"LA FELICIDAD"
por José Luis Vázquez Borau
La búsqueda de la felicidad en esta vida es la religión de nuestro tiempo. Así, la publicidad y la industria del turismo nos hacen creer que las vacaciones son una especie de paraíso en la Tierra donde se alivian todas nuestras preocupaciones, trabajos y sufrimientos. El turismo cultural y de aventura es una especie de peregrinación por la cual podemos mejorarnos, purificarnos, incrementando nuestra autoestima. Y si la búsqueda de la felicidad es la nueva religión de nuestros días, entonces los terapeutas, curando, tranquilizando y escuchando confesiones, son sus sacerdotes.
1.- La felicidad en las religiones animistas
La felicidad personal se manifiesta en la fiesta del grupo, que marca todos los grandes momentos de la existencia: el nacimiento, el matrimonio, la muerte, la siembra, la cosecha, etc. No es individual, sino colectiva, ya que el individuo no existe más que por la sociedad de los antepasados y de los vivos. Siempre es una fiesta religiosa, ya que toda la vida está impregnada por la presencia de los espíritus. Manifiesta la comunión vital entre el ser humano, el animal y el cosmos. La danza es diferente para cada etnia. Es un elemento esencial de las fiestas. En ella todo es simbólico. Toda ella expresa, mediante el cuerpo, un sentimiento religioso intraducible en palabras. La danza produce la comunión entre los participantes entre sí, con los antepasados y con el cosmos. En la danza, el ritmo es el elemento capital. Todo lo que vive tiene su ritmo. El ser humano participa de este ritmo cósmico, teniendo que ajustar su existencia a sus jornadas, sus trabajos y la vida de la aldea. Una de las funciones de la fiesta y de la danza es la de encontrar ese ritmo fundamental para adaptarse a él. Así, el ideal animista es vivir en armonía, adaptando el propio ritmo al ritmo del cosmos, lo que le da felicidad plena.
2. La felicidad para los judíos
Los esclavos hebreos del Faraón eran “hombres sin rostro”, término con que se designa en Egipto al esclavo; pueden verse desplazados y manipulados a gusto de su amo; no cuentan para nadie, más que en función de la tarea que realizan. En el libro del Éxodo se nos describe como fue la salida de Egipto: “Los israelitas marcharon de Ramsés hacia Sucot: eran seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños; y les seguía una turba inmensa, con ovejas y vacas y enorme cantidad de ganado. Cocieron la masa que habían sacado de Egipto haciendo hogazas de pan ácimo, porque los egipcios los echaban y no podían detenerse, y tampoco se llevaron provisiones” (Ex 12, 37-39). La Biblia nos habla en varias ocasiones de una masa hambrienta que se unió a los hijos de Israel y que se fundió con ellos para formar un solo pueblo. En el desierto habrá que caminar, buscar pozos, montar el campamento, luchar día tras día contra el hambre y la sed. Será necesario organizarse para solventar las diferencias y darse un código que permita la vida común. Bajo la guía de Moisés, se va realizando poco a poco una toma de conciencia. Esos hombres sin rostro tienen un rostro para Dios, que los conoce y los llama a convertirse en sus compañeros en el seno de una alianza libremente aceptada, como se nos dice en el libro del Deuteronomio: “Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud” (Dt 5,6). El éxodo, la salida de Egipto, debe toda su importancia a la relectura que de él se ha hecho a lo largo de los siglos en el pueblo de Israel. Pronto se vio toda esta serie de acontecimientos como el acto de nacimiento del pueblo de la alianza. El recuerdo de la pascua, del “paso de la servidumbre a la libertad”, será meditado generación tras generación. Los profetas se referirán a él para exhortar al pueblo a la fidelidad a la alianza del Sinaí y para hacer de ella el modelo de la alianza nueva y de los prodigios que Dios realizará en los últimos tiempos para reunir a su pueblo disperso. Todos los años se celebra en la Pascua el recuerdo de esta liberación. Así se transforma el sentido de aquella antigua fiesta de primavera que conocían los nómadas arameos. Mantenerse fiel a la Alianza es el origen de la felicidad.
3. La felicidad para los musulmanes
La verdadera felicidad y la paz se pueden encontrar mediante el cumplimiento de los mandamientos del Creador y Señor de los mundos. En la Sura XIII, 28 del Corán se dice: “A los que creen y cuyos corazones descansan con seguridad en la conmemoración de Dios. ¡Pues qué! ¿No es en la conmemoración de Dios donde los corazones de los hombres obtienen la quietud? Los que creen y obran el bien, a esos la beatitud y el más hermoso retiro”. Por otro lado, quien se aparte de las enseñanzas del Corán tendrá en este mundo una vida de dificultades, como se dice en la Sura XX, 123-124: “Pero el que se aparte de mis advertencias tendrá una vida miserable. Le haremos comparecer ciego en el día del juicio”. La felicidad se encuentra en la relación entre el Creador y sus criaturas, que es de amor recíproco. Formar parte del Islam significa hacer un pacto con Dios: la persona creyente adorará a Dios como único Señor del universo y dará testimonio de su amor mediante la obediencia absoluta y el cumplimiento del ritual ordenado. Por otro lado, Dios confiere su misericordia a la persona creyente ofreciéndole amparo en esta vida y justa recompensa en la otra. Dios está a la vez lejos y cerca del ser humano. Está al mismo tiempo en los lejanos cielos como en las arterias de la garganta de sus criaturas. Dios oye todo lo que la persona creyente le dice, y cuando se le pide algo sinceramente, Dios atiende las peticiones si se es verdadera persona devota de Él.
4. La felicidad para el cristianismo
Para el cristianismo la felicidad se expresa en la vivencia de las bienaventuranzas y las enseñanzas de la Biblia, especialmente los Evangelios y en el seguimiento y comunión con Cristo Resucitado a través del Espíritu Santo.
Jesús de Nazaret nos propone el camino de la bienaventuranza. La palabra bienaventuranza deriva de “ventura”, que es originalmente un plural neutro de venturus, que en latín significa lo que ha de venir; por tanto, se trata de “lo que ha de venir”. La palabra “felicidad” es un término mágico que nos atrae a todos, como si se tratase de lo principal de nuestra vida. Depende del camino que tomemos, de la disposición vital que adoptemos, que se podrá decir que nuestra vida se ha realizado o ha sido un auténtico fracaso. La felicidad no consiste simplemente en estar bien, sino en estar haciendo algo que llene la vida. Así, si miramos las bienaventuranzas que nos propone Jesús en el Evangelio de Mateo (Mt 5, 1-11) encontramos ocho modos de felicidad en principio independientes. Cada uno de esos modos podría corresponder a distintas formas de vida de las personas. Así a cada actitud de vida le es prometida una bienaventuranza que se inicia aquí y tiene su plenitud en el más allá: Los limpios de corazón “verán a Dios”; los suaves, los que tienen dulzura poseerán la tierra, que no pertenece a los violentos sino a los suaves y apacibles; los pacíficos, los que hacen o fomentan la paz serán llamados hijos de Dios. Y así, cada uno de nosotros puede tener la esperanza de recibir alguna bienaventuranza; no todas , por supuesto, pero cada uno la suya. Jesús de Nazaret nos propone, con todo realismo, el camino que conduce a la Vida, a la Felicidad plena. Por un lado se trata de realizar la voluntad del Padre, es decir, “vivir según las bienaventuranzas”. Por otro, este camino pasa por el compromiso, el testimonio, por la aceptación de la propia cruz, de tu propia realidad; por el dar la vida por los demás. Un camino que, en realidad, no tiene muchos seguidores. Los sabios de Israel consideraban que la verdadera felicidad consistía en el cumplimiento fiel y exacto de la Ley de Dios. Jesús con las bienaventuranzas no niega lo anterior, sino que lo completa: La razón de las bienaventuranzas está en estas palabras: "por causa mía". Así, la felicidad no viene de la pobreza por ella misma, ni del ser perseguidos..., la felicidad viene del hecho de vivir todo esto por "causa de Jesús", por su nombre, porque somos suyos, nos quiere y queremos quererlo, viviendo en consecuencia. Jesús nos dijo que no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos. En esto consisten las bienaventuranzas, la felicidad. Jesús no niega la felicidad que viene de cumplir la Ley, pero el sitúa la felicidad en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El fundamento que Jesús pone en las bienaventuranzas es el mismo amor con que se siente amado por el Padre. Solamente con este fundamento las bienaventuranzas son camino de felicidad, en comunión con Aquel que es camino, verdad y vida.
5. La felicidad para el Hinduismo
La felicidad para los hinduistas es un estado permanente del alma humana eterna que debe ser descubierto gracias a la iluminación. No se alcanza por las obras sino que las obras son consecuencia y deber de ese estado "descubierto" que lleva al ser humano a descubrir la unidad esencial de su alma con el espíritu universal (Dios) y con todas las almas. Los hinduistas celebran la festividad de Sri Ganesha, recordando la fecha de nacimiento de esta deidad con rostro de elefante, hijo de Shiva y Parvati. Considerado como el enemigo y destructor de todos los obstáculos, se le rinde homenaje en primer término, al comienzo de cualquier actividad para poderla finalizar con total éxito. Como es el Señor del intelecto y la Autorrealización, representa el triunfo de la sabiduría sobre la ignorancia y de la carencia de ego sobre los deseos.
6. La felicidad para los budistas
Para los budistas el concepto de la felicidad se resume en las cuatro nobles verdades. La primera noble verdad, es que el sufrimiento existe. La segunda noble verdad, es que el sufrimiento proviene principalmente del apego o del deseo. La tercera noble verdad, es que el sufrimiento se puede extinguir haciendo desaparecer lo que lo causa. La cuarta noble verdad, es el sendero óctuple, el camino para extinguir el sufrimiento. Si se extinguen las causas del sufrimiento se obtiene la felicidad. La manera de obtener este objetivo se realiza mediante la meditación budista, pues cuando se alcanza el Nirvana se alcanza también la felicidad completa, y se extingue la línea de renacimientos fruto del karma. La felicidad duradera se alcanza, pues, al "despertar" de la ilusión del "yo", es decir, el mantenerse consciente y atento a la auténtica naturaleza de la vida y la existencia.
7. La felicidad para los taoístas
Para el taoísta la felicidad no es la consecuencia de conseguir una meta, de conseguir algo y en ese sentido, no piensa que la felicidad es el resultado de alguna situación. La felicidad no está condicionada, está, viva y palpitante en la persona misma. Es como respirar o como el latido del corazón. Quien sigue el Tao, en la juventud es feliz, en la vejez es feliz. Es feliz como emperador, es feliz como mendigo. Como ejemplo, veamos la historia del taoísta Lin Lei: “Lin lei, casi centenario, en plena primavera se puso su abrigo de piel y se fue a recoger los granos abandonados por los segadores, cantando mientras caminaba a campo través”. Por qué podría sentirse feliz un hombre de cien años. La vida ha desaparecido, la vida se le ha consumido. Se trata de un hombre tan seco como una pasa, sin esperanzas, ni futuro. Además, tiene que hacer un trabajo miserable, a los cien años, recoger granos. No tiene hijos, no tiene esposa, y sin embargo sigue cantando. El está feliz, porque lo acompaña la canción de la felicidad y ella viene de su ser ser profundo, no de lo exterior. Efectivamente, el Tao hace una invitación a ser feliz, en la vida misma, en su recorrido, en su presente, no porque esta felicidad dependa de la vida, o de nuestras acciones, sino por la forma en cómo se tome la vida, ya que si sintoniza con la causa de nuestra naturaleza no tendría que sentirse mal”.
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