El movimiento ecuménico, ¿cómo surge?
El movimiento ecuménico busca la restauración de la unidad de los cristianos. Durante muchos siglos hemos sido testigos de las divisiones y divergencias suscitadas a lo interno de la Iglesia Católica Universal dando origen a una serie de denominaciones cristianas no católicas. Durante el siglo XX el movimiento que ha tomado como bandera incansable la misión de establecer puentes de diálogo para que las distintas confesiones cristianas busquen y encuentren espacios de unidad ha sido el Movimiento Ecuménico.
En el año 1054 se suscitó el Gran Cisma que separó a las Iglesias de Occidente y Oriente. En el siglo XVI se producen dos nuevas divisiones de impacto. Por un lado, la reforma protestante del monje católico Martín Lutero a partir de 1517 y, por otro, la ruptura de la Iglesia de Inglaterra (anglicana) en 1540, con lo que ambos eventos terminaron de fragmentar el cristianismo a niveles mundiales hasta llegado el siglo XIX. Después de tantos siglos de amargas divisiones ha despertado entre los cristianos un nuevo espíritu en busca del acercamiento y la unidad mutua.
Los orígenes del movimiento ecuménico datan de principios del siglo XIX, sin embargo, su despliegue y desarrollo se dará durante el mayor acontecimiento religioso del siglo XX, el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), que tuvo como uno de sus principales objetivos “promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos”. El Concilio marcó el gran comienzo de la era ecuménica a lo interno de la Iglesia Católica.
Al Concilio asistieron varias denominaciones cristianas como observadores, creando una nueva atmósfera de diálogo y fraternidad ecuménica. En el Concilio la Iglesia selló su compromiso de trabajar por la unidad de los cristianos. Desde entonces, la actividad ecuménica ha sido inspirada y guiada por diversos documentos e iniciativas de la Santa Sede y, en las Iglesias particulares, por documentos e iniciativas de los Obispos, de los Sínodos de las Iglesias orientales católicas y de las Conferencias episcopales.
Antes del Concilio la Iglesia buscaba el restablecimiento de la unidad cristiana exclusivamente como un regreso de nuestros hermanos separados a la verdadera Iglesia de Cristo. Luego del Concilio se llevó a cabo un cambio radical: en lugar del antiguo concepto del ecumenismo de regreso, hoy domina el de un “itinerario común” que orienta a los cristianos hacia la meta de la comunión eclesial, entendida como una unidad en la diversidad reconciliada.
Los documentos más importantes que sustentan el ecumenismo en la Iglesia Católica son: (1) Decreto conciliar Unitatis redintegratio (Restauración de la Unidad) sobre ecumenismo (1994); (2) Carta encíclica Ut unum sint (Que sean uno) de San Juan Pablo II (1995); (3) Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo. La instancia del Vaticano que coordina toda actividad ecuménica es el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.
El ecumenismo ha contado con el respaldo de los últimos pontífices: San Pablo VI (1963-1978), San Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI (2005-2013). Más recientemente, el papa Francisco (2013) ha profundizado en el compromiso ecuménico adoptando pasos significativos para continuar el camino hacia la unidad de todos los que creemos en Cristo.
Su acento ha estado puesto en “superar muchos prejuicios y malentendidos del pasado, escuchar sin suspicacias, dialogar sin imponer, siempre con la verdad del Evangelio”. El concepto que resume su pensamiento y actuar es “ecumenismo del camino” que significa “caminar juntos en la oración, en las obras de caridad y en el testimonio de fe”.
Sus 32 viajes apostólicos internacionales a 48 países del mundo evidencian su interés en afianzar las relaciones fraternales con todas las Iglesias cristianas y no cristianas.
Una de las celebraciones ecuménicas más importantes que se llevan a cabo anualmente en el mundo es la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que se realiza del 18 al 25 de enero. Las Semanas de Oración son guiadas por un tema, siempre un versículo bíblico. Para el año 2020 el tema fue: “Nos trataron con una solicitud poco común” (Hechos 28: 2).
El ecumenismo ha producido numerosos frutos visibles en diversos ámbitos, desbloqueando los rígidos muros confesionales que habían levantado las Iglesias y comunidades cristianas durante los últimos siglos. El diálogo de la Iglesia con los cristianos no católicos es una realidad incuestionable, razón más que suficiente para que los diversos contratiempos no nos lleven al desánimo.
El futuro del ecumenismo depende en gran medida de una firme y sólida “espiritualidad ecuménica” que dé eficacia, fecundidad y estabilidad a los esfuerzos que, en el terreno doctrinal, en la cooperación común y en el testimonio, vienen realizando las Iglesias y comunidades eclesiales. Sin ella, no será posible lograr la restauración de la unidad.
El mundo moderno nos sobrecoge cada día más con toda clase de inventos innovadores que hacen la vida en este planeta más llevadera. Sin embargo, la “violencia, la inseguridad y la corrupción” figuran entre los principales males que aquejan a toda la humanidad, males que comienzan en la base del núcleo social: la familia.
El movimiento ecuménico tiene ante sí la gran oportunidad de dar esperanza a nuestra sociedad poniendo en el centro de su atención el tema de la “dignidad humana” pensando en el bien común, en la equidad social, en los derechos de las generaciones futuras, en la ecología integral, instando a que se profundicen acciones que se sustenten en la ética y la moral.
Sin lugar a dudas, tenemos en este momento una inmensa tarea que sólo podemos afrontar si estamos unidos: con Dios, entre nosotros los católicos y con todos los cristianos
FUENTE:
https://www.elheraldo.hn/
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