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martes, 27 de marzo de 2018

ENCUENTRO DE JESÚS CON SU MADRE CAMINO DEL CALVARIO



ENCUENTRO DE JESÚS CON SU MADRE CAMINO DEL CALVARIO 

por Carmen Herrero Martínez

«Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1,12). Estas palabras de la Santa Escritura, se las podemos aplicar a la Madre Dolorosa, la Madre del Redentor del mundo: Jesús. 

En el camino hacia el Calvario Jesús se encuentra con María, su madre, y María se encuentra con Jesús, su hijo amado, su predilecto, salido de sus entrañas. El intercambio de miradas es intenso, profundo, lleno de amor y de ternura; desde el silencio amante y compasivo. La mirada es el lenguaje más profundo e intimo entre los seres que se quieren. En este encuentro no hay palabras, la sola palabra es la mutua mirada que expresan el dolor intenso y profundo que hijo y madre viven. El dolor de la madre por su hijo ajusticiado, llevado al suplicio de la muerte, sin causa alguna, es profundo, indecible. El inocente, es condenado por los culpables, y la madre conocedora de la mentira que traman, asume desde la fe y el abandono el designo del Padre. La profecía de Simeón se ha cumplido: “una espada traspasará tu alma” (Lc 2, 35). Pero María, mujer de fe y de esperanza, asume este momento, desde la certeza de que la muerte no es el final para su hijo. ¿Cómo va a morir el que es la Vida? No, ¡esto es un absurdo! ¡Poderoso como es Dios, él vendrá en su ayuda! 

«No temas María, Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32). Estas palabras el ángel Gabriel se las dijo a María, y ella cree contra toda esperanza. Y desde esa seguridad y esperanza, María, con su tierna mirada, infunde en su hijo, ánimo, fortaleza y confianza en el Padre que es quien sostiene su vida y dirige la historia de la salvación. María confía y adora el plan del Padre, aunque humanamente no lo comprenda y sea para ella tremendamente doloroso, sangrante. En medio de la profunda soledad de la Pasión de Jesús, María ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura desde su fidelidad incondicional. Madre e hijo están íntimamente unidos, y nada podrá impedirles de llevar a cabo la voluntad del Padre. María dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) y el hijo: “Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 40,8; Hb 10,7). Madre e hijo serán files a la Palabra. 

Si el corazón de María está traspasado por la lanza del dolor, no es menos el dolor que atraviesa el corazón del Hijo, al ver a su madre tan afligida y sumergida en tan profundo dolor. El verdadero amor hace suyo el dolor del ser amado. Y este es el caso de Jesús y María: cada uno hace propio el dolor del otro. Madre e hijo se funden en un mismo hágase tu voluntad, ofrecido al Padre por la salvación del género humano. María al decir “Heme aquí” en la Anunciación, asumió con todo lo que implicaba ese “hágase”, la historia de su propio hijo, haciéndola propia. Porque María es madre, sufre profundamente, y quiere abraza y llevar la cruz con su divino Condenado en el camino hacia el calvario. Pero no solamente abraza a Jesús, sino que en su inmenso corazón de Madre, abraza a los hombres y mujeres de todos los tiempos en la situación concreta que les toca vivir. Sintamos mirados con ternura y acompañados por María, nuestra Madre, en el calvario que podamos vivir y, a su ejemplo, seamos files al plan de Dios. 

La Iglesia [católica romana] llama a María: “corredentora con Cristo”, porque, de alguna manera, ella también murió en la cruz con su Hijo. No de una manera cruenta; pero sí de una manera mística. María, recorrió el camino del calvario y estuvo al pie de la cruz acompañando a su hijo amado, haciendo suya la pasión y muerte del hijo, salido de sus entrañas. La pasión del hijo es la pasión de la madre. Y la muerte del hijo es la muerte de la madre. 

Señor, Jesús, como María tu madre, también nosotros queremos acompañarte, ofrecerte nuestro consuelo y nuestro tierno y dulce amor, estando a tu lado en este camino en el que el dolor te desfigura y la cruz te aplasta. 

Contigo también queremos acompañar a tantos hermanos y hermanas que el dolor los tiene hundidos, desfigurados, sin poderse levantar ni mirar al horizonte; sin encontrar una mirada que les dé fortaleza para seguir caminando. Para ellos te pedimos la fe y la esperanza, y una madre buena que les mire con amor y les acompañe en su sufrimiento. Y a Ti, María, Madre del Hágase, del Amén, concédenos tu fe y confianza en los planes de Dios, Padre, aunque no siempre los comprendamos y nos sean punzantes y difíciles de cumplir. También te pedimos que consueles a tantas madres como sufren las “pasión” de sus hijos, y ayúdales a llevar la cruz con amor, acompañadas contigo en el camino del calvario. 

Carmen Herrero Martínez
Fraternidad Monástica de Jerusalén




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