CAMINAR HACIA LA LIBERTAD
Domingo,
20 de enero.- «Adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4, 23b).
La conversación con Jesús lleva a la mujer
samaritana a un modo de vida más libre. «Tantas veces va el cántaro a la fuente…», decimos. Pero en esta ocasión no sólo
no se rompió, sino que se llenó... de «agua viva». La de veces que nuestra inquieta
mujer habría hecho aquel camino de ida y vuelta para recoger agua del pozo de
Jacob: nunca, sin embargo, había reparado en lo que ahora observa. Esta vez se
da cuenta de cuánta libertad esconden aquellas recatadas aguas del pozo que les
había dejado siglos atrás el Patriarca. Y todo empieza por un extraño judío que
de pronto rompe a dialogar. No le importa que ella, su interlocutora, sea mujer
samaritana; salta por encima de barreras legislativas a ultranza que hasta
prohíben saludarse a judíos y samaritanos. Desdichadamente en el actual
ecumenismo todavía se interponen las cautelosas sombras de un frío y separador
distanciamiento entre interlocutores de distinto credo. Predomina en la
pantalla que el interlocutor que tengo delante es acatólico, y no, más bien,
que es, como yo, hijo de Dios. Por ahí hay que empezar. Cuesta todavía trabajo
admitir que el ecumenismo sea caminar no sólo hacia Dios, sino también con
Dios. Y el ir humildemente de camino con Dios es como hacerse uno dicha
caminata para recibir la libertad que sólo Dios concede… a todos los pueblos.
La samaritana no da crédito a lo que ve
ni a lo que oye. Golpean las reticencias. Fluyen raudas las preguntas. El paso de
injustas discriminaciones y prejuicios hacia la libertad proviene de su encuentro
con ese Jesús sentado junto al pozo. Se pregunta intrigada y busca aliviar las
cargas de su vida. El camino hacia una vida más libre se va abriendo ante sus
ojos a medida que Jesús arroja luz sobre la compleja realidad de su existencia.
Al final todo desemboca, como a la postre con el ecumenismo acontece, en dónde
hay que dar culto. Pero culto en espíritu
y en verdad. Aprenderlo según el ecumenismo demanda, conduce a ser libres
de cuanto impide vivir juntos. Cuando dichos prejuicios acaben, tendremos vida
en abundancia.Las cosas que nos separan –lo mismo como cristianos en busca de Unidad
que en cuanto personas distanciadas por tradiciones y desigualdades injustas–
nos mantienen, como a la samaritana, recelosos, sin terminar de abrir el
corazón. Nuestra libertad en Cristo viene dada por el surtidor de agua que
salta hasta la vida eterna. Transparente igual que el agua clara,el ecumenismo
se traduce a menudo en saludable diálogo capaz de apagar la sed de Dios
haciendo de los contertulios del entorno adoradores
en espíritu y en verdad. La unidad de la Iglesia, por eso, se resuelve en
súplica humilde al Espíritu para que su verdad nos haga libres y así, unidas
nuestras voces, ser capaces de proclamar el amor de Dios al mundo, un mundo
harto de guerras y menesteroso de Unidad.
Jesús en diálogo con la Samaritana
Pedro Langa Aguilar
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