Celebrado el miércoles día 28 de octubre en el Aula de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal
Representantes de las tres grandes religiones (el judaísmo, el cristianismo y el islam) estuvieron presentes en este acto, y mostraron el reconocimiento y la esperanza que supuso para todos la declaración Nostra Aetate, fruto del Concilio Vaticano II, firmada en Roma el 28 de octubre de 1965. Con ella, comenzó una nueva etapa de diálogo oficial por parte de la Iglesia católica con las religiones no cristianas.
El acto comenzó con la conferencia: Historia y repercusión de la declaración conciliar Nostra Aetate, impartida por D. José Luis Sánchez Nogales, profesor de la facultad de teología de Granada.
A continuación, hubo una Mesa redonda, iniciada con el saludo de D. Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, y presidente de la CEE, que subrayó la importancia de poder celebrar este acontecimiento con representantes de otras tradiciones religiosas.
La declaración Nostra Aetate, dijo, es uno de los documentos que ha tenido más transcendencia para la Iglesia católica en su relación con las otras religiones, poniéndose, en ese diálogo, al servicio de la paz y de la humanidad. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica expresó lo que deseaba y quería vivir en orden a una gran fraternidad. La verdad, dijo Blázquez, no se puede imponer, se puede transmitir suavemente y con respeto. En la apertura a esa gran fraternidad, necesitamos hoy una corrección y la ayuda fraterna. Lo que Dios significa para nosotros es lo que da profundidad a nuestras relaciones. Es sin duda la relación fundamental que queremos tener como personas creyentes que somos, y desde ella se orientan nuestras vidas.
A continuación, tomó la palabra D. Isaac Querub, Presidente de la Federación de Comunidades Judías de España.
La declaración Nostra Aetate supuso un cambio radical en el enfoque de las relaciones entre católicos y judíos.
La declaración incide notablemente en la relación histórica de la Iglesia católica con el judaísmo, y con el pueblo judío, en su propósito de modificar y dinamizar radicalmente esta relación a partir de ese momento.
Hoy en día, dijo, la idea de diálogo puede resultar normal, pero, hace cincuenta años, el paso que dio la Iglesia católica fue una verdadera convulsión en orden a las relaciones con otras religiones.
Querub hizo un recorrido sobre la experiencia del odio a los judíos y el antisemitismo mantenido durante siglos, que desencadenó persecuciones y matanzas. Juan XXIII, dijo, fue el padre de este nuevo proyecto. Nostra Aetate es la primera declaración Vaticana que condenó el antisemitismo, y que abrió un nuevo enfoque y un modo nuevo de establecer las relaciones judeocristianas. Nostra Aetate reafirmó también las raíces judías del cristianismo.
S. Juan XXIII y S. Juan Pablo II son los que más han hecho por establecer una manera nueva de relación buscando y esclareciendo la verdad, abriendo un proceso de reconciliación histórico.
Los dos vivieron la Shoah, y tomaron conciencia de las trágicas consecuencias de las enseñanzas del desprecio al pueblo judío, muchas veces apoyadas por la Iglesia. Los dos se posicionaron con claridad y contundencia ante esta situación.
El papa Francisco, en su exhortación Evangelii Gaudium, también refuerza esta postura.
El diálogo requiere un conocimiento mutuo, continuó Querub. Estamos en los albores de ese diálogo, y tenemos la responsabilidad ética de continuar el legado recibido, evitando errores del pasado. El verdadero diálogo respeta al otro en su alteridad. La búsqueda de la verdad es un derecho, y restaurarla es un deber.
Juntos tenemos que presentar un frente común ante la intolerancia religiosa. El diálogo judeocristiano tiene que colaborar en la construcción de una sociedad más justa. Las bases de este camino las pusieron grandes hombres; ahora, nos toca el turno a nosotros; a nosotros nos toca convertir la teoría en praxis por el bien y el futuro de nuestra civilización y de la paz.
D. Riay Tatary, presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España, explicó que la declaración Nostra aetate abrió el camino a unas nuevas relaciones entre católicos y musulmanes. La carta conciliar, dijo, no es para los musulmanes, es para tratar a los musulmanes, entre otros creyentes. A través de la historia, conocemos cómo han sufrido los musulmanes con el colonialismo europeo. En la memoria musulmana, al colonialismo, se suma el cristianismo, especialmente el catolicismo, y las cruzadas son aún memoria viva que ha dejado una huella profunda en el corazón del mundo árabe.
Nostra Aetate ha significado para nosotros una época nueva, ejemplar en la convivencia en algunos países, como lo fue en Siria, donde convivían en familia, de forma natural, cristianos y musulmanes. Hoy, esto se ha destrozado. La comunidad musulmana española está sufriendo al ver cómo un grupo terrorista, al que no se le puede llamar ni islámico ni yihadista, está destruyendo el país a la vista del mundo entero. Si, ante este hecho, no despertamos de forma adecuada, el futuro va a ser peor.
Los musulmanes habíamos recibido el documento conciliar con la gran esperanza de que abriría puertas, pero esto no fue así. La gente que venía de Oriente, y que sentía cariño por España, no fue acogida como esperaba.
El acontecimiento que celebramos hoy es una invitación a aprovechar la conmemoración de la declaración Nostra Aetate para comenzar una nueva situación, y dibujar un futuro mejor con la iniciativa de una renovación que reavive el espíritu del documento. Tenemos el mismo objetivo. Hemos de seguir construyendo la casa común, la casa en que todos nosotros vivimos, que es la tierra. Juntos debemos cambiar la faz de la tierra, apoyados en los valores que compartimos, para que se extienda la paz, la fraternidad, la solidaridad.
Gracias por lo mucho que se ha hecho; hay mucha gente de bondad. Tenemos en estos momentos un reto, el de atender a tantos refugiados cristianos y musulmanes que vienen de varios países. Acogerlos debidamente es algo que puede ayudarnos a afrontar la vida dignificando a la persona humana.
Mons. Francisco Javier Martínez Fernández, arzobispo de Granada, y presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, cerró el acto acogiendo todo lo expresado por los representantes de las otras confesiones.
Hemos hablado cada uno con libertad, dijo; hemos expresando nuestros puntos de vista, nuestra percepción de quiénes somos, y también de las heridas que llevamos con nosotros de un pasado del que nadie puede presumir con justicia. El único justo es Dios. Hemos manifestado también el deseo sincero y verdadero de crecer en una relación de respeto, afecto mutuo y cooperación en todo aquello que podamos por el bien de todos y de toda la humanidad, de la que formamos parte.
Nuestras heridas son tan profundas que no tenemos más remedio que tener paciencia los unos con los otros, y ayudarnos a seguir creciendo en el camino emprendido, por muchos obstáculos que encontremos. Este es el único camino
Martínez concluyó sus palabras diciendo: Necesitamos una antropología que no niegue el valor del otro. Nuestros destinos están entrelazados. Necesitamos reforzar la visión del hombre religioso. Soy más quien debo ser, en la medida en que puedo afirmar el bien que hay en el otro. Solo deseando el bien de todos podemos encontrar nuestro propio bien. Solo deseando y contribuyendo al bien de todos podemos encontrar nuestra propia identidad.
Tenemos que convertirnos al Dios verdadero, compasivo, cuya misericordia es eterna, que ha amado tanto al mundo que se entregó a sí mismo por él.
Inmaculada González
Presidenta de la Asociación Ecuménica Internacional
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