EN UN MUNDO TERRIBLE

El cristiano ante el escándalo del mal

por Julia Crespo

En el momento en que vivimos no es extraño que muchos nos preguntemos ¿Cómo puedo estar bien cuando el mundo es terrible? Nuestro día a día está marcado por la guerra, las tragedias nacionales e internacionales, las catástrofes mundiales, y un sinfín de incongruentes actitudes de los máximos organismos de poder, incomprensibles en pleno siglo XXI. Ante ello, el ciudadano de pie se siente abrumado y lleno de incertidumbre. El mal nos afecta, ¡y mucho! Es fácil en estos momentos sentirse deprimido por el estado del mundo. Y es válido que tengamos sentimientos de: pena por los valores que se están perdiendo; angustia por lo que pueda ocurrir en el futuro; desilusión por las personas que hoy tienen el poder político; escepticismo por las soluciones que sugieren los organismos competentes, etc. Nuestra reacción al mal es tan visceral, que a veces dedicamos toda nuestra energía en intentar obviarlo y huir de él, refugiándonos en nuestra zona de confort por miedo a salir heridos. Por desgracia no son muchos los referentes socioculturales que nos inspiran y motiven a contrarrestarlo.

La UE, tras veintiún siglos luchando por la paz ahora nos ha salido guerrillera. Insta con determinación a los gobiernos a aumentar el gasto en rearme y aconseja a los ciudadanos hacernos cuanto antes con un kit de supervivencia. Nos será muy útil si nos bombardean con fósforo blanco o por si, como el planeta está enfadado, llueve mucho y sobreviene alguna catástrofe. Estaremos más tranquilos ante los posibles arrebatos imperialistas de los protagonistas del mundo actual, Putin y Trump, cuyo actualentente confirma aquello que del odio al amor hay solo un paso. Sí, el paso del dinero y del poder. Pero brilla por su ausencia concentrar estrategias, todas las “naciones unidas” en el papel de mediadora en la guerra de Israel y Gaza o de Rusia y Ucrania, por aludir solo a los problemas más actuales. Nos sentimos huérfanos de líderes que se arriesguen a ir contracorriente y que intenten enfrentarse al mal con el bien.

Ante esta situación, los ciudadanos de a pie, o se rinden paralizados ante la magnitud de los problemas o se desmoralizan. Hemos de aceptar que las emociones negativas están ahí para alertarnos, guiarnos y protegernos, pero a su vez deben motivarnos a emprender cambios. No podemos quedarnos atrapados en la negatividad, hemos de centrar nuestra acción en las cosas que podemos controlar. Hay que saber ver también la otra cara del mundo y dejar espacio para la gratitud. El mundo de hoy duele, pero también hay belleza: huelen bien sus rosas, se respira paz y fraternidad en numerosas comunidades de base y nos alegran la vista las cosas hermosas que Dios nos regaló en la Creación. Sabemos también por la historia que siempre cuando algo de derrumba, algo nuevo emerge.

Como creyentes, solo lograremos estabilidad emocional, paz y libertad interior en un mundo en crisis, si optamos por considerar cada desafío que se presenta en nuestro camino, sea de la índole que fuere, como algo que merece ser afrontado desde nuestra fe y nuestra confianza en el Señor con valentía y determinación. Como personas libres, que nos damos cuenta de lo que está mal en el mundo y sentimos la responsabilidad de mejorarlo, tenemos capacidad para marcar una diferencia positiva. Cada uno de nosotros tiene su propio círculo de influencia en donde hay cosas que sí puede cambiar. No podemos salvar el mundo entero de una vez, pero desde donde estamos podemos empezar a dar pasos para marcar la diferencia. Ese paso puede ser empezar un voluntariado, aunque solo sea una hora a la semana, donar un poco de dinero para una causa justa, compartir una publicación inspiradora en las redes sociales. O quizás simplemente cuidar de ti, de tus hijos, de tus padres, de tus hermanos, ayudar a tus vecinos en sus dificultades, animar y apoyar a tus amigos…. Resolver los graves problemas del mundo va a requerir de mucha cooperación por eso es importante también conectarnos con personas o grupos que compartan los mismos valores e intereses. El sentido de pertenencia a un grupo de personas afines, no solo nos acompaña en nuestro camino, sino que nos enriquece y nos motiva a seguir caminando.

El ejemplo de los primeros cristianos, en un momento histórico también muy complicado, la decadencia del imperio romano, puede darnos pistas de ciertas actitudes que pueden inspirar la forma de comportarnos en el mundo actual. Desde el anonimato de su sencilla y humilde cotidianeidad, estos hombres y mujeres, llegaron incluso a entregar su vida, siguiendo el ejemplo de su Maestro Jesús, por mantenerse firmes a su fe y defender la libertad y la dignidad del ser humano.

Los primeros cristianos eran pocos, carecían de medios humanos y no contaban, al menos durante un largo tiempo, con grandes pensadores o personas de relevancia pública. Pero en medio de un ambiente social marcado por el “indiferentismo” y la carencia de valores, no se amedrentaron. Transformaron el mundo desde dentro, sin aislarse, autoexcluirse o evadirse de la realidad diaria de la sociedad en la que vivían. Arropados por un profundo sentido de comunidad y fraternidad, en la que reinaba la fe, la esperanza y sobre todo la caridad en todas sus manifestaciones, se apoyaban unos a otros ante el inminente riesgo que tenía vivir sus vidas contracorriente. Desde el principio, la oración comunitaria y sobre todo la celebración de la Eucaristía tuvo un papel central en la vida de los grupos iniciales de cristianos. Haciendo gala del legado recibido “Amaos los unos a los otros como yo os he amado…”su principal signo de identidad y el que llamaba la atención de amigos y enemigos era el amor que reinaba entre ellos, que se reflejaba en todos los aspectos y detalles de sus vidas y que se irradiaba a todos los entornos que frecuentaban.

Estos primeros cristianos fueron un ejemplo de cómo gente normal, llevando una vida ordinaria de entrega, coherencia, valentía y amor, consiguieron cosas extraordinarias, pues no solo sobrevivieron sino, que han dejado una huella profunda en la historia de la humanidad”. Tanto es así, que ellos son las raíces cristianas de Europa.

En medio del caos que reina en el mundo, la esperanza es un susurro divino que nos recuerda que no estamos solos. En la incertidumbre, es el amor de Dios lo que nos brinda paz y fortaleza. Mantengamos nuestro corazón abierto a esa esperanza, que sólo en Jesús podemos encontrar. “Que el Dios de la esperanza llene de toda alegría y paz a los que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo.” Romanos 15:13

AUTORA:
Hermana Julia Crespo Benito

Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld

FUENTE:

https://horebfoucauld.wordpress.com/

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Nosotros creemos. Comentario interconfesional en el Credo del Concilio de Nicea.
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¿Qué significa la reforma hoy en día? Por Lars Pterdehirt, pastor

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