CAMINAR
CONVERSANDO
Viernes,
18 de enero.- «Mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó
y siguió con ellos» (Lc 24,15).
Conversar
y discutir viene siendo desde los orígenes del moderno ecumenismo allá en 1910
referente y supremo paradigma en la causa de la Unidad. Claro es que no siempre
conversar equivale a dialogar, ya que para esto último se hace completamente
preciso que el coloquio se enseñe inteligente y sereno. De lo contrario, sólo
tendremos ruido, confusión y estrés. Dice san Lucas que Jesús se acercó y
siguió con ellos. Tomó él mismo las riendas del coloquio y su palabra
resultó inmediatamente luminosa y esclarecedora, hasta convertir aquellos
corazones antes desesperanzados y al borde de la turbación, en ardiente
hoguera itinerante. El ecumenismo se alimenta básicamente del diálogo, sin duda.
No en vano registra dos tipos fundamentales y complementarios: el de la
caridad y el teológico, ese que el beato Juan Pablo II solía
denominar al fin de sus días diálogo de la verdad.
Hubo un tiempo en que el carro de la
Comisión mixta internacional para el
diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su
conjunto se atascó hasta los ejes. Sucedió en Baltimore 1996 y hubo que
esperar hasta su reanudación en Belgrado 2007. Había prevalecido el acalorado
disentimiento sobre la tranquila conversación, y aquello, como es de sentido
común, no tiraba. Gracias a los esfuerzos y buena voluntad de Bartolomé I y Juan
Pablo II, también de Benedicto XVI, dicho organismo logró salir del atolladero
y reanudar la marcha como los discípulos de Emaús, esto es: en diálogo de amor
con Jesucristo.Nunca
el diálogo debe ser óbice para el discurrir ecuménico, sino acicate y entrega,
oportuno soporte y el más idóneo vehículo de la reconciliación, precisamente
por ser de suyo estímulo para la concordia y útil herramienta del
entendimiento. De ahí que las comisiones ecuménicas mixtas, cuya energía fue
siempre el diálogo de gestos, y sobre todo el de palabras,continúen en pie a
pesar de lamentables despropósitos. El buen ecumenista no es, en última instancia,
sino aquel obrero que trabaja de sol a sol en la Viña del Señor, y sabe hacerlo
además en servicio permanente de la palabra sirviendo a la Palabra. La pregunta
de Miqueas ¿Qué exige el Señor de nosotros?tiene clara respuesta:
dialogar, simplemente eso: dialogar. El diálogo a nivel de comisiones mixtas, o
en congresos, semanas, parroquias, encuentros de la Unidad, no está para
obstruir, sino más bien para facilitar. Lejos de impedimento, pues,el
ecumenismo constituye sobremanera una gracia que ayuda a reconocer a Cristo con
divina claridad. Y es que dialogar es, en definitiva, un don: lo reciben
quienes con sencillez de espíritu lo suplican; lo fomentan quienes a su gracia
se entregan en cuerpo y alma; lo viven aquellos que saben escuchar y hablar, exponer
y responder, conversar y callar.
XII Encuentro de la Comisión mixta
internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia
ortodoxa en su conjunto (Viena, sept. 2010)
Pedro Langa Aguilar
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