SAN PABLO. VIDA, MISIÓN, CARTAS Y MUERTE
Por Xabier Pikaza
ITINERARIO PERSONAL
Pablo es el primer escritor (conocido) del Nuevo Testamento, y su obra ha marcado el principio del cristianismo y de sus libros canónicos. Por eso es importante presentar un panorama de conjunto de su vida, que nos permita situar su obra e interpretar su figura.
Origen y conversión (=vocación).
Según Hechos 9, 11; 22, 3, el judío Saúl (que tomará primero el nombre helenizado de Saulo y después el latino de Paulo/Pablo) nació en Tarso de Cilicia (en torno al año 8 ó 9 d.C.) y, como suponen sus cartas, recibió educación helenista (quizá en Tarso, que era entonces un centro importante de cultura) y judía (quizá en Jerusalén, según Hechos 22, 3, pero ése puede ser un dato “teológico”). Él mismo se presenta como fariseo (Flp 3, 4-5), partidario fuerte de la identidad nacional judía.
Un judío de Damasco (31-32 d.C.). Hechos parece decir que vino a Damasco de un modo circunstancial, para perseguir a los cristianos. Pero Galatas 1-2 supone que residía allí, quizá “por oficio”, como urdidor de pieles/lonas, pues la ciudad, en la linde del desierto, era un centro importante de fabricación de tiendas.
Debió ser miembro activo de una de las sinagogas de Damasco, y allí conoció se opuso (persiguió) a los cristianos “helenistas” allí establecidos. Lo hizo porque los seguidores de Jesús veneraban como Mesías de Israel a un crucificado, es decir, a un rechazado y maldito según Ley (Gal 3, 10-13), actuando así en contra de la identidad judía y de la justicia de Dios.
Pablo, buen fariseo apocalíptico, no pudo aceptar esa visión de los cristianos, a quienes “persiguió” para defender la identidad nacional del judaísmo. A su juicio, los cristianos “helenistas”, que intentaban abrir el “falso” mesianismo de Jesús a los gentiles, destruían la entraña nacional (mesiánica, religiosa) de la historia de Israel del judaísmo.
Vocación (en torno al 32 d.C.). Suele decirse que Pablo se “convirtió”, pero él no utiliza esa palabra. No se convirtió (no empezó a ser otra cosa), sino que Dios le abrió los ojos y, desde su propia raíz israelita, descubrió una nueva luz, recibió una “vocación” radical, como los antiguos profetas (Isaías, Jeremías). Lo que llamamos conversión fue una revelación mesiánica, formulada en la línea de la tradición profética de Israel (cf. Jer 1).
Dios se le manifestó revelándole que Jesús, a quien él se oponía, era su Hijo crucificado, el Mesías Salvador, y confiándole el encargo (la misión) de anunciar su mensaje a los gentiles. Pablo interpretó esa experiencia como aparición pascual, una llamada de Jesús resucitado (Gal 1, 11-17; Flp 3, 7-9; 1 Cor 1, 15, 3-7). Hechos la entiende desde una perspectiva más “eclesial” (9, 1-20; 22, 6-17; 26, 12-18) desvinculando a Pablo, el perseguidor, de los sacerdotes de Jerusalén, que le enviaron a combatir a los cristianos, y vinculándoles con los cristianos de la comunidad de Damasco.
Misión original, Arabia (32-35 d.C.). No inició su misión hacia occidente (Grecia o Roma, donde irá más tarde), sino en el entorno árabe de Damasco (que estaba bajo control de los reyes “nabateos/árabes” de Petra, tributarios de los romanos). No sabemos si predicaba en griego (muchos habitantes de la zona estaban helenizados), en arameo (lengua franca de esa parte de oriente) o en árabe (¡era fabricante de tiendas para árabes!). Pablo presenta esa misión de esta manera: «Pero cuando Dios... quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles no consulté con nadie (con carne, ni sangre), ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco. Luego, después de tres años, subí a Jerusalén» (Gal 1, 17).
Algunos suponen que viajó al Horeb/Sinai, para presentarse ante Dios, como Elías (1 Rey 19). Otros piensan que caminó hacia Oriente (quizá hasta Palmira), para llamar desde allí a los gentiles (los que habitan en tiendas: cf. Os 2, 14), a fin de que peregrinaran a Jerusalén, donde debía revelarse el Mesías (conforme a una esperanza profética que está al fondo de Mt 2, 1; 8, 11).
Sea como fuere, en el fondo de esa misión late una esperanza apocalíptica, vinculada a tradiciones cercanas a las de Juan Bautista, que comenzó su misión desde el otro lado del Jordán. En esa línea, Pablo habría querido preparar en Oriente la llegada del Mesías (Reino de Dios), para subir con él a Jerusalén, donde debería instaurarse el Reino. No sabemos cómo fue esa misión, pero fracasó, como él supone al hablar de los «peligros en el desierto» (cf. 2 Cor 11, 26), y de su “huida vergonzosa” de Damasco, tras su misión árabe (cf. Gal 1, 17).
«Si es preciso gloriarse, yo me gloriaré de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús... sabe que no miento. En Damasco, el etnarca (gobernador del rey) Aretas, guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui descolgado por la muralla, a través de una ventana, en una canasta, y escapé de sus manos» (2 Cor 11, 30-33).
Esta huida por el muro (cf. Hch 9, 24) constituye la primera estación de los “fracasos de Pablo”, tal como él mismo los cuenta después de veinte años (hacia el 55 d.C.). Así aparece como un “agente mesiánico peligroso” (un judío perturbador) en el reino de los nabateos, que le expulsan (sin duda por suscitar polémicas entre judíos y paganos). Su misión original parece haber terminado sin éxito. Pablo deberá cambiar de estrategia.
Primera subida a Jerusalén (35 d.C.).
La misión árabe había durado tres años. La nueva que ahora empieza en Jerusalén durará catorce (cf. Gal 2, 1). ¿Por qué empieza subiendo a Jerusalén? No va a Galilea (Jesús de la historia) sino a la ciudad de las promesas, para retomar el camino allí donde Jesús había muerto: Va para «conversar» (historêsai) con Cefas (es decir, con Pedro, el “roca”), para compulsar con él su visión de la Iglesia, una vez que ha terminado la misión anterior, de Oriente. Ve también a Santiago, a quien presenta como Hermano del Señor, es decir, como personaje representativo de un tipo de iglesia, con la que mantendrá un contacto polémico en el resto de su vida. Antes, no había consultado a nadie. Ahora lo hace: «Pasados tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas y estuve con él quince días. Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, a no ser a Santiago, el Hermano del Señor» (Gal 1, 18-19).
MISIÓN ANTIOQUENA (35-49 D.C.)
Pablo dice simplemente que dejó Jerusalén y fue a las regiones de Siria (con capital en Antioquía) y Cilicia (donde se encuentra su ciudad de origen, Tarso), dando a entender que se dedicó a proclamar el evangelio, pero no ya en oriente (Arabia), sino hacia occidente, y que lo hizo durante catorce años: «Después (saliendo de Jerusalén) fui a las regiones de Siria y de Cilicia. Y yo no era conocido personalmente por las iglesias de Cristo que están en Judea. Solamente oían decir: “El que antes nos perseguía ahora evangeliza la fe que antes devastaba”. Y daban gloria a Dios por causa de mí. Después de catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé» (Gal 1, 21 –2, 1).
Eso es todo lo que dice Pablo sobre estos catorce años de misión, sin añadir nada sobre su forma de actuar, ni sobre los lugares o temas de su predicación. Con su estilo habitual, Lucas ha desarrollado de forma programada (y dramática) esta segunda misión (Hch 13-14). Durante ese tiempo, Pablo forma parte de la Iglesia de Antioquía, actuando en ella y desde ella como “colaborador” de Bernabé, uno de los primeros misioneros helenistas (cf. Hch 11, 20-26).
En este contexto debemos hablar de un giro apostólico de Pablo, que salió de Damasco (misión árabe), pasando por Jerusalén (primer centro cristiano) para trabajar luego desde Antioquía, que aparece ahora como centro del movimiento cristiano (cf. Hch 13, 1-3), donde él colabora básicamente con Bernabé. Lucas añade que Bernabé y Pablo proclaman el mensaje de Jesús por diversas ciudades y regiones del entorno (Chipre, Antioquía de Psidia, Iconio, Listra...) creando comunidades de cristianos gentiles, sin obligarles a circuncidarse, haciéndose judíos (cf. Hch 13-14). En este momento, Pablo asume la teología de Antioquía, de manera que no tuvo que escribir cartas especiales a las comunidades (o no conservamos el recuerdo de ellas).
Concilio de Jerusalén y crisis de Antioquía (48-49 d.C.).
La conducta de Bernabé y Pablo (delegados de la Iglesia de Antioquía) y el éxito de su misión (sin “circuncidar” a los convertidos), causó recelos en Jerusalén, donde los cristianos del grupo de Santiago, hermano del Señor, querían que todos los convertidos se circuncidaran, para formar así parte del judaísmo, al mismo tiempo que se hacían cristianos (Hch 15, 1-4). Bernabé y Pablo (y quizá el conjunto de la Iglesia de Antioquía) no compartían esta visión y así surgió el problema. Para arreglarlo, Bernabé y Pablo decidieron subir a Jerusalén, donde se celebró el “concilio” (Hch 15; Gl 2). Los representantes de la iglesia de Jerusalén (con Santiago) reconocieron la misión paulina, pero las diferencias permanecieron, y se manifestaron pronto en el llamado incidente de Antioquía. El tema de la misión en sí parecía resuelto, pero quedaba abierto el de la relación entre judíos y paganos dentro de una comunidad cristiana: «Pero cuando vino Cefas..., le resistí a la cara, porque era censurable. Pues antes de llegar algunos de Santiago, comía con los gentiles, pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, pues temía a los circuncisos... (Gal 2, 11-14).
El problema no era la existencia de cristianos gentiles (sin circuncidarse), sino su relación con los judíos, la comida en común con ellos. Para que unos y otros pudieran convivir (comer juntos) alguien debía ceder. ¿Debían hacerlo los judíos, sin atarse a las normas de pureza y uniéndose con los incircuncisos, compartiendo con los paganos vida y mesa? ¿Cederían los paganos, asumiendo y cumpliendo unas normas de pureza propias de judíos, para poder convivir/comer con ellos? Ante ese problema podían darse y se dieron dos respuestas.
Pedro supuso que todos debían ceder: los judíos aceptando a los paganos, y los paganos aceptando por su parte ciertos elementos de la ley judía, en especial los vinculados a los ritos de comida. Ciertamente, Cefas (así le llama Pablo, con su título arameo, que es el mismo que Pedro en griego) no se limitó a misionar entre judíos (como parece suponer Gal 2, 1-10), sino que aceptó y asumió la misión a los paganos (como hacía la iglesia de Antioquía), pero (a diferencia de Pablo) mantuvo ciertas normas de separación, que debían imponerse a los gentiles, para que les aceptaran los judíos, según el «decreto» de Hechos 15 (no comer sangre o carne mal desangrada ni ofrecida a los ídolos etc.).
Pablo supuso y afirmó que los pagano-cristianos no debían ceder para convivir con los judíos. Ellos podían ser cristianos sin cumplir las normas nacionales sagradas de la ley israelita. Los que debían cambiar, si querían mantenerse fieles a Jesús, eran los judeo-cristianos, relativizando las normas de su ley particular de comidas (y de circuncisión) al vincularse en comunidad a los paganos. Pues bien, por defender y aplicar su postura, Pablo se separó de Bernabé y de Pedro, y de la Iglesia de Antioquía, para iniciar su misión propia los gentiles, desligada ya de la ley judía.
NUEVA MISIÓN Y CARTAS, MADUREZ DE PABLO (49-57 D.C.)
Los años 49-57 constituyen el tiempo de expansión propiamente dicha del mensaje y camino de Pablo, ocho o nueve años que van a definir la historia posterior del cristianismo.
Solamente en ellos podemos hablar de una misión paulina, en el sentido estricto de la palabra.
Hasta ahora, Pablo ha dependido de otras iglesias, como misionero de la comunidad de Damasco o de Antioquia, o como compañero de Bernabé. A partir de aquí, desde el año 49 d.C. (tras el “incidente” de Antioquía: Gal 2, 11-14), él aparece y actúa como apóstol autónomo, en nombre de Jesús, creando sus iglesias nuevas a las que modela conforme a su visión de Cristo y a las que escribe para confirmar su camino cristiano. Pedro se queda probablemente en Antioquía (en una iglesia que él no ha fundado). Pablo, en cambio, ha de marcharse de la iglesia donde ha madurado, separándose incluso del mismo Bernabé, su compañero, tomando caminos diferentes (cf. Hch)
Galacia.
Debió ser la primera zona de misión de Pablo tras el “concilio de Jerusalén”, al comienzo de su última etapa (en torno al año 49 d.C.), aunque no sabemos exactamente dónde, pues esa región podía entenderse de formas algo distintas (según diversos criterios políticos o culturales). Ciertamente, la carta a los Gálatas no es la primera, sino de las últimas cartas de Pablo (escrita en torno al 56 d.C.), pues ella supone no sólo la misión original de Pablo (hacia el 49/50 d.C.) y quizá otra posterior (en torno al 52 d.C.), sino una contra-misión de otros grupos cristianos, posiblemente de la línea de Santiago*, que quisieron «completar» su obra, diciendo a los gálatas cristianos que sólo serían plenamente judíos y cristianos si se circuncidaban. En esta carta, de tipo polémico y muy personal, describe Pablo el sentido de su vocación y el despliegue básico de su vida, para exponer ante los gálatas la verdad de evangelio, que se funda en la gracia de Dios y en la fe de Jesús, no en unas normas legales.
Filipos.
Viniendo de Asia Menor (donde estaba Galacia), la primera ciudad europea que Pablo encontró fue Filipos, en Macedonia, donde llegó hacia el 49/50 d.C., para fundar una comunidad de cristianos de origen básicamente gentil, aunque allí había también judíos (a diferencia de Galacia). Lucas, que no había dicho nada de la misión de Galacia (aunque sabe que Pablo pasó por allí), ofrece un relato de la fundación de la iglesia de Filipos, siguiendo su esquema habitual (primero a los judíos, luego a los gentiles) con bellos tonos novelados (cf. Hch 16, 16-40).
«Atravesaron la región de Frigia y de Galacia, porque el Espíritu Santo les prohibió que hablaran la palabra en Asia. Cuando llegaron a la frontera de Misia, procuraban entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces, después de pasar junto a Misia, descendieron a Troas (=Troya). Y por la noche se le mostró a Pablo una visión en la que un hombre de Macedonia estaba de pie rogándole y diciendo: "¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!". En cuanto vio la visión, de inmediato procuramos salir para Macedonia, teniendo por seguro que Dios nos había llamado para anunciarles el evangelio. Zarpamos, pues, de Troas y fuimos con rumbo directo a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es una ciudad principal de la provincia de Macedonia, y una colonia. Pasamos algunos días en aquella ciudad. Y el día sábado salimos fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensábamos que habría un lugar de oración. Nos sentamos allí y hablábamos a las mujeres que se habían reunido...» (Hch 16, 6-13).
Esta descripción, construida con motivos simbólicos, pone de relieve un giro básico en el camino de Pablo: El paso hacia Europa a través de Troas (Troya), mítica ciudad de las luchas antiguas de griegos y orientales, gran cruce de culturas de la antigüedad helénica. Un macedonio llama a Pablo en visión, y Pablo responde viniendo a Macedonia y deteniéndose en una de sus primeras ciudades, Filipos. Pero, pasado un tiempo, surgieron problemas, vinculados con la contra-misión de unos judeo-cristianos, que aceptaban el camino de Pablo, pero querían introducirlo de nuevo en el ámbito del «buen judaísmo» de la ley nacional, en ese contexto se sitúa la carta a los filipenses*.
Tesalónica.
La siguiente ciudad en el camino que lleva desde Asia Menor por Macedonia, al centro y sur de Grecia, es (Te-)Salónica donde Pablo estuvo un tiempo (hacia el 49-50 d.C.), creando una comunidad de cristianos (mesiánicos), que esperaban la llegada inminente de Jesús, que vendría a liberarles (cf. Hch 17, 1-15). Cuando Pablo siguió su camino los cristianos de Tesalónica quedaron llenos de entusiasmo hacia el Cristo que vendrá muy pronto a liberarles. Poco más tarde, hacia el año 50-51 (uno o dos años después de su paso por la ciudad y de haber creado su iglesia), escribió Pablo a los tesalonicenses, desde Corinto una carta (1 Tes), que es la primera suya que conservamos, más aún, el primer documento cristiano, escrito a los veinte años de la muerte de Jesús. Pablo había encendido en los tesalonicenses la esperanza de la llegada de Jesús, pero surgieron problemas (persecuciones, muerte de algunos creyentes...), de manera que los nuevos cristianos enviaron una delegación para preguntarle cómo debían seguir el camino iniciado, recibiendo una preciosa respuesta de Pablo (1 Tes).
Corinto.
Como supone Hechos 18, 1-17, Pablo pasó una parte considerable de su vida misionera en Corinto, donde estuvo primero unos dos años (50-52 d.C.) para volver por lo menos dos veces, el año 54 (visita intermedia) y de nuevo el 56, de viaje a Jerusalén, con la intención de seguir a Roma. Además, él mantuvo con los corintios una correspondencia intensa, apasionada, larga, que ha sido recopilada en dos cartas: la primera (1 Cor) parece más compacta, aunque consta también de varias unidades distintas, y ha sido escrita en torno al año 54; la segunda (2 Cor) parece estar formada, al menos, por dos cartas menores (una del año 54 y otra del 56), reunidas por un redactor.
En ambas sigue latente el tema clave: la certeza de la próxima venida de Jesús, es decir, el convencimiento de que el tiempo el corto, como Pablo ha puesto de relieve en 1 Corintios 15, donde él se sigue pensando a sí mismo como miembro de la última generación, es decir, de aquellos que no van a morir antes de que llegue el Cristo. Pero, al mismo tiempo, a pesar de ello, o precisamente por ello, desde la urgencia del fin, él ha ofrecido a lo largo de su misión y de sus cartas (en especial en 1 y 2 Cor) uno de los testimonios más impresionantes de organización social que se han dado en la historia de occidente.
Pablo había fundado la comunidad de Corinto, pero luego surgieron en ella diversas tendencias, que reflejaban de algún modo la diversidad del cristianismo primitivo, lleno de tensiones ante el fin que llega. En un sentido, la inminencia del fin libera al hombre de las ataduras del pasado (de la Ley) y le permite vivir en novedad, en gratuidad, sin hipotecas previas, en apertura al amor que todo lo vincula (cf. 1 Cor 13). Pues bien, en otro sentido, esa misma inminencia promueve o permite el surgimiento de tendencias de diverso tipo, que complican la vida de la comunidad. Para mantener y promover la unidad en el amor dentro de la diversidad de la iglesia de Corinto ha escrito Pablo estas cartas, que pueden tomarse como la expresión más alta de la identidad cristiana.
Éfeso.
Junto a Corinto, Éfeso ha sido la ciudad donde Pablo ha pasado más tiempo (entre el 52 y el 56 dC), de manera que esa ciudad, la más importante de Asia (una de las provincias romanas más ricas de oriente), ha sido su centro misionero y el punto de partida desde donde ha realizado diversos viajes a Corinto, Macedonia etc. (cf. Hch 19-20). Quizá por eso, porque residió allí de un modo bastante continuo, Pablo no escribió (que sepamos) ninguna carta dirigida a los efesios, pues la que lleva ese nombre es posterior (escrita, tras su muerte). A pesar de ello, la estancia en Pablo en Éfeso y su entorno tiene una importancia esencial para la historia del cristianismo y Hechos ha situado allí varios de los acontecimientos principales de la vida de Pablo: su vinculación con los cristianos de Apolo y el discurso final a sus ancianos (en el puerto vecino de Mileto) etc. Todo nos lleva a suponer, además, que Pablo estuvo allí preso por un tiemplo.
Así lo muestra la carta a los Filipenses, que Pablo escribió desde la cárcel del pretorio de Éfeso (entre el 54-57 a.C.) donde está encerrado (cf. Flp 1, 13), aguardando el juicio, a causa de desórdenes vinculados con su predicación y su movimiento cristiano, sea por disputas «intradjudías» (entre grupos que creen o no creen en el movimiento de Jesús), sea por disputas de base económica más amplia, como la que describe el libro de los Hechos, con ocasión del motín de los «plateros de Artemisa», que tienen miedo de perder su ganancia, si la gente deja de creer en el valor de sus imágenes o recuerdos «sagrados» (cf. Hch 19, 23-41). Es también muy probable que Pablo escribiera desde allí su carta a los Romanos (hacia el 56-57 d.C.), preparando ya su viaje a Roma, pasando por Jerusalén. Es evidente que el movimiento de Jesús se ha vuelto significativo en la ciudad, de forma que el mismo Pablo ha podido ser acusado de causar desórdenes públicos.
En ese contexto se sitúan las palabras más apasionadas de Pablo, que sigue creyendo en la llegada inminente del Reino de Cristo (como sabemos por 1 Cor 15, 20-28) y que, sin embargo, admite la posibilidad de que le maten antes de la venida final de Jesús: «Me siento presionado por ambas partes. Tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedarme en la carne es más necesario por causa de vosotros» (Flp 1, 23-24). Todo nos permite suponer que la estancia de Pablo en Éfeso fue fundamental para el despliegue de su proyecto de reino. Estaba dispuesto a morir, pero fue liberado y así quiso seguir anunciando el evangelio, hasta el fin del mundo conocido, como dice en Romanos 15. El año 56/57 Pablo da por terminada su misión en Oriente, como indica programáticamente en Romanos 15, 22-33. Así se dispone a subir a Jerusalén con la colecta, como indicamos en la entrada siguiente.
COLECTA Y PRENDIMIENTO
En torno al año 57, tras ocho o nueve años de intensa misión independiente, centrada en algunos núcleos principales (Éfeso, Corinto...), pero sin fijar su sede en ninguna Iglesia (¡la sede de su iglesia es él!), Pablo decide encaminarse hacia Roma, para pasar al occidente, a fin de que el Evangelio pueda extenderse hasta el final del mundo conocido. Había comenzado en Arabia (oriente). Quiere llegar a Hispania (occidente), de manera que Cristo sea conocido de un confín al otro de la tierra. Pero antes de realizar esa última etapa de su gran viaje necesita volver a Jerusalén por tercera vez, llevando la «colecta» que ha recogido en sus comunidades, para fortalecer de esa manera su unidad con la primera iglesia.
El tema de la colecta, con la decisión de subir a Jerusalén, para confirmar el origen judío de las Iglesias (y para ratificar su comunión con Jerusalén), está presente en casi todas las cartas de Pablo, desde Gálatas 2, 10 (donde recuerda que los representantes de la Iglesia de Jerusalén le han pedido que no olvide a «los pobres») hasta 2 Corintios 8–9 y Romanos 15, 25-33, donde organiza la colecta a favor de esos pobres. Sabemos que subió a Jerusalén, con dinero para la iglesia madre, pero no conocemos de primera mano lo que allí sucedió, sólo lo que cuenta Hechos (Hch 21-26).
Sentido económico.
Conforme al testimonio de Hechos 2, 43-47; 4, 32-36, la Iglesia de Jerusalén había establecido una comunidad de bienes, no sabemos si desde el principio (con Pedro y los Doce) o si más tarde, tras el desarrollo y triunfo de la comunidad de Santiago y de los hermanos del Señor, de manera que ignoramos si ese tipo de «pobreza» constituye un elemento esencial de todo el movimiento cristiano o si es algo propio de ciertos grupos ascéticos y apocalípticos, que actúan como mendicantes, viviendo de la solidaridad de otros grupos y comunidades (judías y/o cristianas), en el entorno de Santiago, el hermano de Jesús. Sea como fuere, parece que los «pobres» de Jerusalén (Gal 2, 10; Rom 15, 26; cf. Sant 2, 5) están pasando por dificultades económicas y Pablo siente la responsabilidad cristiana de ayudarles, buscando una «igualdad en la comunión por el amor», como afirma de un modo solemne, pidiendo a los fieles de Corinto: «Pero no digo esto para que haya para otros abundancia, y para vosotros estrechez; sino para que haya igualdad. En este tiempo vuestra abundancia supla lo que a ellos les falta, para que también la abundancia de ellos (en plano personal, religioso...) supla lo que a vosotros os falte, a fin de que haya igualdad (en plano económico y social), como está escrito: El que recogió mucho no tuvo más, y el que recogió poco no tuvo menos» (2 Cor 8, 13-14; con cita de Ex 16, 18 donde se pone el ejemplo de los israelitas en el desierto, donde obtenían todos la misma cantidad de maná, sin que unos fueran más ricos que otros).
Reconocimiento humano
Pablo sigue tomando a la iglesia de Jerusalén (de Judea) como madre de las restantes iglesias, manantial de donde ha surgido y se ha expandido el mensaje de Cristo (cf. Rom 15, 27). Por eso es lógico que los cristianos gentiles, que deben su fe a los de Jerusalén-Judea, les manifiesten de algún modo su gratitud con un reconocimiento económico, que es signo de solidaridad. Lo que se busca no es sólo compartir dinero, sino bienes humanos, culturales, sociales. Los más pobres en sentido económico (los de Jerusalén) han dado más en un sentido «espiritual». Es lógico que los más ricos en economía (los de Corinto) puedan y quieran ayudar en ese plano a la comunidad de Jerusalén.
Gratitud religiosa, esperanza escatológica
Las comunidades judías de todo el mundo debían aportar un dinero para el mantenimiento del templo (como sabe y acepta, en un sentido simbólico, el mismo Jesús de Mt 17, 24-27). Pues bien, parece que Pablo y sus cristianos han mantenido (en otro sentido) un tipo de impuesto semejante, al menos en sentido voluntario, como signo de caridad: todas las iglesias deberían reconocer el primado de Jerusalén, es decir, el primado de los pobres, que forman la comunidad modelo, que vive como si el fin de los tiempos ya hubiera llegado.
En la actualidad resulta difícil comprender todos los matices de ese gesto. Lo importante es recordar que Pablo ha querido fortalecer la unidad humana y religiosa entre las diversas iglesias, sabiendo que éste no es sólo un tema espiritual, sino de toda la vida, porque lo espiritual y lo económico resultan inseparables. No se trata, por tanto, de dar dinero, ni de invertir en un tipo de economía conjunta, sino de compartir la experiencia cristiana (y la vida) con los hermanos pobres de Jerusalén. Ciertamente, el dinero de la colecta tiene un valor material insustituible, pero su aspecto material no basta: lo que está en juego es la comunión total (de reconocimiento y amor) entre comunidades distintas, pero igualmente cristianas.
En este contexto podemos recordar que Pablo no ha mandado dinero a la comunidad de Roma, sino una carta de presentación, exponiendo sus razones cristianas.
En contra de eso, él ha juntado dinero para la comunidad de Jerusalén y ha ido personalmente a llevarlo, con representantes de las iglesias que han participado en la colecta (Corinto, Filipos etc.). A través de ese gesto, él quiere que las iglesias pagano-cristianas reconozcan la autoridad de Jerusalén, donde los pagano-cristianos suben con dones, reconociendo así que ha llegado el tiempo escatológico (cf. Is 60, 1-7).
Un dinero mesiánico
Al subir a Jerusalén con los dones de las iglesias gentiles, Pablo reconoce que llegan los tiempos finales, el día de gloria de Jerusalén, según los profetas. Él viene, por tanto, con un dinero mesiánico, que no se impone, que no busca ventajas, que no hace mayor a quien lo tiene (ni menor a quien no lo tiene), un dinero que no se puede utilizar como medio de dominio sobre otros, sino como signo de esperanza común y fraternidad, ante el fin de los tiempos, que empieza de alguna manera en Jerusalén. De todas maneras, debemos añadir que Pablo no sube a Jerusalén, con el dinero de las iglesias, porque va a cumplirse allí el fin de los tiempos, sino porque se ha cumplido el tiempo de su misión en el Oriente y porque quiere comenzar la nueva etapa final en occidente (que se expresará cuando él llegue a España).
De esa manera sube a Jerusalén, con los delegados de las iglesias, con decisión, pero con miedo, pues no sabe si van a recibirle bien y si van a recibir su dinero (cf. Rom 15, 30-33). No trae dinero para el templo de Jerusalén con sus sacerdotes, sino para la comunidad cristiana, entendida como auténtico templo de Dios. Esto es lo último que conocemos directamente de su vida: Ha ido a Jerusalén con el regalo de las comunidades gentiles. Después ya no podemos decir con absoluta seguridad lo que ha pasado, pues dependemos de la interpretación muy elaborada del libro de los Hechos.
Pablo realiza un gesto de fidelidad al judaísmo del templo. Los judeo-cristianos de Santiago le piden que se someta a un ritual de purificación en el templo, indicando que a ellos les interesa la limpieza y cumplimiento de la ley más que la comunión monetaria que Pablo había querido simbolizar y realizar con su colecta. Normalmente, Pablo no habría realizado los ritos judíos que le piden, pero, a fin de mostrar su solidaridad con la iglesia de Jerusalén, siendo judío con los judíos (cf. 1 Cor 9, 20), se dispone a realizarlos, entrando para ello en el recinto del santuario, donde sólo tienen cabida los judíos puros, mostrando así ante todos que él sigue siendo fiel a sus raíces israelitas.
Pero algunos judíos (probablemente judeo-cristianos) no admiten ese gesto y le acusan de traidor al judaísmo: se amotinan, le expulsan del templo y quieren lincharle, de manera que Pablo sólo se salva de la muerte porque los soldados romanos, de guardia junto al santuario, le liberan de sus atacantes y le apresan por seguridad, encerrándole en una cárcel, de la que no saldrá hasta que culmine su proceso en Roma (Hch 21, 17-25, 12).
PRISIÓN EN ROMA Y MUERTE
Aunque no podamos precisar exactamente cómo sucedieron las cosas, el relato de Hechos 27-28 resulta en principio fiable: Pablo fue llevado prisionero a Roma, para ser juzgado.
No sabemos quién sufragó los gastos del traslado; es posible que el mismo Pablo, quien, a diferencia de Jesús tenía fondos y medios para costear un juicio en Roma. Todo nos permite suponer que viajó en compañía de algunos cristianos que le acompañaron (¿con su propio dinero? ¿con fondos de la colecta no recibida en Jerusalén?). El relato concreto del viaje, según Hechos, con la tormenta y las dificultades de la travesía, resulta probablemente novelado, pero Pablo llegó a Roma custodiado por soldados, para ser juzgado.
Según Hechos, Pablo fue recibido por los hermanos cristianos, que le acogieron antes de llegar a la ciudad, acompañándole hasta una casa particular, donde pudo residir (se supone que pagando), bajo la vigilancia de un soldado, hasta el momento del juicio.
El texto no dice ya nada más sobre la relación de Pablo con la Iglesia de Roma, de manera que no sabemos si pudo cumplirse aquello que él había deseado, al escribir la carta a los Romanos, pidiéndoles que le acogieran para enriquecerse mutuamente en el camino de la fe y para que ellos mismos le encaminaran después hasta occidente (España), con su bendición y apoyo. Pero Hechos no resuelve el tema; es como si no le interesara la relación de Pablo con la comunidad de Roma.
Pablo y los judíos de Roma.
Dejando en la sombra el tema de la relación de Pablo con la comunidad cristiana, Lucas insiste en su ruptura final con los judíos de Roma (a quienes, conforme al esquema teológico de Hechos ha empezado a predicar, antes que a los gentiles). De ahora en adelante, por fin, según Hechos, Pablo podrá dirigirse desde el principio a los gentiles (cosa que históricamente, según sus propias cartas, ya hacía desde hace mucho tiempo).
«Habiéndole fijado un día (los judíos) vinieron en gran número al lugar donde se alojaba. Desde la mañana hasta el atardecer, les exponía y les daba testimonio del reino de Dios, persuadiéndoles acerca de Jesús, partiendo de la Ley de Moisés y de los Profetas. Algunos quedaban convencidos por lo que decía, pero otros no creían. Como ellos no estaban de acuerdo entre sí, se iban cuando Pablo les dijo una última palabra: “Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a vuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo y diles: De oído oiréis y jamás entenderéis; y viendo veréis y nunca percibiréis... Sabed, pues, que se anunciará a los gentiles esta salvación de Dios, y ellos oirán”. Y cuando él dijo estas cosas, los judíos se fueron, porque tenían una fuerte discusión entre sí. Pablo permaneció dos años enteros en una casa que alquilaba. A todos los que venían a él, les recibía allí, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, con toda libertad y sin impedimento» (cf. Hch 28, 25-31).
Así, de un modo abrupto, termina la historia de Pablo y el libro de los Hechos. Prisionero en Roma, desde su lugar de arresto domiciliario, en espera del juicio, Pablo «rompe» por última vez con los judíos y predica el Reino de Dios a los gentiles, poniendo de esa forma los cimientos de la iglesia pagano-cristiana de la capital del Imperio. Hasta entonces, se podía suponer que los cristianos de Roma eran básicamente de origen judío. De ahora en adelante serán también de origen pagano; la suerte futura de Pablo estará vinculada a su relación con los diversos grupos judeo-cristianos de Roma y con el judaísmo.
Fecha de su muerte
Éste es un tema simbólico muy significativo. Estando prisionero en Roma, en espera de juicio, Pablo puede predicar y ha predicado el mensaje de Jesús a los gentiles a lo largo de dos años (probablemente entre el 60-62 d.C., aunque las fechas podrían adelantarse quizá dos años). No sabemos cómo le acogieron los cristianos anteriores de la comunidad de Roma (a los que el mismo Pablo saludaba en Romanos16), qué le han respondido, cómo han entendido su ruptura con los judíos y su apertura a los gentiles, cómo han podido tratarle después, una vez que Pablo ha sido, supuestamente, liberado.
En las iglesias cristianas de Roma debían existir en aquel tiempo diversas tendencias, relacionadas, sobre todo, con la forma de entender las relaciones entre judíos y gentiles. Éste había sido el motivo de la primera disputa de la Iglesia en Jerusalén (con la ruptura de los helenistas, en torno al año 31 d.C.). Éste había sido el problema de la Iglesia en Antioquía, tras el llamado Concilio (con la separación entre Pedro y Pablo, en torno al año 49/50 d.C.). Éste parece haber sido el problema final, en Roma (en torno al año 60-62 d.C.), donde ha llegado Pablo (y donde llegará más tarde Pedro, con intenciones distintas, pero convergentes). Desde ese fondo se pueden formular varias hipótesis sobre el destino de Pablo.
Primera hipótesis: Pablo fue condenado y ejecutado, en torno al 62 d.C., sin haber sido liberado.
Es posible que fuera juzgado y ajusticiado y que en su condena influyeran no sólo las acusaciones de sus adversarios de Jerusalén (que intentaron matarle), sino también los celos y divisiones de otros grupos judeo-cristianos (como parece suponer 1 Clemente). Al condenar y ejecutar a Pablo (que era quizá ciudadano romano, como supone Hechos 22, 25-29; 25, 10-12), las autoridades de Roma se habrían limitado en el fondo a impedir que crecieran los disturbios que habían surgido entre los judíos (judeo-cristianos) con la llegada de Pablo; eso significaría que él fue ejecutado por haberse atrevido a subir con la colecta de los gentiles a Jerusalén (afirmando así, abiertamente, que los gentiles formaban ya parte del pueblo elegido), como Jesús había sido ajusticiado treinta años antes por haber subido con su mensaje de Reino.
Pero Jesús murió en Jerusalén, mientras Pablo pudo apelar a Roma, donde, al parecer, ratificaron la sentencia de Jerusalén. En este contexto resulta muy significativa la manera en que Hechos habla de esa llegada. Lucas supone que fue recibido y acogido por los hermanos de Pozzuoli (Hch 28, 13-14), añadiendo después que los de Roma salieron a recibirle a las afueras de la ciudad (por la Via Appia, en la zona de las Tres Tabernas) (cf. Hch 28, 15). Pero a partir de aquí ya no se dice nada sobre los cristianos, y da la impresión de que no son ellos los que le acogen en una casa de la comunidad (o de las comunidades), sino que es él quien debe costearse una vivienda, bajo la vigilancia domiciliaria de un soldado (Hch 28, 16. 30). Pablo vive, según eso, a sus expensas, sin que las iglesias le ayuden, enfrentado con el grueso del judaísmo de la ciudad, pero abierto a los gentiles, en medio de disputas (Hch 28, 17-31) a lo largo de dos años. Al final de ese tiempo habría sido juzgado y condenado (hacia el año 62).
Segunda hipótesis: Pablo fue liberado, viajando a España
Pablo habría sido liberado (en torno al 62 d.C.) con tiempo suficiente para viajar a España, no sólo como apóstol autónomo de Jesús, sino también como delegado de la Iglesia de Roma, que habría aceptado básicamente su mensaje. Pablo habría cumplido así su gran sueño: recorrer la tierra entera, la ecumene entonces conocida, desde el Oriente de Siria-Jerusalén hasta el Occidente (España) donde habría anunciado por un tiempo la venida del Señor (años 62-64 d.C.). En ese contexto se podría afirmar que llegó hasta el “Finisterrae” atlántico de España, para suponer así que fue apóstol de todo el universo (como pretenderá Efesios). En esta hipótesis se podría añadir que realizó un nuevo viaje a la provincia de Asia (Éfeso), para volver de nuevo a Roma, siendo martirizado allí más tarde, quizá en torno al 67, en la persecución de Nerón.
Durante esa nueva y última misión podrían situarse las dos cartas eclesiales (Colosenses y Efesios) y, sobre todo, las llamadas Pastorales (1 y 2 Tim y Tito), y según ellas suponerse que Pablo vivió unos años más, actuando de nuevo en el entorno de Éfeso, desde donde habría escrito sus últimas cartas, para definir el sentido de la Iglesia y para organizar la vida de las comunidades, estableciendo en ellas una administración unificada, de tipo judío (con presbíteros y obispos/supervisores), antes de volver a Roma para ser allí ejecutado. En ese tiempo, Pedro habría llegado a la capital del imperio, siguiendo los pasos de Pablo y siendo igualmente ajusticiado. Debemos añadir que en esos años (un poco antes) habían matado a Santiago, en Jerusalén, de manera que con sus muertes acabó la primera etapa de la vida de la iglesia. Pero todo nos permite suponer que las cartas eclesiales y de la cautividad fueron escritas después de la muerte de Pablo y que los problemas que ellas quieren resolver son ajenos al Pablo histórico. En su conjunto, esta hipótesis parece menos probable.
Tercera hipótesis.
Pablo fue liberado por poco tiempo, y en circunstancias polémicas por lo que no pudo viajar a España, sino que quedó en Roma, creando (o fortaleciendo) una comunidad pagano-cristiana, con la oposición de otros grupos judeo-cristianos. Su presencia y acción fue causa o motivo de nuevos conflictos, que determinaron su muerte.
Algunos piensan que ésta es la hipótesis que mejor responde al final de Hechos, donde se afirma que Pablo sufrió dos años de prisión en Roma, pudiendo suponerse que después fue liberado por un tiempo, pero que sólo pudo actuar en medio de grandes dificultades con la iglesia (las iglesias) de la capital, de manera que no fue «enviado» a España (donde no quería ir sin el aval de Roma). Según eso, él habría sido liberado, permaneciendo dos o tres años más en Roma, pero sin poder resolver los temas internos de las iglesias, en las que habían desembocado y se habían agudizado las diversas tendencias judeo-cristianas, siendo ajusticiado allí con otros miembros significativos de la Iglesia en el tiempo de la persecución de Nerón, el año 64 d.C.
Por emulación y envidia ¿Discordias en la Iglesia?
No es fácil decidirse por la primera o la tercera hipótesis, pero tanto una como la otra nos sitúan ante el tema de las «diferencias» entre las comunidades cristianas de Roma y ante la razón y el modo de su muerte. En este contexto se viene afirmando que Pablo murió no sólo por causas externas (porque el juez imperial pensó que su conducta en Jerusalén y/o en Roma era delictiva), sino también (y quizá sobre todo) por discordias internas de la Iglesia: le traicionaron y delataron algunos «falsos hermanos», es decir, otros cristianos, que no compartían su opción eclesial y su forma de anunciar un mesianismo separado de la Ley y del templo israelita (en la línea de sus acusadores de Jerusalén, que eran quizá judeocristianos).
En este contexto, para insistir en el posible influjo de discordias y de acusaciones dentro de la Iglesia, se suele citar un texto de Tácito (Anales 15, 38) donde afirma que Nerón «empezó por detener a los que confesaban abiertamente [que eran cristianos]; y luego, por denuncia de aquellos, a una ingente multitud...» (aunque la muerte de Pablo puede ser anterior a la “persecución” de Nerón, entre el 64-68 d.C.). También se puede añadir que la figura de Pablo dividía a unos cristianos de otros, de manera que en su muerte no influyeron sólo las persecuciones externas, sino también las divisiones y delaciones internas (cf. Mc 13, 12: el hermano entregará a su hermano). Suele citarse también en esa línea el testimonio de Clemente, secretario de una comunidad cristiana de Roma, uno de los hombres más influyentes y cultos del cristianismo primitivo: «Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte: ... por inicua emulación, hubo de soportar Pedro no uno ni dos, sino muchos más trabajos... A causa de la envidia y de la rivalidad, Pablo mostró el galardón de la paciencia...» (1 Clem 5, 4-5).
Existieron, según eso, divisiones y traiciones, y Pablo habría muerto por acusación de alguno de su comunidad o, mejor dicho, por la existencia de facciones y grupos (judeo-cristianos, pagano-cristianos) que llegaron a enfrentarse entre sí. Pablo había escrito la carta a los Romanos para impedir esas facciones y para exponer su programa pagano-cristiano como opción unitaria, enraizada en el Dios bíblico y en el conjunto de la historia de Israel.
Pues bien, podemos suponer que no logró su objetivo. No lo había logrado en Jerusalén (donde fue delatado y aprisionado); no logó en Roma, donde parece que fue delatado y ejecutado. Pablo se había enfrentado con frecuencia contra «falsos hermanos», de un tipo u otro, primero en Damasco (contra hermanos cristianos), luego en las diversas estaciones de su ministerio (contra hermanos judeo-cristianos de diverso tipo).
No es imposible que esos enfrentamientos contribuyeran a su muerte y que algunos «cristianos» de tendencia distinta a la suya colaboraran de algún modo en ella. De todas formas, esta hipótesis, siendo posible, plantea también problemas, porque el testimonio de Tácito es genérico y el de Clemente puede ser interesado (y retórico), pues lo que quiere es que los cristianos de Corinto se reconcilien, superando sus envidias, y por eso le conviene mostrar el ejemplo de las posibles emulaciones de su comunidad (Roma), que habrían desembocado en el martirio de sus primeros líderes (Pedro y Pablo), ajusticiados por traición de algunos hermanos.
PUBLICADO EN:
HOREB EKUMENE
Boletín de Noticias y Comunicaciones
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ESPAÑA y SUECIA
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FILIPINAS
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Oración de la Luz
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5 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración al estilo Taizé
Cripta Iglesia San Francisco de Asís, c/ San Francisco
TARRAGONA
6 agosto 2023 – 20’00 horas
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7 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración de Taizé
Centro Padre Claret, c/ Joan Maragall, 23
GIRONA
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Oración Común (Taizé)
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SAN FELIÚ DE LLOBREGAT (Barcelona)
8 agosto 2023 – 21’00 horas
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VILANOVA I LA GELTRÚ (Barcelona)
9 agosto 2023 – 20’30 horas
Oración Común
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11 agosto 2023 - 19'30 horas
El aporte de la renovación carismática católica a la Unidad de los cristianos
por Pedro M, López Castillo
ARGENTINA
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11 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración de la Cruz (Taizé)
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13 agosto 2023 – 18’00 horas
Oración estilo Taizé
Cripta de la Iglesia San Antonioi María Claret (entrada por Calle Ramada, 14, Casal Claret)
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14 – 18 agosto 2023
Parlamento de las Religiones del Mundo
CHICAGO ( EE.UU.)
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Parlamento de las Religiones del Mundo
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Diplomatura superior en Historia de las religiones y espiritualidades
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BARCELONA
19 – 29 agosto 2023
Peregrinación por Tierra cátara
“Comunión que camina”
NORTE ESPAÑA – SUR FRANCIA
15 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración Taizé
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VILANOVA I LA GELTRÚ (Barcelona)
16 agosto 2023 – 20’30 horas
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Oración de la Cruz (Taizé)
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HORTA - BARCELONA
18 agosto 2023 – 21’00 horas
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19 – 29 agosto 2023
Peregrinación por Tierra cátara
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NORTE ESPAÑA – SUR FRANCIA
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TARRAGONA
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Oración estilo Taizé
Locales parroquiales
ARENYS DE MUNT (Barcelona)
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Oración de Taizé
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Oración común
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SAN FELIÚ DE LLOBREGAT (Barcelona)
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La libertad religiosa en la Argentina y en el Mundo
La autonomía de las confesiones religiosas en la República Argentina
La libertad religiosa en la Argentina y en el Mundo
La autonomía de las confesiones religiosas en la República Argentina
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BARCELONA
23 agosto 2023 – 20’30 horas
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Oración de la Cruz (Taizé)
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Oración común al estilo de Taizé
Iglesia de Nuestra Señora de Gracia y San José (Els Josepets), plaza Lesseps, 25
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25 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración común y breve meditación bíblica media hora antes de la oración sobre el evangelio que se leerá durante la misma
Iglesia de San Miguel, Parroquia de San Pedro de Terrasa, Plaza del Rector Homs s/n,
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26 agoto 2023 – 17’00 horas
Encuentro de Oración por la Unidad
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Convento de las Vedrunes de Caldes de Malavella, c/ Doctor Furest
CALDES DE MALAVELLA (GIRONA)
27 agosto 2023 – 18’30 horas
Oración común
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RUBÍ (Barcelona)
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Oración de Taizé
Centro Padre Claret, c/ Joan Maragall, 23
GIRONA
28 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración Común (Taizé)
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29 agosto 2023 – 21’00 horas
Oración Taizé
Parroquia de Santa María, c/ Rectoría, 1
VILANOVA I LA GELTRÚ (Barcelona)
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La libertad religiosa en la Argentina y en el Mundo
El deterioro de la Libertad Religiosa en el mundo durante el último año
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El deterioro de la Libertad Religiosa en el mundo durante el último año
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BUENOS AIRES (Argentina)
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6 septiembre 2023 – 18’00 horas
La libertad religiosa en la Argentina y en el Mundo
¿es posible defender la Libertad Religiosa desde una postura racionalista y aconfesional?
La libertad religiosa en la Argentina y en el Mundo
¿es posible defender la Libertad Religiosa desde una postura racionalista y aconfesional?
Facultad de Derecho Canónico. Universidad Católica Argentina. Alicia Moreau de Justo, 1500
BUENOS AIRES (Argentina)
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