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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

jueves, 6 de septiembre de 2018

UN CAMINO MONÁSTICO EN LA CIUDAD

Nuestra querida amiga Sor Carmen Herrero Martínez de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén, colaboradora de este EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO ha querido, de nuevo, regalarnos este artículo que ahora publicamos donde, nos dice que a raíz de la publicación en este blog de sus artículos, ha recibido varios correos pidiéndole información sobre su carisma; en respuesta le ha parecido oportuno escribir, en grandes lineas su carisma, señalando de manera especial el tema del ecuménismo que viene en su Libro de Vida.... (su trazado espiritual)


UN CAMINO MONÁSTICO EN LA CIUDAD


por Carmen Herrero

“Un camino monástico en la ciudad.” Este es el título que el traductor español puso al “Libro de Vida” de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén. Dicho libro, es el tratado espiritual de las fraternidades. “Un camino monástico en la ciudad,” va muy bien con su carisma: “Monjes y monjas en el corazón de la ciudad.”

Las Fraternidades Monásticas de Jerusalén fueron fundadas el día de Todos los Santos en 1975 en la iglesia de Saint-Gervais, París, por el Padre Pierre-Marie Delfieux, con el apoyo del Cardenal Marty (entonces arzobispo de París). Su misión es vivir en el corazón de la ciudad y en el corazón de Dios. Llevar la oración a la ciudad y la ciudad a la oración. 

El fundador, Padre Pierre-Marie Delfieux, pasó dos años en la Assekrem, en el Sahara, donde sintió la llamada a crear “en el desierto de las grandes ciudades” un oasis de calma, silencio, acogida, escucha y oración litúrgica y silenciosa. El Espíritu Santo lo condujo para fundar a una nueva forma de vida monástica en el corazón de la ciudad, conforme a las exigencias urbanas de nuestro tiempo. Esta forma de monacato le ha dado a la mujer la igualdad de condiciones que al hombre en lo tocante a la clausura, gobierno y formación, referente a la desigualdad que la historia ha marcado entre monacato masculino y monacato femenino.

Los monjes y monjas celebran juntos la liturgia, sin que por ello se trate de un monacato mixto. El carisma es común y juntos lo expresan en la celebración litúrgica, oración silenciosa, formación y ciertos proyectos pastorales comunes; pero cada comunidad de hermanos y hermanas tiene su autonomía propia, tanto en la vivienda como en el gobierno, la economía y el discernimiento vocacional. Hermanos y hermanas quieren ser un testimonio de fraternidad desde el respeto común a su propia vocación de consagrados.

Estas fraternidades se entroncan con el cristianismo primitivo. En los Hechos de los Apóstoles leemos que acudían al templo a orar, vivían en comunidad y tenían los bienes en común (Hc 2, 42-46), y esto sin retirarse de la vida cotidiana, pues cada uno tenía su propio trabajo y misión la sociedad. 

Su nacimiento el día de Todos los Santos no es algo ocurrido al azar. Es una fecha y fiesta elegida por el fundador dado el significado que ella tiene como llamada universal a la santidad. Esta idea la expresa claramente el Concilio: “Quedan, pues, invitados y aún obligado todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado” (LG 39-42).

¿Por qué el nombre de Jerusalén? Siendo monjas y monjes urbanos, llevan el nombre de Jerusalén porque Jerusalén es el símbolo de todas las ciudades; el lugar donde Cristo vivió, murió y resucitó; donde la Iglesia fue fundada y donde nacieron las primeras comunidades cristianas. Una ciudad igualmente santa para judíos, cristianos y musulmanes; esperanza y figura de la ciudad celeste hacia la cual todos caminamos.

Otra de las características de las fraternidades de Jerusalén es la llamada a la unidad de los cristianos y al diálogo interreligioso. “Uno de los elementos constitutivos de Jerusalén es también el ecumenismo. El nombre que llevas te recuerda que Cristo murió junto a la Ciudad santa para la salvación y la unidad de todos los hombres (Jn 11,52), y tú, hermano, hermana de Jerusalén, en su seguimiento, debes conservar la misma pasión por la unidad.

El monje, la monja es alguien que, ante todo, busca unificarse. Vive el ecumenismo en el corazón de tu propia vida: la persona unificada es unificarte. Vive el ecumenismo en el seno de tu propia comunidad: por la aceptación gozosa y constructiva de personas tan diferentes (Rm 12,6-8). Vive el ecumenismo en el marco de toda la cristiandad, a fin que sea cada vez más hermanos todos los discípulos de Cristo que permanecen todavía separados. El ecumenismo más eficaz es el de la oración.

Guarda en tu corazón un verdadero anhelo de comunión con todos los hijos de Abrahán, judíos y musulmanes, que adoran, como tú, al único Dios y para quienes también Jerusalén es una Ciudad santa. No te canses de orar, a lo largo de toda tu vida, para que llegue el día en que no haya más que un solo rebaño y un solo pastor (Jn 10,16). Esto que fue la gran pasión de Cristo, apasione también tu vocación monástica. Jesús se consagra por ti para que tú quedes consagrado en la verdad (Jn 17,19). Sólo la unidad de los hijos de Dios podrán expresarle al mundo el misterio del Dios verdadero” (Jn 17,23) 1

En la familia de Jerusalén, existen también las fraternidades laicas, las cuales siguen la misma espiritualidad que los monjes y las monjas. Esto es una gran riqueza y, a su vez, una fuerte exigencia, para vivir cada uno desde su propia vocación la diversidad y complementariedad del estado y vocación propia de cada uno. La liturgia celebrada monjes, monjas y laicos de todas las edades, condición social y estados de vida, expresa con fuerza la pluralidad y la plenitud del pueblo de Dios, la unidad eclesial y visible querida por Dios al crear hombre-mujer; todos caminamos hacia el ideal de vida cristiana: la santidad.

“Jesús vivió la liturgia en la ciudad, vivió en medio del pueblo y asoció a los apóstoles, sus discípulos, a las santas mujeres y a las familias de las cuales nos hablan los Evangelios y los Hechos de los apóstoles. Las fraternidades de Jerusalén quieren, tras las huellas de Jesús y de María su Madre, ir a la fuente original que es la figura última, la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén” (Ap 21,1-4). (Palabras del fundador.)

Este monacato urbano quiere afirmar que la contemplación y la santificación se pueden vivir en medio de las exigencias cotidianas y realidades urbanas donde viven la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Ahora bien, lo que no cambia son los valores monásticos, si bien, encarnados de otra manera; más conformes al momento histórico y cultural que nos toca vivir. Es el Espíritu quien, a lo largo de la historia, suscita los diferentes carismas para su Iglesia. La finalidad es siempre la misma: “Sed santo porque yo soy santo.” (Lv 11,14) “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Meta última de la vida monástica y de todo los cristianos. El papa Francisco nos lo recuerda con fuerza.

Esta forma de vida monástica quiere vivir en el corazón de la ciudad, llevando la ciudad a la oración y la oración a la ciudad. Todo cuanto ocurre en la ciudad tiene interés para el monje y la monja urbana de Jerusalén. Todo cuanto pertenece a sus hermanos en humanidad lo hacen propio, queriendo vivir en cercanía. “Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17,15). En esta frase de Jesús se encierra el sentido de la vida monástica urbana.

Estos monjes y monjas, desde la realidad concreta de cada día, desde muy diversos puestos de trabajo, viviendo en el mismo contesto que la mayoría de los ciudadanos; intentan orientar su vida al más alto ideal de hombre: la contemplación de Dios y la alabanza; queriendo ayudar a otras personas a que también vivan la aventura maravillosa de la llamada a la santidad; a crear un mundo más justo, más humano y más divino.

Hoy más que nunca podemos afirmar que ha surgido un mundo nuevo: al ayer esencialmente rural, le ha sucedido un mundo mayoritariamente urbano. De aquí que la vida monástica en la ciudad responde a una llamada particularmente actual y urgente del mundo, de la Iglesia y de Dios (Hch 2,46). Jerusalén es la ciudad a la que Jesús Cristo subió para adorar a Dios, enseñar, morir y resucitar, porque tu vida es un caminar tras Aquél que allí, en Jerusalén, se quedó cada vez más solo delante del Solo, tú eres monje o monja de Jerusalén. 2

Las fraternidades de Jerusalén están insertadas en la Iglesia diocesana, dentro de la línea marcada por el Vaticano II, que insiste en la realidad de cada Iglesia local, adaptándose a la diversidad de situaciones, sensibilidades y culturas de la misma. El obispo del lugar es quien discierne la oportunidad de una fundación en su diocesis y quien la establece. Las fraternidades son una célula de la Iglesia, desde su propio carisma contemplativo, queriendo estar abiertas a la llamada y solicitud de su propio pastor; siempre en armonía y comunión con el propio carisma.

“Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus, las tribus del Señor” (Sl 121)


1 “Livre de vie des Fraternités Monastiques de Jérusalem. Autor: “Pierre-Marie Delfieux. Publicado en español con el título: “Un Camino Monástico en la Ciudad.” Nº174 (Editorial Verbo Divino. Actualmente agotado).
2 Ib. nº 164 


Sor Carmen Herrero Martínez
F.M.J



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