EL ECUMENISMO: UN COMPROMISO DE TODO CRISTIANO
El cardenal Walter Kasper, que fue presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, al hablar de ecumenismo y su objetivo lo define como la unidad de la Iglesia en la fe, en los sacramentos, sobre todo en la común celebración de la eucaristía, y en el ministerio jerárquico.
Etimológicamente, la palabra ecumenismo viene del término griego oikoumene, que significa "universal". Aplicado a nuestro caso significa el movimiento que trata de reunir a todas las Iglesias cristianas de cara a la evangelización del mundo. El ecumenismo es una marcha hacia la unidad por la oración, la renovación o conversión y el diálogo para la misión.
La finalidad del diálogo ecuménico es la plena comunión de las Iglesias divididas actualmente. Llegar a cumplir la voluntad de Cristo de que todos sus discípulos sean uno. Creyentes todos en Jesús, los cristianos lo confiesan como el Hijo de Dios y el hijo de María, verdadero Dios y verdadero hombre. Sintiéndose ya unidos por lazos muy fuertes, aunque todavía imperfectamente desde el punto de vista eclesiológico, buscan la plenitud eclesial, aun sabedores que se mantendrán las ricas diversidades eclesiales con otras experiencias venidas también del Espíritu Santo.
¿Qué Cristianismo es el que desea hoy evangelizar en un mundo indiferente a lo religioso? ¿Será un Cristianismo dividido, como ha sido habitual en la historia? ¿Qué confusiones pueden proceder de escuchar las distintas versiones de su doctrina?
En esto quiero recordar que la base bíblica del ecumenismo es la petición de Jesús al Padre para que "todos sean uno". "Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Jn 17, 21). En nuestra unidad --que no quiere ser uniformidad-- se juega nuestra credibilidad y nuestra pretensión de ser la religión en la que la revelación ha llegado a su plenitud en Cristo.
"La división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura" (Juan Pablo II, Ut unum sint, 6) (UUS). Hay otra cuestión que nos está exigiendo un compromiso serio a favor del ecumenismo, y es el diálogo con las otras religiones. Pero ¿qué retos plantea el diálogo interreligioso al ecumenismo?
a) En primer lugar el esfuerzo por la renovación del concepto de misión. Es decir, de dar el salto de ir allí no solamente para que los otros se conviertan, sino también para reconocer y aprender de los otros. Y
b) Reconciliación para un testimonio común. La clara vocación evangelizadora choca con la escucha del mensaje que deseamos transmitir, que es Jesucristo.
Esto lo puso bien claro la segunda Asamblea ecuménica europea de Graz (1997), que tenía como lema ´Reconciliación: don de Dios y fuente de nueva vida´.
Dice así: "Confesamos juntos ante Dios que hemos oscurecido la unidad por la que oró Cristo. Hemos presentado al mundo el espectáculo indigno de una cristiandad desgarrada por las divisiones. Esta es una fatal consecuencia del hecho de que a través de la historia se han sacado diferentes conclusiones para la vida de nuestras iglesias. Esto ha llevado con frecuencia a mutuas acusaciones, condenas y persecuciones. De esta manera, la credibilidad de nuestro testimonio cristiano común se ha debilitado".
Al final de esta breve reflexión, quisiera evocar la memoria de uno de los cristianos que más ha aportado al tema del diálogo ecuménico, me refiero al dominico P. Jean-Marie Tillard. Cuenta éste teólogo canadiense, recientemente fallecido, que un amigo suyo le comentó una vez: "Amigo Tillard, en nuestro universo usted desperdicia su tiempo y sus energías; sus disputas ecuménicas, sus diálogos en todas las direcciones, no son más que un sueño... Tal vez -respondió Tillard-, pero los sueños tienen el poder de transformar el mundo si se los cree. Los cristianos están convencidos --y no son los únicos-- de que el diálogo encuentra aquí su sentido. Un sueño loco, pero que en su fragilidad, alcanza lo que la carta a los Efesios dice de la cruz, ella también es locura, locura....¡de Dios!"
Así pues, el padre Tillard, poco antes de morir, estaba convencido que los sueños tienen el poder de transformar el mundo si se los cree.
La unidad no la podemos hacer nosotros, la unidad es un don del Espíritu, a quien debemos orar para que la unidad entre todos se haga posible.
FUENTE:
https://www.diariocordoba.com/
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