C) DIALOGO Y COLABORACIÓN ENTRE LAS IGLESIAS
I. Planteamiento del problema
Lo que aquí hemos de decir, objetivamente, es una repetición de lo que el concilio Vaticano II dijo acerca de este tema en el decreto sobre el ecumenismo y en el decreto sobre las Iglesias católicas orientales.
Con relación a los detalles particulares podemos remitirnos a estos decretos en su conjunto y especialmente al capítulo III de “UNITATIS REDINTEGRATIO” (decreto sobre el ecumenismo). El hecho de que exista esta posibilidad muestra el trascendental cambio que se ha producido en la relación de la Iglesia católica con las otras Iglesias cristianas y comunidades eclesiales. Evidentemente, la Iglesia católica, ahora como antes, tiene conciencia de que en ella «subsiste» la única Iglesia de Cristo y, dada la concepción que tiene de sí misma (como parte de su fe en la revelación completa de Dios en Jesucristo), no puede simplemente reconocer el mismo carácter a las otras Iglesias. Pero ahora ya no considera primariamente a las otras Iglesias y comunidades eclesiales como “aquello que no debe ser” y que debe llegar rápidamente a su fin por la conversión de cada individuo, como un “cisma” y una “herejía” dignos de anatema, sino que las considera primordialmente como interlocutores de un diálogo (y de una colaboración) entre los cristianos, los cuales tienen más vínculos de unidad que motivos de separación y comparten una tarea común con relación al «mundo».
II. Bases del diálogo
La base de este diálogo es el conocimiento de lo común como realidad y tarea que todos afirman:
- la fe común en Dios y en Jesucristo como nuestro único Señor y redentor
- el reconocimiento mutuo de la buena fe, cristiana y humanamente obligatorio
- el incondicional respeto de todos a la libertad religioso
- el bautismo válido que todos han recibido y la incorporación común a Cristo
- la existencia de otros sacramentos en estas Iglesias; la convicción de que la gracia
- la justificación se dan también entre los cristianos no católicos
Además se tiene en cuenta en las bases del diálogo, lo siguiente:
- El reconocimiento de que las Iglesias no católicas, en cuanto tales, ejercen de hecho una positiva función salvífica con relación a sus miembros, y de que ellas administran y se apropian en la vida una herencia cristiana, la cual bajo algún aspecto puede no aparecer con igual claridad en la Iglesia católica;
- La persuasión de que las Iglesias no están separadas desde todos los puntos de vista, de que no se trata solamente de «hermanos separados»
- El conocimiento de la culpa común en el origen de la escisión eclesiástica, la cual no puede imputarse sin más a los cristianos de hoy, de modo que no es lícito considerar a los otros como «herejes formales»
- El reconocimiento de que la «faz» concreta de la propia Iglesia, que tiene necesidad de constante penitencia y reforma, obscurece el testimonio de su origen en virtud de la voluntad fundacional de Cristo
- El reconocimiento de la vida cristiana en las otras Iglesias (hasta el martirio), la cual contribuye también a la edificación de la Iglesia católica
- La preocupación, común a todos, por la unidad de la Iglesia.
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