San Juan Pablo II, autor de la encíclica Ut unum sint
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EL COMPROMISO IRREVERSIBLE DEL ECUMENISMO
Afirma y deja sentado la encíclica Ut unum sint : «Con el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los signos de los tiempos» (n. 3). Obsérvese la palabra «irreversible», el medio -«con el Concilio Vaticano II»- y su práctica: «poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los signos de los tiempos». Pone así de manifiesto la Ut unum sint que lo de irreversible atañe a la vivencia ecuménica misma y es producto de los signos de los tiempos.
El entusiasmo ecuménico a raíz del Concilio ya no existe. Aquellos signos de los tiempos se fueron por el poniente como una puesta de sol. Hoy son otros. El camino ecuménico, lejos de antojarse fácil, hacedero y punto menos que romántico, lo que al principio fue, se hace ahora largo y duro. Pero no impide que se den otros signos de los tiempos sobre la irreversibilidad de su proceso, porque, más que en una crisis, estamos en situación de madurez creciente: vemos hoy más claro que ayer y que veinte años atrás lo que nos une y lo que nos separa. Vivir el ecumenismo se antoja, siendo así, compromiso apasionante a la vez que irreversible, cuyo verdadero pilotaje corresponde al Espíritu Santo. Los últimos Papas non hacen sino repetir hasta la saciedad este principio de ribetes axiomáticos.
En la inauguración de su pontificado, Benedicto XVI, tras la cita de Ut unum sint 3, echaba mano de la Novo Millennio ineunte para recordar el célebre Duc in altum (Lc 5,4): «Al nuevo Pastor de la Iglesia católica, (este encuentro) le permite repetir a todos, con sencillez: Duc in altum! Sigamos adelante con esperanza. Como mis predecesores, especialmente Pablo VI y Juan Pablo II, siento fuertemente la necesidad de reafirmar el compromiso irreversible, asumido por el Concilio Vaticano II y proseguido durante los últimos años también gracias a la acción del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos (25/4/2005)».
A.- IMPORTANCIA DEL PORQUÉ
Lo que ahora más importa tal vez no sea tanto afirmar que el compromiso ecuménico es irreversible cuanto, más bien, por qué lo es o por qué tiene que serlo. Testimonios al respecto abundan. Me limitaré a solo tres:
1- Por el diálogo interreligioso. – En audiencia concedida el 1/2/2007 a la «Fundación para la Investigación y el Diálogo Interreligioso e Intercultural», Benedicto XVI decía estar convencido de que la investigación y el diálogo interreligioso no son una opción, sino una necesidad vital para el mundo de hoy. Esta Fundación surgió en 1999 y tiene entre sus miembros fundadores al cardenal Joseph Ratzinger. Estaban presentes en el encuentro sus primigenios impulsores, el príncipe Hassan Bin Talal de Jordania; el antiguo gran rabino de Francia, René-Samuel Sirat, así como el presidente de la Fundación, el metropolita Damaskinos de Andrinópolis, obispo ortodoxo.
La Fundación pretende buscar el mensaje más auténtico que pueden dirigir al mundo del siglo XXI las tres religiones monoteístas, a saber, el judaísmo, el cristianismo y el islam. En la audiencia, el metropolita Damaskinos entregó al Papa el primer logro de esta Fundación: la edición conjunta, en su idioma original y según el orden cronológico, de los tres libros sagrados de las tres religiones monoteístas, la Torá, la Biblia y el Corán. El compromiso ecuménico, por tanto, es irreversible porque su contenido no es una opción, sino una necesidad vital para nuestro tiempo. El Papa luego rememoraba:
Benedicto XVI durante su audiencia en el Vaticano a la Fundación para la Investigación y el Diálogo Interreligioso e Intercultural (1-2-2007) |
En 1965, en el clima de Vaticano II, el patriarca Atenágoras I en su diálogo con Pablo VI puso de relieve el tema de la restauración (apokatástasis) del amor mutuo, esencial después de una historia tan cargada de contraposiciones, de desconfianza recíproca y de antagonismos. Lo que estaba en juego era un pasado que aún ejercía su influencia a través de la memoria: los acontecimientos de 1965 culminados con la supresión de los anatemas de 1054 entre Oriente y Occidente (7/12/1965) representan una confesión de la culpa contenida en la precedente exclusión recíproca, capaz de purificar la memoria y de generar una nueva. El fundamento de esta nueva memoria no puede ser más que el amor recíproco o, mejor, el compromiso renovado para vivirlo. En este sentido resulta ejemplar el testimonio que prestaron a esta nueva memoria Pablo VI y Atenágoras.
2- Por la misionología, cuyas razones cantan solas, a saber:
2.1. Evangelizar es una necesidad.- Decía Benedicto XVI a la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, copresidida por el cardenal W. Kasper, presidente del PCPUC, y por el metropolita Anba Bishoy, de la Iglesia copta ortodoxa: «La Evangelización exige recuperar la unidad de los cristianos» (30.I-3.II.2007). Y en mayo de 2007, de nuevo en el Vaticano, reiteraba ante Su Beatitud Isaac Cleemis Thottunkal, cabeza y pastor de los católicos siro-malankares (India): «Ahora es el tiempo de la nueva evangelización…un tiempo de diálogo constantemente renovado y convencido con todos nuestros hermanos y hermanas que comparten la fe cristiana. Pues el compromiso evangelizador necesita renovarse continuamente, mientras procuramos construir la paz, en la justicia y la solidaridad, para toda la familia humana» (ACI: 28.V.2007).
2.2. Evangelizar es misión de la Iglesia.- Quedémonos, de momento, en la Evangelii nuntiandi: «El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus seguidores no es solamente la prueba de que somos suyos, sino también de que Él es el enviado del Padre, prueba de credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo […] Queremos que se intensifique la oración […] que se colabore con mayor empeño con los hermanos cristianos a quienes todavía no estamos unidos por una comunión perfecta, basándonos en el fundamento del bautismo y de la fe que nos es común, para ofrecer desde ahora mediante la misma obra de evangelización un testimonio común más amplio de Cristo ante el mundo» (EN, 123. AG, 6; cf. UR, 1).
Completa muy bien esto la encíclica Redemptoris missio, de san Juan Pablo II (7.XII.1990: XXV aniversario del decreto conciliar Ad gentes). «Cada Iglesia, incluso la formada por neo-conversos, es misionera por naturaleza, evangelizada y evangelizadora […] La acción evangelizadora de la comunidad cristiana, primero en su propio territorio y luego en otras partes, como participación en la misión universal, es el signo más claro de madurez en la fe […] El Señor llama siempre a salir de uno mismo, a compartir con los demás los bienes que tenemos, empezando por el más precioso que es la fe […] Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe […] La preocupación pastoral debe ir unida siempre a la preocupación por la misión ad gentes. Cada Iglesia hará propia, entonces, la solicitud de Cristo, Buen Pastor, que se entrega a su grey y al mismo tiempo, se preocupa de las “otras ovejas que no son de este redil” [Jn 10, 15] » (RM, 49).
2.3. Estímulo para una renovada acción ecuménica.- «Los vínculos existentes entre actividad ecuménica y actividad misionera hacen necesario considerar dos factores concomitantes. Por una parte se debe reconocer que “la división de los cristianos perjudica a la causa santísima de la predicación del Evangelio a toda criatura y cierra a muchos las puertas de la fe” (AG, 6). El hecho de que la Buena Nueva de la reconciliación sea predicada por los cristianos divididos entre sí debilita su testimonio, y por esto es urgente trabajar por la unidad de los cristianos, a fin de que la actividad misionera sea más incisiva. Al mismo tiempo, no debemos olvidar que los mismos esfuerzos por la unidad constituyen de por sí un signo de la obra de reconciliación que Dios realiza en medio de nosotros. Por otra parte, es verdad que todos los que han recibido el bautismo en Cristo están en una cierta comunión entre sí, aunque no perfecta. Sobre esta base se funda la orientación dada por el Concilio: “En cuanto lo permitan las condiciones religiosas, promuévase la acción ecuménica de forma que, excluida toda especie tanto de indiferentismo y confusionismo como de emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del Decreto sobre el Ecumenismo mediante la profesión común, en cuanto sea posible, de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones y den vida a la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos” [AG 15; UR 3]» (RM, 50).
La actividad ecuménica y el testimonio concorde de Jesucristo, por parte de los cristianos pertenecientes a diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, ha dado ya abundantes frutos. Es cada vez más urgente que ellos colaboren y den testimonio unidos, en este tiempo en el que sectas cristianas y paracristianas siembran confusión con su acción. La expansión de estas sectas constituye una amenaza para la Iglesia católica y para todas las comunidades eclesiales con las que ella mantiene un diálogo. Donde sea posible y según las circunstancias locales, la respuesta de los cristianos deberá ser también ecuménica (Cf. RM 49-50).
B.- PROBLEMAS INHERENTES A EVANGELIZACIÓN Y ECUMENISMO.
1. La credibilidad evangelizadora depende del ecumenismo. Baste recordar Jn 17, 21: ut unum sint… « para que el mundo crea ». Lo que supone decir que si los evangelizadores no evangelizan unidos, el mundo no los creerá. Asimismo, que evangelización y ecumenismo son términos complementarios, ineludibles, de sutil y mancomunado funcionamiento. Pero, una vez aquí, los subsiguientes pasos vienen uno detrás otro, como las cerezas. ¿Será pastoral la que no sea evangelizadora? ¿Podrá darse verdadera pastoral sin espíritu ecuménico?
2. La solución al proselitismo vendrá cuando estemos de acuerdo en el binomio evangelización y ecumenismo. Los ortodoxos rusos andan a la greña con los católicos por discrepar acerca de la evangelización. Entienden que en Rusia no hay nada que evangelizar por ser territorio de la Iglesia ortodoxa rusa. Los católicos, claro es, no lo entienden así. Creo que se trata de un concepto a interpretar en clave ecuménica, donde tenemos que ecumenismo es catolicidad, universalidad, nunca parcialidad ni territorialidad. A favor del ecumenismo discurre hoy la globalización, esa aldea global donde todos evangelizamos a todos. Al hilo de lo dicho, cabe añadir que:
3. La declaración Dignitatis humanae propugna la libertad religiosa. Con libertad religiosa en mano es imposible entender los territorios como si estos fueran latifundios o minifundios de la pastoral, o de la evangelización. Esto, claro es, vale no sólo para el diálogo interreligioso en primer término, sino también, por supuesto, para el ecumenismo, donde los evangelizadores son misioneros cristianos, sean católicos, ortodoxos o protestantes. De ahí lo que sigue:
C.- EXIGENCIAS DEL DIÁLOGO
1. A primeros de marzo de 2015 el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos, recordaba en Valencia, echando mano de Unitatis redintegratio, que «el cuidado de restablecer la unión compete tanto a los fieles como a los pastores y le corresponde a cada uno según sus propias posibilidades, tanto en la vida cristiana de cada día como en los estudios teológicos e históricos» [El ecumenismo es un deber de toda la Iglesia, dice cardenal Koch (ACI: 5/3/15). Luego señalaba que «en los cincuenta años transcurridos desde la promulgación de Unitatis redintegratio, la geografía mundial de la cristiandad se ha transformado profundamente y la situación ecuménica se ha vuelto mucho más compleja y difícil», pues, «el objetivo del movimiento ecuménico, es decir, el restablecimiento de la unidad de la Iglesia no se ha alcanzado y requerirá, evidentemente, mucho más tiempo de lo que se imaginaba en la época del Concilio». «En la actual situación ecuménica no siempre se dan desarrollos lineales y resulta inevitable experimentar desilusiones y tendencias a la regresión», pero «nada de esto debe constituir un motivo para la resignación». Además, el ecumenismo «representa una tarea improrrogable que nos ha dejado el Vaticano II».
El Concilio Vaticano II comprendió que para abrirse al mundo era preciso dialogar con él, misión difícil de no probar antes con las religiones, aventura condicionada ella igualmente a relacionarse primero con las Iglesias, pues estas conforman la religión cristiana. El diálogo con el mundo salió adelante desde la Gaudium et spes. Con las Iglesias, en cambio, primó Unitatis redintegratio, decreto del ecumenismo. Lo del diálogo interreligioso, en fin, fue tarea de la Nostra aetate, promulgada el 28 de octubre de 1965. El quehacer ecuménico, pues, se vuelve hoy más irreversible que nunca por las razones arriba dichas, comprendida la del diálogo.
El beato Pablo VI dejó en la encíclica Ecclesiam suam frases redondas a propósito del diálogo: «La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (n.27). Ir en incesante diálogo hacia un mundo cambiante según tiempos y lugares, o sea leyendo los signos de los tiempos, dista un mundo de significar mundanizarse. Más bien, si acaso, entrar en sintonía con las circunstancias cambiantes de cada época para que la estrategia renovadora pueda surtir el primer efecto evangelizador, que es siempre la vida teologal. Porque un diálogo así ha de supeditarse al previo diálogo con Dios. Tarea irreversible, en conclusión, la de vivir el ecumenismo, porque nos jugamos en ello nada menos que ser consecuentes con el origen trascendente del diálogo y, en definitiva, nuestra propia vocación teologal.
El cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos |
Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
Teólogo y ecumenista
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