RESTAURACIÓN DE LA UNIDAD
Sábado,
19 de enero.- «Os llevaré de nuevo al suelo de Israel» (Ez 37,12).
La visión de los huesos secos, del profeta Ezequiel,
reviste a menudo puntuales aplicaciones ecuménicas. Es por de pronto aplicable a
la recomposición de la unidad rota. Unitatis redintegratio dice que el
ecumenismo aspira precisamente a una verdadera y misteriosa restauración de la
Unidad. El restablecimiento mesiánico de los huesos secos tiene, pues, su
oportuno reflejo en las divisiones eclesiales cuya recomposición trasciende con
mucho las fuerzas humanas. Ezequiel profetiza obedeciendo a Dios, y a su conjuro del espíritu se produce el milagro de la rehabilitación
mesiánica de Israel. Pero el protagonismo es de Dios. Y la energía
restauradora, del Espíritu. El conjuro profético no viene a ser sino la divina palanca
que pone en marcha tan complicado mecanismo, para lo que se requiere siempre la
fuerza de lo alto. En la Unidad se ha de tener bien presente que actúa la Gracia,
transforma el Espíritu y dispone Dios, sólo Dios. Los humanos, al cabo, no
pasan de meros instrumentos cuyo papel es indelegable, sí, mas nunca a colocar por
encima ni al margen de Dios. Yerran gravemente, pues, quiene safirman que la
causa de la Unidad es un invento humano. ¡Y son, por desdicha, no pocos los que
así piensan y escriben! Más valdrá destacar lo que no deja de ser misterio de
la Iglesia que reclama el constante seguimiento de los fieles. Lo cual,
digamos, es tanto más sorprendente cuanto que dicha ruptura nos adentra en lo
más profundo y misterioso del cuerpo eclesial hecho para la Unidad.
La
metáfora de los huesos secos en clave ecuménica conduce también, y de qué
manera y con cuánta frecuencia, al duro lamento de la casa de Israel, hoy a
menudo repetido en convenios y encuentros de Iglesias divididas que no dejan de
gemir con el profeta: «Nuestros huesos están secos, hemos perdido la esperanza, todo ha
acabado para nosotros» (Ez 37,11). Queja muy común, ciertamente, que parece dar voz a
la experiencia de innumerables personas en el mundo entero, cuyo sufrir–
compartido por el Crucificado- habla con elocuencia de incomprensiones, ataques
y persecuciones sin fin en todo el planeta. Sufren por cristianos, sin duda, o sea por el atropello
de unos derechos que tan sabiamente aparecen diseñados en la declaración Dignitatis humanae. Pero sufren más todavía,
si cabe, por cristianos divididos, esto es, sin las ventajas que, según el
decreto Unitatis redintegratio, la Unidad
reporta. La visión del profeta Ezequiel, en suma, permite suplicar al Padre: Manda
tu Espíritu para que insufle vida y sanación en nuestras rupturas intereclesiales,
de modo que los cristianos podamos testimoniar juntos la justicia y el amor de
Cristo. Pentecostés suplica y canta al Espíritu Santo: Doma todo lo que es rígido, funde el témpano y encamina lo extraviado.
Pedro Langa Aguilar
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