Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia (cf. Juan 15, 5-9)
La Semana de Oración por la Unidad de Cristianos 2.021 ha sido preparada por la Comunidad Monástica de Grandchamp 1 . El tema escogido, Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia, se basa en el texto de Juan 15, 1-17, y refleja la vocación a la oración, a la reconciliación y a la unidad de la Iglesia y de toda la familia humana de la Comunidad de Grandchamp.
En la década de 1.930, varias mujeres reformadas de la Suiza francófona pertenecientes a un grupo denominado las “Damas de Morges” redescubrieron la importancia del silencio para la escucha la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, redescubrieron la práctica de los retiros espirituales como medio para alimentar su vida de fe, inspirándose en el ejemplo de Cristo que se separó a un lugar solitario para orar. Pronto otros muchos comenzaron a unirse a estos retiros organizados periódicamente en la pequeña aldea de Grandchamp, cerca de las orillas del lago Neuchâtel. Debido al número creciente de participantes en los retiros y visitantes, hubo que organizar una plegaria continua en el monasterio, así como un servicio de acogida.
Hoy la comunidad cuenta con cincuenta hermanas, mujeres de diferentes generaciones, de diferentes tradiciones eclesiales y de diferentes países y continentes. En su diversidad, las hermanas son una parábola viva de comunión. Permanecen fieles a la vida de oración, a la vida en comunidad y a la acogida de huéspedes. Las hermanas comparten la gracia de la vida monástica con los visitantes y los voluntarios que acuden a Grandchamp buscando un tiempo de retiro, de silencio, de sanación o tratando de encontrar sentido a sus vidas.
Las primeras hermanas experimentaron el dolor de la división entre las Iglesias cristianas. En esta lucha, la amistad con el Abad Paul Couturier, pionero de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, fue un gran estímulo. Por ello, desde sus comienzos, la oración por la unidad de los cristianos ha estado en el centro de la vida de la comunidad. Este compromiso, junto con los tres pilares de Grandchamp, la oración, la vida comunitaria y la hospitalidad, constituyen la base de estos materiales.
Permanecer en el amor de Dios es reconciliarse con uno mismo
Las palabras francesas para monje y monja (moine/moniale) provienen del griego μόνος que significa solo y uno. Nuestros corazones, cuerpos y mentes, lejos de ser uno, a menudo se encuentran dispersos e impulsados hacia diferentes direcciones. El monje o la monja desean ser uno en sí mismo y estar unidos a Cristo. Jesús nos dice “Permanece en mí como yo permanezco en ti” (Jn 15, 4a). Una vida integra presupone un camino de auto aceptación y de reconciliación con nuestras historias personales y heredadas.
Jesús les dijo a sus discípulos: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Él permanece en el amor del Padre (Jn 15, 10) y no desea nada más que compartir ese amor con nosotros: “A vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre” (Jn 15, 15b). Al permanecer injertados en la vid, que es Jesús mismo, el Padre se convierte en nuestro viñador, que nos poda para hacernos crecer. Esto describe lo que sucede en la oración. El Padre es el centro de nuestras vidas y nos centra. Él nos poda y nos hace seres humanos completos y plenos para dar gloria a Dios.
Permanecer en Cristo es una actitud interna que arraiga en nosotros con el paso del tiempo. Necesita espacio para crecer, y a veces está amenazada por las necesidades inmediatas, las distracciones, el ruido, la actividad y los desafíos de la vida. Geneviève Micheli, que más tarde se convertiría en la Madre Geneviève, primera superiora de la comunidad, escribió en 1.938, período convulso para Europa, estas líneas que gozan aún de actualidad:
“Vivimos en una época tan alarmante como grandiosa, un tiempo amenazador en el que nada preserva el alma, en el que los rápidos éxitos alcanzados por los hombres parecen dejar a un lado a los seres humanos… Creo que nuestra civilización morirá en esta locura colectiva de ruido y prisas, en la que nadie puede pensar… Nosotros, los cristianos, que valoramos el sentido profundo de la vida espiritual, tenemos una inmensa responsabilidad, y hemos de tomar conciencia de que la unión y la ayuda mutua son fuente de serenidad, y crean refugios de paz, lugares existenciales en los que el silencio invoca a la Palabra creadora de Dios. Es una cuestión de vida o muerte”.
De permanecer en Cristo a dar frutos
“La gloria de mi Padre se manifiesta en que produzcáis fruto en abundancia“ (Jn 15, 8). No podemos dar frutos por nuestra cuenta. No podemos dar frutos separados de la vid. Lo que produce frutos es la savia, la vida de Jesús que fluye en nosotros. Permanecer en el amor de Jesús, seguir siendo un sarmiento de la vid, es lo que permite que su vida fluya en nosotros.
Cuando escuchamos a Jesús, su vida fluye en nosotros. Jesús nos invita a dejar que su palabra permanezca en nosotros (Jn 15, 7) y luego todo lo que le pidamos nos lo concederá. En su palabra damos fruto. Como personas, como comunidad, como Iglesia, deseamos unirnos a Cristo para perseverar en su mandamiento de amarnos unos a otros como Él nos ha amado (Jn 15, 12).
Permaneciendo en Cristo, la fuente de todo amor, el fruto de la comunión crece
La comunión con Cristo exige la comunión con los demás. Dorotheus de Gaza, un monje de la Palestina del s. VI, lo expresaba de la siguiente manera:
Suponed un círculo trazado sobre la tierra, es decir, una línea redonda dibujada con un compás en torno a un centro. Imaginaos que el círculo es el mundo, el centro Dios, y los radios los diferentes caminos o maneras de vivir que tienen los hombres. En la medida en que los santos, deseando acercarse a Dios, caminan hacia el centro del círculo, y van penetrando en su interior, entonces se van acercando también los unos a los otros. Y en la medida en que se van acercando unos a otros, se acercan simultáneamente a Dios. Y comprenderéis que lo mismo ocurre en sentido contrario, cuando nos alejamos de Dios y nos retiramos hacia afuera. Es obvio que cuanto más nos separamos de Dios, más nos alejamos los unos de los otros, y que cuanto más nos separamos los unos de los otros, más nos alejamos de Dios.
Acercarnos los unos a los otros, vivir en comunidad, a veces con personas muy diferentes a nosotros mismos, puede ser un desafío. Las hermanas de Grandchamp saben de este desafío y para ellas la enseñanza del Hermano Roger de Taizé 2 es muy útil: “No hay amistad sin purificación del sufrimiento. No hay amor al prójimo sin cruz. La cruz por sí sola nos permite conocer la profundidad insondable del amor” 3 .
Las divisiones entre cristianos, que nos alejan a unos de otros, son un escándalo porque también nos alejan de Dios. Muchos cristianos, conmovidos por esta situación, oran fervientemente a Dios por la restauración de esa unidad por la que Jesús oró. La oración de Cristo por la unidad es una invitación a retornar a Él y a acercarnos unos a otros, regocijándonos en la riqueza de nuestra diversidad.
En la medida en que aprendemos de la vida comunitaria, nos daremos cuenta de que los esfuerzos por la reconciliación son costosos y exigen sacrificios. Pero nos sostiene la oración de Cristo, quien desea que seamos uno, así como Él es uno con el Padre para que el mundo crea (Jn 17, 21).
Permaneciendo en Cristo, el fruto de la solidaridad y del testimonio crece
Aunque nosotros, como cristianos, permanecemos en el amor de Cristo, también vivimos en una creación que gime mientras espera ser liberada . Atestiguamos que en el mundo existe el mal del sufrimiento y del conflicto. A través de la solidaridad con los que sufren, permitimos que el amor de Cristo fluya a través de nosotros. El misterio pascual da fruto en nosotros cuando ofrecemos amor a nuestros hermanos y hermanas, y así alimentamos la esperanza en el mundo.
La espiritualidad y la solidaridad están intrínsecamente vinculadas. Al permanecer en Cristo, recibimos la fuerza y la sabiduría para actuar en contra de las estructuras de injusticia y opresión, para reconocernos plenamente como hermanos y hermanas en la humanidad, y ser creadores de una nueva forma de vida, en la que abunde el respeto y la comunión con toda la creación.
El resumen de la regla de vida 4 que las hermanas de Grandchamp recitan juntas cada mañana comienza con estas palabras: “orar y trabajar para que Dios reine”. La oración y la vida cotidiana no son dos realidades separadas, sino que están destinadas a permanecer unidas. Todo lo que experimentamos está destinado a convertirse en un encuentro con Dios.
NOTAS:
1. Ver también la presentación de la Comunidad en www.grandchamp.org
2. La Comunidad de Grandchamp y la de los hermanos de Taizé en Francia están unidas en primer lugar por la historia de sus orígenes, pero también por el hecho de que las hermanas de Grandchamp basaron su Regla en el libro mencionado en la nota 3.
3. Hermano Roger de Taizé, Les écrits fondateurs, Dieu nous veut heureux (Taizé: Les Ateliers et Presses de Taizé, 2011), 95.
4. Durante la celebración Ecuménica, os proponemos recitar juntos este texto.
FUENTE:
http://www.christianunity.va/
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