LEVANTAMIENTO DE LAS EXCOMUNIONES
ROMA-CONSTANTINOPLA EN 1965
por Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
Pablo VI recibe en el Altar de la Confesión el Tomos patriarcal de manos
del
metropolita Melitón del Calcedonia (Basílica de San Pedro: 7-12-1965)
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1. Medio siglo de un acto histórico.- Dados los eventos cincuentenarios de 2015, merece la pena recordar también con alegría el medio siglo de reconciliación Roma-Constantinopla. A nadie medianamente avisado se le escapará que Pablo VI y Atenágoras I habían escrito su prólogo juntos el 5 de enero de 1964 en Tierra Santa. Todavía hubo que superar dificultades por ambas partes: por ejemplo, que tuviese alguien la osadía de pedir incluso «la suspensión del patriarca ecuménico ante un tribunal eclesiástico por haber lesionado la ortodoxia»: tan lejos llegó el despropósito, que un representante del Gobierno civil tuvo que serenar al arzobispo Crisótomo y su jerarquía ortodoxa. Bien sabido es, también, que aún persisten parapetados en Athos monjes negados a cualquier atisbo ecuménico. Sus discrepancias con el Fanar fueron célebres ya en tiempos de Atenágoras, y todavía siguen dale que te pego, ahora contra Bartolomé I, que ha excomulgado a los rebeldes atrincherados en el monasterio Esfigmenou.
Ortodoxia o muerte es su grito de guerra cuando la policía griega carga contra ellos. Desde el abrazo de Jerusalén (1964) y en 1965 la supresión de las excomuniones de 1054 Esfigmenou viene siendo la rebeldía más recalcitrante de la Santa Montaña. Sus monjes retiraron a partir de entonces su obediencia al Patriarca “traicionero” (Atenágoras) y sucesores izando banderas negras con más pinta de somatén que de pacífica procesión. Lo de Jerusalén y el acto que aquí comento, por tanto, distó mucho de interpretarse desde su trascendencia eclesial por sectores radicales de ambas Iglesias. Cada vez que Bartolomé I intenta ver al Papa siguen montando el número: el último, la carta al Patriarca después de la visita de Francisco al Fanar en 2014.
Justo es reconocer que, a pesar de tan pintoresca oposición, el espíritu ecuménico fue poco a poco ganando enteros en ambas partes. Con todo y con eso, las diferencias persistían. Constantinopla, Alejandría, Jerusalén, Chipre y Finlandia eran favorables a la apertura inmediata de un diálogo con Roma. Se oponían, en cambio, Moscú, Antioquía, y las Iglesias de Georgia, Polonia, Bulgaria y Checoslovaquia, partidarias de esperar a las conclusiones del Vaticano II para deliberar al respecto. Tales gestos reconciliadores alcanzan su ápice con la visita del cardenal Bea al Patriarca en 1965. Atenágoras no escatimó en elogios: «Vuestra presencia entre nosotros es verdaderamente un manantial de alegría en el Señor». Y a la salida de San Jorge, antes de penetrar en el palacio patriarcal, mirando a los fieles que se agolpan a su paso, pide respetuosamente a su huésped: «Eminencia, bendiga a mi pueblo». El 5 de abril, antes de regresar a Roma, el Cardenal, con un gesto que no pasó inadvertido entre los griegos, se llegó a Santa Sofía, y permaneció en silencio donde surgía el altar cuando el legado pontificio Humberto depositó el decreto de excomunión en 1054.
Crisóstomo de Mira volvió en septiembre a Pablo VI. Durante el coloquio, buscaron definir el gesto más oportuno para el recíproco levantamiento de las excomuniones. Por fin, el 22 de noviembre de 1965, la comisión mixta, acudió al Fanar para rematar el proyecto: durante dos días de intenso trabajo se consiguió un texto satisfactorio para las partes. Una declaración común no habría tenido valor canónico para ninguna de las dos Iglesias. Se vio, por eso, necesario que cada parte redactase su propio documento: un “Breve pontificio”, Roma. Y un “Tomos sinodal”, Constantinopla. El Breve Ambulate in dilectione (7/12/1965), solemnemente leído en San Pedro, y a la misma hora el «Tomos» patriarcal en San Jorge-Fanar-Estambul (7/12/1965): precedió en ambos la lectura de la Declaración conjunta. Ante todo el episcopado católico reunido por última vez en San Pedro, el metropolita Melitón, vicario de Atenágoras y jefe de la delegación ortodoxa, consignó a Pablo VI el Tomos patriarcal. De acuerdo con el protocolo, Willebrands subió entonces al púlpito del Concilio y leyó en francés dicha Declaración conjunta de Pablo VI y Atenágoras en la que lamentaban uno y otro las excomuniones de los griegos por los latinos y de los latinos por los griegos en 1054. Reconocían la responsabilidad de ambas partes y prometían trabajar en favor de la plena comunión entre las dos Iglesias. A esa misma hora, por último, se procedía también a la lectura de dicho documento en San Jorge al Fanar. Una vez leído el texto en San Pedro, Willebrands se acercó a dar un abrazo de paz a Melitón, lo que provocó una cerrada ovación en la basílica.
Acabada la santa Misa y promulgados los documentos sobre libertad religiosa (Dignitatis Humanae); actividad misionera de la Iglesia (Ad Gentes Divinitus); ministerio y vida de los presbíteros (Presbyterorum Ordinis); e Iglesia en el mundo actual (Gaudium et spes), el cardenal Bea procedió a leer el Breve Ambulate in dilectione, con que formalmente se levantaba, por parte de la Iglesia latina, la excomunión a los griegos del año 1054. A este acto y al abrazo del Santo Padre con el metropolita Melitón de Heliópolis en representación del Patriarca se tributó, según Bea, «el más entusiasta y el más largo aplauso de todo el Concilio». Contemporáneamente tuvo lugar en Estambul, una ceremonia similar. Guiaba la delegación pontificia el arzobispo de Baltimore, cardenal L. Shehan a quien acompañaban monseñor Nicodemo, arzobispo de Bari, y, entre el séquito, uno de los primeros huéspedes católicos del Fanar, el padre Christophe-Jean Dumont, de la revista Istina. La iglesia de San Jorge estaba a tope. El cardenal se sentó en el parathrónion, junto al patriarca, que invitó a los fieles a recitar el Padrenuestro, sea en griego que en latín. En el curso de tales actos, tocó al diácono Gabriel leer la Declaración común por el levantamiento de los anatemas. Fue el propio Atenágoras, en cambio, quien, al final de la liturgia, dio lectura al Tomos patriarcal. Concluye Bea: «Entre el entusiasmo y la aclamación de los asistentes, el patriarca Atenágoras y el cardenal Shehan, jefe de la misión pontificia, bendijeron juntos repetidas veces a la gente, dentro y fuera del templo».
Asumido por la Comisión que lo imposible al hombre, es posible para Dios, y que sus miembros debían avanzar dispuestos a ofrecer lo mejor de sí mismos, Melitón aclaró que el punto de arranque no era sino compartir Roma y Constantinopla el deseo de reparar mediante un acto de amor. No encerraba el acto, por tanto, «el sentido de un restablecimiento de la comunión sacramental», pero debía contemplarse en la perspectiva del ut unum sint (Jn 17,21), a cuya luz constituye «un nuevo paso histórico tan importante como positivo». El discurso de Willebrands, quizás menos doctrinal, fue como contrapartida más pragmático y revelador del proceso. El Papa y el Patriarca con su Sínodo eran conscientes de que, si no bastaba para poner punto final a las divergencias, antiguas o más recientes, cumpliendo este gesto esperaban que ello fuera agradable a Dios, pronto a perdonarnos cuando nosotros nos perdonamos mutuamente. Es de notar, en fin, que Melitón se acercó a rezar ante la tumba del papa Juan XXIII y depositó luego sobre la de León IX (el Papa de la excomunión de 1054) nueve rosas en recuerdo de los nueve siglos de separación.
Monje de
Esfigmenou pronto a lanzar un cóctel Molotov contra la Policía griega (Cf. blog
"Our camp is being attacked" - esphigmenou.blogspot.gr. - See more
at: http://www.informaciondelonuevo.com/2013/07/monjes-ortodoxos-se-defienden-con.html#sthash.a79kYSPY.dpuf)
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Aunque sea posible dudar fundadamente de la validez jurídica de la excomunión de 1054, tampoco es cosa de negar al acto gran alcance psicológico. Por supuesto que un alejamiento secular no se puede suprimir de golpe. Tiene que intervenir la cronología, darse tiempo al tiempo, abrir marcha una mentalidad nueva. Pero sigue en pie, desde luego, que aquel 7 de diciembre de 1965 un obstáculo importante fue removido y un diálogo duradero abierto.
Las Iglesias ortodoxas atraviesan una crisis de rivalidad entre el bloque eslavo y el griego, entre el patriarcado de Moscú y de todas las Rusias, y el Ecuménico, cuyo papel, sobre todo de la mano de Bartolomé I, está cobrando en lo relativo a Roma notoria relevancia. Algo que no se ha visto, ni de lejos, entre Moscú y Roma, por más que también se hayan protagonizado encuentros admirables. Desde la desaparición de Nikodim, Moscú mantuvo con Alexis II unas relaciones frías más que cordiales. Y por hoy no hay indicios de que Kirill quiera acortar distancias con alguna visita a Roma (de Metropolita se le veía cada dos por tres): se limita a delegar tal función en el joven Hilarión, quien lo hace a menudo, sí, pero con el hándicap de jerarcas ortodoxos que ya le tienen tomada la medida, a raíz de alguna destemplanza suya en la Comisión mixta internacional, especialmente en Rávena.
2. ¿Qué queda de aquello medio siglo después?- Lo conseguido ahí sigue, sin retrocesos ni desgastes pese a ciertas salidas de tono. Pero tampoco hay significativos avances. Como en el ecumenismo posconciliar: al principio, euforia desbordante; luego, frenazos al entusiasmo. Pueril sería minimizar las visitas de Bartolomé I al Vaticano y su presencia junto a Francisco en Tierra Santa. Significativa también en la Sala de Prensa de la Santa Sede, el 18 de junio de 2015, la del copresidente ortodoxo de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, monseñor Ioannis Zizioulas, junto al cardenal Turkson, en la presentación de la encíclica Laudato Si’. Sigue vigente, pues, lo que Pablo VI y Atenágoras nos dieron como regalo del cielo. Pero, ¿qué decir de la hospitalidad eucarística y de la intercomunión? Atenágoras estuvo resuelto al paso adelante con Pablo VI: ni se sabe qué hubiera hecho con él la misma Ortodoxia. El simple intento indica, por de pronto, que habría merecido la pena explorar con más ardor y más espíritu de Emaús dicha vía en estos 50 años transcurridos. Refugiarse temerosos en retaguardia no trae cuentas. ¿Cuándo conseguiremos celebrar la Pascua el mismo día? Hasta hoy solo podemos contabilizar tímidos intentos de afrontar el problema.
Su Santidad Aram I, Catholicos de Cilicia, que presidió la IX Asamblea del CMI en Porto Alegre (Brasil, 14-23/2/2006), avanzó la idea con el apoyo del cardenal Walter Kasper. Por su parte, monseñor Brian Farrell, secretario del PCPUC, decía el 9/3/2015: «La Iglesia católica se ha declarado pronta a cambiar el modo de fijar el día, para ponerse de acuerdo con las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales sobre la fecha, si es posible encontrar una solución común». Volvió a la carga, en fin, a mediados de junio, el propio papa Francisco con su habitual estilo: «Tenemos que ponernos de acuerdo y la Iglesia católica está dispuesta, desde los tiempos de Pablo VI, a renunciar al primer solsticio después de la luna llena de marzo… Es un «escándalo» que dos cristianos se digan, ironizando: «¿Cuándo resucitó tu Cristo de entre los muertos? El mío hoy, el tuyo la semana que viene». Pero en seguida salió al camino en una entrevista de la Agencia TASS el arcipreste Nicolás Balashov, vicepresidente del Departamento ruso para las Relaciones Eclesiásticas Exteriores del Patriarcado de Moscú: «Si la Iglesia católica romana tiene la intención de renunciar a la celebración de la Pascua more gregoriano introducido en el siglo XVI y volver a la primera modalidad, la de Alejandría, que fue utilizada en el momento en que la Iglesia estaba en Oriente y en Occidente y que está ahora en vigor, entre los ortodoxos - sólo se podía dar la bienvenida a esa intención. (Pero) si la fecha de la Pascua debe ser "fija" y no estar supeditada a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, según lo establecido por el Primer Concilio Ecuménico en el año 325, una propuesta de este tipo es completamente inaceptable para la Iglesia ortodoxa». Balashov, cerraba filas así: «Ni en Constantinopla ni en Moscú hay disputa sobre la fecha de la Pascua y, en todo caso, la revisión de la fecha de la Pascua no se ofrece en el programa del Consejo Pan-ortodoxo». Al padre Balashov habría que recordarle que entre Constantinopla y Roma hay disputas mucho más graves y de más alcance que esta de la fecha de la Pascua.
Bartolomé I sí se ha pronunciado ante el periodista Tornielli (cf web de información privilegiada del Vaticano -Vatican insider): «Las consultas pan-ortodoxas previas a la preparación del Santo y Grande Concilio previsto en Estambul para Pentecostés del año próximo, tuvieron en cuenta varias opciones científicas y litúrgicas sobre tal posibilidad. Sin embargo, durante los últimos años, sobre todo después de la caída del telón de acero, elementos significativos en el seno de algunas Iglesias nacionales se han resistido desdichadamente a tal cambio. No hay duda de que un acuerdo sobre una fecha fija para la celebración común de la Pascua sería beneficioso, especialmente para los cristianos que viven en los países de América, Europa Occidental y Oceanía. Sin embargo, que se esté o no de acuerdo a nivel personal, una tal propuesta deberá discutirse sobre una base pan-ortodoxa para evitar romper la unidad en el seno de las mismas Iglesias ortodoxas».
El año 2016, por tanto, el del Grande y Santo Sínodo pan-ortodoxo, será la prueba del nueve para saber si los ortodoxos son capaces de ponerse de acuerdo o acaba todo –muy de temer-, como el rosario de la aurora. Mientras tal cumbre no se celebre, pues, todas las declaraciones al respecto no significarán nada. El ecumenismo exige mayor empuje y arrojo que todo eso. Ahí es donde ortodoxos y católicos deben probar su altura ecuménica. Con motivo de la fiesta de san Andrés del corriente 2015, el papa Francisco le decía en su mensaje (entregado por el cardenal Koch) a Bartolomé I: «necesitamos continuamente inspirarnos en el gesto de reconciliación y de paz de nuestros venerados predecesores Pablo VI y Atenágoras I». Y con la mente ya puesta en el Jubileo que el próximo 8 de diciembre se abrirá, concluía: «es providencial que el aniversario de la histórica declaración ortodoxa-católica sobre la eliminación de las excomuniones del 1054 sea en la vigilia del Año de la Misericordia». Ahí, en el ejercicio ecuménico de la misericordia es, en fin, donde se reflejarán modélicas desde su perdurable recuerdo de santidad, las colosales figuras del beato Pablo VI y de Atenágoras I con aquel humilde y valiente y recíproco levantamiento de las excomuniones, algo que hasta la fecha no ha sido ni superado ni tan siquiera igualado.
Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
Teólogo y ecumenista
7/12/2015
en ese momento Melitón era metropolitano de Imbros y Ténedos, lo fue de Calcedonia a partir de 1965
ResponderEliminarquiero decir de 1966, perdón
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