Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

lunes, 25 de octubre de 2021

SERÉIS MIS TESTIGOS

Seréis mis testigos

Por J. L. Vázquez Borau

El discípulo de Jesús, el testigo del Evangelio, la persona habitada por el Espíritu, ha hecho de Dios su absoluto, gracias a una experiencia personal y transformadora de su vida. De ahí que sea una persona abierta, acogedora, clarividente, reconciliada con las cosas, con los demás y con el mismo, libre de todo aquello que hace inhumano a nuestro mundo y a nuestra vida. Así, ver desde la fe, es vivir en una actitud contemplativa. Es buscar siempre lo esencial de las cosas y no perderse en la superficialidad de los detalles, sintonizando con el fondo de las situaciones y de las personas.

Ser testigo no es evadirse del mundo, sino esforzarse en descubrir su sentido para transformarlo. El testigo es un ser dividido entre el tiempo y la eternidad. Su experiencia de la resurrección de Cristo le ilumina la realidad para buscar constantemente la eternidad a través del tiempo. Su búsqueda no es trascendente, en el sentido de que es extrínseca al tiempo y al espacio, sino que es una esperanza y una búsqueda de más ser, cuya plenitud no puede reducirse únicamente, como lo ha hecho el marxismo o el existencialismo ateo, a la suma de esfuerzos prometéicos. La persona no es libre cuando se deja llevar por el capricho o por el humor. Tiene que regirse por leyes y normas racionales. Pero, tampoco sería libre si estas normas se le imponen desde fuera. Debe fijárselas ella misma, pero partiendo de la libertad y no del capricho. La libertad constituye una tarea. No tenemos necesidad de Dios para conceder permisos o imponer prohibiciones, pero sólo el reconocimiento de nuestra condición de criaturas puede fundamentar el deber de realizar racionalmente la libertad, siendo Dios el fundamento último de la misma.

La libertad de elección compromete directamente a la persona, que tiene que decidirse libremente en un sentido o en otro. Destruirá su libertad si se deja llevar por los caprichos del azar. Lo único que puede dar sentido a su elección es decidirse por la libertad. Nosotros elegimos lo que queremos ser, el proyecto de nuestra forma constitutiva. Se trata de elegir una jerarquía de valores, un orden de preferencias, que, a nuestro parecer, garantiza mejor la libertad. En esto consiste la opción fundamental de nuestra libertad. Por esto, nuestras acciones vienen determinadas por nuestras opciones.

El ser humano, al sentirse religado a Dios, no debe absolutizarse ni como individuo ni como sociedad, situando a las personas y a las cosas, los acontecimientos y los proyectos en su debido lugar, dentro de una perspectiva adecuada y justa. Pero esta fe no anula la responsabilidad personal, sino que la fundamenta y reclama. La libertad implica, de un lado, dependencia total, dado que el ser humano recibe la facultad de la libre elección como un don, y de otro, independencia total, dado que, al elegir, la persona no tiene más posibilidad que la libertad.

La libertad interior del testigo, le proporciona espíritu ante las realidades personales y sociales que le rodean y por esto mismo es capaz de decir "no". El testigo es un personaje incómodo, insobornable, y, al mismo tiempo, lleno de bondad, mansedumbre y autenticidad, que le impiden convertirse en un intransigente y francotirador. El testigo, el pobre de Dios, el que no posee nada como propio, se presenta ante los otros como hermano. Es portador de Paz, Reconciliación y Fraternidad con todos y la misma naturaleza. Su estilo de vida radical, movido por el Espíritu de Jesús, brota del amor y le lleva a tener una predilección por los más pobres. Es solidario con ellos, renuncia a toda posesión innecesaria, denuncia la riqueza opresora y lucha contra la miseria.

El testigo comparte con sus hermanos más desfavorecidos cuanto es y cuanto tiene. Se solidariza con los grupos marginados, reconociéndolos en su más grande dignidad, la de ser hijos de Dios. Ser testigo es optar personal y políticamente por el Reino de Dios. Esto lleva, incluso, a luchar por el cambio de las estructuras de la colectividad en todo aquello que causan, justifican o colaboran con la injusticia. Frente al mal, el testigo no debe resignarse, porque la fuerza del amor, que supera escatológicamente el sufrimiento y la muerte, está operando ya por todas partes, y, por tanto, se debe dar testimonio de esta presencia, configurando un futuro de justicia y paz.

El motivo último de la actuación del testigo es realizar la voluntad de Dios. Jesús no basaba la justicia evangélica ni en una ‘ética formal del deber’, ni en una ‘ética material delos valores’ Para él, sólo la obediencia a Dios da sentido a la acción. Esto no quiere decir que el testigo prescinda de las leyes o de las adquisiciones de las ciencias humanas. Las asume, las atraviesa, pero va más allá. Para el testigo, Dios es el Padre universal, por eso relativiza el poder y no acepta cualquier idolatría que, en la sociedad, quiera ocupar el lugar absoluto de Dios. Lo único sagrado para él, por ser la imagen viva de Dios, es el ser humano.

El Reino de Dios es una buena noticia para los pobres: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios" (Lc 6, 20). No se trata de la pobreza, sino de los pobres reales, no porque sean más virtuosos o piadosos, sino porque son pobres y sufren la injusticia. La llegada del Reino de Dios es el centro del Evangelio de Jesús. La vuelta de Cristo (Parusía) será la plenitud del Reino. Por eso, la Parusía será la realización definitiva de la justicia y el ejercicio pleno de la soberanía de Dios, que generará la fraternidad universal. La Parusía del Señor, tal como la presenta el Nuevo Testamento, es, sobre todo, una llamada a perseverar en la esperanza del Reino de Dios, a no abandonar la solidaridad con los crucificados de la tierra. La Parusía es para los testigos consuelo y esperanza en medio de las dificultades y persecuciones: "Estad siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca" (Fil 4,4-5; 2Tes 1,4-10; 1Tes 1,3; Rm 8,18). El anuncio del Reino de Dios, por parte de Jesús, no está disociado de la realidad de este mundo, sino que la penetra en todas sus dimensiones. La dedicación al ser humano constituye la manifestación sensible de la llegada del Reino de Dios. La supe-ración de la pobreza, el hambre y el sufrimiento en este mundo guardan relación con el reinado y reino de Dios. La justicia liberadora de Dios somete la praxis vital de las personas a una instancia crítica. El amor salvífico de Dios, que es universal, no admite barreras, sectarismos, ni idolatrías.

El testigo cristiano rompe los límites de los nacionalismos estrechos y construye la fraternidad humana en medio de un mundo de lucha de intereses. Cree en la comunión y no en el enfrentamiento. En contraste con los valores promovidos por el sistema social o religioso imperantes, el testigo cristiano afirma y vive las bienaventuranzas como los valores más hondos de la persona. El testigo mira el mundo como Jesús lo miró. Y, como mira con amor, sufre y llora como Jesús lloró. Llora porque hace suyo el destino de los demás. No rechaza a nadie. No se retira ni se impone. No se cansa ni se amarga, porque ama con la misma fuerza que movía a Jesús. Los testigos de Jesús prefieren sufrir que ocasionar dolor a los otros. Conservan la comunión cuando otros la rompen. Renuncian a imponerse y soportan silenciosamente el odio y la injusticia.

Para el tiempo en que el Reino de Dios ha irrumpido, pero no ha llegado a la plenitud, las exigencias del ‘Sermón de la Montaña’ constituyen una antítesis ante cualquier orden jurídico-normativo. Las exigencias de Jesús tienen la función de criterios. Sirven como elementos clarificadores para la conciencia moral en orden al Reino y procuran la libertad interior en el uso del derecho. El objetivo es conseguir el hombre nuevo a imagen de Jesús. Por tanto, estas exigencias morales son para todos, pues nadie está excluido del reino de Dios. Lo que Jesús pide a todos es someterse y confiarse a Dios. Se trata de poner-se sin reservas a su servicio, negándose a sí mismo, tomando la propia cruz y siguiéndole. Esta opción fundamental por el Reino y la soberanía de Dios, que es en última instancia la fe, no es sólo una exigencia, sino también y sobre todo, un don: respuesta del hombre a la acción de Dios que lo capacita para responder. La fe en la acción salvífica de Dios por medio de Jesucristo constituye el fundamento y el sentido de la realización ética de la libertad. Se trata de una vida que brota de la opción por Dios. La fe da un horizonte de sentido que determina la acción moral.

El criterio último del testigo es Jesús crucificado, que es el Cristo vivo. Cristo es el valor supremo de la ética cristiana. La tarea moral del testigo consiste en ir labrando día adía, con esfuerzo lento y laborioso, esa imagen de Cristo que se le ha esculpido por la fe y el bautismo. El testigo no se mueve por ideas o principios. Es la misma persona de Jesús, su Espíritu, el que lo lleva a dar testimonio en el mundo de los valores del Reino de Dios. Con la renovación y transformación interior, el testigo es y llegará a ser un día en plenitud otro Cristo.

No es el testigo quien fundamenta a la verdad, sino que es la verdad quien fundamenta al testigo. Es el Espíritu quien da testimonio en nosotros. El testigo progresa en la verdad, participando en ella y dando testimonio de ella hasta el martirio si fuera necesario. Pero en la vida cristina no es habitual ir hasta la persecución física y menos hasta el martirio. La persecución es habitualmente más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen a causa de Cristo y del Evangelio, y que vienen a veces de personas y sectores que uno no espera. Urge extinguir la voz del que une la denuncia al testimonio. La historia es testigo de los atropellos cometidos a las personas, creyentes o no, que han levantado su voz en defensa de los más desfavorecidos, hasta entregar su vida en servicio de la comunidad humana.

Jesús de Nazaret, el testigo del Padre, el sencillo y humilde de corazón, fue tan molesto, que decidieron acallar para siempre su voz y acabar con su presencia. Jesús trató de apagar la mecha de los conflictos no con las armas de la fuerza que se impone, sino con las armas morales de la verdad, la autenticidad y el amor; fuerzas espirituales más molestas aún para los enemigos, porque los alcanzan en su interioridad, llegando al fondo de su ser. Jesús fue un radical. Planteó la conversión a Dios, el cambio de vida y las actitudes éticas y religiosas desde su raíz, estableciendo su Evangelio como único absoluto. El testigo cristiano que intenta vivir con radicalidad el Evangelio de Jesús, sin quererlo, crea conflictos en su entorno. La vida evangélica no deja indiferente. Sin acusar a nadie, deja al descubierto las intenciones. Así, el testigo puede encontrarse con la soledad y la incomprensión: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. He venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra, y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual" (Mt 10, 34-35). "Seréis odiados de todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mt 10, 22). La razón última de la ética del testigo es realizar la voluntad de Dios hasta las últimas consecuencias.

Jesús proclama bienaventurados a los testigos que sufren, no sólo a causa de su nombre, sino también cuando sufren por una causa justa, pues escondido en ella late el rostro de Aquel que espera reconocimiento y gratitud. Sufrir persecución por causa de Jesús y reaccionar ante los perseguidores con crispación y agresividad destructiva, es estar en discordancia con el Evangelio. Supone querer defender la causa de Jesús con las mismas actitudes antievangélicas que se están combatiendo. Jesús murió perdonando y amando a sus torturadores. El martirio es el testimonio de la fe consagrado por el testimonio de la sangre.

PUBLICADO EN:
BOLETÍN DE “NOTICIAS Y COMUNICACIONES”
Nº 303– 20 de OCTUBRE de 2021
Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
http://horeb-foucauld.webs.com


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