III. Sentido teológico del término «ecuménico»
En la historia de las Iglesias cabe mostrar cinco sentidos del término «ecuménico», los cuales todavía hoy tienen una importancia fundamental para la teología y para su tarea especial en la predicación de la Iglesia. Ecuménico significa:
1°, lo que pertenece a toda la tierra habitada o la representa; aquí entra también el uso del vocablo «ecuménico» en el imperio romano: lo que pertenece al imperio romano o lo representa;
2°, lo que pertenece a la Iglesia en su totalidad o la representa;
3°, lo que tiene validez en la Iglesia universal (los concilios antiguos); desde Nicolás Selnecker (1574), en las Iglesias luteranas se llaman también símbolos ecuménicos los tres credos de la Iglesia antigua;
4°, lo que atañe a las relaciones entre varias Iglesias o entre cristianos de distintas confesiones;
5°, el conocimiento de la unidad cristiana y el deseo de la misma (movimiento ecuménico).
Si se ponen estas cinco significaciones del término «ecuménico» en relación con lo que es la teología y el fin a que sirve, resultan los siguientes puntos de vista:
a) La teología debe permanecer consciente de que la revelación de Dios en Jesucristo, así como su predicación por la Iglesia está dirigida a todos los hombres. Este aspecto universal exige a la teología que ella no confunda el resultado de la especulación occidental con la revelación misma en Cristo Jesús. Y así abra a otras culturas la posibilidad de articular su inteligencia de la revelación a base de su propio lenguaje y sus propios conceptos. E igualmente abra la posibilidad de una auténtica pluralidad en la teología.
b) Esta pluralidad de teologías estaría sostenida por la Iglesia una y se realizaría sabiendo que la teología es siempre función de la Iglesia y acontece en medio de ella.
La pluralidad de la teología fue por mucho tiempo el signo más claro de la pluralidad de Iglesias, siendo de notar que los límites de la teología eran a par los límites de las Iglesias. Para poder llevar realmente a cabo la tarea de la teología como asimilación universal de la revelación acontecida en Jesucristo frente a los problemas del mundo moderno con sus múltiples divisiones, se requiere una pluralidad de teologías variadas dentro de la Iglesia una, y no una pluralidad de teologías de Iglesias diversas.
c) En este contexto se plantea la pregunta por la norma y por el significado de la tradición de las Iglesias. Estas cuestiones se plantean en relación con el factor normativo que contiene el concepto de «ecuménico» cuando se aplica a los antiguos concilios y los símbolos de fe. Sobre este punto hemos de decir lo siguiente: para que la realidad expresada en la Escritura pueda ser escuchada de cara a los problemas y a la situación de nuestro tiempo, se requiere una exposición de la misma. En este proceso expositivo, la norma suprema y, por tanto, la norma de todas las otras normas es dicha realidad de la Escritura, o sea, su centro interno o su contenido central: Cristo y su obra salvadora. Sólo desde ese centro y en referencia a Él ha de interpretarse la tradición propia de cada Iglesia y la tradición común.
Esta tradición dogmática de las Iglesias, así interpretada y no de otro modo (pero realmente interpretable así), ha de integrarse en la nueva exposición del evangelio para nuestro tiempo. Expongamos esto con mayor detención. La investigación científica de la teología en el siglo XX ha obtenido resultados muy importantes para el encuentro teológico entre las Iglesias. Estos son fruto de un amplio trabajo sobre el problema de la historia e historicidad y sobre el de la hermenéutica, temas que están entrelazados entre sí de diversos modos. Considerados en su contenido, esos resultados de la investigación de nuestro siglo son una articulación de criterios formales para entender el mensaje cristiano y sus interpretaciones en la tradición común y en la tradición de cada Iglesia.
Mencionemos los siguientes criterios: estructura intelectual, horizonte mental, historicidad, diversidad de lenguaje, etc. Ellos significan que todo dogma y credo se realizó en una hora histórica concreta, que todo dogma presupone una estructura intelectual perfectamente determinada y hasta participa de ella; sin conocerla es imposible entender ningún dogma. Significan además que hay formulaciones de lo cristiano de cara a frentes diversos, que deben deslindarse con exactitud y precisión, las cuales se proponen (por lo menos según su intención objetiva) conservar el evangelio salvándolo del ataque demoledor de esos frentes. Cuando cambian los frentes, se requiere una nueva exposición de la realidad del evangelio; y para ello deben aplicarse los criterios mencionados. Lo dicho abre para el dogma y la profesión de fe la dimensión de lo dinámico, en virtud de la cual toda formulación (y esto constituye un interno factor constitutivo de toda formulación) es capaz de integrarse en una formulación que interprete mejor y más claramente la realidad del evangelio, que es Jesucristo.
La continuidad de la predicación se guarda no por una mera repetición de viejas formulaciones, sino por la proclamación de la realidad del evangelio (= Cristo) significada en las fórmulas. De este modo, el dogma y la profesión de fe son sacados del terreno de lo estático y quedan insertados de nuevo en el contexto vivo de la predicación sobre Jesús y su mensaje como misión propia y única de la Iglesia.
d) El proceso de la nueva exposición de la realidad del evangelio para nuestro tiempo, en el cual están integradas las tradiciones de las Iglesias, por ser interpretadas desde su centro, que es Cristo, sólo puede llevarse felizmente a cabo, si las Iglesias entablan entre sí un amplio diálogo y se sienten movidas exclusivamente por la palabra de Dios y por las cuestiones del tiempo actual.
Este diálogo ha llevado en la reciente teología católica (en medida considerable por el intenso estudio de la teología protestante) a varios resultados concretos, por ejemplo, al de la doctrina de la justificación, la predicación sobre Cristo -el centro del evangelio-, la Escritura, la tradición, la palabra, los sacramentos, la fe, las obras, la Iglesia como creación de la Palabra, el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, etc., constituyen temas de la teología que objetivamente no son objeto de controversia o no tienen por qué serlo. Así pues, en lo relativo al centro de la vida y doctrina de las Iglesias, es de todo punto imaginable una unión y se da de hecho. Desde este centro ha de interpretarse todo lo demás, supuesto que entendamos cómo lo que hay en las Iglesias -hasta la institución entera, pues sólo desde ahí está justificada - quiere estar al servicio de ese centro.
e) Este diálogo sobre la realidad misma del evangelio y el intento de resolver en común las cuestiones pendientes partiendo de la fe en que todos comulgan, ayudarán también a superar las diferencias aún existentes entre las Iglesias. Estas diferencias, a la postre, pueden reducirse exclusivamente a cuestiones eclesiológicas.
Para mostrar el lugar exacto de las diferencias se pueden distinguir dos planos:
1°, las estructuras internas de la Iglesia.
2°, la concreta realización de estas estructuras en las iglesias existentes.
A base de esta distinción se pone de manifiesto que, en principio, puede lograrse unanimidad sobre el hecho de que existen ciertas estructuras internas en la Iglesia. Y, realmente, nadie niega la articulación de la Iglesia según diversos ministerios (predicar - oír, administrar - recibir, etc.).
También es fácil la concordia sobre la imposibilidad de cambiar arbitrariamente esa estructura interna. De donde se sigue que las diferencias existentes aparecen a la postre en segundo plano, en el plano de la realización concreta de estas estructuras internas en las iglesias. Ahora bien, aquí hay que preguntarse si, por razón de la situación de controversia teológica entre las iglesias sobre doctrina y vida, no se habrá procedido unilateralmente en la realización de las estructuras eclesiásticas; y si, por tanto, actualmente no se podría y debería abrir un diálogo sereno para ver en qué medida la articulación de la Iglesia puede realizarse mejor y de manera más conforme al evangelio.
Una Teología ecuménica así entendida no plantea exclusivamente la cuestión sobre la unidad de la Iglesia, sino que quiere ser entendida como camino hacia la unidad en el sentido más amplio posible.
IV. Resultado
En conclusión, la Teología ecuménica no es una nueva disciplina especial junto a otras disciplinas teológicas. Es más bien un elemento estructural y una dimensión de la teología entera en todas sus disciplinas. Está movida por la pregunta acerca de la escisión en la fe y acerca de su posible superación. No acepta la separación simplemente como un hecho, intentando petrificarla en la historia de la teología, sino que percibe en ella una llamada a superarla «para que el mundo crea».
La Teología ecuménica es además una reflexión teológica sobre los puntos comunes, una teología que ha descubierto cómo éstos son proporcionalmente mayores que las diferencias, las cuales son descubiertas y valoradas en el horizonte de lo común. Con ello se crea una nueva posibilidad de encuentro y apertura. Esta nueva apertura convierte la Teología ecuménica en una teología de la inteligencia mutua, la cual no sólo tiende a comprender al otro, sino que se esfuerza especialmente por exponer la propia fe y el propio pensamiento creyente de suerte que los pueda entender el otro a base de sus presupuestos teológicos y en el contexto de su teología.
La Teología ecuménica es además una teología del origen y de las fuentes, a la que interesan la realidad interna y el centro de la Escritura, así como su predicación de acuerdo con las exigencias del tiempo.
La Teología ecuménica es finalmente una teología del diálogo, la cual sabe cómo Dios dialoga constantemente con el hombre y cómo nosotros en cada hombre hablamos al tú eterno de Dios. Un Dios que no habla es un Dios muerto, y una Iglesia que se situara fuera del diálogo, atestiguaría solamente la muerte de Dios, pues lo que predicara -la palabra de Dios, que por naturaleza quiere ser oída y recibir respuesta-, ya no sería ninguna palabra. Esto significa para todas las Iglesias que sólo el diálogo entre ellas, desarrollado en, con y bajo la palabra de Dios, y sólo su diálogo en común con el mundo de hoy, les ayudará a cumplir su auténtica misión en conformidad con el evangelio (Iglesia y mundo).
Johannes Brosseder
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