Fraternidad radical en un mundo de exclusión
por José Viladecans
En el capítulo 10 del Evangelio de Lucas (Lc 10,29) un doctor de la Ley pregunta a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”. La pregunta la hace después de que, en versículos anteriores, Jesús le indicase que amar a Dios y al prójimo son los mandamientos más importantes para poder alcanzar la vida eterna 1. Esta pregunta da inicio a una de las parábolas más conocidas del cristianismo: la parábola del buen samaritano. Esta historia se plantea como un desafío ontológico, ético y político que puede dar respuesta a múltiples crisis, quizás también para nuestro tiempo.
En este escenario global nos hemos visto sorprendidos por el auge de nacionalismos excluyentes, por conflictos bélicos (tales como los de Ucrania, Gaza o Irán) y por políticas migratorias crueles y oscuras (como las promovidas por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump). Esto ha estado siempre en nuestro mundo, pero es posible que ahora su cercanía al mundo occidental, nos sorprenda e incluso nos dé un poco de repelús sentir su aliento.
Ante este plantel, la pregunta que hacía el intérprete de la Ley a Jesús, se vuelve una cuestión que podría darnos alguna que otra luz. Es así que, desde nuestra cómoda contemporaneidad, como aquel que confrontaba al Cristo, hoy nos preguntamos: ¿Quién merece ser acogido, cuidado y reconocido como humano?
El Papa Francisco publicaba en 2020, en plena pandemia de la Covid-19, la encíclica Fratelli Tutti. Desde mi punto de vista, Francisco, en un acto de misericordia y amor, presentaba este texto como una tentativa de responder esta pregunta. El documento buscaba fundar un nuevo horizonte bajo una ética de cuidado, apertura y compasión. El mismo Francisco retoma explícitamente la parábola del buen samaritano 2, no como una alusión fugaz, sino como clave hermenéutica de su mensaje evangélico.
Por todo esto, en este pequeño artículo intentaremos poner en diálogo la respuesta de Francisco a un mundo con tendencia a la deshumanización con otros pensamientos teológicos o provenientes de la filosofía crítica. Pensamientos distintos y probablemente muy divergentes pero que, al fin y al cabo, comparten una preocupación común: la urgencia de desmantelar los mecanismos ideológicos, religiosos y económicos que niegan al otro como prójimo.
Este diálogo podría sorprender en el sentido que puede parecer una respuesta radicalizada al ensayo de Francisco y no porque dicho escrito nos parezca carente de valor, sino porque consideramos que el cristiano requiere de un continuo ejercicio de reflexión ante los acontecimientos que le sorprenden. Pero además de este ejercicio de reflexión continuo resulta necesario, para aquel que se siente seguidor de Jesús, gritar y denunciar todos los acontecimientos que menguan al ser (que lo hacen no ser) ya que, de otra forma, nos estaríamos convirtiendo en cómplices silenciosos de esta barbarie deshumanizante.
El teólogo suizo Karl Barth describía al prójimo como aquel que es igual que yo ante Dios 3. El otro no es mi prójimo por el simple hecho de que es diferente a mí. Ni tampoco lo es por aquello que tiene en común conmigo. Esto último daría como resultado una comunidad en la que nuestros yoes serían muy parecidos y estarían sujetos bajo un mismo patrón (comunidades que hoy están tristemente creciendo). Pero nuestra diferencia no es tampoco lo que sujeta nuestra comunión entre personas. El otro y su desemejanza ante mí, llena de sentido la existencia entre individuos, completa el cuerpo de lo trascendente y no el mío propio. Entre diferentes nos completamos en cuerpo de Cristo y es por ello que, levantarnos de modo inquisitorial contra el otro, haciendo gala de nuestra individualidad, sería movernos hacia un modo de tiranismo; en el que estaríamos empujando a Dios del lugar que Él verdaderamente posee.
Cierto parece que la lógica neoliberal en la que hoy navegamos disuelve estos conceptos. Una lógica que nos lleva a un galopante narcisismo del rendimiento, donde el cuerpo de Cristo solo es movido por nuestro ser. Todos los cuerpos abandonados en el camino se convierten en entes invisibles para nuestras vidas 4. Expulsamos de nuestra vida a todo aquello que es “distinto, poniendo en marcha un proceso destructivo totalmente diferente: la autodestrucción” 5. En el intento de la proliferación de lo igual, el falso sentimiento de crecimiento emerge. Creemos que el mundo que hemos creado debe ser protegido ante aquellos que no son iguales a nosotros. Todo lo distinto produce rechazo, produce negativismo. Es por ello que en el intento de defender este statu quo rico para nosotros, pero pobre para Dios; somos capaces de emplear la violencia en contra del que es diferente a nosotros. El otro se convierte en amenaza y nosotros, anestesiados y adoctrinados en nuestras redes de iguales, forzamos a que nuestros pensamientos no transciendan a lo distinto. Nos hacemos ciegos y asumimos necesarias las represalias de todo aquello que rompa nuestra igualdad.
La parábola del samaritano: escándalo, compasión y revelación.
La parábola elegida por Jesús para explicar quién es nuestro hermano y puesta en el centro de la reflexión de Francisco, opera como un dispositivo teológico para desestructurar todas nuestras certezas éticas y eclesiológicas. Después de ser preguntado por el doctor de la Ley, Jesús ofrece una narración escandalosa para su tiempo. Utiliza como protagonista de la historia, como héroe de la narración, a una persona considerada un hereje por una gran parte de la sociedad de ese momento. Incluso creemos que el propio receptor de esta historia, el profesional de la Ley, veía al pueblo samaritano como un grupo extranjero, es decir, no descendiente de las tribus de Israel.
El prójimo, en aquel tiempo y para el judaísmo tradicional, era el hermano del pueblo (el otro israelita), los demás no eran prójimos. Luis Alonso Schökel habla del samaritano que encontramos en la parábola como “el prototipo de persona odiada, rechazada, que resulta incómoda porque su sola presencia ponía en riesgo la pureza legal” 6. Tal como actúa este extranjero no podía ser bien visto según la Ley, según este Doctor, pero su acto de compasión supera cualquier norma. El samaritano actúa movido por el amor desinteresado y por la misericordia, actúa porque ve al hombre del camino (a diferencia de cómo lo vieron el sacerdote o el levita) como un igual ante Dios. De esta forma y de una manera escandalosa, el samaritano se hace prójimo del herido, superando toda barrera social y étnica. El prójimo no se define pues por su pertenencia al grupo o a la cercanía geográfica, sino que se define por la decisión activa que tomamos en acercarnos y cuidarle 7.
Nuestro comportamiento como cristianos entiendo que está por encima de todas las razas ya que, en definitiva, “la figura de Cristo es una y siempre la misma en todos los tiempos y en todos los lugares” 8. Pero, en este sentido, Cristo no pasó por este mundo como un gran legislador, como un maestro exponiendo una doctrina o una ética abstracta que deba cumplirse cueste lo que cueste. Jesús de Nazaret pasó por el mundo siendo hombre, pasó por el mundo a nivel planta calle y es por ello que su intención era que no nos convirtiésemos (Biblia en mano) en representantes meritorios o en personas celosas de una determinada doctrina (tal como era aquel Doctor de la Ley, como lo era el sacerdote o el levita), sino que lo que pretende es que pasemos por el mundo siendo hombres o mujeres iguales y reales ante Dios, así como Él lo hizo.
Lo que preocupaba a Jesús y lo que nos quiso hacer ver, es que es necesario que nuestra conducta ayude al prójimo a ser un hombre ante Dios 9, que el Dios que llevamos dentro haga digno y respete al prójimo. Lo peculiar en esto es que la figura de Cristo, una y única, toma forma en nosotros de maneras muy diferentes y distintas. La naturaleza igual entre personas se rompe pero, a la vez, podría estar estrechamente unida por la imagen de Dios que existe en cada uno de nosotros. En esa imagen es posible la creación de comunidad, a pesar de ser tan opuestos cada uno de nosotros.
La iglesia ante la política migratoria y la exclusión del prójimo
Las políticas migratorias, sobre todo como las que están promoviendo países como Estados Unidos, borran por completo la idea de una comunidad de distintos. Hemos visto como el discurso antiinmigrante, como eje de las soberanías nacionales, cada vez prolifera más. Escuchamos barbaridades como la construcción de muros físicos, como se criminaliza a los migrantes y a los solicitantes de asilo o como se reactivan leyes de exclusión que, si no violentan lo que occidente considera derechos humanos, si que niegan la condición de nuestro semejante. Llegados a este punto nos podemos preguntar si es posible confesar a un Dios encarnado en nuestro prójimo y a la vez legitimar estos sistemas excluyentes, los cuales buscan su total expulsión.
Francisco en su encíclica Fratelli Tutti va incluso un poco más allá advirtiendo que, además de estos casos de rechazo a la migración, existen otros rechazos que se hacen incluso con personas que pertenecen a la considerada misma sociedad o mismo círculo. Este sufrimiento es real cuando un hermano o hermana se encuentra en situación de sufrimiento, por su condición de abandono o de exclusión. Es así esta persona pasará a sentirse un extranjero en su propia tierra 10. Esta reflexión merece su estudio detallado. Merece su estudio por el hecho de que, esta exclusión, podría recibirla un sujeto o un colectivo de una determinada sociedad cuando levanta la voz en contra de lo que él considera un agravio. Quizás esto ya está sucediendo, un ejemplo lo tenemos en la actualmente perseguida Universidad de Harvard.
Entendemos que los discursos que están proliferando en estos entornos, tales como los que brotan del círculo del gobierno de los Estados Unidos, conducen a que el odio se extienda. Mantienen en su trasfondo la recuperación de un hombre nuevo 11, sobre una sociedad nueva que ha sido arrebatada. Una sociedad nueva que se autodibuja amenazada por todo aquello que es distinto, aunque en realidad no hay otro fin que el de provocar la aniquilación de la vida presente. El migrante se ha convertido en un ruido molesto para la sociedad neoliberal, un ruido que debe ser eliminado. Ahora bien, si al señalar y denunciar esto se corre el peligro de la exclusión ¿cuál es el papel de la iglesia en este marco? ¿cuál es el papel del cristiano ante estos acontecimientos?
La iglesia no puede permanecer muda cuando aparecen estas corrientes en contra del amor fraterno, porque el “dominio del amor fraterno cristiano está sometido a Cristo, no al mundo” 12. Ponernos a favor de estos mandatos mundanos sería poner límites a nuestro servicio, que es ni más ni menos estar con el hermano desamparado, ya que vemos en él nuestro igual ante Cristo. Si no fuera de este modo estaríamos reteniendo nuestro llamado a amar y a servir a los despreciados.
Nuestra praxis pues, la reconocemos en la forma de actuar que tuvo Jesús, donde sus primeros pasos fueron el estar con los pobres, sanarlos y caminar junto a ellos. Desde esta perspectiva, la iglesia, las comunidades cristianas, ocupan una posición privilegiada para poder denunciar las políticas anti-teológicas que niegan la encarnación de Cristo y que establecen como criterio de humanidad la ciudadanía legal o que convierten al migrante en enemigo estructural.
Cansancio y depresión, resultado de una sociedad proactiva
Hoy podemos pensar que, viendo la gran cantidad de redes sociales, de grupos de WhatsApp, de likes en Facebook, estamos más acompañados y conectados que nunca. Aunque lo único que han hecho estas creaciones ha sido alejarnos, cada vez más, unos de otros. Nuestro proyecto contemporáneo de conservar el alto rendimiento, la proactividad y la imagen de vidas perfectas ha fracasado. Esta lógica de la productividad nos ha ido desconectando del otro, de nuestro propio cuerpo y del mundo en el que vivimos. Ha llegado un momento en el que nos autoexplotamos para mantener unos estándares que lo único que hacen es llevarnos a la depresión y al fracaso 13.
Como antídoto a esto, Francisco propone una cultura del encuentro y una amistad social 14. Esto no es posible si no superamos nuestra profunda individualidad y, en lugar de la búsqueda de nuestra sola proactividad (para ser más que el prójimo), nos unimos en la búsqueda de la construcción de un entorno de justicia y de paz. El que fue cabeza de la iglesia católica romana, en su encíclica Fratelli Tutti, escribía que hoy da la impresión que se está produciendo un “verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana” 15. Estaríamos entonces en el momento oportuno en el que debemos superar este modelo subjetivo. Un modelo el cual solo nos ofrece el desbordamiento de nuestras capacidades y que termina por agotarnos, por deprimirnos y por anular nuestros yoes.
La única solución a esto quizás pasa por reconfigurar, desde la raíz, nuestra manera de ser en el mundo. El samaritano es capaz de romper esa lógica antropológica que inundaba su tiempo, rompe la lógica del yo para entrar como una bocanada de aire fresco en el espacio prohibido, liberando así una de las formas que nos hace ser partícipes del otro. En esa transición es donde la comunidad cristiana y la iglesia, puede hacerse fuerte y vivir el Reino. En ese paso a la acción es donde los grupos, los likes o los “me gusta” se hacen sólidos. Se pasa de vagar por el plano virtual, frío, pero ya normalizado, a retornar al plano físico y palpable para los corazones de carne.
Es posible que la visión que aquí proponemos entre en tensión con las actuales políticas de exclusión, con las actuales agendas que obligan a doblar el armamento porque no nos fiamos del vecino. Pero creemos que estas son solo políticas que favorecen un repliegue sobre las distintas identidades nacionales, construyendo un nosotros preocupantemente excluyente. Una senda que no tiene nada que ver con aquel samaritano que se paró en el camino.
Hacerse partícipe de esta esperanza cristiana creemos que puede dar sentido a nuestras vidas, convirtiéndolas en motores de transformación reales. En el trabajo relacional, en el intercambio y en el cuidado de los otros, tan distintos a nosotros, se crea una comunidad no virtual de verdaderos prójimos; apta para la materialización del Reino de Dios. Comunidades que se separan de opresores que violentan o prohíben que las personas sean, donde es posible recuperar la humanidad perdida en el camino y donde se pasa de ser cosa a ser vida.
NOTAS:
- Lc 10,25-28
- cf. Fratelli Tutti, nn. 56-86
- Barth, K. (2002). Carta a los Romanos. 2ª Impresión, 1ª edición. Madrid: Biblioteca de autores cristianos. 517-519
- Francisco critica las ideologías que promueven el individualismo, aquellas que nos hacen ignorar al que sufre al borde del camino. cf. Fratelli Tutti nn. 64, 72 y 73.
- Han, Byung-C. (2017). La expulsión de lo distinto. Percepción y comunicación en la sociedad actual. Barcelona: Herder. 9
- Schökel, Luis A. (2009). La Biblia de Nuestro Pueblo. La Biblia del Peregrino. Bilbao: Ediciones Mensajero. 1646
- Francisco describe al prójimo como cualquiera que esté en necesidad, más allá de toda pertenencia o cercanía física, cultural o religiosa. cf. Fratelli Tutti, n. 81
- Bonhoeffer, D. (2000). Ética. Madrid: Editorial Trotta. 81
- Ibidem.
- cf. Fratelli Tutti, n. 97. Francisco habla de que el racismo puede ser un ejemplo de esta exclusión en la misma tierra o sociedad, aunque podríamos hablar también de exclusiones por condición sexual, política, religiosa, etc.
- Al lema “Make great America again” parece solo faltarle el “white” en medio. Asusta ver en el camino xenófobo que se puede convertir esta corriente que, bajo las continuas deportaciones sobre todo de latinoamericanos, está creando un clima de miedo entre estos ciudadanos.
- Bonhoeffer, D. (1968). El precio de la Gracia. Salamanca: Sígueme. 291
- Han, Byung-C. (2022). La sociedad del cansancio. Barcelona: Editorial Herder. 26-31
- cf. Frattelli Tutti, n. 30
- Ibid. n. 31
AUTOR:
José Viladecans. Poeta catalán, terminó sus estudios en la Facultad de Teología SEUT con un máster en Energías renovables en la universidad de Francisco de Vitoria. Es miembro del grupo Teólogos en el Horno.
FUENTE:
https://www.lupaprotestante.com/
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