Sabiñánigo celebró la Semana de Oración por la unidad de los Cristianos
Como en multitud de pueblos y ciudades de todo el mundo la localidad de Sabiñánigo (Huesca) celebró el pasado miércoles 20 de enero de 2021 una oración ecuménica con motivo de la Semana de Oración por la unidad de loa Cristianos.
En esta ocasión y debido a la situación que se está viviendo a causa de la pandemia por el coronavirus y a las medidas sanitarias previstas en estos días, hicieron al EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO plantease varios escenarios, y determinaron que era muy difícil desarrollar una serie de actos como se venían organizando en años anteriores para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Después de pensar mucho y contemplar distintas opciones, se decidió reducir al máximo la agenda de años precedentes y no realizar todos los actos, no obstante se organizó una Oración Ecuménica a las 18'00 horas en la Iglesia de Cristo Rey de Sabiñánigo, como ya se ha dicho el día miércoles 20 de enero, en esta ocasión, la predicación corrió a cargo del pastor de la Iglesia Metodista Unida Pr. D. Daniel Vergara Muñoz.
Dicho encuentro llevó por lema "Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia" que es una cita del Evangelio de san Juan (Jn 15, 5-9) elegida por la Comunidad Monástica de Grandchamp (Suiza), quien han sido encargada conjuntamente por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los cristianos y la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de Iglesias, para preparar los Materiales para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Éstos son utilizados por todas las iglesias cristianas, y fueron también los utilizados en la oración ecuménica, que congregó a fieles de las iglesias católica romana, protestante y anglicana, sitas en la localidad serrablesa.
En todo momento fueron cumplidas todas las normas y medidas sanitarias de lucha frente al Covid 19 establecidas por la legislación vigente. (Aforo, distancia social, uso de mascarilla, no interactuación entre los asistentes, no hubo cantos, etc..)
La ceremonia la presidieron los sacerdotes de la iglesia católica romana mosén José Manuel Pérez y mosén Iván Duque, acompañados del pastor de la iglesia metodista Daniel Vergara
Juan Manuel Fonseca, de la Iglesia Española Reformada Episcopal (Comunión Anglicana)
Aida Lusa, de la Iglesia Española Metodista Unida
Hna. Mª José Escalona, de la Iglesia Católica Romana
Pr. D. Daniel Vergara Muñoz, Iglesia Española Metodista Unida, quien pronunció la homilía.
HOMILÍA PRONUNCIADA POR Pr. DANIEL VERGARA
Evangelio de Juan 15:1-17
Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. El Padre corta todos mis sarmientos improductivos y poda los sarmientos que dan fruto para que produzcan todavía más. Vosotros ya estáis limpios, gracias al mensaje que os he comunicado. Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo os ocurrirá a vosotros si no permanecéis unidos a mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como se hace con el sarmiento improductivo que se seca; luego, estos sarmientos se amontonan y son arrojados al fuego para que ardan. Si permanecéis unidos a mí y mi mensaje permanece en vosotros, pedid lo que queráis y lo obtendréis. La gloria de mi Padre se manifiesta en que produzcáis fruto en abundancia y os hagáis discípulos míos. Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero solo permaneceréis en mi amor si cumplís mis mandamientos, lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre.
No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Lo que yo os mando es que os améis los unos a los otros.
"Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia"
Hoy, en nuestro encuentro de oración, dentro del marco de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, reflexionaremos sobre el lema que se nos propone “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia”, tomado del texto del Evangelio de Juan, sobre la alegoría de “la vid verdadera”.
El texto forma parte de los discursos de despedida de Jesús, en la celebración con sus discípulos en la última cena.
En la alegoría, podemos distinguir cuatro figuras, sobre las que se desarrolla la enseñanza que Jesús quiere transmitir, el Padre que es el viñador (v.1), Cristo que es la vid (v.5), los discípulos que son los sarmientos (v.5), y los que no permanecen unidos a Cristo que son ramas sin frutos (v.6).
La imagen de la viña es usada en el Antiguo Testamento para representar al pueblo de Israel como una vid o una viña, que el Señor planta con esmero y cariño, cuidando de que la tierra esté abonada adecuadamente, y cercando el terreno para protegerla, pero el resultado del mimo y los cuidados no tienen como resultado los frutos deseado (Is.5:7).
No obstante, en nuestro relato de hoy encontramos algo nuevo, el Padre permanece como el viñador, Jesús es la vid, a diferencia de los relatos en el A.T. donde esta figura representaba a Israel. Este cambio, dentro de la antigua imagen, crea un cambio radical, aquí la “vid” no se pone en cuestión por los frutos que produce, ahora serán los sarmientos los responsables de los frutos o ausencia de ellos. Jesús es la vid verdadera, se encuentra entre el viñador, el Padre, y los sarmientos, los discípulos. Sólo unidos a Cristo, y cuidados por el Padre, los discípulos podrán dar frutos abundantes y agradables.
Si bien este pasaje llama nuestra atención sobre la necesidad de que los discípulos estén unidos a Cristo, la vid verdadera, a fin de llevar frutos, debemos recordar también la presencia de sarmientos que no dan frutos por estar separados de Cristo.
¿Dónde nos encontramos nosotros como discípulos?
A lo largo de la historia de la iglesia cristiana, hemos visto como en tiempos pasados, no demasiado lejanos, la iglesia se rompió, y desde la institución dividida, nos vimos unos cristianos a otros como sarmientos separados de la vid verdadera, separados de Cristo.
Fueron tiempos de tinieblas, tiempos oscuros en que nos lanzamos acusaciones mutuas de estar separados de Cristo y condenados al fuego eterno.
Aun en esos tiempos de enfrentamientos y condenas mutuas, podemos encontrar el testimonio de hombres y mujeres de fe que, cuando parecía impensable lo que hoy podemos ver, ya buscaron la forma de acercarse para orar por la unidad y la reconciliación entre hermanos en Cristo, incluso podemos encontrar testimonios incipientes de comunidades ecuménicas.
Hubo pastores y sacerdotes de las distintas familias confesionales que iniciaron acercamientos, a fin de comenzar a dialogar sobre cómo superar las diferencias doctrinales y teológicas que vivía la iglesia dividida.
En el servicio diacónico, hombres y mujeres llamados en uno y otro lugar a trabajar en favor de los pobres y oprimidos, supieron realizarlo de forma conjunta sin poner sus diferencias doctrinales por encima de la llamada de su Señor.
En la noche oscura de la iglesia, encontramos el testimonio de cristianos que enfrentaron el sufrimiento personal, dentro de sus propias instituciones eclesiales, por plantear abiertamente el principio de unidad en Cristo.
Aun en ese tiempo difícil, podemos encontrar en uno y otro lugar, el testimonio de cristianos que vieron a sus hermanos como ramas unidas a la vid, aun en la diversidad.
Al cambiar la perspectiva, comenzaron a ver y sentir que Jesucristo, fiel a su promesa, estaba presente en las comunidades reunidas en su nombre, que por medio de su Palabra seguía hablándoles, llamándolos una y otra vez a permanecer en su amor, invitándolos una y otra vez a cumplir su mandamiento “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Incluso en los momentos más duros, de enfrentamiento y descalificación entre hermanos, Jesús siguió intercediendo ante el Padre por nosotros, “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn. 17:21)
Jesús, la Vid Verdadera, el Buen Pastor, no abandonó a sus ovejas, no se olvidó de ellas, Jesús no se alejó de nosotros, aun cuando nosotros nos alejamos de Él perdiéndonos en acciones violentas cargadas de odio.
Sí, hermanos y hermanas, cuando percibimos a Jesucristo en medio de nosotros, comenzamos a vernos de forma diferente, comenzamos a experimentar que a pesar de nuestras diferencias, sólo unidos a Él, la vid verdadera, adquirimos la identidad verdadera, haciéndonos conscientes de que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, nos sentimos sarmientos de una misma vid, somos uno en Cristo. Por eso hoy podemos estar aquí, juntos, en oración.
Ya sé que esto que he dicho, choca con la realidad que percibimos de la división de la iglesia, que habiendo recibido un mismo bautismo en Cristo, aun vivamos con dolor al no poder sentarnos untos a la mesa y compartir “el Pan y el Vino” que el Señor nos ofrece. En este punto debemos preguntarnos
¿Cómo podemos recorrer el camino que nos lleve hacia la llamada a la unidad?
¿Podemos sanar las heridas del pasado para hacer visible lo que ya somos en Cristo, ramas de una misma vid?
Tomamos este texto sobre la vid verdadera como anuncio esperanzador y profético del sólido vínculo entre la Vid y los sarmientos, para unidos a Cristo, permaneciendo en amor, y poder llevar frutos de sanidad y vida plena.
Que sea este el espíritu con el cual abordamos el momento trascendental que vivimos, tanto de forma interna, en el testimonio en la iglesia, como como externa, testimonio de la iglesia a un mundo afligido y necesitado de esperanza. Tenemos frente a nosotros un reto esperanzador y a la vez muy exigente.
Miremos estos últimos meses que nos ha tocado vivir, nuestro mundo se ha visto desbordado por la pandemia del Covid19, hemos experimentado el aislamiento, el no poder abrazar a nuestros seres querido, la soledad, la enfermedad y, en muchos casos la muerte de familiares, amigos, vecinos.
Forzados por la pandemia hemos tenido que limitar nuestras relaciones, familiares, laborales, de vecindad, y también con los hermanos de nuestra comunidad eclesial. Hemos tenido que asumir con amargura ver marchar a seres queridos sin poder acompañarlos y besarlos en sus últimos momentos. Hemos vivido el desbordamiento de los hospitales, la fatiga y desesperación de los sanitarios. Hemos padecido en primera persona o entre familiares y amigos la pérdida de los trabajos. Y aun hoy, la enfermedad sigue amenazadora ante nuestra puerta.
De otra parte, nuestro mundo vive tiempos de gran fragmentación y una marcada tendencia al conflicto, en la política y en la sociedad, entre religiones, razas y nacionalismos.
Emergen por muchos lugares sectarismos que llevan a individuos y comunidades a la alienación mutua, sin que parezca haber posibilidades de convivencia y comunicación.
Pero, es en estas circunstancias en las que somos llamados a manifestar nuestra unión a Cristo, y así convertirnos en hombres, mujeres y comunidades abiertos al diálogo, a trasmitir la Buena Noticia a un mundo quebrantado, dolorido, enfermo, y sin esperanza a la vista.
¿Cómo nos vemos a nosotros mismos?
En nuestra definición de quienes somos y quienes son los demás, con frecuencia nos damos cuenta que tendemos a destacar nuestras diferencias, y nuestra memoria muy frecuentemente está marcada por el dolor y el conflicto, queriendo alejarnos de los otros.
Conscientes de esa amenaza, hoy quiero llamar la atención a buscar en el bautismo, la fuerza que nos acerca a Cristo y entre nosotros, entre personas y comunidades que encuentran su savia unidas a quien es la vid verdadera.
Así, permaneciendo unidos a Cristo y en su amor, siendo constantes en buscar su voluntad expresada en el Evangelio, nutriendo cada día de nuestra vida en la lectura y meditación personal de su Palabra y en la oración, podremos llevar frutos de sanidad y unidad en medio de nuestro mundo herido, convirtiéndonos así en portadores de esperanza, para una humanidad que añora vivir en paz y justicia. Siendo testimonio, en la diversidad, de la reconciliación que alcanzamos unidos a Cristo.
Sí, hermanos y hermanas, nos encontramos frente a un misterio profundo, es en medio de pueblos e individuos que viven bajo situaciones de dolor por la enfermedad, la violencia y opresión, es en ese lugar, donde podemos escuchar la palabra de Dios que nos susurra al oído, nos dice, permaneced unidos a Jesucristo, la vid verdadera. Permaneciendo en esta vid daremos frutos de sanidad, paz, justicia, reconciliación, misericordia, solidaridad, santidad y amor, todo esto que el pueblo pide y que Dios produce en nosotros.
Vallamos pues respondiendo con fidelidad a la llamada que Dios nos hace y así respondiendo también a los gritos de auxilio, a la sed y al hambre de una humanidad herida y quebrantada.
Nos dice Jesús: “No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Lo que yo os mando es que os améis los unos a los otros” (Jn.15:16-17)
Hoy, pedimos a nuestro buen Señor, que nos capacite para ser embajadores de reconciliación, constructores de puentes que nos permitan acercarnos más unos a otros en amor fraternal, capacitados para preparar la mesa común donde podamos sentados para compartir el Pan y el Vino, la presencia real de Cristo que jamás nos dejó, que nos llama a permanecer en Él para que así llevemos frutos de amor y el mundo crea. Amen.
El encuentro concluyó con una oración con motivo de la pandemia:
En este tiempo de pandemia mundial oramos por los enfermos, los que sufren, todos los implicados y por todos los que sentimos miedo y ansiedad...
Dios nuestro Padre, te damos gracias por todos los que se encuentran en primera línea, médicos, enfermeros, personal auxiliar y hospitalario, cuidadores, familiares, amigos y desconocidos: Te pedimos por su seguridad, salud y fortaleza.
Rogamos por los responsables y los encargados de hacer cumplir la ley, para que puedan ser guiados en sus decisiones y acciones.
Rogamos por la comunidad científica, para que puedan encontrar la manera de contener este coronavirus y debilitarlo.
Rogamos por la Madre Tierra, que pueda recuperarse del agotamiento y la devastación que le hemos hecho sufrir, y que ella nos ayude a descubrir cómo resistir este virus, cómo restaurar la belleza y diversidad de la naturaleza,
y cómo renovarnos a nosotros mismos y nuestros estilos de vida.
Rogamos unos por otros, para que podamos ser precavidos sin estar paralizados; ejercer la responsabilidad social y pensar en los más débiles y vulnerables; encontrar formas creativas de conectarnos, mostrar cuidado y compartir compasión; idear formas de ayudar a quienes se vean más gravemente afectados por las medidas adoptadas para abordar la crisis; y escuchar y aprender de esta experiencia.
Con confianza, ¡clamamos al Dios de la Vida y la Esperanza por misericordia y curación...! Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
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