JUNTOS... DE NINGÚN DON CARECERÉIS
Venerar al Señor es sabiduría y huir del mal es inteligencia (cf. Jb 28,20-28).De una y otra el salmista hace profuso gasto cuando reconoce que Dios es pródigo en sus dádivas: Abres generosamente tu mano –dice- y sacias a todo ser viviente (cf. Sal 145, 10-21). En el llamamiento a la unidad de Pablo a los efesios, tampoco falta el oportuno inciso de que «a cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo» (Ef 4,7). Sencilla manera de referirse a las gracias particulares destinadas al servicio de la Iglesia, y de añadir que si Él mismo dio a unos el ser apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, etc., ello ha sido «para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios »(Ef 4, 12-13). El Octavario, en fin, señala hoy la multiplicación de los panes, y cómo los discípulos, incapaces de comprender el sentido sobrenatural de la levadura de los fariseos y de Herodes, hablaban entre sí de que no tenían panes. «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes?» (Mc 8,17). Este dulce reproche por haber visto y seguir sin comprender representa toda una invitación a que superen sus preocupaciones materiales y piensen, más bien, en la misión eterna de Jesús, ilustrada por sus milagros.
Precisamente la disponibilidad de Jesús hacia el pan nos adentra en un horizonte más espacioso: no ya sólo en el pan de la Eucaristía, con sus añadidos de la hospitalidad eucarística y la intercomunión, sino también en el pan de la palabra y sus afines las misiones y la nueva evangelización. Incluso el pan de la unidad. Job se percata de que, aunque todo se le ha quitado, la veneración del Señor permanece, y eso es sabiduría, la que nos introduce en el corazón de Dios. Como hermanos y hermanas en Cristo, pese al empobrecimiento por nuestras divisiones, todos, no obstante, hemos sido agraciados con el abundante pan de dones espirituales y materiales, para la edificación de su cuerpo.
También nosotros, como en Marcos los discípulos, olvidamos a veces nuestra verdadera riqueza: nos dividimos, hablamos y actuamos como si nos «faltara el pan». Dejamos así entrever algo peor que una carencia de pan: la desconfianza en el poder de Dios. Cristo es de todos y murió y resucitó por todos. La multiplicación de los panes ayuda a comprender que juntos tenemos, unos y otros, suficientes dones como para compartir entre nosotros y con «todo ser viviente». Urge, pues, la catarsis de la conversión: recuperar ese olvido en que hemos dejado la abundancia de la gracia de Dios al proclamar, en cambio, que «falta el pan». Y sobre todo se impone hacer acopio de disponibilidad a compartir mejor las bendiciones espirituales y materiales a todos confiadas.
Bendigamos, pues, a Dios por habernos agraciado con tanta dádiva para alcanzar en madurez y plenitud la talla de Cristo: por la sabiduría, por los dones de servicio y por el pan. Aspiremos a ser signos del próvido cuerno de su abundancia, reunidos en la unidad para llevar las riquezas de su Reino a todos los lugares donde haya carencia y dolor. Hora es de afinar: que los cristianos pospongan sus diferencias y pidan unánimes en el nombre de Aquel cuya misión fue llevar alimento y calor a todos los hombres y cuya dulce compañía itinerante se dejó reconocer en Emaús al partir el pan. Así juntos y así generosos, de ningún don careceremos.
Pedro Langa Aguilar
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