Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 28 de octubre de 2021

SINODALIDAD II

La sinodalidad en perspectiva ecuménica


por Benito Méndez Fernández

La sinodalidad en perspectiva ecuménica - Parte II

2.- Introducción

La Conferencia Misionera Mundial en Edimburgo, en 1910, expresó la esperanza de que el mundo sería “cristianizado” en una generación. De hecho, más de cien años después, hay más cristianos en muchas más regiones del mundo que entonces. A pesar de esto, la proporción de cristianos en la población mundial se ha mantenido más o menos estable si la comparamos con el crecimiento de esta. En 1910 había 600 millones de cristianos, y ahora nos acercamos a los 2.400 millones; pero la población mundial también aumentó de 1.800 a más de 7.900 millones en este período 20. Por otra parte, la distribución de cristianos en los continentes es diferente a la de comienzos del siglo XX. En 1910, el 93% de los cristianos vivía en Europa, América del Norte y del Sur, en comparación con el 24 % en la actualidad. Además, el número de cristianos ha aumentado más en el África subsahariana y la región de Asia y el Pacífico.

A estas cifras se une un hecho más fundamental. El mapa del cristianismo en todo el mundo no solo está cambiando en términos de número y distribución de fieles. La proporción de pentecostales y cristianos carismáticos ha aumentado rápidamente, lo cual supone un desafío para todas las iglesias tradicionales, que pierden adeptos. Además, conviene mencionar a los cerca de trescientos millones de cristianos evangélicos, algunos de los cuales pertenecen a estos grupos, pero también a iglesias libres.

Viniendo al panorama del cristianismo occidental, sobre todo a partir de los años noventa del siglo XX, también encontramos una novedad. Después del colapso del bloque soviético, las Iglesias que pertenecían a esa órbita comenzaron a manifestarse libremente y a adquirir un mayor relieve en el mapa ecuménico, sobre todo porque ahora pueden participar libremente, sin censuras, en la vida eclesial común de las relaciones interconfesionales. Ello, por una parte, permite que sus posiciones puedan ser mejor conocidas y, por otra, que ellas se puedan abrir a un nuevo escenario, después de décadas de ostracismo. No es nada fácil para ellas mismas adaptarse a la nueva situación, propicidada por un mundo democrático y global que ya poco entiende de nacionalismos eclesiales. Este tipo de tensiones se ha podido observar en los preparativos, desarrollo y recepción del Concilio panortoxo de Creta (2016), o con el conflicto entre el Patriarcado Ecuménico y el Patriarcado de Moscú en relación a Ucrania 21.

Estos cambios, de los que solo hemos podido hablar a grandes rasgos, tienen un gran impacto en las relaciones ecuménicas en el siglo XXI, donde, gracias a la globalización, cada vez parecen tener menos interés las concepciones exclusivistas del pasado, entre otras razones, porque muchos creyentes, principalmente en Europa, cada vez son más reacios a las estrecheces denominacionales. Ciertamente esta evolución no se puede admitir a costa de una reducción de las diferencias; pero, puede ser un signo de los tiempos el hecho de que los cristianos en Europa estén menos dispuestos a las disputas que en el pasado, quizás impactados por los muchos desafíos que un mundo en constante evolución le plantea a la fe cristiana, que es la fe de todos, y no solo la de la Iglesia católico-romana 22.

2.1. La palabra sínodo como desafío ecuménico: hacia una pedagogía sinodal

Nos lo recuerda el documento de la Comisión Teológica Internacional al mencionar los ejemplos del ‘Concilio de Jerusalén’, o el primer concilio ecuménico, el de Nicea, que pronto cumplirá 1700 años 23. El Papa Francisco ha insistido en la necesidad de esta pedagogía, hasta el punto de convocar un Sínodo sobre la sinodalidad eclesial. Del mismo modo que sucedió en el pasado, ahora la sinodalidad se convierte en un proceso, un modus vivendi et operandi, más allá de un mero acontecimiento que se celebraba de forma periódica 24. El Papa Pablo VI había elegido esta forma para el Sínodo mediante el motu proprio Apostolica sollicitudo (15.09.1965), que implicaba sobre todo a los obispos del mundo, con el fin de ayudar, con su consejo, al papa, a alcanzar el máximo consenso en determinados aspectos de la doctrina y de la praxis pastoral. Ahora, entendido el sínodo como un proceso, y no solo como un acontecimiento puntual, que implica a todos y en todos los niveles y, teniendo en cuenta que la sinodalidad representa la constitución de la Iglesia, en ese proceso han de estar implicados todos los cristianos. Reforzar los lazos del amor fraterno exigirá también que puedan estar comprometidos en el mismo el máximo número de fieles, individuales o en grupo, incluso aquellos que presentan posiciones críticas.

A mi parecer, la Iglesia en su conjunto, es decir todas las confesiones cristianas implicadas en el movimiento ecuménico, ya no debería emprender tipo alguno de reflexión profunda o reforma alguna global sin contar, al menos, con la consulta o la escucha de los demás 25. Desde la convicción común de que es más lo que nos une que lo que nos separa, se trata de desarrollar una pedagogía sinodal también en este tipo de relaciones. La adopción del principio de la ‘jerarquía de verdades’ (UR 11) de forma habitual, permitirá superar de forma más serena y objetiva las lecturas parciales del pasado y, así, promover un discernimiento comunitario 26.

Escuchar en comunidad lo que el Espíritu Santo le dice a la Iglesia, en clima de oración y estudio, dedicarle el tiempo necesario a esa escucha honesta, nos haría a todos capaces de poder desenmascarar las aparentes purezas propias y relativizar las impurezas de las posiciones opuestas. Sabemos que el grano de trigo puede crecer al lado de la cizaña y no siempre es fácil ni deseable separarlo de ella, pues llevaría a la exclusión, una idea contraria a la de una Iglesia sinodal. Ciertamente esta consulta, si tiene que cumplir con todas las exigencias necesarias para que resulte objetiva, todavía está lejos de poder ser realizada. Todavía va a comenzar a ponerse en práctica en la Iglesia católica y nadie sabe cuáles serán los resultados 27. En cualquier caso, esa escucha, motivada por el redescubrimiento del sensus fidei fidelium (LG 12), se debe ensanchar, si hemos de ser coherentes con el Concilio 28. Todos deben ser escuchados, pues todos pertenecen al Cuerpo de Cristo y todos pueden aprender unos de otros, en un modelo pluridimensional-poliédrico de unidad eclesial 29, que sale del marco triunfalista del pasado, para adoptar una actitud kenótica (Fil 2,6-11). Ya en la exhortación Evangelii Gaudium (nº 246), recordaba el papa Francisco que el intercambio de dones, propio del ecumenismo, es la sinodalidad 30. Por eso, el 17 de octubre del año 2015, en el discurso con motivo de la celebración del 50 aniversario de la constitución del Sínodo de los Obispos ha abierto el camino a una Iglesia constitutivamente sinodal, que, si bien recibe recelos a nivel interno, ha de ser una Iglesia decididamente ecuménica, por ser Iglesia de la escucha en todos los niveles. En ella el discernimiento será cada vez más comunitario, pues el Espíritu Santo empuja siempre hacia fuera de uno mismo, construyendo la unidad en la pluralidad, al estilo del concilio de Jerusalén (Hch 15,28) 31.

Es conveniente insistir en que el papa actual está empeñado en este proyecto porque, en el fondo, quiere implementar la dinámica conciliar en la Iglesia. Todo el pueblo cristiano ha de ser más consciente de su identidad como sujeto eclesial. La Iglesia, el pueblo santo de Dios, es en sí misma es sínodo. Iglesia y sínodo son términos equivalentes. Ese caminar juntos, en un diálogo vivo entre todos, incluye necesariamente el diálogo ecuménico 32. En este diálogo, tal y como desarrollaría el Concilio y el papa Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam, están incluidos no sólo los demás cristianos e, incluso, todos los seres humanos sin exclusión. Por otra parte, ésta firme convicción se asienta en el reconocimiento explícito de que la herida causada por la falta de unidad entre los cristianos tiene que ser curada cuanto antes; pero, para ello, se necesita la colaboración de todos los implicados 33.

2.2. El objetivo ecuménico de la sinodalidad: la unidad se reconstruye en el camino

Cuando hablamos de unidad no ponemos en cuestión la realidad íntima de la Iglesia que es una y, creemos, única. No en vano, el decreto de Ecumenismo del Concilio lleva por título Unitatis redintegratio, es decir, la recomposición de la unidad entre los cristianos en una Iglesia donde las diferencias puedan ser asumidas por todos. En esta misma línea, la Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias celebrada en Nairobi en 1975 lo expresa de forma explícita, en el convencimiento de que la Fe, el Bautismo y la Eucaristía hacen a la Iglesia una, a pesar de las diferencias locales, a imagen del Dios trinitario 34. Pero esa realidad ya dada, ha de realizarse en concreto y no solo mediante declaraciones más o menos diplomáticas. Esta es la razón por la que Francisco, en diversas ocasiones, ha afirmado que la unidad nacerá en el camino; es decir, nos uniremos caminando, participando, orando, colaborando juntos, acompañados por el Espíritu Santo 35.

La razón de este caminar juntos no es sólo una táctica, motivada por las graves dificultades causadas por la crisis de fe que viven nuestras sociedades occidentales, como hemos visto más arriba 36. Más bien se trata de un principio que procede de la constitución misma de la Iglesia, pues ella misma, desde sus orígenes, es sínodo y, por lo tanto, sus estructuras también deben dejarse guiar por esta identidad 37. Este es el principio sinodal, que, en nuestro caso, implica adquirir una nueva conciencia de la importancia del compromiso ecuménico de la Iglesia: caminar juntos hacia la plena unidad visible en la reunión eucarística, la cual representa la más profunda identidad sinodal de la Iglesia. Con todo, en un sentido más amplio, también indica una nueva actitud de la Iglesia ad extra en todas sus dimensiones, especialmente en relación a los más pobres 38.

El objetivo final del camino ecuménico es el mismo de siempre, es decir, el de responder a la vocación esencialmente misionera de la Iglesia —no olvidemos que 1910 es una fecha paradigmática— la cual debe renovarse en cada momento histórico 39. Esto implica fomentar una Iglesia, en el nivel interno, en la que trabajemos juntos en colaboración a todos los niveles; se hace urgente abandonar el clericalismo y las estructuras “monárquicas” y operar de manera muy diferente a la tradicional. Significa, en el fondo, un cambio de mentalidad, una conversión interior hacia la escucha del Espíritu 40, con el fin de pasar a una Iglesia de la corresponsabilidad y de la participación 41.

Esta base interna de escucha, de diálogo, en definitiva, la aceptación de una iglesia sinodal, servirá para poder desarrollar la dimensión ecuménica de su misión en el mundo actual, pues no puede haber relaciones ecuménicas sin la escucha mutua. Si todos somos Iglesia, entonces todos somos portadores del sensus fidei y todos podemos contribuir a su edificación como una, santa, católica y apostólica. El objetivo de la sinodalidad, desde este punto de vista, y con esto ya nos adelantamos a la conclusión, ha de ser, pues, el del profundizar en nuestra identidad para, de ese modo, poder contemplarla como una identidad reconciliada con todos los que son cristianos, que también reciben dones del Espíritu Santo 42. Lejos, pues, de relativizar la verdad de la Iglesia, no se trata de eso; es cuestión de verla de otro modo, pues es siempre la suya una verdad vivida en la historia, con sus limitaciones, y, por lo tanto, con una necesaria apertura constante a mayores profundizaciones y enriquecimientos 43. El objetivo final de la sinodalidad no puede ser más que ecuménico, como afirmó la décima Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Busan (Corea): caminar juntos para llegar a la plena unidad visible y celebrar juntos la Eucaristía, la realidad primaria del ‘nosotros’ eclesial en el conjunto de Iglesias y comunidades 44.

En consecuencia, las “pérdidas” de las que habla el Papa, son aquellas que nos hacen ser fieles a Cristo y confiar en su Espíritu, el que nos conducirá a la verdad plena (Jn 16, 12-15). Pero esas pérdidas traerán consigo la ganancia salvadora para todos, descubriendo lo que nos une en Cristo, sobre la base del Bautismo 45. La ganancia que esperamos es reencontrarnos con otros hermanos que, en otro tiempo creíamos, se habían marchado de casa 46. Esta nueva mentalidad puede convertirse ya en una colaboración real, sobre todo en aquellas facetas que no impliquen una puesta en cuestión de nuestra propia autocomprensión de la fe. El año anterior, 2017, en un acto ecuménico sin precedentes celebrado en Lund (Suecia), el Papa y el presidente de la Federación Luterana Mundial dieron comienzo al llamado «ecumenismo de la solidaridad» en favor de los más más necesitados. Ello quedó plasmado en un convenio de colaboración entre Cáritas Internacional y la organización paralela por parte luterana, la Diakonía 47.

(Continuará ...)


Benito Méndez Fernández
Instituto Teológico Compostelano


PUBLICADO EN:
Salmanticensis 68 (2021) 265-300 
ISSN: 0036-3537 (impreso) ISSN: 2660-955X (online)


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1 comentario:

  1. Sigue siéndome interesantísima la lectura de todo esto paa comprender la situación actual de la Iglesia, en general, y la actitud de la Católica en este nuevo muno sinodal. Gracias.- Francisca.

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