A mis amigos
del Equipo Ecuménico Sabiñánigo,
que, desde la distancia, supieron estar presentes en la
presentación de mi libro Al son de
la palabra
Con reconocida
gratitud y cordial afecto,
Pedro Langa
Aguilar, OSA
El pasado sábado tuvimos en Madrid la gozosa oportunidad de encontrarnos y compartir una agradable tertulia con el Teólogo y ecumenista entre otros calificativos, pero sobre todo amigo el doctor Padre Pedro Langa, quien en su gran generosidad de desplazó hasta donde nos encontrábamos los del EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO para regalarnos y dedicarnos su último libro "Al son de la palabra", fué para nosotros una gran alegría, un honor y una bendición, que nos impulsa a seguir adelante en esto de la unidad. No queremos guardarnos para nosotros este encuentro, ni nuestra gratitud y así lo compartimos con todos vosotros.
Al final reproducimos las palabras de Pedro Langa en la presentación de su libro el día 23 de octubre en Madrid.
Pedro Langa Aguilar. OSA dedicando su libro "Al son de la palabra"
al EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÄNIGO
"A mis amigos del Equipo Ecuménico Sabiñánigo que viven sensibles y 'Al son de la palabra'. Cordialmente de Pedro Langa. 23/11/2013"
Dos momentos de la tertulia compartida con Pedro Langa en la Bibliteca del Centro Ecuménico "Misioneras de la Unidad" en Madrid. Junto a D. Pedro Langa, Daniel Vergara, Juan Manuel Fonseca y Eloy J. Torre del EQUIPO, también D. Manuel Montañés, secretario de la Delegación episcopal de Ecumenismo de Zaragoza.
MADRID. 23 octubre 2013. Presentación "AL SON DE LA PALABRA"
Intervención de su autor D. Pedro Langa Aguilar, OSA
D. Álvaro Santos, periodista. P. Pedro Langa Aguilar, OSA. P. Vicente Domingo Canet Vayá, OSA
AL SON DE LA PALABRA
-- Presentación del autor --
Abro este pórtico de gratitudes con mi reconocimiento
al P. Vicente Domingo Canet, director de la Editorial Religión y Cultura,por su oportuna intervención en este acto y
antes, meses atrás, por su diligente disponibilidad hacia la buena suerte de
estas páginas. Quiero igualmente ponderar el fino análisis que de ellas acaba
de hacer don Álvaro Santos, amigo periodista y autor de Momentos de Sabiduría, excelente librito que a la sencillez de su
forma une la densidad de su pensamiento. A mi amigo don Álvaro le deben mucho
las agendas de bolsillo que todos los años pone Paulinas en las librerías.
Con agrado acojo también, faltaría más, la presencia
de tantos hermanos y amigos, en especial del director, profesores y alumnos del
Centro Teológico San Agustín con quienes
he compartido momentos académicos de feliz recuerdo. Me place de igual modo
recordar a cualificados exponentes de Ediciones San Pablo y de PPC, en cuya
grata compañía sigo navegando a bordo de Voces
de sabiduría patrística. No quisiera esta vez olvidarme en modo alguno de Radio de la paz y Cetelmon Tv, cuyo sistema
informático difunde todos los sábados mi Curso
de Patrística. Ni del Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad, donde
vuelco desde hace tantos lustros ya mi vocación ecuménica. Ni de la Universidad
Eclesiástica San Dámaso, desde luego, en cuyas aulas he disfrutado dando voz
durante quince años a san Agustín.
Sentidas gracias atodos y cada uno de los aquí
presentes, a mis queridos fieles de la Parroquia
San Manuel y San Benito, sobremanera los que me soportan domingo a domingo
en la misa de una y media y los alumnos de Agustinología,
capítulo este al que se sumael de los que, de un tiempo a esta parte,
frecuentan mis clases enla Parroquia de Santa Ana y La Esperanza, de Moratalaz.
Cierro el abanico haciendo mención de mi querida Comunidad con su Prior al
frente, P. José Luis Martínez. Igual que de nuestro Párroco, P. Agustín Otazo,
dispuesto y disponible desde el principio a este encuentro. A todos, en fin,
cordialmente gracias por haber acudido a la cita.
***
Dejó dicho en su día don Fernando Lázaro Carreter que
«no existe una lengua poética, sino la lengua del poema, de cada poema. Y esto
conduce a la consecuencia de que la poesía, o al menos una gran parte de ella,
es difícil de entender». (1) Pero no imposible, añado yo ahora. Sobre todo, si,
como es el caso, el autor se brinda a proporcionar pistas de entendimiento.
Sólo esta razón, ante la que sobran todas, bastaría para tranquilizar el ánimo
si no fuera porque en el mensaje de la poesía caben no ya únicamente el autor
que lo escribe, sino también el lector que lo recibe. De ahí que un mismo poema
pueda sugerir cosas distintas según su autor, sí, pero también según su lector.
El lector, por eso, puede considerarse coautor del poema.
Vayan esta vez por delante algunas claves útiles para
el análisis. Diré, de entrada,que junto a la Introducción general cuentan igualmente las parciales al frente de
cada sección. Todas juntas ---son ocho no más--- pueden resultar surtidores de
luz para la justa comprensión de los versos.
Al son de la
palabra es un título corto,
sencillo, literario y armonioso. A más de uno puede asaltarle la duda de si
escribir palabra en minúscula o en mayúscula. Ambas modalidades podrían servir,
aunque más valdrá quedarse con la minúscula por aquella sacrosanta norma de la
Academia que manda no afear la prosa con sobredosis de mayúsculas. Precisamente
la ortografía surgió, entre otras finalidades, para remediar faltas léxicas a
base de reglas que funcionan muchas veces con matemática precisión evitando
así, por lo menos, la duda. Baste, pongo por caso, el papel del acento para que
la palabra cambie de sentido según recaiga este en una u otra sílaba. No es
igual, claro que no, decir cántara, cantara, que cantará. En la poesía, por lo
demás, el acento es imprescindible para la métrica y el ritmo, esos
ingredientes que viene a ser como el estimulante lírico de la versificación.
Con mi libro Al
son de la palabra, por otra parte, he pretendido antes que nada escribir un
poemario religioso cuyos versos, inspirados en la más genuina espiritualidad
bíblica, aspiran a sensibilizar al lector sobre la Palabra –esta vez en
mayúscula-, es decir, acerca del Verbo encarnado, de Cristo traducido a poesía
dentro siempre, como es natural, de límites humanos. Él es, en efecto –salta
bien a la vista-, quien sobrevuela, inspira y preside en la mayoría de los
sonetos. Este solo matiz bastaría para legitimar la mayúscula en la Palabra del
título, por Palabra de palabras verdadera
(p. 81).
Y no sólo eso, claro es.
Le dice también a quien se adentre en estas páginas hacia dónde orientar el
análisis, cómo centrar su atención, cuándo acelerar o retardar el ritmo, y a
quién dirigir las conclusiones. De una u otra forma, siempre es Cristo quien
sale al camino, rompe el silencio, mueve el timón. Lo dice a veces su mirada.
En ocasiones, su gesto. Pero sobre todo, claro está, los vocablos, esos
términos líricos que anidan en la Sagrada Escritura. Él aspira, inspira y
conspira a la plena radicalidad de una entrega generosa y desprendida. Y todo
ello por la exigente vía del soneto, versificación hoy de las más comunes,
hasta el punto de que apenas hay poeta español o
hispanoamericano del siglo XX que no haya usado esta forma poética.
No
hace falta decirme que me quieres
porque en la cruz clavado y s us pendido
al Padre te encomiendas dolorido
y por mi vida y mis pecados
mueres .
Así empieza el soneto A Cristo en
la cruz (p. 53). El soneto es una de las estructuras poéticas más hermosas,
probablemente la más reconocible de todas. También, sin duda, la más difícil. El
Oficio divino suele presentarlo como dintel en el rezo de las Horas. Desde su
aparición en Sicilia, siglo XIII, hasta nuestros días, ha sido ruta preferente de
innumerables cantores, reconocidos o no, debido a la estricta disciplina formal
involucrada en su composición, a su capacidad de concisión y a la intensidad
emocional que esta forma poética permite alcanzar a sus más afortunados seguidores.
Al son de la
palabra contiene cien sonetos,
agrupados en ocho secciones cuyos titulares delatan claramente el rumbo de cada
una. Son ellas: Misterio de la Navidad;
Cuaresma y Semana Santa, De la Cruz a la Pascua, Estampas bíblicas y marianas,
Voz, palabra y verdad, Virtud y ascesis, Cristo maestro, y Al despuntar la aurora. Cada uno de
estos titulares preside un determinado número de sonetos. En Misterio de la Navidad, por ejemplo, son
catorce piezas, compuestas durante el último decenio. Alguien reconocerá más de
uno y más de dos por haberle llegado en el christmas. Todos esconden una
historia sencilla, muchas veces incógnita, pero real, de la que mi pluma partió
en su momento para navegar por las aguas del endecasílabo.
A título meramente orientador revelaré sólo la que me
incitó a componer el de la Navidad 2012. Quién más quién menos todos recordáis
el revuelo que Benedicto XVI armó con su libro La infancia de Jesús al decir que el Evangelio no cita expresamente
a las bestezuelas del Portal. Aquello hizo a no pocos de quienes prefieren la
devoción a la objetividad histórica, rasgarse las vestiduras. Medios hubo
incluso que frivolizaron en demasía sobre el inteligente matiz ratzingeriano.
Sensible al momento, he aquí lo que mi pluma compuso aquellos días previos a la
Navidad 2012:
SIN BUEY NI MULA (p.34)
Este año tu Portal está
vacío:
sin buey ni mula
haciendo compañía.
Sólo José contigo y con
María,
te alivia, en el
pesebre, de rocío.
Este año en tu Portal
hay mucho frío,
mudo silencio y leve
cercanía
de pastores que,
absortos de alegría,
saben reconocer tu
señorío.
Mas en Belén, Jesús, no
fueron cosas
lo que pediste desde la
ternura,
sino radiante amor a tu
venida.
Amor de manos llenas,
generosas,
de un corazón rendido a
tu hermosura
que necesita sólo de tu
vida.
Es evidente que la fuerza elocutiva descansa en el
primer terceto. Allí donde digo: Mas en
Belén, Jesús, no fueron cosas / lo que pediste desde la ternura / sino radiante
amor a tu venida. He ahí el mensaje de la Navidad, de cualquier Navidad.
Justamente es eso lo que Jesús nos pide cuando llega a Belén, y lo que cada uno
de nosotros puede y debe ofrecerle en dicho trance, o sea: radiante amor a tu venida. Pero este arrebato ascético crece y se
desborda cuando el último terceto matiza diciendo: Amor de manos llenas, generosas, / de un corazón rendido a tu hermosura, / que necesita sólo de tu vida. No escribo --nótese bien-- amor a
manos llenas, sino amor de manos llenas
(en implícita contraposición a manos vacías). Se trata sencillamente del amor
que sólo manos llenas pueden dar.
Acercarse a la cuna de Belén con amor de manos llenas, y por llenas precisamente generosas (¿qué generosidad cabe esperar
de unas manos vacías?), es hacerlo con sabiduría de lo alto: aquella que
impulsa al corazón, fascinado ante la hermosura del recién nacido, a despreciar
lo mundano y transitorio –-sea buey o mula, calor o frío, cuna o pajas y cuanto
dichos vocablos ocultan-, y a comprender que necesita únicamente una cosa, sólo
una: la vida de Cristo. En el paso del cuarteto al terceto, dura cruz a veces
para los sonetistas, ejercen de cabeza de puente los pastores que, absortos de
alegría, saben reconocer el señorío de Cristo. Saber reconocer el señorío de
Cristo es la suprema ciencia de la espiritualidad. Y bien, únicamente la
sencillez de los pastores, o sea la humildad, es capaz de reconocer el señorío
de Cristo. Y sólo admitiendo un señorío así, podrá el alma encenderse en
radiante amor a su venida.
He querido anteponer en portada las palabras de Fray
Luis: «Dios inspiró la poesía en los ánimos de los hombres, para con el
movimiento y espíritu de ella levantarlos al cielo, de donde ella procede;
porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino». De
ahí el carácter religioso de mis versos. Preside en ellos siempre, o casi
siempre, un secreto y ulterior sentido que los trasciende y que, como es de
razón, escapa las más de las veces a la transitividad de la misma enunciación
querida por el autor. Hay emociones y sentimientos que desbordan lo meramente
personal, bien porque van más allá del discreto ámbito de quien escribe, o sea
yo en este caso, bien porque responden a vivencias íntimas de otras personas,
que mi pluma se ha encargado de volcar sobre las serenas y cristalinas aguas de
la lírica.
Sirva de botón de muestra el ciego de nacimiento de
Juan 9, 1-41. En realidad hay dos sonetos para este mismo episodio. Dos
instantáneas. Dos ópticas. Citaré sólo la de la p. 68, donde el ciego irrumpe
flanqueado por conceptos absolutos de ceguera y visión con ayuda de los
adverbios de cantidad: todo y nada. San Agustín llegó a decir que en ese
ciego está representado el género humano (Sermón
136 A 4). Igual que en el hombre apaleado que fue socorrido por un bondadoso
Samaritano (Sermón 341, 3). Ver y no
ver, o lo que es igual: visión y ceguera, son conceptos de absoluta radicalidad
que, pese a su índole de polos opuestos, llegan a un punto de convergencia
gracias al protagonismo de dos personas de diferente condición: el ciego y
Jesús: esto es, la ceguera y la Luz. Aupado hasta los muros evangélicos para
contemplar la escena, digo así:
AL CIEGO DE NACIMIENTO (p. 68)
¡Qué triste para el ciego no ver nada
y qué gozo en la vida
verlo todo!
¡Qué deleite, y qué
suerte sobre todo
nacerle a uno la vista
de la nada!
¡Qué paradoja juntos
todo y nada:
el ciego que de Dios lo
espera todo,
y Jesús que a ese ciego
le da todo
cuando el todo poco
antes era nada!
Sin luz, pobre
invidente, sin ver nada,
la fe te dio la vista y
viste todo:
doctores, mundo, sabios,
pura nada…,
y al buen Jesús que, sin
pedirte nada,
permitió que, visto Él,
lo vieras todo,
pues todo, sin Jesús, no
es más que nada.
Permitid, en fin, que concluya con Sabor de plenitud, el último soneto del
libro. A primera vista pudiera dar la
impresión de que abunda en lirismo y escasea en espiritualidad. Adentrados
análisis adelante, sin embargo, aprecia uno enseguida en dicha composición de
versos alejandrinos, cuya musicalidad y ritmo de los dos hemistiquios la
vuelven más atractiva y solemne, si cabe, que el soneto clásico, aprecia o
puede apreciar, digo, un reclamo a la vida, un canto a la madre naturaleza, y
una sensitiva referencia a las manos de Dios «que hace salir su sol sobre malos
y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45), y todos los días nos
regala madrugadas y atardeceres, brisa y auroras, delicioso paisaje, en suma,
al servicio de una vida encantada que deja en el ambiente:
SABOR DE PLENITUD (p. 145)
El sol de madrugada doraba el horizonte
con temblorosos rayos de
un bello amanecer;
y la brisa rizaba los
arbustos del monte
y el jardín en el valle
volvía a florecer.
Avanzaba la aurora
revestida de fiesta
sobre rubias arenas a la
orilla del mar;
y una paz infinita y un
olor a floresta
inundaban el puerto de
un feliz despertar.
En la fuente del parque,
palomas y jilgueros
en danza saltarina
chillaban mañaneros
y agitaban las aguas con
ruidosa inquietud.
Y el color de la vida,
de una vida encantada,
delicioso paisaje de
armoniosa alborada,
dejaba en el ambiente
sabor de plenitud.
Ojalá este poemario religioso deje también, en
quienes lo leáis,la plenitud de una vida entregada,por medio de la poesía y del
arte, a la incomparable belleza de Dios. Termino diciendo en la Introducción general que «me conformaría
con despertar en mis lectores el vivo anhelo de un soliloquio a los divino»
(p.16). Sería el modo mejor, a la postre, de convertir nuestra vida toda en
regalada oración al Padre, en encendida súplica del Hijo y en suave zureo del
Espíritu.
Pedro Langa Aguilar, OSA
Madrid, 23/10/13
Madrid, 23/10/13
(1) Fernando Lázaro Carreter, «El poeta y el lector», en el Ciclo Comunicación y Lenguaje poéticos, organizado por la Fundación March en 1982.
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