Todos juntos
Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

domingo, 17 de noviembre de 2013

"QUE SEAN UNO"



por Guillermo Sánchez Vicente


“Que sean uno”

Ya ha quedado mostrado cómo la principal iniciativa en el ecumenismo cristiano la está tomando el papado. Resulta interesante comprobar cuáles son los criterios vaticanos para la unidad de los cristianos. 

Una característica destacable es el hecho de que los objetivos están determinados de antemano; el diálogo no es abierto, sino que está supeditado a la consecución del «fin último del movimiento ecuménico [que] es el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados» (Ut unun sint, 77). Se insiste en la idea de que la Iglesia ha de ser «única y visible» (Ut unun sint, 7) y se recomienda «evitar la tibieza en la búsqueda de la unidad y más aún la oposición preconcebida, o el derrotismo que tiende a ver todo como negativo» (Ut unun sint, 79). Pero estas palabras demuestran que si hay una postura preconcebida es precisamente la romana, que cierra así la puerta a un diálogo libre en el que otras confesiones defiendan sus planteamientos. 

El diálogo con las demás confesiones «tiene dos puntos de referencia esenciales: la Sagrada Escritura y la gran Tradición de la Iglesia. Para los católicos es una ayuda el Magisterio siempre vivo de la Iglesia» (Ut unun sint., 39); de esta manera, se supedita todo resultado a la propia autoridad jerárquica romana. El papa hace continuos llamados al diálogo, pero todas sus declaraciones contienen más exigencias irrenunciables de la ICR que muestras de una disposición a hablar con todas las consecuencias. El mensaje del Vaticano es nítido: el único ecumenismo válido es aquel que aproxima a las demás confesiones a las posiciones inamovibles de la ICR. Por ello resulta sorprendente que tantas denominaciones acogieran la encíclica papal como un gesto de apertura ecuménica. 

Desde el punto de vista doctrinal se exige la invocación al Dios Trino y la confesión de Jesús como Señor y Salvador (Unitatis redintegratio, 1), puntos ya asumidos por el ecumenismo protestante. Sorprende que la ICR valore positivamente el que los protestantes confiesen a Jesucristo como «Mediador único entre Dios y los hombres», cuando la propia teología católica refuerza el carácter mediador de María y de los santos; la ICR se goza de ver «a los hermanos separados tender hacia Cristo como fuente y centro de la comunión eclesiástica» (Unitatis redintegratio, 20), cuando esta verdad bíblica es definitoria en el protestantismo, mientras que en el catolicismo está supeditada a valores más prominentes como el magisterio eclesiástico. 

El acento católico está en los aspectos eclesiásticos y sacramentales: la Eucaristía, como «memorial sacrificial y presencia real de Cristo» (Ut unun sint, 79), por la cual «se significa y realiza la unidad de la Iglesia» (Unitatis redintegratio, 2); y el bautismo, pues quienes lo recibieron «debidamente [...] están en cierta comunión con la Iglesia católica, aunque no perfecta» (Unitatis redintegratio, 3), y pueden ser llamados hermanos, si bien «les falta esa unidad plena [...] sobre todo por la carencia del sacramento del orden» (Unitatis redintegratio, 22). Si algo se destaca de las iglesias reformadas es que conserven algunos «elementos valiosos de la antigua liturgia común» (Unitatis redintegratio, 23); es decir: el diálogo ecuménico se ve favorecido por aquellos rasgos propiamente católicos que las demás iglesias van recuperando, por poco bíblicos que sean: «Algunas de ellas […] han abandonado la costumbre de celebrar su liturgia de la Cena sólo en contadas ocasiones y han optado por una celebración dominical. [...] Se ha dado un relieve muy especial a la liturgia y a los signos litúrgicos (imágenes, iconos, ornamentos, luces, incienso, gestos)» (Ut unun sint, 45)

Otros de los «argumentos que deben ser profundizados para alcanzar un verdadero consenso de fe» son «el Orden, como sacramento», «el Magisterio de la Iglesia, confiado al Papa y a los Obispos en comunión con él» y «la Virgen María, Madre de Dios e Icono de la Iglesia» (Ut unun sint, 79). Nadie que siga fielmente el evangelio podrá asumir estas elaboraciones doctrinales y eclesiológicas. También el documento conciliar considera que las demás iglesias comparten otros «bienes» muy valiosos: «la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad» (Unitatis redintegratio, 3); pero precisamente estos elementos, que el protestantismo juzga como esenciales de la fe cristiana, se contemplan como algo secundario. 

El Vaticano considera la unidad de los cristianos una exigencia y «un preciso deber del Obispo de Roma como sucesor del apóstol Pedro» (Ut unun sint, 4), pues la ICR es para todos un «sacramento inseparable de unidad» (Ut unun sint, 5) y «es consciente de haber conservado el ministerio del Sucesor del apóstol Pedro, el Obispo de Roma, que Dios ha constituido como “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad”» (Ut unun sint, 88). El papa está revestido de autoridad (Ut unun sint, 92) y debe vigilar todas las iglesias (Ut unun sint, 94), cuya comunión con Roma es «requisito esencial –en el designio de Dios– para la comunión plena y visible» (Ut unun sint, 97); además el papa «puede incluso –en condiciones bien precisas, señaladas por el Concilio Vaticano I– declarar ex cathedra que una doctrina pertenece al depósito de la fe. Testimoniando así la verdad, sirve a la unidad.» (Ut unun sint, 94)

Nada del espíritu auténticamente ecuménico puede hallarse en los documentos vaticanos, que más bien reafirman las posiciones tradicionales de la ICR: «Únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación» (Unitatis redintegratio, 3), pues la «una y única Iglesia [...] subsiste indefectiblemente en la Iglesia católica [...] enriquecida con toda la verdad revelada por Dios» (Unitatis redintegratio, 4)

Tras definir estos “mínimos”, que en realidad no dejan ni un solo resquicio para un replanteamiento de lo esencial del papismo tradicional, ni permiten a otras confesiones propuestas alternativas, el papado se muestra dispuesto a «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (Ut unun sint, 95). Con esas premisas, es difícil, por no decir imposible, que algo nuevo pueda organizarse en este asunto esencial. A pesar de esta enumeración, en la que la figura de Cristo y el valor del evangelio apenas quedan recogidos, Wojtyla, siguiendo a Juan XXIII, considera que «es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos divide» (Ut unun sint, 20)

Unidad de todos los cristianos 

La principal organización mundial que pretende alcanzar la unidad de todos los cristianos es el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), organizado en 1948. Integra a 342 iglesias que suman en total unos 500 millones de fieles (enero de 2001). Su principal objetivo es «ofrecer un espacio donde las iglesias puedan exhortarse unas a otras a alcanzar la unidad visible en una sola fe y una sola comunión eucarística». Emite periódicamente declaraciones, algunas de marcado carácter político o apoyo a “movimientos de liberación”, lo que incluso ha provocado la salida del CMI de importantes iglesias como el Ejército de Salvación. 

La Iglesia Católica Romana, si bien mantiene ahora estrechos lazos con el CMI, no forma parte de él y nunca lo ha solicitado, aunque, como expresa el propio CMI, «no hay ninguna razón constitucional que impida la afiliación de la ICR». Por un lado, «la concepción que la ICR tiene de sí misma ha sido una de las razones por las que no se ha afiliado» (ibíd.); por otro, desde que la ICR se sumó al movimiento ecuménico, ha preferido promover sus iniciativas ecuménicas particulares, ejerciendo el liderazgo en el mundo, en lugar de sumarse a los avances dados por las demás confesiones. 

La Conferencia de Iglesias Europeas (KEK) reúne a ortodoxos y protestantes desde 1959. En abril de 2001 esta institución firmó con el Consejo de las Conferencias Episcopales –católicas– de Europa, la “Carta Ecuménica Europea”, que se autodefine como «norma vinculante» y que recoge «lo que puede y debe declararse oficialmente obligatorio». En mayor medida que los objetivos del CMI, los contenidos de la Carta coinciden básicamente con los documentos ecuménicos católicos romanos: se reconoce que la Iglesia «es una, santa, católica y apostólica» y se aspira a la «unidad visible de la Iglesia de Jesucristo en la única fe, fe que halla expresión en un bautismo recíprocamente reconocido y en la comunión eucarística», destacando por tanto la dimensión sacramental de la unidad. 

El documento supone un paso fundamental en el ecumenismo de las iglesias más institucionalizadas. Su cariz político es destacable; no sólo condena el nacionalismo (es decir, se declara globalista), sino que refleja un “europeísmo cristiano” que resulta sospechoso de confesionalidad: «Las Iglesias alientan la unidad del continente europeo. Sin valores comunes, ésta no puede alcanzarse de forma duradera. Estamos convencidos de que el legado espiritual del cristianismo constituye una fuerza de inspiración que enriquece a nuestro continente». Ciertamente, los líderes religiosos son conscientes del papel político que está reservado a las grandes iglesias en el advenimiento de la Época Neorreligiosa. 

Todavía hay importantes sectores, sobre todo entre las iglesias evangélicas de más reciente organización o menos institucionalizadas y entre los evangélicos estadounidenses, que contemplan con sospecha e incluso rechazo, las iniciativas “ecuménicas”, especialmente las de origen papal. En España destaca el insigne teólogo evangélico José Grau, quien en su día ya denunció, entre muchos otros falsos avances, el retroceso que supuso la “La declaración católico-luterana acerca de la justificación” de 1999, que venía a reforzar el «sincretismo (aupado por el modernismo teológico), el sacramentalismo y la negación del principio de contradicción», creando una «confusión doctrinal sin paliativos» en la que «el debate bíblico queda reducido a una cuestión de especialistas “sui generis” que parecen tener los resortes para mantener una constante ambigüedad e imprecisión en una doctrina que el Nuevo Testamento ordena proclamar con toda claridad y nitidez» 

Pero en las últimas décadas se han dado importantes aproximaciones incluso en el campo evangélico, sobre todo por el interés de unirse todos los cristianos en causas políticas o legislativas comunes. Así, la Christian Coalition of America, aunque inicialmente constituida sobre todo por personajes de tradición fundamentalista protestante (y, como tal, anticatólica) ha mostrado desde un principio significativos gestos de un creciente acercamiento a Roma. La propia encíclica ecuménica reconoce esta «apertura ecuménica» en Estados Unidos «entre los hermanos de la “Posreforma”» (Ut unun sint, 72)

Para evitar el sincretismo o que el dominio de las iglesias más poderosas se imponga sobre las exigencias de la verdad, desde una posición auténticamente cristiana debería contrastarse todo supuesto ecumenismo con las afirmaciones básicas de la fe tal y como están reveladas en la Biblia. Sólo ahí pueden confluir los verdaderos cristianos buscando una unidad auténtica. 

FUENTE:
© LaExcepción.com


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