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Un espacio propuesto por EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

miércoles, 9 de octubre de 2013

ECUMENISMO, cuatro autores (3ª parte)


B) TEOLOGÍA ECUMÉNICA

I. El lugar de una teología ecuménica

Desde hace unos veinte años existe en la discusión teológica de las distintas Iglesias y denominaciones cristianas el concepto de «teología ecuménica». Por razón de la contradicción existente entre el artículo del credo sobre la única Iglesia de Jesucristo y la escisión fáctica de la misma, este concepto ha venido a ser hoy día para la teología cristiana de todas las confesiones y en todas sus disciplinas una cuestión de veracidad y un criterio de reflexión en el pensamiento teológico. Esto es comprensible por los problemas que plantea la predicación. 

El evangelio de Jesucristo debe anunciarse en diálogo con el mundo de hoy. Este evangelio habla de realidades, como la cruz y la resurrección, que no coinciden simplemente con lo mundano, pues nuestra salud y redención no es el mundo, sino Cristo. Ahora bien, su carácter supramundano ha de hacerse creíble precisamente por la unidad de la Iglesia en la fe y el amor. El Nuevo Testamento presupone esa unidad y desconoce una separación entre las Iglesias. Bajo esa perspectiva la división de las Iglesias es un escándalo que está en contradicción con la palabra de la Escritura; y, consecuentemente, en la actualidad todas las Iglesias deben buscar caminos para eliminarlo. Esto sólo es posible si las Iglesias entablan entre sí un amplio diálogo en el que se aborden todas las cuestiones relativas a la inteligencia del mundo, de sí mismas y de la fe. Este diálogo tan necesario en nuestro tiempo, tiene como antecedente todo un pasado de encuentros y polémicas entre las Iglesias.

II. Formas anteriores de encuentro y discusión confesional

1. La Teología ecuménica de hoy tiene como verdadera contrapartida la amplia polémica entre las Iglesias en tiempos anteriores. La polémica se sostuvo por ambos lados con la creencia de encontrarse en posesión exclusiva de la verdad, y con la consecuente persuasión de que el otro estaba en el error y, por tanto, fuera del camino de salvación.

Como esto no es una cosa indiferente, había que intentar por todos los medios sacarlo de su falsa fe y llevarlo de nuevo a la verdadera Iglesia. La pretensión de ser la Iglesia verdadera fue defendida lo mismo por los católicos que por las confesiones protestantes. La creencia de estar en posesión exclusiva de la verdad halló su expresión en una doctrina objetiva, articulada en proposiciones, donde las cuestiones quedaron demasiado atomizadas y particularizadas, sin atender al lugar teológico ni al contexto del respectivo enunciado. En la polémica se trataba de defender la propia verdad con pasión religiosa, que veía siempre al otro como hereje peligroso, y de refutar punto por punto la doctrina del contrario, considerando a menudo lo secundario como esencial y olvidando lo esencial, de forma que, por razón del método mismo, tenían que producirse tergiversaciones y deformaciones. De antemano se juzgaba que el propio pensamiento era exacto, sin examinarlo críticamente, de forma que las propias tesis nunca se sometían a discusión y los polemistas jamás intentaban ir más allá del propio pensar. Esto condujo naturalmente a un endurecimiento por ambos lados, a un estrechamiento y una posición unilateral en los puntos de vista.

2. Junto a la polémica también se dio siempre la irénica (propio del irenismo: Actitud pacífica y conciliadora. Doctrina que preconiza la paz a ultranza) confesional. En ésta pueden incluirse los teólogos que se esforzaron apasionadamente por la reconciliación y paz de las Iglesias, elaborando programas concretos de unión. 

Cabe mencionar varios grupos mayores, los cuales, aunque estén desconectados entre sí, pueden reunirse bajo el concepto general de irénica. Aquí entran primeramente los esfuerzos de unión influidos directa o indirectamente por Erasmo de Rótterdam, que se orientaban preferentemente por la imagen de la Iglesia antigua y en los que tenía especial importancia la distinción entre artículos fundamentales o no fundamentales de la fe (Melanchthon, Bucero, Gropper, Witzel, Cassander, Capito, de Dominis, Calixto, Leibniz). Aquí se valoró insuficientemente la importancia histórica de las decisiones dogmáticas en la doctrina y vida de las Iglesias. Así lo muestra la idea propuesta por Erasmo de Rótterdam de que cada Iglesia redujera sus pretensiones dogmáticas, pues esto conduciría a la unidad. 

Entre los teólogos irenistas hay que contar también a los místicos espiritualistas (Sebastian Franck, Kaspar Schwenckfeld, Valentin Weigel, Jakob Bohme), quienes espiritualizando radicalmente el concepto de Iglesia, creían haber creado espacio para todas las confesiones y haber restablecido así la unidad. En los grupos creados por ellos se preludiaba ya el pietismo, aun cuando éste no sea una prolongación inmediata de la herencia intelectual de los espiritualistas místicos. 

Zinzendorf veía las Iglesias confesionales como modalidades y expresiones de la Iglesia una y verdadera de Jesucristo (la llamada teoría de los tropos). Por eso en su comunidad de hermanos tenían su puesto legítimo creyentes de todas las Iglesias confesionales, con lo que, en principio, sin negar las Iglesias, mantuvo abierta la unión con todas. A pesar de sus diferencias, la teoría anglicana de las ramas tiene puntos de contacto con la doctrina de Zinzendorf sobre los tropos. Según la teoría de las ramas, la Iglesia católica, la ortodoxa y la anglicana deberían tenerse por ramas de la Iglesia una de Jesucristo (cf. confesionalismo).

3. Mientras que la irénica tuvo siempre a mano un concepto para resolver la cuestión de la unidad de la Iglesia, la simbólica siguió otros caminos y se interesó por la comprensión, exposición, comparación y el enjuiciamiento de la doctrina de las Iglesias particulares. 

Pueden distinguirse dos clases de simbólica y de enfoque de la misma: 

a) una puramente comparada, que se interesa tan sólo por la comparación de la doctrina, a menudo por motivos puramente históricos, (por ejemplo Winer), 

b) una simbólica normativa, que, partiendo del terreno de la propia Iglesia, elabora criterios aptos para juzgar la doctrina de la otra Iglesia (por ejemplo Móhler).

4. La simbólica halla su continuación en la confesionología, que tiene por objeto la descripción de la doctrina y vida de las otras Iglesias. Junto a una confesionología puramente descriptiva (cf. Algermissen), hay otra dogmática o normativa (cf. Ernst Wolf, Karl Barth).

5. Citemos finalmente la teología controversista, cuyo objeto es la discusión de lo que separa a las Iglesias. Donde se entiende como forma principal del encuentro confesional (R. Kósters), cabe preguntar si ella no aísla demasiado las diferencias. Pues, elaborando primero y preferentemente la fe y el pensamiento común de las iglesias, se llegaría mejor al fin ecuménico de la superación de las diferencias, que no concentrando la mirada sobre lo que separa. Desde este punto de vista, sin duda la teología controversista representa una parte importante de la teología ecuménica, pero no debe acentuarse excesivamente la importancia de la misma.


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