“EL BIEN Y EL MAL”
por José Luis Vázquez Borau
El ser humano de todos los tiempos descubre, en el horizonte de su vida, de su entorno natural y de su historia, una Realidad Suprema y Absoluta, cuya existencia no es el resultado de una deducción lógica o racional, sino una Presencia que en cierta manera se impone, desvelándose al ser humano como el fundamento, eje y sentido de su vida; es decir, como Salvación, haciendo significativa su existencia desde un nuevo ámbito: el ámbito de lo Sagrado. Es opinión bastante generalizada, que el origen de la religión está vinculado en el ser humano al sentimiento generado por el “misterio tremendo y fascinante”, que es el ámbito de lo sagrado o de lo santo. Para que aparezca el Misterio el ser humano debe dejar de ser el centro de sí mismo, debe descentrarse, salir de sí mismo, inaugurar una actitud estática de reconocimiento de la Absoluta Supremacía del Misterio. Dejar que el centro de su persona lo ocupe la Realidad o el Misterio.
Si algo es evidente para la persona auténticamente religiosa es que ella no inventa el Misterio, sino que el Misterio la encuentra ella, la emplaza, la juzga y la puede condenar o salvar. El Misterio no es para a persona ni un lugar, ni una idea, ni menos un mero ideal. La persona religiosa no es, por tanto, primordialmente aquella que acepta unas verdades, que alimenta unas esperanzas o que realiza unas prácticas, sino más bien aquella que vive toda su vida en una dirección: la referencia al Misterio y la apertura a él en una actitud de reconocimiento acatamiento, de alabanza entrega a él.
Desde sus primeros tiempos, el hombre ha estado enfrentado a la disyuntiva entre el bien y el mal. Unas u otras civilizaciones, han enfrentado la necesidad de establecerse una legislación, que oriente el comportamiento de las relaciones humanas, ya sea ante los demás personas o ante Dios. ¿Qué es lo bueno y que es lo malo? ¿Qué se entiende por el bien y por el mal? Son preguntas que tienen muchas respuestas, de acuerdo a las convicciones que predominen en cada grupo humano. Sin embargo, hay acciones, como matar, que se entiende como malo en cualquier cultura.
1. El bien y el mal en el Mazdeismo
En la religión fundada por el profeta Zoroastro, en Persia, seiscientos años antes de Cristo, se manifiesta el dualismo entre el Spienta Mainyu (Espíritu Benefactor) y el Angra Mainyu (Espíritu Hostil). La antítesis entre el bien y el mal, las opciones entre Orden y Caos, se manifiestan en la elección que debe hacer el hombre entre ambas alternativas.
Los puntos y rasgos característicos de la doctrina de Zoroastro pueden resumirse en los siguientes:
a) marcado acento personal de su religiosidad: hombres y mujeres tienen una responsabilidad personal para elegir entre el bien y el mal;
b) en la otra vida serán juzgados según hayan ejercido su libre albedrío: aquellos cuyos pensamientos, palabras y obras buenas superen a sus actos malos irán al paraíso, sin tener en cuenta su condición social. Aquellos cuyos pensamientos, palabras y obras malas superen al bien realizado irán al infierno;
c) una decidida voluntad de luchar contra el mal, simbolizada por una camisa sagrada hecha de algodón blanco, parecida a un chaleco. Era la armadura simbólica que todos los creyentes estaban obligados a llevar después de su iniciación;
d) Dios es el creador absolutamente bueno de todas las cosas, del sol, la luna y las estrellas, del mundo material y espiritual, del ser humano y de las bestias. Dios es el Sabio Señor, el soberano bondadoso, el amigo del ser humano;
e) Dios no es el responsable del mal que existe en el mundo, éste procede del Espíritu Destructor, de naturaleza violenta y destructiva. Es él quien creó a los demonios;
f) el mundo es el campo de batalla donde luchan las fuerzas del bien y del mal. Para Zoroastro el mundo es esencialmente bueno, pero estropeado actualmente por el maligno. La batalla con el mal llegará a su ápice cuando el bien triunfe y el mundo vuelva al estado perfecto en que fue hecho por su creador. Al final se levantarán los muertos y serán juzgados; los malos irán al infierno y los buenos habitarán con Dios en la perfección por toda la eternidad.
2. El bien y el mal en la Biblia
En el Antiguo Testamento refleja las creencias de los israelitas de que el pecado es producto de la soberbia del hombre. La expulsión del Paraíso, el diluvio universal y el cautiverio de Babilonia expresan el castigo de Dios. A través de Moisés, Dios entrega a su pueblo su ley, su pacto, mandamientos que son la representación del bien; su no cumplimiento significa la transgresión del pacto, el pecado, en fin, caer en el mal. Así, a través de las Escrituras, el pecado es el elemento que produce la enemistad de los seres humanos con Dios, quien exige, ante la infracción a su ley, que haya arrepentimiento y fidelidad para obtener su perdón.
En el Nuevo Testamento, la venida de Jesús constituye el cumplimiento de la promesa del Mesias, el nuevo Adán, el enviado que establece un nuevo pacto, que complementa la ley mosaica con el mensaje del Sermón de la Montaña. En el Nuevo Testamento, el pecado es la condición humana esencial que reclama la labor redentora de Cristo. El pecado se considerará entonces como un estado de distanciamiento de Dios. El término pecado original no se encuentra en la Biblia. Fue san Agustín quien formuló la doctrina en la que la teología cristiana alude a la maldad universal de la especie humana, heredada del primer pecado cometido por Adán.
3. El bien y el mal en el Islam
El pecado capital en el Islam es el orgullo humano, el cual viola la unidad de la creación, ya que presupone autonomía humana, y se rebela contra el orden divino, negando el propósito fundamental del hombre: servicio y obediencia a Dios. El Corán niega de forma específica la doctrina cristiana del pecado original, y establece que Dios perdonó a Adán su trasgresión en el Jardín del Edén. Sin embargo, los humanos tienden a olvidar los límites que fija su propio ser, sobre todo cuando son tentados por Satán.
En el Islam, el pecado es, por tanto, consecuencia de la debilidad humana más que una condición heredada de corrupción. La doctrina islámica establece que el pecado es castigado por Dios, juez de todas las cosas, expresión de moral perfecta. El último juicio del pecado tendrá lugar el Día del Juicio Final, y los pecadores serán condenados al fuego eterno.
4. El bien y el mal en el Hinduismo
Las normas del hinduismo se definen en relación con lo que las personas hacen, más que con lo que piensan. Para los hindúes, el principio más importante es el ahimsa, la ausencia del deseo de hacer daño, el que se utiliza para justificar el hecho de que, por ejemplo, sean vegetarianos.
Consideran que la vida humana es cíclica: después de morir, el alma deja el cuerpo y renace en el cuerpo de otra persona, animal, vegetal o mineral.
Este imparable proceso se llama samsara (transmigración), donde la calidad de la reencarnación viene determinada por el mérito o la falta de méritos que haya acumulado cada persona como resultado de su actuar o de lo que el alma haya realizado en su vida o vidas pasadas, que se denomina karma.
5. El bien y el mal en el Budismo
Para un budista no se puede diferenciar claramente el bien del mal, ya que cada persona es diferente y tiene su propio mundo. Lo que es bueno para unos, puede ser malo para otros; por lo demás, nada es tan malo, ni nada es tan bueno. Todo está incluido en el Universo. La vida es como un sueño, donde muchas veces las cosas buenas se vuelven malas, y las cosas malas se vuelven buenas. Solo se debe tener en cuenta la acción. En la vida, si las acciones son buenas, aunque se tengan malos pensamientos, no hay ninguna falta. Para el budista, el infierno y el paraíso están en nuestro espíritu. Si nuestras acciones son negativas, todo se convierte en un infierno. Si nuestro espíritu está en paz, todo lo que nos rodea es el paraíso.
6. El bien y el mal en el Taoísmo
Hay un principio fundamental en el Taoísmo, que consiste en afirmar que todo lo que existe está interconectado y en perpetuo fluir como una corriente de agua. No hay pues suceso en el Universo que no sea solidario con todos los otros. “Actúa sin esfuerzo” nos recuerdan los taoístas. Pues introducir el esfuerzo, supone no seguir el curso de los procesos que le son dados al ser humano por la naturaleza y las leyes cósmicas. Es contradecirlos, forzarlos a desviarse de sí mismos. Intervenir impulsiva e irreflexivamente en ellos, desconociendo sus leyes y contrariándolas, sólo puede traer adversidad, pues quien se aparta del Tao, contradice de algún modo estos principios cosmológicos y por lo tanto sólo puede atraer sobre sí, la sociedad, la naturaleza y el cosmos, malestar, destrucción, desorden y desdicha.
Actuar en el momento, en el lugar, del modo y con los medios apropiados, es la clave de la sabiduría. Pues de este modo, toda acción, en el sentido amplio de la palabra, se incorporará adecuada y gentilmente al acontecer universal, sin desgarrar sus interconexiones, sin herir su delicada textura, sin violentar su armónico tejido. Pues todo lo que existe es del mismo valor e importancia. Ya que no hay suceso por sencillo que sea, que no genere resonancias en el discurrir del todo. La interdependencia es la melodía que susurra a nuestros oídos el fluir del Cosmos. Si herimos, desviamos, desgarramos uno de sus hilos, todo es afectado y desviado de su curso. Así, para el taoísmo, toda medida es arbitraria, toda jerarquía un sin sentido, toda comparación un error de perspectiva, pues lo pequeño es tan importante como lo grande.
La principal característica del Tao es la naturaleza cíclica de su constante movimiento y cambio. “Volver es el movimiento del Tao", dice Lao Tze, y “llegar lejos significa volver”. La idea es que todos los desarrollos en la naturaleza, el mundo físico, como en las situaciones humanas, muestran patrones cíclicos de ir y venir, de expansión y contracción. Esta idea fue sin duda deducida a partir de los movimientos del Sol y la Luna y de los cambios de las estaciones, pero también fue tomada como una regla de vida. Los chinos creen que cuando una situación se desarrolla hasta su extremo, está dado que luego se dará vuelta y se transformará en lo opuesto. Esta creencia básica les ha dado valentía y perseverancia en tiempos de calamidades y los ha hecho cuidadosos y modestos en tiempos de éxitos.
7. El bien y el mal en el Sintoísmo
El sintoísmo carece de contenido dogmático y moral, ya que el pueblo japonés se cree privilegiado entre todos, supone que no necesita reglas para conocer la vía recta, ya que habita en el país de los dioses. El origen divino de Japón hace que el patriotismo esté saturado de celo religioso, y que amar a la patria sea honrar a los dioses. No obstante, los samurai, casta caballeresca, tuvieron unas normas de fidelidad y lealtad que regulaban las acciones del samurai, y que debieron su existencia tanto al culto nacional como al confucionismo y al budismo: debe tener amor encendido por la patria, el emperador y la familia; indiferencia estoica ante los sufrimientos, el peligro y la muerte; elevación estética y literaria; la moral social de “las cinco vías” o trato con los padres, hijos, amos, criados, esposos y esposas, hermanos y hermanas, y entre amigos.
El sintoísmo exige además una gran pureza exterior, origen de la extremada limpieza personal, del hogar, y del orden de todas las cosas. La ética sexual se rige por costumbres y reglas sociales y jurídicas. Al no haber idea clara del bien y del mal, faltan las nociones de premio y de castigo.
El sintoísta cree en la supervivencia del alma, pero en un grado que no se preocupa de analizar. El infierno de la mitología no es necesariamente un lugar de castigo por acciones morales negativas. El alma sigue en las proximidades de la tumba y del hogar, participa en las vicisitudes de la familia y no se aleja ni vaga por lugares de placeres o de tormentos. De ahí la intimidad entre vivos y difuntos mantenida a través del santuario familiar casero mitana-ya o “casa del alma”. Los amantes que no consiguen realizar sus deseos en esta vida, se suicidan juntos para unirse en ultratumba, ya que sus familiares mantendrán unido su recuerdo y los enterrarán en la misma fosa. El heroísmo japonés encuentra su justificación en esta doctrina del más allá: el héroe divinizado se convierte en kami en el recuerdo de sus semejantes. En remotas antigüedades tenemos recuerdo de sacrificios humanos en los ritos funerarios, ya que se sepultaban vivos los servidores, amigos y familiares del difunto, para que se acompañaran, pero esta bárbara costumbre, jun-shi, se abolió en los comienzos de nuestra era por el emperador Suinin y las víctimas humanas se sustituyeron por estatuillas de barro.
PUBLICADO EN:
REVISTA HOREB EKUMENE
ISSN 2605 - 3691 - Marzo 2019- Año II - Nº 7
Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
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