«Vosotros, todos
los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que
me atormenta» (Lm 1,12). Estas palabras de la Santa Escritura,
del libro de las Lamentaciones, bien las podemos aplicar a la Madre Dolorosa, la
Madre del Redentor del mundo: Jesús.
En
el camino hacia el Calvario Jesús se encuentra con María, su madre, y María se
encuentra con Jesús, su hijo amado, su predilecto, salido de sus entrañas. El
intercambio de miradas es intenso, profundo, lleno de amor y de ternura; desde
el silencio amante y compasivo de una madre. La mirada es el lenguaje más
profundo e intimo entre las personas que se quieren. En este encuentro no se
pronuncia palabra, la sola palabra es la mutua mirada que expresan el dolor
intenso y profundo que hijo y madre viven. El dolor de la madre por su hijo
ajusticiado, llevado al suplicio de la muerte, sin causa alguna, es profundo,
indecible. El inocente, es condenado por los culpables, y la madre, conocedora
de la mentira que traman, asume desde la fe y el abandono el designo de Dios.
La profecía de Simeón se ha cumplido: “una
espada traspasará tu alma” (Lc 2,35).
Pero María, mujer de fe y de esperanza, acepta este momento, desde la certeza
de que la muerte de su hijo no es el final del camino. ¿Cómo va a morir el que
es la Vida? No, ¡esto es un absurdo! ¡Poderoso como es Dios, él vendrá en su
ayuda!
«No temas María, Él será grande y
será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32). Estas palabras que el
ángel Gabriel dijo a María, y ella las
cree contra toda esperanza. Y desde esa seguridad y confianza, María, con su
tierna y penetrante mirada, infunde en su hijo, ánimo, fortaleza y confianza en
el Padre que es quien sostiene su vida y dirige la historia de la salvación.
María confía y adora el plan del Padre, aunque humanamente no lo comprenda y sea
para ella un doloroso inmenso, sangrante. “Una
espada atravesara tu corazón” (Lc 2,35). En medio de la profunda soledad de
la Pasión de Jesús, María ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura desde su
fidelidad incondicional y su amor de madre. Madre e hijo están íntimamente
unidos, y nada podrá impedirles de llevar a cabo la voluntad del Padre. María
dijo en el momento de la encarnación: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra” (Lc 1,38) y Jesús: “Heme aquí, Señor, para hacer tu
voluntad” (Sal 40,8; Hb 10,7). Madre e hijo serán files a la palabra
pronunciada, al compromiso adquirido.
Si el corazón de María está traspasado por la lanza del
dolor, no es menos el dolor que atraviesa el corazón del Hijo, al ver a su
madre tan afligida y sumergida en tan profundo dolor. El verdadero amor hace propio
el dolor del ser amado. Este es el caso de Jesús y María: cada uno hace suyo el
dolor del otro. Madre e hijo se funden en un mismo hágase tu voluntad,
ofrecido al Padre por la salvación del género humano. María al decir “Heme aquí” en la Anunciación, asumió
con todo lo que implicaba ese “hágase”,
la historia de su propio hijo, haciéndola propia. María,
como madre que es, sufre profundamente, y quiere abraza y llevar la cruz con su
divino Condenado en el camino hacia el calvario. Pero no solamente abraza a
Jesús, sino que en su inmenso corazón de Madre, abraza a los hombres y mujeres
de todos los tiempos en la situación concreta que nos toca vivir. Sintamos
mirados con amor y acompañados por María, nuestra Madre, en el camino del
calvario que nos toque franquear y, a su ejemplo, seamos files al plan de Dios,
a ese · “hágase tu voluntad.”
La Iglesia llama a María: “corredentora con Cristo”, porque, de alguna manera, ella también
murió en la cruz con su Hijo. No de una muerte cruenta; pero sí de una muerte
mística. María, recorrió el camino del calvario y estuvo al pie de la cruz
acompañando a su hijo amado, haciendo suya la pasión y muerte del hijo, salido
de sus entrañas. La pasión del hijo es la pasión de la madre. Y la muerte del
hijo es la muerte de la madre.
Señor, Jesús, como María tu madre, también
nosotros queremos acompañarte, ofrecerte nuestro consuelo y nuestro tierno y
dulce amor, estando a tu lado en este camino en el que el dolor te desfigura y el
peso de la cruz te lleva a caer tres veces en el camino hacia el calvario.
Contigo, María, también queremos acompañar a tantos hermanos
y hermanas que el dolor los tiene hundidos, desfigurados, sin poder levantarse
ni mirar al horizonte; sin encontrar una mirada que les infunda fortaleza y
ánimo para seguir caminando. Para ellos te pedimos la fe y la esperanza, y una
madre buena que les mire con amor y les acompañe en su sufrimiento.
Y a Ti,
María, Madre del Hágase, del Amén al Padre, te pedimos intercedas por
nosotros para que a tu ejemplo, nos abandonemos con fe y confianza a los planes
de Dios; aunque no los comprendamos y nos sean dolorosos y difíciles de cumplir.
También te pedimos que consueles a tantas madres como sufren las “pasión” de
sus hijos, y ayúdales a llevar la cruz con amor, acompañadas contigo en el camino
del calvario manifestado de muy diversas maneras.
María, Madre de Jesús,
Madre de la Iglesia, Madre de la humanidad y Madre de cada uno de nosotros;
bajo tu gran amor maternal nos cobijamos y contigo creemos en la resurrección
de Jesús, tu hijo amado.
Sor Carmen Herrero Martínez.
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