EL ECUMENISMO EN MARZO DE 2013
LA VIRGEN DE LA HUMILDAD
EN EL CAMINO HACIA LA UNIDAD (II)
Por Prof. Dr. Pedro Langa Aguilar, OSA
CASTELGANDOLFO
Palacio de Castelgandolfo: 23.III.2013 por la mañana.
El papa Francisco
y el papa emérito Benedicto XVI admiran el icono de la Madre de Dios Mira mi
humildad.
(Foto de la Église Orthodoxe Russe : https://mospat.ru/fr/2013/03/23/news82847/ ).
El 23 de marzo de 2013 el papa Francisco
volaba en helicóptero por la mañana desde el Vaticano a Castelgandolfo, donde
aterrizo a las 12:15 horas, para visitar al papa emérito Benedicto XVI. Era la
primera vez que se veían después de la
elección del cónclave el día 13. Las cámaras de televisión y medios de todo el
mundo no quisieron perderse el momento, de veras histórico, aunque aguardaron
inútilmente a verlos asomarse juntos al balcón. Las cámaras –se supone que
oficiales- grabaron el encuentro en interiores.
Después de una breve oración en la capilla, el papa Francisco, seguido
lentamente por Benedicto XVI, pasó a la sala contigua, biblioteca, donde
mantuvieron una entrevista de 45 minutos. Fue allí donde Francisco le hizo
entrega a Benedicto XVI del obsequio que el día 20 había recibido de Hilarión. También
esta vez, tanto como el hecho en sí del obsequio, revisten mayor interés acaso las
palabras en italiano del papa actual y del emérito. Francisco, tras referir de
qué se trataba y sin duda con el recuerdo aún del Metropolita, prosiguió: « Me
ha dicho (Hilarión) que (el icono) se llama Nuestra
Señora de la Humildad [en ese preciso instante replica como un autómata
Benedicto: ¡de la humildad!], y…, me
permita decirle una cosa, yo pensé en usted [momento en que Benedicto XVI
aprieta entre sus manos la derecha de
Francisco], tan humilde en vuestro pontificado. ¡Nos ha dado [usted] tantos
ejemplos de humildad en su pontificado! ¡De verdad, de ternura! He pensado en
usted». El comentario de un Benedicto XVI algo encorvado y con la voz quebrada de
emoción es elocuente en su expresiva brevedad: « ¡Gracias! ¡Qué
regalo! ». Y todavía en el corte que ha llegado de los medios, se puede
oír al papa Francisco que dice: « Yo no sabía que existiese este
icono ». Y Benedicto, rápido: « Tampoco yo…» [y ahí el corte]. De
donde se deduce la admiración de ambos por el sentido espiritual del icono.
Emocionante, sin duda. Por el colorido, por el contenido y por el profundo y
delicado sentido de la circunstancia. Bastaría traer a la memoria para
interpretar estas escenas el bellísimo episodio en Caná de Galilea, donde «dio
Jesús comienzo a sus señales» (Jn 2,11). No perdamos de vista que Jesús procedió
a ruegos de su Madre, la cual, bien segura del corazón del Hijo, fue tan breve como
persuasiva con los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Reconforta
lo suyo, sin duda, que la Iglesia católica y las ortodoxas por medio de la más
numerosa de todas, la rusa, hayan protagonizado este hermoso gesto a través de
sus máximos dirigentes. Las circunstancias, por lo demás, no dejan de ser
esclarecedoras. Lo son, incluso, para entender en su justa medida el pontificado de Benedicto XVI, comprendida su
renuncia. A mí me parece que, más allá de la cortesía y de las buenas maneras
que lo presiden, está, para el ecumenismo, el hondo contenido evangélico de
unas escenas a la postre sublimes de puro sencillas.
La teología dice que será imposible trabajar en la Unidad si prescindimos
del papel en ella de la Santa Madre de Dios. Desde su hermoso icono de la
Humildad, Ella se las arreglará para que los cristianos comprendamos que, a
través de esa Via humilitatis se
puede escalar el inmenso Himalaya de la unidad ecuménica. Tal vez no sobre recordar
la frase maestra de san Agustín, que algunos adjudican a santos medievales y
modernos sin darse antes una vuelta por la patrística. A Benedicto XVI, que
tanto sabe del Hiponense, le sonarán familiares las palabras con que san
Agustín exhortó a Dióscoro sobre el camino espiritual: «Primero, la humildad;
segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras
tantas te diré lo mismo. No es que falten otros que se llaman preceptos; pero
si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones,
para que miremos a ella cuando se nos propone, nos unamos a ella cuando se nos
allega y nos dejemos subyugar por ella cuando se nos impone, el orgullo nos lo
arrancará todo de las manos cuando nos estemos ya felicitando por una buena
acción […]. Cuantas veces me preguntes, acerca de los preceptos de la religión
cristiana, me gustaría descargarme siempre en la humildad, aunque la necesidad
me obligue a decir otras cosas» (Carta 118,22).
Parece, sí, una novela, pero estamos, en realidad, ante
la pura esencia ecuménica.
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