es cierto que positiva y prometedora.
Para proseguir por ahí es preciso el trabajo paciente y vigoroso. Sobremanera en cinco temas a profundizar hasta el verdadero consenso en la fe, o sea: Escritura y Tradición; Eucaristía; orden ministerial; magisterio de la Iglesia; la Virgen María, madre de Dios e icono de la Iglesia.
En cuanto a continuidad del diálogo teológico, hace falta emprender un proceso de «recepción» de los resultados ya conseguidos para el conjunto del pueblo de Dios, llamados a devenir en patrimonio común.
La Ut unum sint, conocida por algunos como «encíclica de la conversión ecuménica», invita a fomentar el ecumenismo espiritual y a entrar de buen grado en lo que el Papa llama «el diálogo de la conversión», que comporta un esfuerzo de arrepentimiento, de admitir los propios errores, de voluntad de reforma personal y comunitaria, de ponerse en las manos de Dios, y de absoluta confianza en el poder reconciliador de Cristo.
Vencer las divisiones es posible, pues los mártires de las diversas Iglesias lo atestiguan. Para ellos y los santos, la comunión es ya perfecta. Provienen de todas las Iglesias o comunidades eclesiales que les han abierto la entrada en la comunión de salvación.
El pasaje más original, también el más comentado, es el relativo al ministerio de unidad del obispo de Roma. Según la bella expresión de san Gregorio el Grande, y antes de san Agustín, al que san Gregorio tanto sigue, el sucesor de Pedro ha de ser el «siervo de los siervos de Dios» (servus servorum Dei).
San Juan Pablo II agrega: «Esta definición preserva de la mejor manera el riesgo de separar la potestad (y en particular el primado) del ministerio, lo cual estaría en contradicción con el significado de potestad según el Evangelio: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27), dice nuestro Señor Jesucristo, Cabeza de la Iglesia». El Papa -antes lo había hecho san Pablo VI-, pide perdón por las faltas que han dejado ciertos recuerdos históricos dolorosos.
Sucesor de Pedro, comprende que es preciso renovar la forma de expresar el ejercicio del primado, abierto a una situación nueva, aunque sin renuncias a nada de lo esencial. Luego de haber mostrado que Cristo es «el único Pastor, en el que todos los pastores son uno», concluye san Agustín: «Que todos se identifiquen con el único Pastor y hagan oír la única voz del Pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único Pastor, y no a éste o a aquél, sino al único y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tengan cada uno su propia voz […] Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía» (Sermo 46, 30: CCL 41, 557).
Y aquí viene la propuesta que más sorprendió: «Tarea ingente que no podemos rechazar y que no puedo llevar a término solo. La comunión real, aunque imperfecta, que existe entre todos nosotros, ¿no podría llevar a los responsables eclesiales y a sus teólogos a establecer conmigo y sobre esta cuestión un diálogo fraterno, paciente, en el que podríamos escucharnos más allá de estériles polémicas, teniendo presente sólo la voluntad de Cristo para su Iglesia, dejándonos impactar por su grito “que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21)?» (UUS 96).
Consolador y saludable, pues, resulta el comprobar que 25 años después de haber visto la luz, la feliz inspiración de la Ut unum sint se percibe aleccionadora y pujante en todo estudio ecuménico de ley: el Congreso que sobre el ministerio petrino convocó en Roma el cardenal Kasper, entonces presidente del PCPUC (21-24.05.2003), debió su iniciativa al n.95 de nuestra encíclica y al expreso deseo de san Juan Pablo II.
La Comisión internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, por sólo citar otro ejemplo, viene haciendo del tema, especialmente a partir de la reanudación de sus encuentros en Belgrado (2006), el argumento bandera de sus deliberaciones. La Ut unum sint, en suma, constituye un servicio impagable de san Juan Pablo II a la causa de la unidad, y, por lo que se ve, tiene cuerda para rato.
NB: Quien tenga humor y ganas de ampliar información al respecto, puede hacerlo en el Pliego de Vida Nueva, o en la síntesis del mismo en Vida Nueva Digital. Ambos salen hoy a Librerías y Redes.
Pedro Langa: Vida Nueva, n.º 3.179 (23-29 de mayo de 2020), pp.24-29 (Pliego).
Pedro Langa Aguilar, OSA. es sacerdote agustino burgalés de Coruña del Conde (1943). Licenciado en Dogmática por Comillas, doctor en Teología y Ciencias Patrísticas por el Augustinianum y profesor en universidades de Roma, Madrid y Salamanca, lleva cuarenta años consecutivos dictando cursos de Patrística, Agustinología y Ecumenismo.
Fantástico documento, enhorabuena y a seguir luchando por alcanzar la unidad!!!
ResponderEliminar