Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

martes, 26 de noviembre de 2013

Un grato encuentro

A mis amigos del Equipo Ecuménico Sabiñánigo,

que, desde la distancia, supieron estar presentes en la
presentación de mi libro Al son de la palabra

Con reconocida gratitud y cordial afecto,
Pedro Langa Aguilar, OSA


El pasado sábado tuvimos en Madrid la gozosa oportunidad de encontrarnos y compartir una agradable tertulia con el Teólogo y ecumenista entre otros calificativos, pero sobre todo amigo el doctor Padre Pedro Langa, quien en su gran generosidad de desplazó hasta donde nos encontrábamos los del EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO para regalarnos y dedicarnos su último libro "Al son de la palabra", fué para nosotros una gran alegría, un honor y una bendición, que nos impulsa a seguir adelante en esto de la unidad. No queremos guardarnos para nosotros este encuentro, ni nuestra gratitud y así lo compartimos con todos vosotros.

Al final reproducimos las palabras de Pedro Langa en la presentación de su libro el día 23 de octubre en Madrid.

Pedro Langa Aguilar. OSA dedicando su libro "Al son de la palabra" 
al EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÄNIGO

"A mis amigos del Equipo Ecuménico Sabiñánigo que viven sensibles y 'Al son de la palabra'. Cordialmente de Pedro Langa. 23/11/2013"


Dos momentos de la tertulia compartida con Pedro Langa en la Bibliteca del Centro Ecuménico "Misioneras de la Unidad" en Madrid. Junto a D. Pedro Langa, Daniel Vergara, Juan Manuel Fonseca y Eloy J. Torre del EQUIPO, también D. Manuel Montañés, secretario de la Delegación episcopal de Ecumenismo de Zaragoza.

MADRID. 23 octubre 2013. Presentación "AL SON DE LA PALABRA"
Intervención de su autor D. Pedro Langa Aguilar, OSA


D. Álvaro Santos, periodista. P. Pedro Langa Aguilar, OSA. P. Vicente Domingo Canet Vayá, OSA

AL SON DE LA PALABRA
-- Presentación del autor --

Abro este pórtico de gratitudes con mi reconocimiento al P. Vicente Domingo Canet, director de la Editorial Religión y Cultura,por su oportuna intervención en este acto y antes, meses atrás, por su diligente disponibilidad hacia la buena suerte de estas páginas. Quiero igualmente ponderar el fino análisis que de ellas acaba de hacer don Álvaro Santos, amigo periodista y autor de Momentos de Sabiduría, excelente librito que a la sencillez de su forma une la densidad de su pensamiento. A mi amigo don Álvaro le deben mucho las agendas de bolsillo que todos los años pone Paulinas en las librerías.

Con agrado acojo también, faltaría más, la presencia de tantos hermanos y amigos, en especial del director, profesores y alumnos del Centro Teológico San Agustín con quienes he compartido momentos académicos de feliz recuerdo. Me place de igual modo recordar a cualificados exponentes de Ediciones San Pablo y de PPC, en cuya grata compañía sigo navegando a bordo de Voces de sabiduría patrística. No quisiera esta vez olvidarme en modo alguno de Radio de la paz y Cetelmon Tv, cuyo sistema informático difunde todos los sábados mi Curso de Patrística. Ni del Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad, donde vuelco desde hace tantos lustros ya mi vocación ecuménica. Ni de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, desde luego, en cuyas aulas he disfrutado dando voz durante quince años a san Agustín.

Sentidas gracias atodos y cada uno de los aquí presentes, a mis queridos fieles de la Parroquia San Manuel y San Benito, sobremanera los que me soportan domingo a domingo en la misa de una y media y los alumnos de Agustinología, capítulo este al que se sumael de los que, de un tiempo a esta parte, frecuentan mis clases enla Parroquia de Santa Ana y La Esperanza, de Moratalaz. Cierro el abanico haciendo mención de mi querida Comunidad con su Prior al frente, P. José Luis Martínez. Igual que de nuestro Párroco, P. Agustín Otazo, dispuesto y disponible desde el principio a este encuentro. A todos, en fin, cordialmente gracias por haber acudido a la cita.

***
Dejó dicho en su día don Fernando Lázaro Carreter que «no existe una lengua poética, sino la lengua del poema, de cada poema. Y esto conduce a la consecuencia de que la poesía, o al menos una gran parte de ella, es difícil de entender». (1)  Pero no imposible, añado yo ahora. Sobre todo, si, como es el caso, el autor se brinda a proporcionar pistas de entendimiento. Sólo esta razón, ante la que sobran todas, bastaría para tranquilizar el ánimo si no fuera porque en el mensaje de la poesía caben no ya únicamente el autor que lo escribe, sino también el lector que lo recibe. De ahí que un mismo poema pueda sugerir cosas distintas según su autor, sí, pero también según su lector. El lector, por eso, puede considerarse coautor del poema.

Vayan esta vez por delante algunas claves útiles para el análisis. Diré, de entrada,que junto a la Introducción general cuentan igualmente las parciales al frente de cada sección. Todas juntas ---son ocho no más--- pueden resultar surtidores de luz para la justa comprensión de los versos.

Al son de la palabra es un título corto, sencillo, literario y armonioso. A más de uno puede asaltarle la duda de si escribir palabra en minúscula o en mayúscula. Ambas modalidades podrían servir, aunque más valdrá quedarse con la minúscula por aquella sacrosanta norma de la Academia que manda no afear la prosa con sobredosis de mayúsculas. Precisamente la ortografía surgió, entre otras finalidades, para remediar faltas léxicas a base de reglas que funcionan muchas veces con matemática precisión evitando así, por lo menos, la duda. Baste, pongo por caso, el papel del acento para que la palabra cambie de sentido según recaiga este en una u otra sílaba. No es igual, claro que no, decir cántara, cantara, que cantará. En la poesía, por lo demás, el acento es imprescindible para la métrica y el ritmo, esos ingredientes que viene a ser como el estimulante lírico de la versificación.

Con mi libro Al son de la palabra, por otra parte, he pretendido antes que nada escribir un poemario religioso cuyos versos, inspirados en la más genuina espiritualidad bíblica, aspiran a sensibilizar al lector sobre la Palabra –esta vez en mayúscula-, es decir, acerca del Verbo encarnado, de Cristo traducido a poesía dentro siempre, como es natural, de límites humanos. Él es, en efecto –salta bien a la vista-, quien sobrevuela, inspira y preside en la mayoría de los sonetos. Este solo matiz bastaría para legitimar la mayúscula en la Palabra del título, por Palabra de palabras verdadera (p. 81).

Y no sólo eso, claro es. Le dice también a quien se adentre en estas páginas hacia dónde orientar el análisis, cómo centrar su atención, cuándo acelerar o retardar el ritmo, y a quién dirigir las conclusiones. De una u otra forma, siempre es Cristo quien sale al camino, rompe el silencio, mueve el timón. Lo dice a veces su mirada. En ocasiones, su gesto. Pero sobre todo, claro está, los vocablos, esos términos líricos que anidan en la Sagrada Escritura. Él aspira, inspira y conspira a la plena radicalidad de una entrega generosa y desprendida. Y todo ello por la exigente vía del soneto, versificación hoy de las más comunes, hasta el punto de que apenas hay poeta español o hispanoamericano del siglo XX que no haya usado esta forma poética.
No hace falta decirme que me quieres
porque en la cruz clavado y suspendido
al Padre te encomiendas dolorido
y por mi vida y mis pecados mueres.

Así empieza el soneto A Cristo en la cruz (p. 53). El soneto es una de las estructuras poéticas más hermosas, probablemente la más reconocible de todas. También, sin duda, la más difícil. El Oficio divino suele presentarlo como dintel en el rezo de las Horas. Desde su aparición en Sicilia, siglo XIII, hasta nuestros días, ha sido ruta preferente de innumerables cantores, reconocidos o no, debido a la estricta disciplina formal involucrada en su composición, a su capacidad de concisión y a la intensidad emocional que esta forma poética permite alcanzar a sus más afortunados seguidores.

Al son de la palabra contiene cien sonetos, agrupados en ocho secciones cuyos titulares delatan claramente el rumbo de cada una. Son ellas: Misterio de la Navidad; Cuaresma y Semana Santa, De la Cruz a la Pascua, Estampas bíblicas y marianas, Voz, palabra y verdad, Virtud y ascesis, Cristo maestro, y Al despuntar la aurora. Cada uno de estos titulares preside un determinado número de sonetos. En Misterio de la Navidad, por ejemplo, son catorce piezas, compuestas durante el último decenio. Alguien reconocerá más de uno y más de dos por haberle llegado en el christmas. Todos esconden una historia sencilla, muchas veces incógnita, pero real, de la que mi pluma partió en su momento para navegar por las aguas del endecasílabo.

A título meramente orientador revelaré sólo la que me incitó a componer el de la Navidad 2012. Quién más quién menos todos recordáis el revuelo que Benedicto XVI armó con su libro La infancia de Jesús al decir que el Evangelio no cita expresamente a las bestezuelas del Portal. Aquello hizo a no pocos de quienes prefieren la devoción a la objetividad histórica, rasgarse las vestiduras. Medios hubo incluso que frivolizaron en demasía sobre el inteligente matiz ratzingeriano. Sensible al momento, he aquí lo que mi pluma compuso aquellos días previos a la Navidad 2012:

SIN BUEY NI MULA  (p.34)

Este año tu Portal está vacío:
sin buey ni mula haciendo compañía.
Sólo José contigo y con María,
te alivia, en el pesebre, de rocío.

Este año en tu Portal hay mucho frío,
mudo silencio y leve cercanía
de pastores que, absortos de alegría,
saben reconocer tu señorío.

Mas en Belén, Jesús, no fueron cosas
lo que pediste desde la ternura,
sino radiante amor a tu venida.

Amor de manos llenas, generosas,
de un corazón rendido a tu hermosura
que necesita sólo de tu vida.

Es evidente que la fuerza elocutiva descansa en el primer terceto. Allí donde digo: Mas en Belén, Jesús, no fueron cosas / lo que pediste desde la ternura / sino radiante amor a tu venida. He ahí el mensaje de la Navidad, de cualquier Navidad. Justamente es eso lo que Jesús nos pide cuando llega a Belén, y lo que cada uno de nosotros puede y debe ofrecerle en dicho trance, o sea: radiante amor a tu venida. Pero este arrebato ascético crece y se desborda cuando el último terceto matiza diciendo: Amor de manos llenas, generosas, / de un corazón rendido a tu hermosura, / que necesita sólo de tu vida. No escribo --nótese bien-- amor a manos llenas, sino amor de manos llenas (en implícita contraposición a manos vacías). Se trata sencillamente del amor que sólo manos llenas pueden dar.

Acercarse a la cuna de Belén con amor de manos llenas, y por llenas precisamente generosas (¿qué generosidad cabe esperar de unas manos vacías?), es hacerlo con sabiduría de lo alto: aquella que impulsa al corazón, fascinado ante la hermosura del recién nacido, a despreciar lo mundano y transitorio –-sea buey o mula, calor o frío, cuna o pajas y cuanto dichos vocablos ocultan-, y a comprender que necesita únicamente una cosa, sólo una: la vida de Cristo. En el paso del cuarteto al terceto, dura cruz a veces para los sonetistas, ejercen de cabeza de puente los pastores que, absortos de alegría, saben reconocer el señorío de Cristo. Saber reconocer el señorío de Cristo es la suprema ciencia de la espiritualidad. Y bien, únicamente la sencillez de los pastores, o sea la humildad, es capaz de reconocer el señorío de Cristo. Y sólo admitiendo un señorío así, podrá el alma encenderse en radiante amor a su venida.

He querido anteponer en portada las palabras de Fray Luis: «Dios inspiró la poesía en los ánimos de los hombres, para con el movimiento y espíritu de ella levantarlos al cielo, de donde ella procede; porque poesía no es sino una comunicación del aliento celestial y divino». De ahí el carácter religioso de mis versos. Preside en ellos siempre, o casi siempre, un secreto y ulterior sentido que los trasciende y que, como es de razón, escapa las más de las veces a la transitividad de la misma enunciación querida por el autor. Hay emociones y sentimientos que desbordan lo meramente personal, bien porque van más allá del discreto ámbito de quien escribe, o sea yo en este caso, bien porque responden a vivencias íntimas de otras personas, que mi pluma se ha encargado de volcar sobre las serenas y cristalinas aguas de la lírica.

Sirva de botón de muestra el ciego de nacimiento de Juan 9, 1-41. En realidad hay dos sonetos para este mismo episodio. Dos instantáneas. Dos ópticas. Citaré sólo la de la p. 68, donde el ciego irrumpe flanqueado por conceptos absolutos de ceguera y visión con ayuda de los adverbios de cantidad: todo y nada. San Agustín llegó a decir que en ese ciego está representado el género humano (Sermón 136 A 4). Igual que en el hombre apaleado que fue socorrido por un bondadoso Samaritano (Sermón 341, 3). Ver y no ver, o lo que es igual: visión y ceguera, son conceptos de absoluta radicalidad que, pese a su índole de polos opuestos, llegan a un punto de convergencia gracias al protagonismo de dos personas de diferente condición: el ciego y Jesús: esto es, la ceguera y la Luz. Aupado hasta los muros evangélicos para contemplar la escena, digo así:

AL CIEGO DE NACIMIENTO (p. 68)

 ¡Qué triste para el ciego no ver nada
y qué gozo en la vida verlo todo!
¡Qué deleite, y qué suerte sobre todo
nacerle a uno la vista de la nada!

¡Qué paradoja juntos todo y nada:
el ciego que de Dios lo espera todo,
y Jesús que a ese ciego le da todo
cuando el todo poco antes era nada!

Sin luz, pobre invidente, sin ver nada,
la fe te dio la vista y viste todo:
doctores, mundo, sabios, pura nada…,

y al buen Jesús que, sin pedirte nada,
permitió que, visto Él, lo vieras todo,
pues todo, sin Jesús, no es más que nada.

Permitid, en fin, que concluya con Sabor de plenitud, el último soneto del libro. A primera vista pudiera dar la impresión de que abunda en lirismo y escasea en espiritualidad. Adentrados análisis adelante, sin embargo, aprecia uno enseguida en dicha composición de versos alejandrinos, cuya musicalidad y ritmo de los dos hemistiquios la vuelven más atractiva y solemne, si cabe, que el soneto clásico, aprecia o puede apreciar, digo, un reclamo a la vida, un canto a la madre naturaleza, y una sensitiva referencia a las manos de Dios «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45), y todos los días nos regala madrugadas y atardeceres, brisa y auroras, delicioso paisaje, en suma, al servicio de una vida encantada que deja en el ambiente:

SABOR DE PLENITUD (p. 145)

 El sol de madrugada doraba el horizonte
con temblorosos rayos de un bello amanecer;
y la brisa rizaba los arbustos del monte
y el jardín en el valle volvía a florecer.

Avanzaba la aurora revestida de fiesta
sobre rubias arenas a la orilla del mar;
y una paz infinita y un olor a floresta
inundaban el puerto de un feliz despertar.

En la fuente del parque, palomas y jilgueros
en danza saltarina chillaban mañaneros
y agitaban las aguas con ruidosa inquietud.

Y el color de la vida, de una vida encantada,
delicioso paisaje de armoniosa alborada,
dejaba en el ambiente sabor de plenitud.

Ojalá este poemario religioso deje también, en quienes lo leáis,la plenitud de una vida entregada,por medio de la poesía y del arte, a la incomparable belleza de Dios. Termino diciendo en la Introducción general que «me conformaría con despertar en mis lectores el vivo anhelo de un soliloquio a los divino» (p.16). Sería el modo mejor, a la postre, de convertir nuestra vida toda en regalada oración al Padre, en encendida súplica del Hijo y en suave zureo del Espíritu.

Pedro Langa Aguilar, OSA
Madrid, 23/10/13

(1) Fernando Lázaro Carreter, «El poeta y el lector», en el Ciclo Comunicación y Lenguaje poéticos, organizado por la Fundación March en 1982.



No hay comentarios:

Publicar un comentario