“UN PARACLITO QUE ESTÉ SIEMPRE CON VOSOTROS” (Jn 14, 15)
por Francisco Henares Díaz
Estos días que van de la Resurrección a Pentecostés son sublimes, aunque sombríos por la Pandemia. El Pan de la Palabra, sin embargo, nos trae en la misa, textos impresionantes de vida. Acentuados por el Santo Espíritu que nos llega como lo que es: ráfagas de vida, confianza en el Paráclito, nidal que siempre nos guarda. Loado, seas Señor Padre eterno en tu Hijo con el Espíritu que nos abriga. De todos modos, quizás deberíamos admitir que el Santo Espíritu no ha recibido, en muchos siglos de catolicismo, el fervor que merecía. O que no lo supimos llevar en nuestras liturgias y aulas. Lo entiendo, porque el Espíritu no se “toca”, no se ve por fuera. De ahí, a veces, la escasez de símbolos, a pesar de que la Paloma sea excelsa. A diferencia de la Iglesia ortodoxa tan constante y tan pneumatológica, efectivamente.
Y he aquí la liturgia de la Palabra: el profeta Ezequiel nos regala: “Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo “ (Ez. 36, 26-27) A mí desde jovencico, las palabras que más se me grabaron del Espíritu eran aquellas donde nos dice Jesucristo que el Espíritu vendrá a nosotros, y que no tengamos miedo, ni pensemos lo que hemos de decir, porque él nos dirá todo lo que debemos de hacer (nos “chivará” todo, decíamos de adolescentes). ‘Qué cariño el de la Santa Trinidad con un Espíritu que tanto me ayuda. En el evangelio (Jn. 14,15-21) Cristo nos conduce: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la Verdad”. Esto del Espíritu y su recepción, no parece fácil, a juzgar por lo que el Señor añade: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve, ni lo conoce; vosotros en cambio lo conocéis, porque mora con vosotros”. Ahora lo vamos componiendo: como siempre, somos unos atascados, pero también como siempre, se nos dice por dónde ir, o sea, por el “Espíritu de la Verdad”. Eso ya es mucho, y es sabiduría, son dones, son renovación (Rom. 8, 16). En pocas palabras: es un lujo tener al Espíritu, aunque visitando altares, e iglesias apenas encuentre yo el símbolo. ¿Cómo lo vamos a ver si es Espíritu? Ahí está la clave: habla en clave (don divino) el Espíritu, pero se le entiende. Míralo: “Porque Dios es espíritu, el que nace de Dios estando nacido del Espíritu es Espíritu (Jn. 3. 6). Lógicamente, “renuncia a la carne” (Hebr. 6, 1).
Por tanto, Espíritu /vs/ carne. Buena batalla para cristianos en amor a la verdad. La Pastoral nos rocía. Recordemos: los “Frutos del Espíritu”, los dones, que eran muchos (qué bien memorizando el Catecismo los críos), y los versículos de la Secuencia: “Venid, Padre de los pobres, venid dador de todo don, venid luz de los corazones”. Acabo con una cita. El buen teólogo Rovira Belloso (Tratado de Dios uno y trino, 1993) decía que a la gente sencilla le costaba contemplar que el Padre era una persona (mayor), que el Hijo otra (Redentor), y al llegar el Espíritu Santo no lo hilaban como persona. Y en todo caso se veía una paloma.
Bueno, pero son tantos los “carismas” del Espíritu que eso de enseñar al que no sabe hará maravillas para captarlo poco a poco. Todo menos olvidarlo.
Francisco HENARES DÍAZ
Profesor de Ecumenismo. ITM Murcia (Univ. Antonianum, Roma)
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