Comenzamos hoy 17 de enero víspera de la celebración del Octavario o Semana de Oración por la unidad de los Cristianos una serie de reflexiones, una para cada día, que nos conducirán a través de la semana hasta su conclusión el día 25. Han sido todas ellas preparadas por nuestro amigo y colaborador de este blog, el doctor P. Pedro Langa, y a través de todas ellas podremos ir adentrándonos en el don del ecumenismo y en el ejercicio de la oración por la unidad, solo nos queda manifestar el agradecimiento del EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO al autor y comenzar con la primera de ellas.
EL AUTOR
Pedro Langa Aguilar es sacerdote agustino. Licenciado en Dogmática por Comillas, doctor en Teología y Ciencias Patrísticas por el Augustinianum. Profesor en universidades de Roma, Madrid y Salamanca, profesor en el Instituto Patrístico Agustinianum, en el Pontificio lnstituto Regina Mundi y en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma, así como en el Centro Teológico San Agustín y Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad de Madrid. Consultor de la CERI y colaborador de Radio Vaticano. Lleva casi cuarenta años consecutivos dictando cursos de Ecumenismo, Patrística y Agustinología. Ha pronunciado conferencias en numerosos países de Europa y América. Cuenta con una decena de libros, sus artículos de fondo rondan ya los 350 y las recensiones sobrepasan el millar.
¿ES QUE CRISTO ESTÁ DIVIDIDO?
Viernes, 17 de enero: Exordio.
La conocida reconvención de san Pablo a los corintios (cf.1Co 1,1-17) pauta este año las reflexiones de la Semana de la Unidad y centra los textos seleccionados por el Comité Internacional designado al efecto, según es ya costumbre, por la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias y por el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos. Reunido en septiembre de 2012 con los representantes canadienses en Villa Saint Martin, casa de retiros jesuita en Pierrefonds, noroeste de la isla de Montreal, eligióal Apóstol de los Gentiles como guía en la hoja de ruta del ecumenismo durante el Octavario de este 2014.
Pablo dirige duras palabras a los corintios por la forma en que han distorsionado el evangelio cristiano hasta romper la unidad de la comunidad. Tampoco alaba a quienes consideran a Cristo como su líder, ya que lo hacen utilizandoese nombre para separarse de los demás en la comunidad cristiana. No es, en efecto, de recibo invocar el nombre de Cristo para levantar muros a nuestro alrededor y producir banderías por doquier, ya que su nombre crea comunión y unidad, nunca divisiones. «¿Es que Cristo está dividido? , grita Pablo. Fue también, recuérdese, el aldabonazo de aquel valiente catequista que, durante la famosa Asamblea de Edimburgo en 1910, denunció a los misioneros que se habían preocupado de predicar en su país a un Cristo dividido.
Exhorta san Pablo, en cambio, a la unidad, a recuperar la armonía pensando y sintiendo en común, a «desterrar cuanto signifique división». Naturalmente que no desea imponer que todos recen y hagan las cosas igual. Tampoco que abandonen el liderazgo de Pablo, de Apolo o de Pedro. No es eso. Pretende más bien dejar claro que, enraizados en Cristo, a todos se nos pide dar gracias por los dones del cielo que otros fuera de nuestro grupo aportan a la misión común de la Iglesia. Honrar los dones de los demás, lejos de abrir distanciamientos y lejanías, acerca más y más en la fe y en la misión. Nos conduce, sobremanera, y empuja hacia esa unidad por la que Cristo rezó. Y sin levantar nunca banderías ni esgrimir exabruptos, antes bien, con llaneza y respeto hacia una auténtica diversidad de adoración y de vida.
Pablo, en fin, destaca dos elementos centrales del discipulado cristiano: el bautismo y la cruz. La conclusión, pues, tanto para él como para nosotros, no es ya sólo nuestro sentido de pertenencia a una Iglesia particular, sino también, y puede que sobre todo, el propósito de proclamar la buena nueva del Evangelio con fe y alegría. El «intercambio ecuménico de dones espirituales» debe concienciarnos de la necesidad en querer y ser capaces de recibir las gracias que los demás nos brinden. Implica ello, como es de sentido común, tomar en serio a los otros y entender que sus carismas enriquecen a todo el cuerpo de Cristo.
Pedro Langa Aguilar
No hay comentarios:
Publicar un comentario