Canto de alabanza, canto de justicia
CLAVE:
11ª Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias
KARLSRUHE (Alemania)
- "El canto de María, que conocido como el «Magnificat», es uno de los más importantes de la tradición litúrgica de la Iglesia. La parte que la gente suele memorizar es la primera frase: "Proclama mi alma la grandeza del Señor" (en latín: Magnificat anima mea Dominum). Una frase preciosa. Sin embargo, el canto de María no se detiene ahí. En el primer capítulo del Evangelio de Lucas encontramos el canto completo."
Texto: Lucas 1, 46-55
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
47se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
48porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
49porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
50y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
51Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
52derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
53a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
54Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
55—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre»
(Lucas 1,46-55 SBVO)
El canto de María, que conocido como el «Magnificat», es uno de los más importantes de la tradición litúrgica de la Iglesia. La parte que la gente suele memorizar es la primera frase: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» (en latín: Magnificat anima mea Dominum). Una frase preciosa. Sin embargo, el canto de María no se detiene ahí. En el primer capítulo del Evangelio de Lucas encontramos el canto completo.
Cuando examinamos el texto, podemos entender mejor la razón por la que María elevó su canto de alabanza a Dios y su contexto. Hay al menos dos puntos importantes.
En primer lugar, María alaba a Dios porque ha experimentado sus grandes obras en su propia vida (v. 49). En este caso, alabar a Dios no es sólo un ritual o una actividad religiosa. La alabanza a Dios nace de la experiencia personal, es decir, de la constatación de lo que Dios hace en nuestra vida.
En segundo lugar, María alaba a Dios porque creyó y fue testigo de las acciones de Dios que establecen la justicia para las personas. Dios «ha mirado la humildad de su esclava» (v. 48), «enaltece a los humildes» (v. 52) y «a los hambrientos los colma de bienes» (v. 53), pero «dispersa a los soberbios de corazón» (v. 51), «derriba del trono a los poderosos» (v. 52) y «a los ricos los despide vacíos» (v. 53). En este punto nos estremecemos. Las palabras de alabanza de María, que al principio parecían piadosas, suenan ahora muy revolucionarias y subversivas.
Podemos preguntarnos: ¿por qué los poderosos y los ricos son vistos de forma tan negativa? Aunque actúen injustamente, ¿no sería mejor que rezáramos por su conversión? Sabemos que los escritores bíblicos no dudan en hablar de buenos ricos (por ejemplo, José de Arimatea, que proporcionó la tumba de Jesús, es «un hombre rico y también un discípulo de Jesús» – véase Mateo 27,57) y de «un rey que está dispuesto a defender la justicia» (por ejemplo, el rey Agripa, que comprende bien el proceso judicial del apóstol Pablo – véase Hechos 26). Esto significa que hay una clara conciencia de que los ricos pueden ser buenos y que los poderosos pueden hacer justicia. Ser rico y poderoso no es lo mismo que ser malo. Así, podemos decir que los poderosos y los ricos, como personas, al igual que cualquier otro ser humano, no están excluidos del amor incondicional de Dios. Tal vez, entonces, lo que se quiere decir es que Dios destruirá el sistema de injusticia por el cual algunos llegan a ser poderosos y ricos, y otros son pobres y oprimidos.
De la canción de María, pues, aprendemos que alabar a Dios está estrechamente relacionado con la realización de la justicia en la sociedad. En concreto, glorificar a Dios significa elevar la dignidad y el valor del ser humano luchando por la realización de la justicia en la tierra. Así, nuestra alabanza y nuestras oraciones deben movernos a participar en la lucha por la justicia. Y así nuestro compromiso por la justicia se convierte en una forma de glorificar a Dios.
PARA REFLEXIONAR:
- ¿Qué experiencias te han llevado a alabar y a proclamar la grandeza de Dios?
- ¿Se manifiesta cada vez más la justicia en tu familia, iglesia, lugar de trabajo y el entorno en el que vives? ¿Cuál sería tu respuesta si vieras que suceden allí injusticias?
- ¿Qué podrías hacer para que tu alabanza y tus oraciones estén más integradas en la lucha por la justicia?
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