Los pensamientos de Koldo
por Koldo Aldai
NO PUEDES ESTAR TRISTE
Tú no puedes estar triste, pues cuando dormías las estrellas tachonaron los cielos, el sol escaló las montañas y la Creación entera despertó para ti. Los ríos corrieron hasta tus labios y la luz hasta tu mirada.
Tú no puedes estar triste porque este silencio se amasó para tu alma y la flor floreció para tus ojos y la luna se balanceó para la niña que llevas dentro. Polvo y guijarros se reunieron porque querías caminar, las hierbas se irguieron porque te querías recostar.
Tú no puedes estar triste, porque entonces te estarán mirando las bocas hambrientas, las noches sin techo o la fiebre ardiente. Tú no puedes estar triste con esas manos hábiles, con esos pies raudos, con esos cabellos de princesa, con esa fe de roca y con ese mañana que, impaciente y atrevido, está en este instante llamando para ti.
Tú no puedes estar triste, desde la más remota primavera siempre habrá algo, habrá alguien que cante para ti.
COMPASIÓN, NO RESENTIMIENTO
Iba en el contrato de vida. Hemos de asumir que nuestra querida humanidad es muy diversa; que hemos decidido encarnar en una escuela de vida con muchos niveles de evolución. Hemos acordado venir a un planeta con seres muy desarrollados, al tiempo que con otros que lo son menos. Hay quienes van por delante de nuestros pasos, los hay también por detrás.
Quienes nos aventajan serán nuestro ejemplo y referencia, dispensarán altruismo, generosidad y ejemplo, mirarán preferentemente por el bien colectivo, antes que por el personal. Nos congratularemos con su compañía.
Quienes nos siguen bien detrás es probable que traten de aprovecharse de nosotros, de abusar o por lo menos no comportarse debidamente. Nos pondrán constantemente a prueba. No debiéramos maldecir su compañía, también los necesitamos para evolucionar. Ellos posibilitan que se despliegue la fuerza de nuestro amor.
Con los primeros toca aprender, con los segundos aflorar compasión, nunca resentimiento. Iba en el acuerdo antes de encarnar. Ahora no vale rebelarse con la partida ya bien avanzada. Es algo sencillo, algo elemental, disculpad que lo escriba. Hoy necesitaba recordármelo urgentemente a mí mismo. A menudo los beneficios en las relaciones debieran servir para neutralizar los disgustos. El día tiene por costumbre equilibrar a la noche.
EL NUEVO TIEMPO ES COMPARTIR
La cuestión me está tocando cerca. Pequeños y privilegiados paraísos en la tierra se pueden, en importante medida, malograr, si no hay un mínimo de predisposición al compartir. La tierra puede ser paraíso o infierno, lo único que distingue a uno y a otro es que los habitantes del primero han aprendido a darse a los demás.
El verbo elevado ha de ir necesariamente acompañado de la acción consecuente. El esoterismo no sea guarida de egoísmo, sino predisposición a un real y eficaz altruismo. Nuestros más bellos discursos los puede barrer el primer viento, si no están sustentados en hechos. Nos podemos llenar la boca de muy bellas y espirituales palabras, pero la nota de los nuevos tiempos nos la proporciona fundamentalmente el espíritu de compartir. Mientras no logremos poner el bien común por delante, el bien del otro por lo menos a la par del nuestro; mientras que no nos olvidemos un poco de nosotros/as mismos/as y aprendamos a ayudarnos y cooperar, no seremos dignos de lo nuevo, no podremos participar de lo que se gesta.
De nada sirve que la personalidad egoíca clame por la utopía, pues antes que nada la tan mentada utopía lo primero que nos demandará es un mínimo de pensamiento en clave grupal y colectiva, no estrecha y particular. A la entrada del nuevo paraíso, de la nueva y superior Comunidad que a todos sin excepción nos aguarda, no nos preguntarán cuántos libros de Alice Bailey hemos leído, sino cuánto estamos dispuestos a ser por y para el prójimo.
PALABRA CREADORA
Las Grandes Almas nos indican que nuestras palabras desafortunadas son como criaturas malcriadas que sacamos al mundo y causan daño, pero desde que han salido de casa ya no podemos retenerlas, ya no podemos evitar el daño que generan.
Dios nuestro, enséñanos a callar, a modernos la lengua cuando sea necesario, a tragarnos la crítica gratuita, la que no va a ninguna parte, la que sólo hiere y no sana, la que sólo satisface un afán inferior. Que sólo, sólo palabras de bendición, de elogio, de halago y admiración salgan de nuestra boca.
Dios nuestro enséñanos el correcto uso de la palabra, para que no malgastemos ese poder inmenso que has colocado en nuestros labios, para que no dilapidemos el caudal infinito de Tu Verbo en nuestra boca; para que cada una de nuestros mensajes creen, adornen, embellezcan; para que cada uno de nuestros vocablos acerquen, unan, eleven; para que sean siempre para Tu Gloria y en Tu Nombre.
Voy entendiendo esa diaria urgencia de ventana y de teclado. Voy comprendiendo por qué mi pequeño mundo se detiene, por qué al cuaderno, a la pantalla no hay horarios, ni hambre, ni otros compromisos. Estoy en mi compromiso. Todo puede esperar cuando viene la necesidad de escribir y comunicar. Son momentos sagrados, únicos, irrepetibles.
Voy entendiendo esa dictadura del silencio que se impone al acariciar teclado. Creo que la necesidad de escribir es la de sumar a la Creación, sumar al esfuerzo inmemorial de recrear la Vida, de contarla y compartirla. La necesidad de escribir es la de ser uno con el Gran Hacedor, de poner nuestros instrumentos y dones a su servicio.
La necesidad de escribir es la de la realización a través de la creación. Sólo podemos realizarnos sirviendo, contribuyendo, cooperando. Cuanto más bello tecleamos, cuanto más alto rallamos, más nos realizamos, más nos sentimos Uno con el Origen de lo Creado.
La cumbre de esa realización bien puede ser la de anularnos, la de borrar la firma, la de pretender ser útiles sin ninguna búsqueda de beneficio u honor propios. La más pura creación nos exigirá ahogar todo deseo de importancia personal. Entonces las bendiciones y la inspiración se derramarán sin medida. Al fin y al cabo, si es acertada, ni la más insignificante coma nos pertenece. ¡Todo para Su Nombre!
CUERPO ORANTE
La pantalla siempre podrá y deberá esperar. Acercarse al jardín bien de mañana y saludar y acoger dentro de ti a la vida que rebrota, es más importante que empezar a teclear como loco, seguramente sin rumbo. Sólo el anclaje en el Ser, sólo la verdadera conexión con la Vida, puede procurar algún acierto a nuestro anhelo de comunicar.
Cuando exploro por qué mi cuerpo me empuja al césped y reúno mis palmas de la mano y comienzo a desplegar lenta y armoniosamente brazos y piernas, sospecho que es sólo para alabar. Ya no deseo más distancia con el pájaro que abre anchas sus alas blancas, con el tallo que danza con el viento, con la entera creación que despliega todas sus maravillas a nuestros pies. Estamos continuamente explorando nuevas formas de alabanza, porque no nos sirven las de siempre y nuestro cuerpo entero y sus miembros suspiran por sumarse a la inmemorial Oración. Constituyen bendito instrumento para rendirnos, para plegarnos y alabar.
No somos de ninguna escuela, pero al mismo tiempo somos de todas a la vez. Con el taichi, el chikun, la gimnasia iniciática o con cualquier otro movimiento reverente que exploremos por nosotros mismos, desearás ser tomado, soplado y respirado al compás de toda la vida. Desearás bajarte del pedestal de la mente dominadora, tornar humilde, sencillo y colocarte a la misma altura, sumirte en el mismo compás de la entera creación. Olvidarás la técnica, apartarás la mente controladora y procurarás que tus movimientos tornen sentida, silente, fervorosa oración. Desearás orar en realidad con todo tu ser. Por más que realices los ejercicios una y otra vez, tu cuerpo no podrá expresar tanta alabanza que mora ti.
El ejercicio matutino es un mensaje a la Madre Naturaleza, un guiño a sus Reinos para decirles que quieres ser Uno con ellos, que deseas respirar y moverte a su mismo ritmo, que ya no te quieres separado, sino plenamente incorporado, plenamente presente. En este privilegiado rincón ..., en este paraíso apartado ..., rebrota en mi interior un acusado anhelo de alabanza.
FUENTE:
Koldo Aldai
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