EL LIBRO DE APRENDER ECUMENISMO
Tengo delante un libro: "Apóstoles de la unidad", escrito por el Profesor PEDRO LANGA AGUILAR, OSA, gran teólogo y ecumenista. Lo ha publicado San Pablo a mediados del mes de diciembre de 2015 y en sus 423 páginas presenta a 33 de las más reconocidas personalidades del ecumenismo en el S XX, comentando la actividad ecuménica de cada una de ellas en lo teológico, espiritual y pastoral.
Presenta, por tanto, este volumen una síntesis de lo más trascendental de la acción ecuménica en el pasado inmediato. Se suceden personas de diferentes Iglesias: católica, ortodoxas, protestantes, anglicana y de distintos países: Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, España... Se extiende desde 1801 con el beato John Henrry Newman hasta el año 1939 en que nace el P. Juan Bosch Navarro OP, seguidor del ecumenismo del P. Yves Congar también dominico. Abarca toda una gama de fechas, personas, países, Iglesias, acontecimientos, doctrina ecuménica, espiritualidad del ecumenismo, actividades pastorales, con una riqueza histórica, teológica, evangelizadora y misionera que le convierte en todo un minucioso tratado donde se encuentran todos los matices con que la práctica del ecumenismo ha sido adornada por los insustituibles ecumenistas de quienes aquí se habla.
Es este un libro para aprender ecumenismo. Aprenderlo y enseñarlo. Hay que saber mucho ecumenismo para enseñarlo y hay que poseer humildad y tesón para aprenderlo. Claro que en gran parte depende del maestro y aquí el autor emplea una pedagogía apta para lo que pretende lograr: que el lector aprenda qué es ecumenismo e inicie su acercamiento a él, se adentre en su práctica y acabe sumergido en el misterio de la unidad.
Lo consigue poniendo de relieve la biografía de cada persona, atrayendo de esta manera la atención e interés del lector. Pasa de aquí a exponer las motivaciones que indujeron a cada uno a consagrase especialmente a buscar la unión de los cristianos, después de haber realizado él mismo su unión con Cristo. Finaliza subrayando aquella vocación ecuménica que fielmente respondida queda transformada en carisma y lanzada a vivir apasionadamente este ministerio, unas veces de forma personal, con la entrega total de sí mismo e incluso de su vida y otras compartida juntamente con otros, significando ya por la unión de sus vidas la unión visible que buscan para la Iglesia de Dios.
Elige el P. Langa como punto de partida de su investigación el espíritu de Edimburgo 1910 en la Conferencia Internacional de Misiones. Desde aquí considera un antes y un después, dos o tres formas de ecumenismo, que siendo el mismo en su base: la unidad proclamada en el Cap 17 de San Juan, adquiere diversos matices según épocas, circunstancias sociales, políticas y religiosas.
Situamos como primera figura ecuménica, por su nacimiento en 1801, al Card Newman. Precisamente sobre el beato John Henrry Newman escribió el P. Langa un ensayo titulado: “Cardenal Newman y conversos de los s XVIII y XIX”. Significadísimo anglicano, profesor de Oxford, desde su intelectualidad, su teología, su profundo estudio de los Santos Padres fue descubriendo como algo esencial la unidad visible de la Iglesia y adhiriéndose vocacional y carismáticamente al ecumenismo. Podría, por eso, abrir esta lista de ecumenistas, lista no cerrada como señala el autor, la intensidad ecuménica de Newman, por quien Langa Aguilar siente admiración y reverencia, aunque el primer nombre presentado en esta publicación sea el del Patriarca Atenágoras, debido al orden alfabético, al cual admira de forma parecida.
Entre las Iglesias católica y anglicana surgieron pronto deseos de diálogo y entendimiento. El testimonio de Newman y otros fue considerable, pero dos insignes ecumenistas, Lord Halifax y el P. Fernand Portal, tuvieron que esperar hasta que en 1921 – 26 se produjeran las llamadas Conversaciones de Malinas, acogidas en esa sede episcopal belga por el inolvidable Card Mercier. Era un diálogo inicial, parpadeante, pero entre otras buenas cosas de él salió aquella inolvidable frase que muestra la talla ecuménica del Cardenal y que tanto se ha repetido en el ecumenismo: “Tenemos que encontrarnos para conocernos, conocernos para amarnos, amarnos para unirnos”.
Coloca el autor a algunos ecumenistas en el período de entreguerras: Nathan Sóderblom, Labert Beauduin, Charles Brent, entre otros pues a muchos que vivieron en estos años conviene situarlos con más propiedad en la influencia del Concilio Vaticano II, pues hicieron posible con su vida y su testimonio el ecumenismo del Vaticano II: el Abate Paul Couturier quien con su sensibilidad y entrega por la unidad de los cristianos logró transformar el Octavario de Oraciones por la Unión de las Iglesias, donde se pedía por la vuelta a la Iglesia católica de los hermanos separados, en la Semana de oraciones por la Unidad de los cristianos en la que se ora por la santificación de unos y otros, fórmula extendida por el mundo entero que ha transformado completamente el sentido de la búsqueda de la unión de los cristianos. La doctrina ecuménica de P. Couturier escala las cimas más altas del ecumenismo y así aparece en este trabajo. Al hablar de la consecución de la unidad cristiana repetía la frase que ha quedado como exponente de la confianza y abandono en Dios en este misterio, diciendo que alcanzaríamos la unidad “como Él quiera, cuando Él quiera y por los medios que Él quiera”.
Una de las personas en que penetró con más fuerza esta pasión por la búsqueda de la unidad cristiana fue en la hoy beata María Gabriela Saghedu que ofrendó su vida en 1939. Contribuyeron especialmente a la preparación ecuménica del Concilio los Monjes protestantes de Taizé con un tal espíritu de conciliación que pudieron vivir en comunidad monástica miembros de diversas Iglesias, dando lugar a una práctica ecuménica que es preciso conocer como se desgrana en esta publicación.
Bastantes de los pioneros presentados en esta obra giran en torno a la inmediata preparación conciliar. Alrededor de San Juan XXIII, sumergido en la misión y el misterio de la unidad desde sus años en Bulgaria y Turquía, experiencia que quiso extender a toda la Iglesia como Papa por el Concilio Vaticano II, se encuentran dos grandes figuras: el Card. Agustín Bea y el entonces jovencísimo holandés Mons. Yohanes Willebrans. Bea era un hombre de ecumenismo por su dedicación a la Sagrada Escritura y Willebrands por su cercanía a teólogos protestantes como Visser ´t Hooft. Eran entonces los tres únicos interesados, juntamente con el Espíritu Santo, por el ecumenismo en la Iglesia católica, pero fueron capaces de que un grupo de grandes teólogos y obispos hicieran del ecumenismo algo transversal en muchos de los documentos conciliares y que pudiera ver la luz el Decreto de Ecumenismo “Unitatis Redintegratio”. En el postconcilio Willebrands ya cardenal, impulsó de forma prodigiosa la teología y la práctica del ecumenismo del mismo Decreto.
En la segunda etapa conciliar el Papa Pablo VI toma en sus manos aquella iniciativa y la amplía al máximo en el abrazo con el Patriarca Atenágoras en Jerusalén en los primeros días de enero de 1964. A partir de aquí posiblemente el beato Pablo VI haya sido el más grande de los apóstoles de la unidad. El capítulo dedicado a él en esta obra aclara perfectamente el alcance de su acción ecuménica que en un principio estuvo tan estrechamente unida al pensar y actuar ecuménicos de Atenágoras I de Constantinopla.
Encontramos un grupo de influyentes ortodoxos alrededor de la figura del Patriarca Atenágoras: Melitón de Calcedonia, Nikodím de Leningrado y Emilianos Timiadis. Todos ellos soportaron grandes sufrimientos por la unidad de los cristianos. El gran Metropolita Melitón de Calcedonia preparó exquisitamente de parte ortodoxa la ceremonia y documentos de la supresión de las excomuniones en Roma y tuvo por aquellos años un lugar destacado en distintas Asambleas de la ortodoxia. Por entonces su ecumenismo alcanzó cimas altísimas y pronunció una frase trascendental para aquellos momentos al hablar del “Diálogo de la Caridad” entre unos y otros. No se considera de menor trascendencia la actividad ecuménica del Metropolita Emilianos Timiadis, iniciador con el español D. Julián García Hernando de las Jornadas Interconfesionales de oración para Religiosas de distintas Iglesias, que aún siguen celebrándose cada dos años. En cada uno de los capítulos dedicados a estos significados ortodoxos expone Langa Aguilar el ecumenismo doctrinal, espiritual y pastoral propio del Patriarcado Ecuménico.
Entre los observadores protestantes en el Concilio, grandes teólogos y bien curtidos en el empeño por el ecumenismo, propone el autor a Oscar Cullman tan distinguido por Pablo VI y tan presente a lo largo del Vaticano II por sus trascendentales declaraciones, sus valiosísimas conferencias, sus artículos en tantas publicaciones. Era él entre los protestantes el que tenía la última palabra, quien enjuiciaba el desarrollo conciliar, el que ofrecía soluciones cuando el diálogo con los Padres Conciliares se hacía difícil. Otro destacadísimo fue Marc Boegner, invitado ya por Juan XXIII y asistente a la tercera y cuarta etapas del Concilio. Figura estelar de la Iglesia Reformada de Francia, en su cátedra de la Facultad de Teología de la sociedad de misiones extranjeras de París, reparó en la necesidad de relacionar misión y unidad de la Iglesia y se asocia a los esfuerzos del movimiento ecuménico, siendo desde 1948 hasta 1954 el primer presidente del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Su pensamiento ecuménico, por tanto, fue verdaderamente trascendental y merece la pena recordar el diálogo que poco después de la Clausura del Concilio mantuvo con el Cardenal Bea en el mismo Consejo Ecuménico de las Iglesias en Ginebra. Al lado de estos dos gigantes del ecumenismo se sentaban en las sesiones conciliares los dos humildes monjes blancos de Taizé, los hermanos Roger Shutz y Max Thurian, cuyo ecumenismo sigue vigente y lo hemos podido palpar en las Jornadas de los jóvenes en Valencia ( España ) en los últimos días de diciembre de 2015.
Entre las figuras católicas destaca el autor al Cardenal Franz Koning y al inolvidable teólogo dominico Yves Congar. El postconcilio gozó en el campo de la unidad cristiana de nombres insustituíbles: el Cardenal Willebrands, uno de los ecumenistas más estimados y estudiados por el Profesor Langa, Emilianos Timiadis, Max Thurian, Roger Schutz, Carlo María Martini, Chiara Lubich, San Juan Pablo II con su encíclica “Ut unum sint”, Julián García Hernando y Juan Bosch Navarro, dos españoles bien conocidos de todos nosotros, Sor Minke de Vries, Nikodím de Leningrado, beata Teresa de Calcuta, Melitón de Calcedonia, Yves Congar. Como puede notarse algunos de ellos actuaron ya en el campo ecuménico antes del Concilio y mientras su celebración, por lo que su doctrina y práctica ecuménicas cuentan con una riqueza inestimable.
No les llama pioneros del ecumenismo, aunque lo fueron. Tampoco les denomina como consagrados a la causa de la unidad, aunque lo estuvieron. Los presenta como “apóstoles de la Unidad” , es decir, como enviados por Dios para buscar el restablecimiento de la unidad visible perdida en la Iglesia. Fueron elegidos para esa misión y por tanto llamados. Esta vocación la transforman ellos en carisma por su fidelidad, precedido de la conversión personal y seguido de una comunión plena con el Señor. Los conduce a la santidad, a la audacia, al riesgo, a la persecución. Todos tuvieron que sufrir por causa de la unidad. En estas vidas se refleja con nitidez la teología del Decreto “Unitatis Redintegratio” del Concilio Vaticano II al que ellos mismos contribuyeron con recta doctrina y santidad de vida.
Solamente el P. Pedro Langa ha podido escribir este tratado de ecumenismo, debido a su gran saber ecuménico, a su profunda espiritualidad del ecumenismo, a su gran esfuerzo en este ministerio a través de decenas y decenas de artículos y de conferencias sobre la unidad de los cristianos. Para enseñar ecumenismo hay que saber mucho ecumenismo. Para dirigir y responsabilizarse del movimiento ecuménico a cualquier escala es imprescindible un gran conocimiento de la historia, la teología, la espiritualidad y la pastoral del ecumenismo en la propia Iglesia y en las otras Iglesias.
José LUIS DÍEZ
Director de la revista de ecumenismo Pastoral Ecuménica
Buenos días, hay una errata en el título. Dice "ECUMENSIMO".
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