CAMINAR
MÁS ALLÁ DE LAS BARRERAS
Miércoles, 23 de enero.- «De los dos
pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba» (Ef 2,14).
Caminar con Dios significa dejar atrás
las barreras que dividen y perjudican a sus hijos. El apóstol san Pablo, que
supo largo de Unidad en la Iglesia, experimentó, pese a todo, divisiones
devastadoras en la comunidad cristiana primitiva y tuvo que atar corto entre
cristianos gentiles y judíos. Ante esta barrera y todas las que
después vendrían, terció de esta guisa:«Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de
ambos pueblos uno solo; él ha derribado el muro de odio que los separaba». Y el
Obispo de Hipona, san Agustín, matizaría siglos más tarde con su habitual
agudeza: «Nuestra paz es Cristo. La paz hace de dos cosas una sola, no dos de
una» (Serm. 47, 22). Todas las profundas barreras del mundo antiguo –y las que,
a día de hoy, todavía se interponen en el camino de la Unidad- fueron
eliminadas de una vez y para siempre por Cristo, ya que en la cruz creó en sí
mismo una nueva humanidad. Para un mundo en el que las barreras religiosas son con
frecuencia tan difíciles de vencer, los cristianos -pequeña minoría en el
multirreligioso contexto de no pocos rincones del orbe, la misma India, sin ir
más lejos-, nos recuerdan con su caritativa actitud la importancia del diálogo
y de la colaboración entre religiones. Jesús y sus discípulos fueron capaces de
abatir los muros humanos y las fronteras
del mundo antiguo. Pero el Gólgota nos dice a qué precio. Caminar hoy con Dios
exige ir más allá de los impedimentos que separan a los cristianos unos de
otros y de las personas de otras creencias. El camino hacia la Unidad cristiana
está pidiendo a gritos dejarse llevar por Dios y, con el estímulo de su gracia
saludable, cruzar animosos la policromada valla del arco iris para ganar el
horizonte infinito de los cielos azules.
Desafían los muros y barreras de la
codicia, del prejuicio y del desprecio que a diario construimos en el entorno y
que nos separan dentro de las Iglesias y entre ellas, como también de las
personas de otras creencias, sobre cuyos seguidores pensamos -¡qué osadía la
nuestra!- que son menos importantes que nosotros. Urge por eso pedir al Espíritu
valor para librar indemnes tanta carrera de obstáculos. La oración será la
palanca que ayude a remover las piedras y cascotes caídos por el camino. Con
Cristo será posible discurrir incluso por veredas desconocidas llevando su
mensaje de amorosa aceptación y beneficiosa unidad al mundo todo. Sólo el Dios
de vida podrá infundirnos la vida de Dios: esa que allana diferencias y aviva similitudes
entre lo que supone caminar más allá de las barreras que separan a los
cristianos y más lejos también de las que existen entre el cristianismo y las otras
religiones.De los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, es
cierto. Pero la pregunta irrumpe inevitable: ¿Será utopía pensar que el
ecumenismo puede con todo esto?
A pesar de las dificultades el
ecumenismo, que es gracia, siempre vence
Pedro Langa Aguilar
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