Unidos... Proclamamos el mensaje evangélico
Sábado, 25 de enero 2013.- «Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres» (Is 61,1).
El oficio del Evangelio viene impuesto de arriba y hay que desempeñarlo siendo capaces de proclamar la buena noticia profetizada por Isaías, cumplida en Jesús de Nazaret, predicada por Pablo el apóstol, y recibida por la Iglesia. El ecumenismo insiste en el matiz de la unidad. Asunto nada baladí, por cierto, ya que evangelizar anunciando cada quien a su Cristo, y no al de la Iglesia –sublime forma de amar a la Iglesia de Cristo-, supone el riesgo de no ser creíbles. Pablo lo hizo «sin alardes de humana elocuencia» (1 Co 1,17), confiado sólo en el poder de la cruz. Había flotado la unidad en el cenáculo durante la oración sacerdotal, y luego en las agónicas horas del Calvario. Objeto, pues, de plegaria al Padre y de espasmódica y dolorosa muerte del Hijo. A un precio así, la unidad debe de ser sublime, de infinito valor; algo, en fin, por lo que apostar hasta la última gota de sangre. Y es que el Evangelio, hay que recordarlo siempre y por doquier, se hace relevante cuando somos testigos de la obra de Jesucristo en nuestras propias vidas y en la vida de la comunidad cristiana.
El ecumenismo, por eso, tiende a comprender y amar a los herederos de otras culturas igualmente válidas para el inapreciable tesoro de la noticia de Jesús. Promueve una verdadera aristocracia de unidad en la verdad, de pluralidad en la unidad, y de pluriculturalidad en una sola y única cristiandad. Lo puso de relieve el nuevo papa copto de Alejandría, Tawadros II, durante su visita en mayo de 2013 al papa Francisco. La rica y ancestral cultura egipcia de Tawadros II dialogó en esas horas con la romano-cristiana de Francisco probando que la unidad en Cristo puede hacernos mejores testigos de su palabra. Pero la Iglesia de Alejandría llegó al Vaticano llena de moratones por tanta persecución desatada desde la «primavera árabe». Dado su especial cariño por las Iglesias perseguidas, Francisco se apresuró a subrayar entonces el valor del «ecumenismo del sufrimiento», confiando en que la sangre de los mártires de la Iglesia copta «pueda –dijo- convertirse en instrumento eficaz de unidad». Aquello, sin embargo, no paró, y la pasada Navidad en Egipto ha tenido que estar marcada para los sufridos coptos ortodoxos, por un fuerte despliegue policial de protección y vigilancia. Al menos 48 iglesias cristianas han sido ya objeto de ataques y agresiones de marca islamista desde el pasado agostode 2013. La Navidad, sin embargo –menos mal-, contó esta vez, según la agencia Fides, con el laudable gesto del presidente interino Adli Mansour, que el 5 de enero de 2014, antes de las celebraciones, se dignó visitar al patriarca Tawadros II en su catedral.
No perdió el papa copto la oportunidad de recordar el sentido de la visita de los Magos. Venidos de Oriente, ofrecieron al Niño dones de rey que representan la vida del hombre caracterizada por el oro, el incienso y la mirra. «Lo que significa –puntualizó- que cada uno de nosotros, en su vida tiene días de oro, días de incienso y días de mirra». Afirmó igualmente el Patriarca que el «nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, nos infunde esperanza, coraje y una vida nueva». Haga el Octavario que hoy termina, en fin, que, unidos en su diversidad, los cristianos proclamen juntos la buena noticia de la vida, muerte y resurrección de Cristo a un mundo de Él tan necesitado. Es decir, que anuncien un Evangelio de redención, de unidad, de luz y de paz.
Pedro Langa Aguilar
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