Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

sábado, 9 de octubre de 2021

ENTENDIMIENTO JUDEO-CRISTIANO

Un judeocristianismo contemporáneo


por Lydia Morales Ripalda

Hace bastantes años encontré en una librería de viejo un volumen de pequeño tamaño (sólo noventa y cinco páginas), pero cuyo contenido despertó mi curiosidad. Lo firmaba un autor impersonal llamado Instituto Qumran para el Estudio de las Religiones de Jerusalén (IQJ) y se titulaba «El Nuevo Testamento visto por última vez»...

Aunque en la portada se indicaba que era la primera parte, no he encontrado noticia de que hubiera edición de una segunda. Lo máximo que he llegado a saber es que en origen se trataba de «un trabajo interno para los miembros del Instituto preparado por su directora, la señora Eddai Bat Rajet» que en 1985 fue publicado por la editorial Altalena de Madrid. La noticia la daba Yoel Ben Arye en su libro «Dos caminos, una redención: hacia el diálogo teológico judeocristiano», obra que supuestamente gozó del favor de Jorge Bergoglio, o sea, del hoy papa Francisco. Una ficha de este autor en la red permite enterarse de que nació en Argentina en 1945, que ha escrito sobre temas teológicos judeo-cristianos desde una perspectiva más bien particular y que en 1970 se estableció en Israel. En 1978 fue uno de los fundadores de ese Instituto Qumran que aparecía como autor colectivo del librito referido al inicio. Arye promovió posteriormente el sitio Diálogo Teológico Judeocristiano en el que se podían leer cosas como estas «Se aspira a que con el desarrollo del diálogo a través de la investigación de las Sagradas Escrituras judías y cristianas se puedan alcanzar acuerdos no solamente teóricos, sino también, compartir acciones que conduzcan a la unión de ambas partes del pueblo de Dios, sin que por ello se atente contra la existencia de ambos credos». Esa aspiración parece algo así como la cuadratura del círculo, sobre todo porque la interpretación de la historia salvífica que proponen está más próxima a ciertas heterodoxias contemporáneas de frontera que a la posición tradicional de los dos credos en cuestión.

A mediados del siglo XIX, y como consecuencia de los estudios históricocríticos que empezaron a recuperar la condición judía del Jesús histórico, aparecie-ron en Inglaterra las primeras congregaciones mixtas judeocristianas de tiempos modernos. Este movimiento, que luego acabaría tomando el nombre de judaísmo mesiánico, fue teológicamente caótico en su eclecticismo hasta que empezó a definirse -más o menos- una línea que se adhería grosso modo al judaísmo bíblico (no así al talmúdico), pero que, además, aceptaba a Jesús como agente mesiánico de Israel. Yeshua de Galilea, hijo carnal de Yosef y Miriam, maestro de estirpe davídica, posiblemente casado con su mejor discípula y por supuesto hombre sin carácter divino, cumplió para esta corriente heterodoxa un papel mesiánico inicial que sólo se completaría con su segunda venida. Los Evangelios donde se recogen apuntes de su vida y enseñanzas son entendidos por estas corrientes intermedias como documentos aproximativos y fragmentarios donde conviven dos concepciones contradictorias: una judía y verosímilmente histórica y otra mítica y a veces abiertamente antijudía. En consecuencia, y desde la perspectiva de este movimiento, más que textos revelados son literatura piadosa con la que acercarse a lo que pudo ser el personaje. Como para los ebionitas antiguos, Pablo de Tarso es para estos mesiánicos contemporáneos el gran responsable de la tergiversación de la figura de Jesús y de la creación del mito crístico.

La interpretación unitaria de la tradición judeocristiana que hacen estos grupos mesiánicos es un ejemplo de lectura creativa, por supuesto, aunque ellos están convencidos de que resulta más cohesiva desde el punto de vista mítico y tradicional que las lecturas de las líneas oficiales del judaísmo y el cristianismo. Dicha interpretación está articulada, como no podía ser de otro modo, en torno a la historia salvífica de Israel. Dicha historia salvífica arranca de la idea de que la humanidad de la cual formamos parte es el resultado de la caída en el dualismo y la exterioridad de una humanidad más perfecta anterior, simbolizada por el Hombre edénico del Libro del Génesis. Tras esa caída se pone en marcha un esfuerzo de redención que requiere de un retorno a la intimidad con lo numinoso en el plano interior y de una recuperación de la justicia y la armonía perdidas en el plano exterior. Para los mesiánicos esta es la característica distintiva de la tradición judeocristiana con respecto a las tradiciones orientales: la salvación no es sólo un proceso individual, sino que también lo es colectivo; no sólo es un camino interior, también es un proyecto histórico; no consiste en liberarse individualmente de las limitaciones del devenir, sino en hacer de ese devenir un ámbito de justicia. El retorno de la humanidad a una imaginaria perfección primordial debería pasar por la restauración de la justicia y la armonía en la Tierra y la conversión de ésta en un nuevo Edén. Pero antes de llegar a esa restauración del orden primordial, la Luz y el Mal lucharán. Y en ese combate todo ser humano tiene que tomar posición. “El que no está conmigo, está contra mí”: la tibieza no cabe.

Según la visión de este judeocristianismo moderno, para levantar a la humanidad de su caída y retornarla al estado de armonía y unidad primordiales, para dar el combate contra las fuerzas oscuras, el mito bíblico relata que un grupo humano fue elegido como testigo de esa aventura. Ése grupo elegido fue -obviamente- Israel, que recibió en la persona de su patriarca Abraham, y a través de su hijo Isaac, una triple promesa: ser el depositario de la elección salvífica; recibir como solar la tierra de Canaán, uno de los centros sagrados del mundo; y ser el tronco del que nacerían una multitud de naciones. Esas naciones brotarían, explica el Instituto Qumran en su librito, del tronco de Israel a partir de sus diez tribus perdidas.

Las sagas bíblicas relatan como la instauración de la monarquía davídica, llena de esperanzas, fue seguida de una rápida degeneración. “La prostitución física, moral y espiritual de Salomón”, 1 su distanciamiento de la fidelidad a Yahvé, el Dios nacional en quien se personificaba lo numinoso, tuvo como consecuencia la escisión de la monarquía en dos reinos. Las diez tribus del norte se separaron y constituyeron el reino de Israel con capital en Samaria y con un soberano (Jeroboam) de la tribu de José Efraim. La Casa de Judá siguió en la persona de Rehoboam con un reino menguado –llamado ahora reino de Judá- cuya capitalidad continuó en Jerusalén. Pronto el reino de Israel gobernado por la tribu de José-Efraim recorrió la misma senda de ‘prostitución física, moral y espiritual’ de Salomón y los avisos de los profetas de que tal corrupción acabaría con la destrucción del reino y con la pérdida de la elección divina no fueron escuchados. La caída del reino de Israel dispersó a sus diez tribus entre los gentiles y significó su pérdida histórica y espiritual. Sin embargo, una nueva promesa anunció el renacimiento de las tribus perdidas al final del presente periodo histórico y la restauración íntegra del Pueblo Elegido cuando estos israelitas perdidos (llamados simbólicamente ‘Israel’ o ‘Efraim’) y los israelitas de Judá se acerquen “en el fin de los tiempos”, combatan juntos a las fuerzas del Mal y reconozcan a su Mesías en una misma figura. Recurriendo a Isaías, “en aquel día el renuevo de la raíz de Jesé (el Mesías) se alzará como estandarte para los pueblos, lo buscarán las gentes y será gloriosa su morada. En aquel día la mano del Señor redimirá a lo que quede del Pueblo (Elegido) … y reunirá a los proscriptos de Israel y juntará a los dispersos de Judá desde los cuatro confines de la tierra. Y cesará la envidia de Efraim, serán destruidos los enemigos de Judá y Judá no será más enemigo de Efraim.

Judá se alzará contra la costa occidental de los filisteos y juntos (Judá y Efraim) derrotarán a los hijos de Oriente”. 2 Del Mesías se dice que “sobre él reposará el espíritu de Dios, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de comprensión y de temor de Dios. No juzgará superficialmente ni de oídas, sino que juzgará con justicia al pobre y con equidad a los humildes de la tierra. Y herirá al tirano con la vara de su verbo y matará al impío con la fuerza de sus labios. La justicia será el cinturón de sus lomos y la fidelidad el ceñidor de su cintura”. 3 Así pues, utilizando esta visión de Isaías sobre el fin del presente periodo histórico, Judá y Efraim, reunidos de nuevo, se enfrentarán en una gran conflagración contra unos ‘hijos de Oriente’ y un ‘occidente de los filisteos’ que para algunos mesiánicos modernos corresponden a los actuales solares islámicos. Sin embargo, el Mesías no aparece como un guerrero, sino como una figura sabia, santa y justa que combate, no con la fuerza de las armas, sino de su ejemplaridad y sus palabras.

Es en este contexto salvífico israelita donde los mesiánicos modernos inscriben el “proyecto” de Jesús de Galilea. En torno a los veintinueve o treinta años la literatura evangélica presenta a Jesús como discípulo de un asceta judío muy popular, probablemente pariente suyo, al que se denomina Juan el Bautista. En el polvorín social, político y religioso que era Israel en los tiempos del Segundo Templo tres parecen ser los modelos de agentes mesiánicos de curso común: el profeta precursor que proclamaba la inminencia del Reino de Dios y de la destrucción de los enemigos interiores y exteriores de Israel; el caudillo guerrero que se enfrentaba militarmente con esos mismos enemigos para derrotarlos y provocar el advenimiento del Reino; y el maestro y reformador religioso que intentaba lograr las condiciones espirituales necesarias del Pueblo Elegido para propiciar ese advenimiento del Reino de Dios. Para el judeocristianismo moderno Jesús empezó su andadura como discípulo de un agente mesiánico del primer tipo y acabó convertido él mismo en un agente mesiánico del tercero, sin excluir llamativos toques del segundo que emergen, aquí y allá, en los Evangelios (afirmaciones como «yo no he venido a traer la paz, sino la espada», la expulsión de los mercaderes del Templo, discípulos armados o con sobrenombres belicosos, la propia condena a muerte en la cruz, habitual en Roma para los sediciosos, etc).

Dentro del marco de la historia salvífica de Israel, la tarea misional del movimiento de Jesús se centra para mesiánicos modernos como el IQJ en el rescate. La buena nueva que los discípulos de Jesús tenían que divulgar no era una nueva religión, dicen, sino la recuperación de los excluidos y de las tribus perdidas de la Casa de Israel para restaurar la integridad del Pueblo Elegido. En los textos evangélicos es posible encontrar apoyaturas para casi cualquier lectura, y para esta no iba a ser menos. En el Evangelio de Mateo se lee por tres veces: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la Casa de Israel”; “A los doce envió Jesús y les dio instrucciones, diciendo: por camino de gentiles no vayáis y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la Casa de Israel”, “Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido”. Similares palabras a las últimas se pueden leer también en el Evangelio de Lucas. El proyecto de Jesús para estas “ovejas perdidas” sería, según dice el IQJ, “restituirles su identidad como partes del Pueblo de Israel y hacerlas conscientes de su destino histórico y de su tarea espiritual”. 4 En ese rescate las herramientas serían una observancia más ética que normativista de la ley mosaica y un camino interior de intimidad con Dios como forma de religación espiritual.

Para los mesiánicos modernos la pregunta postrera de los apóstoles en la última visión de su Maestro iba en la misma dirección: la misión mesiánica de Jesús era restaurar la integridad del Pueblo Elegido y tras ello instaurar el Reino. “Señor, ¿es ahora cuándo restaurarás el Reino de Israel? Y él les dijo: “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni los acontecimientos que el Padre ha fijado en virtud de su poder”. Lo que les corresponde, les dice Jesús, es ser los testigos de la función mesiánica de su Maestro “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra”.  5 El saludo de Jacob (Santiago), el hermano de Jesús, en su carta apostólica “a las doce tribus de la dispersión” les parece igualmente significativo: no se dirige sólo a los miembros de las tribus de la Casa de Judá en la diáspora, sino también a las diez tribus perdidas de la Casa de Israel asimiladas en la gentilidad. La pretensión de la Iglesia primitiva de ser la ‘asamblea del Nuevo Israel’ puede ser, desde esa perspectiva, explicada de forma muy distinta a como lo hacen las Iglesias cristianas actuales: se trataría de rescatar espiritualmente las almas de las tribus perdidas para la posterior restauración de la integridad del Pueblo Elegido en la Parusía, en la segunda venida de Jesús, ya como Mesías triunfante de todos, de Judá y de Israel. Esa segunda venida era esperada por los discípulos para un futuro no demasiado lejano, un error de tiro que podría haber supuesto el fracaso histórico y el final del movimiento de Jesús. Sin embargo, lo que se produjo fue una mutación del movimiento original: se espera el Reino y llegó la Iglesia, parafraseando la famosa frase de Alfred Loisy.

También el judaísmo del Segundo Templo, de gran diversidad, mutó en otra cosa monolítica y bastante distinta. Para los mesiánicos modernos, la adulteración del movimiento de Jesús hasta su conversión en un credo desgajado de la tradición de Israel, y la aparición tras la caída de Jerusalén de un nuevo judaísmo hegemónico de corte farisaico, pusieron en suspenso las esperanzas escatológicas que eran comunes a diversos movimientos mesiánico-sapienciales del judaísmo del Segundo Templo. Es con esa línea mesiánico-sapiencial, incluyendo a Jesús de Galilea en el paquete, con lo que esta corriente heterodoxa actual parece querer conectarse.

NOTAS:
  1. Moshé-Yoseph Koniuchowsky: The Complete Restoration of Our People Ysrael
  2. Libro de Isaías 11, 10-16. [3] Libro de Isaías 11, 2-5.
  3. Instituto Qumrán de Jerusalén (IQJ): El Nuevo Testamento visto por última vez.
  4. Hechos de los Apóstoles 1, 6-8.
(Fuente: nidodeaguilasblog.worpress.com)

PUBLICADO EN:
REVISTA HOREB EKUMENE
ISSN 2605 - 3691 Octubre de 2021- Año IV - Nº 35
Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld


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2 comentarios:

  1. Me parece interesantísimo todo lo referente al judeo-cristianismo. No conocía yo tanto sobre este tema. Muchas gracas por el envio. Francisca-

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  2. AGRADEZCO ESTA PUBLICACIÓN QUE NO SÓLO EXPLICA SOBRE EL JUDEO CRISTIANISMO, SINO TAMBIÉN RESALTA LAS COINCIDENCIAS CON EL
    PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO QUE SE ESTÁ ABRIENDO CAMINO EN LA
    BÚSQUEDA DE LA ARMONÍA Y UNIDAD PRIMIGENIA DE LA HUMANIDAD.

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