NOTAS DEL AUTOR EN PRO DE UNA MEJOR HERMENÉUTICA DEL SONETO "EL INFINITO DON DE TU ALEGRÍA"
El soneto "El infinito don de tu alegría" compuesto por nuestro buen amigo y colaborador de este blog el profesor Dr. Pedro Langa aguilar, OSA, con el cual nos "regaló" y felicitó la Navidad, fue estrenado al final del Concierto poético-musical "Navidad Sonora" en la Friedenskirche (Iglesia de la Paz), en el Paseo de la Castellana,6 de Madrid, en la noche del 11 de diciembre de 2015. Y publicado en este blog el día 24 de diciembre de 2015.
Publicamos ahora transcurridos unos días las notas del autor al mismo para su adecuada hermenéutica.
EL INFINITO DON DE TU ALEGRÍA
Deja que ante la cuna esté sin prisa
y que tu pecho bese suavemente
mientras te canto nanas tiernamente
y por dentro me llena tu sonrisa.
Absorta el alma ante tu carne lisa,
contemplativa toda y reverente,
se hace pura caricia transparente,
dichosa de sentirse a ti sumisa.
Jesús, mi Niño, Dios de la hermosura,
los ángeles te anuncian adorable
lucero en medio de la noche oscura.
Ven a mi corazón, que en ti confía,
y cólmalo de paz inagotable,
del infinito don de tu alegría.
Pedro Langa Aguilar, OSA
Navidad 2015
NOTAS DEL AUTOR EN PRO DE UNA MEJOR HERMENÉUTICA DEL SONETO
1) Deja que ante la cuna esté sin prisa
No caben prisas ante la cuna de Belén. Ni medianías. Ni espíritu simplemente artístico y curioso. El alma contemplativa, por eso, suplica del recién Nacido algo a la vez simple y sublime: estar sin prisa; regalarse en la mirada hasta que los ojos del alma suplanten a los del cuerpo. Es entonces cuando se produce el fenómeno místico del abandono de las cosas: al abismarse en el océano del Misterio, el alma se abstrae de cuanto la rodea. No le importa si hay mula o buey, si hace calor o frío, si reina la música o el ruido. Pendiente solo del inquieto Bebé que se mueve sobre unas pajas elementales, quiere sólo estarse allí. Lo han hecho antes María y José: contemplan. El alma acaba de llegar y, abstraída del resto de la escena, pide al Señor recién nacido estarse con Él en protagonismo compartido. De aquí que prosiga:
2) y que tu pecho bese suavemente
La fuerza del verso descansa en pecho y suavemente. Lo propio del alma llegado el turno a los afectos es besar, pero besar al Amor de los amores. Besa el alma contemplativa, sí, pero besa en el pecho. No es cosa de perderse en el misterio de lo invisible e incorruptible. Los ojos del cuerpo ven en la cuna un cuerpecito. La fe le dice al alma que es del Hijo de Dios encarnado. La aspiración del alma entonces no es sino trascender de lo visible a lo invisible, del Niño sobre las pajas al Verbo revestido de nuestra naturaleza mortal. De ahí que, besando el pecho, crea el alma besar al Señor todo entero: cuanto el Señor encierra mediante los miembros de su cuerpo frágil lo concentra el pecho. El alma contemplativa, sin embargo, no tiene prisa. Más bien actúa con delicadeza, suavidad, dulzura. Por eso aprovecha esas acciones para exteriorizar el tierno afecto que una criatura dispensa al recién nacido, a saber:
3) mientras te canto nanas tiernamente
La nana es canción del arrullo en la cuna, o simplemente en el regazo paternal o maternal. No cabe duda de que la Virgen le cantaría a Jesús en Belén nanas para serenar el llanto y recobrar el sueño reparador. El adverbio tiernamente discurre al servicio del Bebé que duerme, entreabre los ojitos y se vuelve a dormir. ¡Escena de candor! Por otra parte, el contenido del n. 2 depende de este n. 3
4) y por dentro me llena tu sonrisa
De nuevo la escena de Belén. Y de nuevo la trascendencia. El alma contemplativa que acuna al Niño Jesús en Belén repara en la sonrisa juguetona del recién nacido. Pero advierte pronto que por dentro se inflama, se trasciende a sí misma, se eleva por encima de los sentidos corporales. Le pasa lo que a los discípulos de Emaús: que su corazón va dejando atrás unas brasas efímeras y, a cambio, empieza a reavivarse poco a poco la llama de su espíritu: mas no por simple visión, sino ante todo por obra interior de la gracia que le viene de aquel Bebé, que, siendo tan parecido a los otros bebés de la tierra, es completamente distinto, singular, único. Él es quien llena al alma y le infunde su Espiritu. No es que el alma se llene por sí sola. Es, antes bien, que Jesús, desde la cuna, actúa ya en el alma: la cambia, la transforma, le hace experimentar la suavidad de ser habitada por Dios. Todo el n. 4, siendo así, propicia y hace posible el n. 3, de cuyas dos acciones depende el n. 2.
5) Absorta el alma ante tu carne lisa
El asombro ante lo desconocido y maravilloso es la antesala del alma contemplativa. Y no lo está por encontrarse ante una carne cualquiera. Se trata de carne lisa, suave, de bebé, pero al propio tiempo el asombro le viene de trascender por la fe aquella carne. El alma contemplativa ve en dicha carne una futura carne-Eucaristía, una carne-de Cruz y Muerte, una carne pneumatizada, es decir propia del cuerpo glorioso de la Resurrección, carne de la visión beatífica en el cielo. Es como un adelantarse a lo que después del tiempo sobrevendrá. Este anticiparse lo determina el verso siguiente:
6) Contemplativa toda y reverente
Ambos conceptos se refieren no a la carne lisa, sino al alma que se abisma toda, que se abandona entera y se entrega sin medianías al divino querer. Sólo así se explica el verso siguiente:
7) Se hace pura caricia transparente
Solo un alma de tal suerte abismada, inmersa en el divino Amor, puede arrancarse de pronto con tal candidez en su caricia al Niño. De ahí el verso que cierra este segundo cuarteto:
8) Dichosa de sentirse a ti sumisa
La sumisión al recién Nacido le hace al alma sentirse dichosa, y dichosa de sentirse sierva, o sea sumisa, o sea esclava, esto es: entregada, generosa y abismada ante las sublimidades del Misterio.
9) Jesús, mi Niño, Dios de la hermosura
Acabados los cuartetos (donde el argumento conoce una exposición rectilínea de los hechos: en este caso, del alma que ha pedido al divino Infante no tener prisa, estarse quieta [pero activa] junto a su cuna, no pensar en nada que no sea Él dejándose ganar por su divino amor), llegan los tercetos del soneto. Los tercetos aquí son versos donde la exposición se trueca de plana y narrativa en vertical y suplicatoria. En estos tercetos el alma va a romper el silencio contemplativo para adoptar el tono elocuente y suplicatorio. Diríase que el alma sostiene en sus brazos invisibles a Jesús –nótese la expresión mi Niño (indicativa de grandísima ternura), seguida además de una definición del recién Nacido como Dios de la hermosura-.
10) Los ángeles te anuncian adorable [= 11: lucero en medio de la noche oscura]
Nótese que los versos 10 y 11 discurren por la forma retórica del encabalgamiento.
El n. 10 apunta al pasaje evangélico de los ángeles que anuncian el Misterio a los pastores (Lc 2, 1-14):
Las características propias apuntan todas a un Niño Salvador (tantas veces cantado en la Escritura), y, sobre todo, divino. La aparición a los pastores en pleno corazón de la noche apunta teológicamente a una verdadera Cristofanía (es decir, manifestación de Dios en la forma de Cristo, ese Niño de la cuna).
Los ángeles, además, lo anuncian adorable, esto es, de condición divina, el Mesías, el Señor.
El n. 11 permite al poeta incorporar no tanto la palabra estrella, tan frecuente, por lo demás, en Navidad, cuanto el término lucero: astro que de noche se ve con mucho brillo. El poeta, por eso mismo, se pone al servicio del alma contemplativa con este hermoso concepto. Es decir, los ángeles anuncian, en ese Niño recién nacido, al Mesías, un adorable lucero. No necesita poner brillante lucero, pues sería un pleonasmo inútil, el lucero es de suyo brillante, porque se trata de un astro, y astro de mucho brillo. El alma contemplativa reconoce que la condición divina del Infante la refleja bien ese adorable lucero en medio de la noche oscura de este mundo nuestro. Sentido, pues, trascendente.
12) Ven a mi corazón, que en ti confía
El alma contemplativa llega a la meta del soneto con su plegaria. Pide al Niño Jesús, que es Dios, que se le dé a ella, que venga a su corazón, que en Dios confía, o sea un corazón creyente. Es lo que se llama el admirable comercio o intercambio entre la naturaleza divina y la humana. Dándosele Jesús al alma, lo demás vendrá por añadidura. Vendrá por su pie. La plegaria será eficaz, total, conseguida. De suerte que el resto de la petición es el fruto de esa divina dádiva, a saber: la paz inagotable y la alegría infinita.
13) y cólmalo de paz inagotable
Sólo Dios puede colmar de dones: en este caso: de paz inagotable. Nada de efímera y estrecha, mundana y terrenal, frágil y turbadora. Paz, más bien, inagotable; paz con todos los síntomas de la paz divina: lo que los cristianos celebramos el 1 de enero con la Jornada Mundial de la Paz. Cristo es nuestra Paz. Dios es nuestra Paz. Sólo esa Paz del Mesías, del Salvador, de Jesús, es Paz inagotable.
14) del infinito don de tu alegría
Los dones divinos son todos infinitos por venir de Dios, que es la Infinitud. Aquí se trata del don de la alegría. No de cualquier alegría, sino de la alegría de Cristo. Queda, pues, sobrentendido el verso n. 4: y por dentro me llena tu sonrisa. Vacío de las cosas mundanas, de lo efímero, corruptible, el corazón no quiere pedir tales cosas, que no serían dones. Los dones de Cristo son de otra clase.
Como una especie de sinonimia del n. 13: y cólmalo de paz inagotable, es, o viene a ser, también el n. 14 del infinito don de tu alegría.
El alma contemplativa pide solo aquello que debe pedir: lo que su contemplación sobrenatural le dicta. Pide, ni más ni menos, el infinito don de la alegría de Cristo. Pero eso Cristo se lo viene dando, en verdad, desde el n. 4: y por dentro me llena tu sonrisa. Prueba de que la sonrisa del Niño Jesús va inflamando al alma por dentro, es el que esta, el alma, pida al final lo que debe pedir: al propio Jesús: Paz inagotable y, a la vez, infinita Alegría. La Navidad, así, habrá llegado con su gracia, habrá hecho diana en lo más profundo del alma entregada a la divina contemplación junto a la cuna de Belén.
El autor del soneto
Navidad 2015
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